La libertad, la democracia, el establecimiento de un Estado de Derecho y el cumplimiento de los Derechos Humanos en Cuba debe alcanzar más resonancia, solidaridad y empatía a escala global.
Con cierta frecuencia se menciona la necesidad de ampliar la solidaridad internacional con la causa de la libertad, la democracia y la observancia de los Derechos Humanos en Cuba.
Para muchos -entre los que me encuentro-, todo sistema injusto, represivo y abiertamente violador de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, merece ser condenado, así como ser objeto de sanciones internacionales los responsables directos de la represión y la negación de derechos.
La formulación anterior, sin embargo, no implica ninguna contradicción con el hecho de que lograr solidaridad internacional y poner en práctica una política de sanciones direccionadas y efectivas sobreentienden numerosas complejidades. Digamos que son dos ideas no excluyentes, que coexisten en la realidad, y que nos obligan a conocer a los actores sobre los que buscamos influir, a pensar y articular estas necesidades y fenómenos de forma consensuada y creativa, y a diseñar estrategias y propuestas que tengan posibilidades de recepción y éxito.
Una muy rápida mirada bastaría para entender algunas de esas complejidades.
Por ejemplo, desde el punto de vista estrictamente técnico y político, si hablamos de los Derechos Humanos, «como ideal común por el que todos los pueblos deben esforzarse», hay que aceptar que cada una de esas disposiciones son interdependientes, indivisibles, y no hay ningún artículo, de los treinta que contiene la Declaración Universal, que tenga más valor o más peso que otro; siendo una aspiración que descansa en su integridad inseparable. O sea, acá se está diciendo, en concreto, que serían muchas y muy variadas las formas de violar esos Derechos Humanos.
También hay que partir del hecho de que serían muy pocos los Estados que en verdad cumplen con tales disposiciones, y que la (supuesta) excepcionalidad con la que muchas veces se ha descrito la realidad cubana de las últimas seis décadas habría que someterla a un análisis más riguroso. Digo, si es verdad que Usted se ha detenido a pensar que otros Estados existen, también en su complejidad, y desea ser respetuoso y generar empatías, para que finalmente nuestros interlocutores acepten sin reservas nuestros enunciados.
Con esto quiero decir que el mundo es mucho más complejo que la simplificación y el maniqueísmo con el que con frecuencia lo hemos entendido.
No es en Cuba donde más se violan, de manera sistemática y flagrante, los Derechos Humanos, como tantas veces uno escucha y lee por ahí. A pesar de su sistema despótico. A pesar de su sostenibilidad en el tiempo. A pesar de su modelo de sociedad cautiva y empobrecida. A pesar de la amplia falta de derechos. Y afirmar tal cosa puede ser hasta contraproducente frente a quienes enfrentan realidades igual de injustas o complejas porque partir de categorías extremas no ayuda.
A modo de ejemplo. Sería muy bueno que muchos cubanos busquen información sobre la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), en el barrio Núñez de la ciudad de Buenos Aires. Que revisen qué sucedió en El Mazote de Morazán en El Salvador, en el Estadio Nacional de Chile en Santiago y en la aldea de Dos Erres en la selva del Petén, al norte de Guatemala. Es muy interesante y esclarecedor leer historias sobre esos cuatro emblemáticos lugares de América Latina en los que se masacró, asesinó y torturó a miles de ciudadanos.
Digamos que son apenas unos pocos lugares, de una lista más impresionante y claramente verificable, en los que se asesinó en América Latina, en cifras y maneras escalofriantes.
Pero más recientemente, entre octubre de 2019 y marzo de 2020, 34 personas fueron reportadas oficialmente como fallecidas producto de las manifestaciones que tuvieron lugar en Chile. Durante las protestas ocurridas en 2018 y 2019 en Ecuador, Colombia y Perú también se cuentan por decenas la cantidad de fallecidos y cientos los heridos, algunos graves. Lo mismo en Nicaragua, El Salvador y Venezuela.
Este listado sería claramente mucho más amplio y extensivo a prácticamente todas las áreas geográficas. Y aunque no se trata de comparar las cifras de los excesos y violaciones de muchos Estados, ni nada de lo anterior justifica ni minimiza la sostenida represión del Estado cubano, sí ubica este particular en un contexto, con sus singularidades propias, que sería bueno exponer con objetividad.
Los ejemplos anteriores sirven para que cuando expliquemos la realidad de Cuba y los cubanos, a argentinos, salvadoreños, ecuatorianos, peruanos, guatemaltecos y chilenos, tengamos en cuenta que ellos entienden perfectamente de qué se habla. Pero si partimos del supuesto de que la dictadura cubana ha sido la más sanguinaria y represiva del continente entonces pudiera ser que nos miren con desconfianza, indiferencia y sigan de largo. Mucho más cuando para buena parte de ellos la vuelta a la democracia tampoco les ha resuelto todos los problemas en materia de Derechos Humanos.
Y acá lo más triste es que el sistema cubano es mucho peor en su sofisticación que esas dictaduras, porque la mejor policía política y la más eficiente de las fuerzas represivas es la que habita en las conciencias de las personas. Allí donde la gente está reprimida desde antes que la seguridad y los agentes del orden se decidan a actuar. Ellos reprimen como acción de última instancia, pero habitualmente no lo necesitan. El ciudadano ya está anestesiado y dócil, además de aislado y disperso, sin mucha capacidad para articularse.
Ese ciudadano cree que solo puede escapar. Y así es, en buena medida, pues su capacidad para alcanzar un peso específico determinante en el espacio público es muy limitada.
Pero volvamos al tema.
Muchos sabemos que esto que acá afirmo no es del agrado de buena parte de los nacionales cubanos, en especial de los más visibles mediáticamente, aunque quedan invitados, por derecho propio, para que demuestren lo contrario y aporten al avance en esta materia. De hecho, eso es lo que en verdad importa, que avancemos en ideas, claridades y consensos y logremos más apoyos.
Con vista a tales objetivos, también es muy válido establecer comparaciones y analogías entre Estados, pero teniendo plena claridad de sus semejanzas y diferencias y evitando las equivalencias forzadas. Es este un buen ejercicio siempre que descanse en eventos y situaciones equiparables y reales.
Desde un punto de vista práctico también habría que aceptar que no existe autoridad supranacional que haga cumplir nada de lo anterior, salvo casos muy excepcionales y extremos y bajo disposiciones del Consejo de Seguridad. Pero si Usted ha visto la composición de ese Consejo de Seguridad automáticamente comprenderá que no serían posibles resoluciones favorables a tales iniciativas internacionales respeto a Cuba con los cantados vetos de Rusia y China.
El régimen de sanciones de los Estados Unidos hacia Cuba tampoco favorece un clima despejado frente a estos temas. Digamos que el terreno está demasiado contaminado como para que otros actores, en su mayoría contrarios a la extraterritorialidad de las iniciativas norteamericanas hacia Cuba, emprendan el camino de sanciones que no sean el producto de un amplio consenso entre países centrales, tanto a escala global como regional. La recién finalizada Cumbre de las Américas es un ejemplo claro en ese sentido.
Otro elemento de cierta importancia es el peso que tiene la amplia presencia de la isla internacionalmente, lo mismo a nivel bilateral como multilateral. Cuba mantiene relaciones formales con la inmensa mayoría de los Estados de todos los continentes, y es muy proactiva en todos los planos del acontecer internacional. Quien desconozca esta realidad tendría mucho más difícil hacer avanzar cualquier iniciativa entre los actores y organismos existentes.
Sanciones a Sudáfrica como caso de estudio
Con mucha y demasiada frecuencia escuchamos el paralelo entre las violaciones a los Derechos Humanos en Cuba y la política segregacionista del régimen de Sudáfrica. La idea subyacente, plausible quizás, sería la de lograr sanciones coordinadas y exitosas como las implementadas contra aquel país.
Las sanciones impuestas internacionalmente a Sudáfrica tenían como causa o motivación central el régimen segregacionista, por motivos raciales y étnicos, de la población negra. Estas políticas, expresadas en leyes impuestas por una minoría blanca contra o a expensas de una población mayoritaria negra, han sido denominadas o conocidas como apartheid.
La primera resolución adoptada por la comunidad internacional sobre este particular tuvo lugar en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en fecha tan temprana como 1962, a través de la Resolución 1761, que estableció un Comité Especial contra el apartheid. En 1963 también se logra aprobar un embargo de armas.
Entonces el mundo era bien diferente. Estábamos en plena Guerra Fría, con un marco internacional dividido en dos grandes bloques políticos, económicos e ideológicos, en medio de un proceso de descolonización bastante extendido, y en el que los países No Alineados (países que no formaban parte de ninguno de los dos bloques centrales, o sea, no eran miembros de la OTAN ni del Pacto de Varsovia) también empezaban a tener una participación destacada en los foros y mecanismos multilaterales con posterioridad a su surgimiento en la Cumbre de Belgrado de 1961.
No es hasta bien entrados los años 80, casi a finales, que las sanciones comenzaron a tener mayor relevancia e impacto pues durante más de veinte años tanto Estados Unidos como Gran Bretaña se mostraron contrarios a implementar sanciones contra ese país.
A diferencia de la inefectividad de la gran mayoría de los embargos y sanciones unilaterales, que generalmente generan más distorsiones que avances y terminan siendo contraproducentes, se reconoce que las presiones ejercidas por las sanciones internacionales a Sudáfrica tuvieron relativa importancia para poner fin al régimen del apartheid en 1994.
Ahora piense Usted en las posibilidades reales de lograr sanciones contra el gobierno y el Estado cubanos en la Asamblea General, el Consejo de Derechos Humanos de Ginebra (del que Cuba es miembro en ejercicio y además país fundador en 2006, cuando este Consejo sustituyó a la Comisión), el Consejo de Seguridad o incluso los mecanismos multilaterales, regionales o iberoamericanos.
Esto sin referirnos a las diferencias notables entre los regímenes sudafricano y cubano y a la manera en la que han sido percibidos internacionalmente ambos procesos.
Del wishful thinking a la realidad
A ver si se entiende. Si durante tanto tiempo dos poderes centrales de total relevancia, como Gran Bretaña y Estados Unidos, se mostraron contrarios al acoso al sistema racista de Sudáfrica, ¿acaso alguien cree que las sanciones internacionales se implementan solo con apego al cumplimiento y/o la violación de los Derechos Humanos? ¿Acaso alguien cree que existe, como en una tabla de Excel, una partida de violaciones y cumplimientos de los Derechos Humanos, y a partir de ahí se toman medidas automáticas contra los violadores?
Cuando la comunidad internacional toma medidas concretas contra un violador (Sudáfrica, Yugoslavia, Irak, poco más) sus disposiciones responden a los intereses en juego de cada Estado, en especial de los más importantes, y a los equilibrios y sensibilidades en torno a ellos. De ahí que sea fundamental accionar los hilos convenientes, desde el cálculo frío, ordenado y coherente, y no desde la dispersión y el griterío.
La realidad de Cuba no necesita de exageraciones ni comparaciones vacías que provocan la indiferencia y la inacción en la comunidad internacional. No hay que agregar nada a una realidad lamentable en sí misma, al mismo tiempo que debemos elaborar una narrativa creíble no solo para la comunidad internacional, sino que tenga impacto al interior de la propia Cuba.
Si quienes adversamos a ese poder no somos capaces de generar empatías y coincidencias entre los nacionales cubanos, ¿a quiénes de la comunidad internacional lograremos convocar? Si lo hecho hasta ahora no ha sido suficiente, ¿acaso no hay nada más que hacer, nada que revisar, nada que reformular, está todo bien?
Que nuestra narrativa se acerque cada vez más a la realidad, que exponga con pelos y señales la práctica totalitaria del gobierno y el Estado cubanos y sus resultados en términos de exclusión, pobreza, segregación ideológica e imposición de un modelo a toda la nación, pero sin caer en el infantilismo de que otros crean en lo exponencial y único de la represión, los asesinatos y los vejámenes en la Isla.
Si entendemos que nadie nos escucha o nadie nos presta suficiente atención, salvo actores aislados que para muchos son parte del problema, a quien le toca cambiar las percepciones y acciones sobre todo esto es a nosotros.
¿A quién le puede importar más el cumplimiento de los Derechos Humanos en Cuba que a un cubano?
Llegados hasta acá, habría que finalmente aceptar que un buen punto de partida sería que una masa crítica de cubanos, dentro y fuera de Cuba, sumemos voluntades en función de alcanzar cuotas de consenso mínimos y establezcamos una agenda internacional coherente, distante de todo radicalismo excepcionalista, con ideas sensatas, organizados y enfocados en superar el actual estatus quo.
Puede que esa sea nuestra mayor fortaleza, teniendo en cuenta que importa más avanzar que continuar en la dispersión, las divisiones y los careos infinitos, mientras buena parte del mundo nos mira con renovada indiferencia.
Es de suma importancia que la comunidad internacional vea que hay nuevas y renovadas iniciativas que buscan mayor sensibilidad global sobre lo que acontece en la isla, exponiendo de manera acertada los modos y resultados del totalitarismo y la falta de derechos fundamentales en la que vivimos los cubanos.
La libertad, la democracia, el establecimiento de un Estado de Derecho y el cumplimiento de los Derechos Humanos en Cuba debe alcanzar más resonancia, solidaridad y empatía a escala global.
SOBRE LOS AUTORES
( 8 Artículos publicados )
Reciba nuestra newsletter
¡Brillante!
¿Cómo lo hacemos?