Opinión

Por Elena Larrinaga  

Tras escuchar su intervención en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, primero, y sus declaraciones a la prensa, depués, debo decir que mis deseos e intenciones -también mis criterios personales- coinciden con lo expresado por cardenal Beniamino Stella en relación con una Cuba enriquecida: moral, económica y espiritualmente; lo cual sólo podrá ser posible a través del encuentro entre los cubanos, la fraternidad, la libertad y el pluralismo.

Las sociedades más civilizadas, en lugar de seguir el consejo de Maquiavelo de comenzar todo “nuevo reinado” con una “ejecución memorable”, han optado por “amnistías”. Los intentos de afrontar un pasado doloroso, como son las dictaduras, deben ir asociados al debate en torno a su memoria, al perdón y a la justicia que exigen las transiciones.

Siempre he defendido una política de reconciliación nacional, a modo de compromiso entre los diferentes sectores sociales, con el propósito de sustituir una dictadura de partido único por un régimen de libertades cívicas. Jamás he optado por un nuevo período de luchas intestinas entre cubanos.  

La decisión de liberar a los presos políticos cubanos -que concierne exclusivamente a las autoridades cubanas- deberá constituir un primer paso en la dirección adecuada para afrontar una nueva etapa. Corresponderá avanzar en la despenalización del disenso, lo que será imprescindible para asumir -como nación- decisiones trascendentales.

Más allá de nuestros cleros religiosos/ideológicos, de las diferentes maneras de entender la democracia y los métodos para alcanzarla, las cubanas y los cubanos debemos agradecer que el Vaticano se haga eco de nuestras peticiones, como el mejor procedimiento para lograr la felicidad de hijas e hijos de Cuba.