La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí

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Conflicto árabe-israelí: hipertrofia de un proceso

08 Mar 2023
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Imagen © Madras Courier

Por Roberto Veiga González

Palestina es una región histórica actualmente dividida entre Israel, Jordania y los territorios de Cisjordania y la franja de Gaza. La República de Israel, uno de los territorios de la Palestina antigua, fue fundada en 1948. La actual cultura israelí refleja, de alguna manera, su origen diverso: cananeo, egipcio, sirio, griego, turco, árabe y romano, entre otras influencias. Las dos fuerzas políticas fundamentales de Israel son: el Likud y el Partido Laborista. La primera organización, es un grupo conservador formado en 1973 por la unión de varias organizaciones. Y el Partido Laborista de Israel, es una agrupación de carácter socialdemócrata fundada en 1968 por la unión de varios partidos. Estas son las organizaciones políticas que –junto a su adversaria Organización para la Liberación de Palestina- han de enfrentar el desafío de encontrar una solución al peligro global que implica el conflicto entre los palestinos árabes y judíos. Hagamos un poco de historia y lleguemos hasta el origen del problema, única manera de poder opinar y pensar una solución justa y posible.

Antecedentes

Los cananeos fueron los primeros habitantes conocidos de la antigua Palestina. El territorio fue también el campo de batalla natural de las grandes potencias de la región y estuvo sujeta a la dominación de los imperios vecinos, empezando por Egipto, en el tercer milenio a.C. A partir del siglo XIV a.C., cuando el poder egipcio comenzó a debilitarse, aparecieron nuevos invasores: los hebreos y los filisteos. Los israelitas, una confederación de tribus hebreas, derrotaron finalmente a los cananeos alrededor del año 1125 a.C., pero en ese momento no ocurrió lo mismo con los filisteos. La amenaza filistea obligó a los israelitas a unirse y a establecer una monarquía. David, el gran rey de Judá e Israel, finalmente derrotó a los filisteos poco después del año 1000 a C. Con esto último, quedaron los cananeos y los filisteos en proceso de ser asimilados por los hebreos israelitas.

La unidad de Israel y la debilidad de los imperios adyacentes permitió a David establecer un gran reino independiente, cuya capital fue Jerusalén. Bajo su hijo y sucesor, Salomón, Israel disfrutó de paz y prosperidad, pero a su muerte en el año 922 a.C. el reino fue dividido en dos: Israel, al norte, y Judá, al sur. Cuando los imperios cercanos reanudaron su expansión, los israelitas, divididos, no pudieron mantener su independencia. Israel cayó ante Asiria en los años 722 y 721 a.C., y Judá fue conquistado en el año 586 a.C. por Babilonia, que destruyó Jerusalén y obligó al exilio a gran parte de los judíos que la habitaban. De esta manera, comenzó la primera diáspora judía del pueblo palestino.

Cuando Ciro II el Grande de Persia conquistó Babilonia en el año 539 a.C. les permitió regresar a Judea, un distrito al sur de Palestina y les otorgó una considerable autonomía. Los palestinos judíos, por su parte, reconstruyeron las murallas de Jerusalén y codificaron la ley mosaica: la Torá, que se convirtió en el código de la vida social y de la práctica religiosa. Los judíos consideraban estar vinculados, a través de un pacto, con el Dios universal. De hecho, el concepto de un dios ético es quizás su contribución más grande a la civilización mundial.

A la dominación persa de Palestina le siguió el gobierno griego cuando Alejandro III el Magno de Macedonia conquistó la región en el año 333 a.C. Los sucesores de Alejandro continuaron gobernando la zona. En el siglo II a.C., sin embargo, los judíos, dirigidos por la familia de los Macabeos, se rebelaron y organizaron un estado independiente, hasta que Pompeyo Magno conquistó Palestina para Roma y la convirtió en una provincia gobernada por judíos.

Durante esta época, en el reinado del rey Herodes el Grande (37-4 a.C.), nació Jesucristo. Estallaron dos revueltas judías contra la dominación romana (del año 66 d.C. al año 73 y del año 132 al año 135), pero fueron reprimidas. Después de la segunda, la destrucción de Jerusalén y la dura represión sobre los judíos provocó la segunda diáspora. Judea pasó entonces a llamarse Palestina. Este territorio recibió una atención especial cuando el emperador romano Constantino I el Grande legalizó, en el año 313 d.C, a través del denominado Edicto de Milán, la actividad de la hasta entonces perseguida Iglesia Católica. Como consecuencia se gestó una época dorada de prosperidad, seguridad y desarrollo de la actividad cultural. La mayor parte de la población se helenizó y cristianizó. No obstante, el gobierno bizantino fue interrumpido durante una breve ocupación persa (614-629) y finalizó por completo cuando los ejércitos musulmanes conquistaron Jerusalén en el año 638 d.C.

La conquista árabe inició 1 300 años de presencia musulmana. Palestina era un territorio sagrado para los musulmanes porque el profeta Mahoma había designado Jerusalén como la primera qibla -o quibla, dirección hacia la que los musulmanes dirigen sus plegarias – y porque se creía que había ascendido al cielo en un viaje nocturno desde el lugar donde se alzó el templo de Salomón, en el que más tarde se construyó la cúpula o mezquita de la Roca. Jerusalén se convirtió así en la tercera ciudad sagrada del islam. Los gobernantes musulmanes no obligaron a los palestinos a adoptar su religión. De hecho, pasó más de un siglo antes de que se convirtiera la mayoría al islam. Los cristianos y judíos eran considerados pueblos del Libro. Se les concedió el control autónomo de sus comunidades y se les garantizó seguridad y libertad de culto. Cuando el califato pasó a manos de los Abasíes de Bagdad, en el año 750, Palestina quedó olvidada. Sufrió desórdenes y la dominación sucesiva de los selyúcidas, los fatimíes y los cruzados europeos. Con todo, participó del esplendor de la civilización musulmana del momento, en concreto, en lo relativo a la ciencia, el arte, la filosofía y la literatura. Con posterioridad Palestina decayó bajo el reinado de los mamelucos.

Los turcos otomanos de Asia Menor derrotaron a los mamelucos en 1517 y, con pocas interrupciones, gobernaron Palestina hasta 1917. El país quedó dividido en varios distritos. Pero la administración de éstos se confió, siempre que fue posible, a los palestinos arabizados, descendientes de los cananeos y de los colonizadores posteriores. No obstante, las comunidades cristiana y judía volvieron a recibir una amplia autonomía.

En esa época, las potencias europeas, en busca de materias primas y mercados, y llevadas también por intereses estratégicos, llegaron al Oriente Próximo, estimulando el desarrollo social y económico. Entre 1831 y 1840, Mehmet Alí, el virrey de Egipto, partidario de la modernización, expandió su área de influencia hasta Palestina. Sus reformas políticas supusieron la eliminación del orden feudal, el incremento de la agricultura y la mejora de la educación. A partir de 1880 colonos alemanes e inmigrantes judíos llevaron a la zona la maquinaria moderna y el capital que la región necesitaba urgentemente.

Sionismo

El auge del nacionalismo europeo durante el siglo XIX, y especialmente la intensificación del antisemitismo a partir de 1880, estimuló a los judíos europeos a buscar refugio en su tierra prometida: Palestina. Entonces el escritor y periodista Theodor Herzl, autor de El estado judío, en 1896, fundó en Europa la Organización Sionista Mundial, en 1897, con el objetivo de trabajar para resolver el llamado problema judío, creando para el pueblo judío un hogar en Palestina garantizado por el derecho público. Su nombre procede de Sión, la colina sobre la que se erigía el Templo de Jerusalén y que más tarde se convertiría en el símbolo de la propia ciudad. El filósofo judío de nacionalidad austriaca Nathan Birnbaum fue quien aplicó por primera vez el término sionismo a este movimiento en 1890. Como resultado, la emigración judía a Palestina se incrementó de manera espectacular. A pesar de que en 1880, los palestinos árabes constituían alrededor del 95 por ciento de una población total de 450 mil habitantes, algunos dirigentes árabes reaccionaron con alarma ante la emigración, la compra de terreno y las reivindicaciones de palestinos judíos, convirtiéndose en inexorables opositores al sionismo.

Las raíces del sionismo se remontan al siglo VI a.C., cuando los judíos fueron deportados de Palestina e iniciaron la denominada cautividad de Babilonia. Sus profetas les instaron a creer que un día Dios les permitiría regresar a sus territorios palestinos. Con el paso de los siglos, e iniciada ya la diáspora del pueblo judío, éste asoció la esperanza del regreso con la venida del Mesías, que habría de ser un salvador enviado por Dios para liberarles. Algunos judíos, por propia iniciativa, emigraban a Palestina para unirse a las comunidades judías que seguían viviendo allí, pero continuaron siendo una pequeña minoría en medio de una población mayoritariamente árabe.

La secularización del sionismo secular tuvo lugar cuando la vida judía estuvo en cierto modo secularizada. Este proceso se inició en el siglo XVIII con la Haskalá, movimiento inspirado en la Ilustración europea occidental e iniciado por el filósofo judío alemán Moses Mendelssohn. La Haskalá marcó el comienzo de un movimiento que se separaba del judaísmo tradicional ortodoxo y creaba la necesidad de un sentimiento nacional judío que sustituyera a la religión como fuerza unificadora. En un principio, sin embargo, la tendencia fue de asimilación a la sociedad europea.

No obstante, la emancipación política que les permitía dicha integración, resultó ser un aparente comienzo. En la segunda mitad del siglo XIX tanto en Alemania como en el Imperio Austro-Húngaro surgieron partidos antisemitas organizados. En Rusia, donde la emancipación había sido superficial, el asesinato del zar Alejandro II, en 1881, desencadenó una ola nacionalista que provocó disturbios antijudíos en todo el país.

Para escapar de la persecución, muchos judíos rusos emigraron, en especial a Estados Unidos y Argentina. Un número menor, creyendo que los judíos de la diáspora estaban destinados eternamente al papel de chivos expiatorios y pensando que sólo estarían seguros en una patria propia, se dirigió hacia Palestina, que por aquel entonces estaba bajo dominio turco. Recibieron ayuda económica del filántropo judío francés barón Edmond de Rothschild, pero muchos no perseveraron en su empeño. La importancia de esta inmigración judía fue insignificante.

A mediados del siglo XIX, dos rabinos ortodoxos europeos, Yehudá Alkalai y Tzeví Hirsch Kalischer, casi terminaron de adaptar la creencia tradicional en el Mesías al secularismo, afirmando que eran los propios judíos los que debían preparar el camino para su llegada. En dicho contexto, en 1862, el judío alemán socialista Moisés Hess, inspirándose en el movimiento nacionalista italiano, publicó Roma y Jerusalén. En este libro rechaza la idea de la asimilación a la sociedad europea e insiste en que la esencia del problema de los judíos radicaba en la falta de una patria.

Tras la fundación de la Organización Sionista Mundial, en 1897, intentaron lograr del sultán turco una carta de derechos. Como esta gestión fracasó, Herzl dirigió entonces sus esfuerzos diplomáticos hacia Gran Bretaña, pero el ofrecimiento británico de investigar la posibilidad de una colonización judía en el este de África, el llamado Plan Uganda, casi provocó una escisión en el movimiento sionista. Los sionistas rusos acusaron a Herzl de traicionar el programa sionista. Aunque Herzl se reconcilió con sus detractores, murió poco después totalmente desalentado.

El sionismo ha generado un gran número de ideas e ideologías diferentes. Los sionistas culturales, cuyo principal portavoz fue el escritor ruso Ahad Ha-am, subrayaban la importancia de convertir a Palestina en un centro para el crecimiento espiritual y cultural del pueblo judío. Otra variedad del sionismo fue elaborada por A. D. Gordon, quien escribió y practicó la religión del trabajo, concepto tolstoiano que concebía que la unión del pueblo y de la tierra se lograba trabajando el suelo. Los sionistas socialistas intentaron dar una justificación marxista al sionismo. Según estos, los judíos necesitaban un territorio propio en el que establecer una sociedad normalmente estratificada y donde pudieran iniciar una lucha de clases para así acelerar la revolución. Los sionistas religiosos consideraban, a su vez, que la finalidad era dirigir una regeneración nacional de los judíos hacia caminos más tradicionales. Sin embargo, se ha criticado a aquellos partidos religiosos que compartían la autoridad política por comprometer sus creencias a cambio de los atractivos materiales del poder.

Los dos mayores logros del sionismo durante el siglo XX, no cabe dudas, fueron el compromiso del gobierno británico para establecer una patria judía en Palestina, propósito recogido en la Declaración Balfour de 1917, y el propio establecimiento del Estado de Israel en 1948.

Creación del Estado de Israel

Durante la I Guerra Mundial, los británicos se granjearon la amistad de los sionistas para asegurarse el control estratégico de Palestina y obtener el apoyo de los judíos de la diáspora a la causa aliada. La Declaración, contenida en una carta dirigida por el secretario de Asuntos Exteriores Arthur James Balfour a un líder sionista británico, aprobaba el establecimiento en Palestina de una patria para el pueblo judío. Dado que Palestina había pasado del control turco al británico, esto proporcionaba a los sionistas la carta de derechos que habían estado buscando.

Después de la I Guerra Mundial el sionismo sufrió dos fuertes reveses. El nuevo régimen soviético impidió que los judíos rusos, que habían sido la fuente tradicional de emigración sionista, abandonaran el país. Además, se produjo una disputa entre el líder del sionismo estadounidense, el juez Louis Brandeis, y el doctor Chaim Weizmann, el hombre que había logrado de los ingleses la Declaración Balfour. En la disputa entraban en juego no sólo asuntos personales, sino también un debate ideológico sobre el futuro del sionismo. El sionismo de Weizmann, que defendía tanto la lucha política como la colonización, venció a la postura pragmática de Brandeis, que se concentraba en la colonización sin hacer ninguna referencia a una futura categoría de nación. Weizmann se erigió en líder indiscutible, pero esto produjo el abandono de Brandeis y su grupo. Como consecuencia, hasta la II Guerra Mundial los judíos estadounidenses dirigieron la mayor parte de su labor filantrópica a ayudar a los judíos europeos antes que a Palestina.

Durante el período del mandato británico (1920-1948), el Yishuv (asentamiento judío) pasó de 50 mil a 600 mil habitantes. La mayoría de los nuevos inmigrantes eran refugiados que habían escapado de la persecución nacionalsocialista alemana que tenía lugar en Europa. Mientras tanto, la coexistencia con la población árabe de Palestina se fue convirtiendo en un problema cada vez más difícil de solucionar. Los frecuentes disturbios ocurridos en la década de 1920 culminaron en una rebelión a gran escala que se extendió desde 1936 hasta 1939.

Ante ello, el movimiento sionista adoptó varias posturas, entre las que se contaban la de Judas León Magnes, presidente de la Universidad Hebrea de Jerusalén, que defendía la fundación de un Estado conjunto árabe-judío, y la del futuro primer ministro israelí David Ben Gurión, quien argumentaba que el acuerdo con los árabes sólo podría producirse partiendo de una posición judía de fuerza, una vez que el Yishuv se hubiera convertido en mayoría. Por lo que respecta a los sionistas socialistas, se produjo un profundo conflicto ideológico entre el ideal marxista del internacionalismo, que obligaría a la cooperación con los trabajadores árabes, y el fin nacional, dirigido a consolidar una nueva clase obrera judía en Palestina, con exclusión de los árabes.

En vísperas de la II Guerra Mundial, el gobierno británico, en un intento de apaciguar al mundo árabe, cambió la política que venía realizando en relación con Palestina. El Libro Blanco de mayo de 1939 daba por terminado el compromiso británico con el sionismo y contemplaba el establecimiento de un Estado palestino en un plazo de diez años. La mayoría árabe de Palestina quedaba garantizada ahora por los británicos, en una cláusula que recogía la inmigración de otros 75 mil judíos durante los cinco años posteriores, después de lo cual serían los propios árabes quienes estipularan cualquier entrada adicional. De esta manera Inglaterra rompió la tradicional alianza con el sionismo.

En mayo de 1942, los líderes sionistas reunidos en el Hotel Biltmore de Nueva York exigieron la creación de una Comunidad Democrática Judía, es decir, un Estado que abarcara toda la parte occidental de Palestina. El Holocausto, el asesinato sistemático de judíos europeos a manos de los nazis, acabó por convencer a los judíos occidentales de la necesidad de fundar un Estado judío. En 1944, el Irgún Tzevaí Leumí, Organización Militar Nacional, una fuerza guerrillera sionista encabezada por el futuro primer ministro israelí Menajem Beguin, inició una revuelta armada contra la dominación británica en Palestina. Tanto oficiales como soldados británicos, además de árabes palestinos, fueron objeto de atentados terroristas.

A pesar de que Gran Bretaña rechazaba admitir en Palestina a 100 mil judíos supervivientes, muchas víctimas de los campos de concentración nazis consiguieron entrar ilegalmente. Varios planes para resolver el problema palestino fueron repudiados por ambas partes: palestinos árabes y judíos. Finalmente, los británicos declararon el mandato impracticable y en abril de 1947 traspasaron el problema a la recién creada Organización de las Naciones Unidas (ONU). El muftí de Jerusalén, el principal portavoz de los árabes de Palestina, se negó a aceptar el plan de la ONU elaborado en noviembre de 1947, que establecía la división de la zona en dos estados, uno árabe y otro judío. Los judíos, por su parte, sí lo aceptaron. Entonces, judíos y palestinos se prepararon para un enfrentamiento.

Aunque los palestinos árabes superaban a los palestinos judíos en número, aproximadamente 1 300 mil frente a 600 mil respectivamente, éstos últimos estaban mejor preparados. Tenían un gobierno semiautónomo, dirigido por David Ben Gurión, y su milicia estaba bien entrenada y tenía experiencia. Los palestinos, por otra parte, nunca se habían recobrado de la fallida revuelta árabe y la mayoría de sus dirigentes estaban en el exilio. En la lucha militar fueron derrotados los palestinos árabes. A consecuencia del triunfo, el 14 de mayo de 1948 los palestinos judíos establecieron el Estado de Israel.

Creación del Estado de Israel-Conflicto en el Oriente próximo.

Cinco ejércitos árabes, que acudieron en ayuda de los palestinos árabes derrocados, atacaron Israel inmediatamente. Esta conflagración se llamó primera guerra árabe-israelí. Las fuerzas hebreas derrotaron a estos contingentes militares árabes, e Israel amplió su territorio. Jordania, por su parte, se anexionó la orilla oeste del río Jordán y Egipto ocupó la franja de Gaza.

La guerra condujo al exilio a 780 mil palestinos árabes, temerosos de las posibles represalias o expulsados ante la llegada de los inmigrantes judíos procedentes de Europa y del mundo árabe. Los palestinos se distribuyeron por los países vecinos, en especial Jordania, donde mantuvieron su identidad nacional y el deseo de regresar a su patria. De los más de 800 mil árabes que vivían en el territorio controlado por Israel antes de 1948, sólo unos 170 mil permanecieron en él.

En 1949, el Consejo Provisional del Estado de Israel convocó elecciones para elegir la primera Kneset (entidad legislativa del poder del Estado). El líder sionista más destacado del periodo anterior a la guerra, Chaim Weizmann, se convirtió en el primer presidente del país. El primer jefe de gobierno (primer ministro) fue David Ben Gurión, dirigente del Partido Laborista, que había dirigido el Yishuv durante los últimos días del Mandato. Este hizo hincapié en la seguridad nacional y en la expansión y desarrollo de un Ejército modernizado. Fueron reclutados tanto hombres como mujeres y el Ejército se convirtió en un centro para formar en la cultura hebrea a cientos de miles de inmigrantes que acababan de llegar al país.

Hacia 1952 la población se había duplicado. La mayoría de los nuevos ciudadanos eran supervivientes de los campos de concentración de Adolf Hitler. Sin embargo, durante la década de 1950 cambió el modelo de inmigración. Se produjo un aumento del número de judíos provenientes de países musulmanes del Oriente Próximo y del norte de África. A finales de la década de 1960, los judíos provenientes de estas zonas comenzaron a superar en número a los europeos. En tres décadas la población de Israel se quintuplicó y aproximadamente dos tercios de este crecimiento se derivaba de la inmigración judía.

Debido a que gran parte de los inmigrantes que llegaron a Israel no tenían un oficio o la preparación adecuada para participar en el desarrollo del país, a la pesada carga de los gastos de defensa y a la necesidad de una rápida expansión agrícola e industrial que absorbía gran cantidad de fondos gubernamentales, el país se enfrentó a graves problemas económicos. Al iniciarse la década de 1950 la economía estaba conmocionada por la recesión y por la devaluación monetaria. El pueblo judío de todo el mundo, y el gobierno de Estados Unidos, de modo oficial, proporcionó un gran apoyo económico, mientras que el primer ministro Ben Gurión negoció acuerdos con Alemania Occidental, que estipulaban el pago por parte de esta última de indemnizaciones tanto a los judíos que fueron víctimas de los nazis como al propio Estado de Israel.

Mientras tanto, fracasaron todos los intentos por convertir los acuerdos del armisticio, entre árabes e israelíes, en un tratado de paz permanente. Los árabes ahora insistían en que se permitiera regresar a los refugiados a sus hogares, que Jerusalén fuera administrada por la comunidad internacional y que Israel realizara concesiones territoriales antes de iniciar cualquier conversación o negociación para la paz. Los israelíes, por su parte, se negaron a aceptar dichas condiciones, alegando que si se satisfacían esas peticiones se pondría en peligro la seguridad de los judíos.

Como consecuencia, la guerrilla palestina realizó numerosos ataques, ante los cuales Israel respondió con enérgicas represalias. Egipto se negó a permitir que los buques israelíes utilizaran el canal de Suez y bloqueó los estrechos de Tirán (el acceso de Israel al mar Rojo). Lo cual Israel consideró como un acto de agresión. Los incidentes fronterizos a lo largo de la frontera con Egipto fueron en aumento hasta provocar el estallido, en octubre y noviembre de 1956, de la segunda guerra árabe-israelí.

Gran Bretaña y Francia se unieron a Israel debido a su disputa con el presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, que acababa de nacionalizar el canal de Suez. Israel obtuvo una rápida victoria y en pocos días conquistó la franja de Gaza y la península del Sinaí. Cuando el Ejército israelí llegó a orillas del canal de Suez, los franceses y británicos iniciaron su ataque sobre la zona del canal. Tras unos pocos días, la lucha fue interrumpida por la actitud contraria de Estados Unidos y la Unión Soviética, que forzaron el envío de Fuerzas Especiales de la ONU para garantizar el cumplimiento del alto al fuego en la zona del canal. Ante esta situación, Gran Bretaña y Francia paralizaron su acción conjunta. A finales de ese mismo año sus tropas se retiraron de Egipto, pero Israel se negó a abandonar Gaza hasta comienzos de 1957.

Tras la segunda guerra árabe-israelí, la imagen del presidente egipcio Nasser salió fortalecida en todo el mundo árabe, que asistió al crecimiento de un ambiente nacionalista en el que los deseos de revancha contra Israel ocupaban un lugar muy destacado. La formación de un comando militar árabe unificado que concentró sus tropas en torno a las fronteras, junto con el cierre de los estrechos de Tirán por parte de Egipto y la insistencia de Nasser, en 1967, de que las tropas de la ONU abandonaran la zona del canal, hicieron que Israel se adelantara a los preparativos ofensivos árabes y atacara Egipto, Jordania y Siria, simultáneamente, el 5 de junio de ese mismo año. Ésta, la guerra de los Seis Días, finalizó con una decisiva victoria de Israel.

Tras el triunfo, Israel anexionó la franja de Gaza y la península del Sinaí que había conquistado a Egipto, la parte árabe del Jerusalén oriental y Cisjordania, que ocupó a Jordania, y los Altos del Golán, arrebatados a Siria. El territorio que quedó bajo jurisdicción israelí después de la guerra de 1967 era aproximadamente cuatro veces superior al área que se le había otorgado tras el armisticio de 1949. Los territorios ahora ocupados tenían una población árabe de aproximadamente 1, 5 millones.

A partir de 1967 los territorios conquistados se convirtieron en la principal preocupación política de Israel. La derecha y los líderes de los partidos religiosos ortodoxos del país se oponían a la retirada de Cisjordania y Gaza, que consideraban parte de Israel. En la Alineación Laborista, las opiniones estaban divididas: unos estaban a favor de la retirada y otros defendían el mantenimiento sólo de aquellas zonas que se consideraran de vital importancia para la seguridad militar de Israel. Muchos partidos pequeños se oponían al mantenimiento de la ocupación de dichos territorios. Sin embargo, la mayoría de los israelíes apoyaban la postura de la anexión de Jerusalén oriental y su unión con el sector judío de la ciudad. El gobierno, dirigido por los laboristas, unió formalmente ambos sectores pocos días después de que finalizara la guerra de 1967. En 1980 la Kneset aprobó una ley en la que se declaraba a Jerusalén completa y unificada como capital eterna de Israel.

La Organización para la Liberación de Palestina

La Organización para la Liberación de Palestina (OLP), es un movimiento político que, desde su fundación en 1964, intenta representar las reivindicaciones del pueblo palestino árabe sobre los territorios ocupados por Israel tras la creación del Estado judío. Fue fundada durante un congreso, en el sector jordano de Jerusalén, en mayo de 1964. Aunque integrada por los grupos de refugiados y las guerrillas de fedayines -entre otras al Fatah, al Saiqa y el Frente Popular para la Liberación de Palestina-, pronto recibió adhesiones a título individual y de asociaciones de profesionales, obreros y estudiantes. Sin embargo, los fedayines siempre han jugado un papel dominante en la organización.

La OLP, de acuerdo con su Carta Nacional Fundacional, tenía como fin movilizar al pueblo palestino para recuperar su hogar usurpado. Su objetivo era el de sustituir Israel por un Estado laico palestino (no teocrático como proponen otros islámicos). Con este fin, organizó, dentro y fuera del país, numerosas acciones terroristas y guerrilleras. Sin embargo, la OLP no se ha responsabilizado de graves atentados llevados a cabo por los fedayines, como el que ocurrió en los Juegos Olímpicos de Munich, en 1972, y durante el cual murieron varios atletas israelíes.

Desde 1968, la OLP ha estado presidida por Yasser Arafat, líder de al Fatah. Durante una cumbre árabe celebrada en Rabat, Marruecos, en 1974, la OLP fue reconocida por la Liga Árabe como la única representación legítima del pueblo palestino. Posteriormente, Arafat pronunció un discurso en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde a la OLP se le concedió el carácter de observadora. En julio de 1988, el rey Hussein I de Jordania cedió a la OLP todos los derechos sobre los territorios de Cisjordania ocupados por Israel. En noviembre de ese mismo año, durante una reunión del Consejo Nacional de Palestina en Argel, Arafat anunció el establecimiento del Estado independiente de Palestina, con Jerusalén como capital. El Consejo también votó y aceptó las resoluciones 242 y 338 de la ONU, de 1967 y 1973, respectivamente. Con esto reconocieron todos los Estados del Oriente Próximo y decidieron emplear las resoluciones, junto al derecho de autodeterminación del pueblo palestino, como base para la celebración de una conferencia de paz internacional. En diciembre de 1988 Estados Unidos aceptó establecer un diálogo diplomático directo con la OLP. No obstante, las relaciones con Estados Unidos y con los Estados árabes prooccidentales se deterioraron en 1991, como consecuencia del apoyo público de Arafat a Irak durante la guerra del Golfo Pérsico.

Última fase del conflicto en la antigua Palestina

El tenue avance de las relaciones entre Israel y los palestinos comenzó a deteriorarse a finales de la década de 1980, con la aparición de la intifada: una serie de levantamientos populares que tuvieron lugar en los territorios ocupados, mediante manifestaciones, huelgas y ataques con piedras a los soldados y civiles israelíes. La dura respuesta del gobierno israelí generó críticas tanto por parte de Estados Unidos como de la ONU.

La gobernante coalición Likud-laboristas se deshizo en marzo de 1989. Entonces Isaac Shamir encabezó un gabinete provisional hasta junio de 1990, momento en que formó un nuevo gobierno. En 1989 y 1990, más de 200 mil judíos, procedentes de la entonces disuelta Unión Soviética, se establecieron en Israel. Esta nueva oleada migratoria —alentada por el gobierno de Israel, pero que fue mal acogida por palestinos y por árabes residentes en Israel— minó la economía nacional. Durante la guerra del Golfo Pérsico, en la que muchos palestinos apoyaron de forma abierta a Irak, misiles Scud alcanzaron Israel en repetidas ocasiones, hiriendo a más de 200 personas y destruyendo casi 9 mil viviendas en la zona de Tel Aviv. Israel, contrariamente a su política habitual, no tomó represalias, en parte porque Estados Unidos estableció bases de misiles tierra-aire Patriot para destruir los misiles iraquíes. No obstante, se retorna sorprendentemente a una especie de intento por mejorar las relaciones. Como consecuencia, se  realizan –en Madrid, en octubre de 1991- las primeras conversaciones de paz global entre Israel y delegaciones que representaban a los palestinos y a los Estados árabes vecinos. Esta gestión fue denominada Conferencia de Paz sobre Oriente Próximo.

Después de que el Likud perdiera las elecciones parlamentarias en junio de 1992, el líder del Partido Laborista, Isaac Rabin, formó un nuevo gobierno. Tras negociaciones secretas, en 1993, el primer ministro israelí, Rabin, y el presidente de la OLP, Yasser Arafat, se reunieron en la ciudad de Washington, y acordaron firmar un histórico tratado de paz. Israel se comprometía a permitir la creación de un gobierno autónomo, primero en la franja de Gaza y en Jericó, en Cisjordania, y más tarde en las demás zonas de Cisjordania en las que no hubiera población judía. Siguiendo esta política, Israel también revocó la prohibición de que sus ciudadanos se entrevistasen con miembros de la OLP. En mayo de 1994, las tropas israelíes se retiraron de Jericó y de la franja de Gaza, dejando el control de estos territorios en manos de la Autoridad Nacional Palestina, presidida por Yasser Arafat. El control militar israelí de Cisjordania se mantendría hasta que se celebraran elecciones. La limitada autonomía palestina poseía el control sobre los impuestos, las comunicaciones, la policía y los pasaportes. Sin embargo, las dudas sobre la capacidad de la OLP para mantener su autoridad sobre las áreas autónomas no desaparecieron. Esto se debió a las recurrentes acciones terroristas del grupo radical Hamas.

A consecuencia de este posible inicio de un proceso de diálogo y encuentro, el primer ministro israelí, Isaac Rabin, fue asesinado el 4 de noviembre de 1995, en Tel Aviv, por un judío perteneciente a un grupo de extrema derecha hasta ese momento desconocido. Asumió entonces el cargo Simón Peres, que había sido canciller del Estado de Israel. Unos meses después, en las elecciones celebradas en mayo de 1996, éste resultó derrotado por el candidato derechista del Likud, Benjamín Netanyahu, por un estrecho margen de votos. Se inició ahora un estancamiento, cuando no un retroceso, en el proceso de paz, pese a las presiones ejercidas por la comunidad internacional, con Estados Unidos a la cabeza, y la moderación con que actuó en ese momento la Autoridad Nacional Palestina presidida por Yasser Arafat.

Pese a la paralización de las negociaciones con los palestinos, en enero de 1997 se completó y firmó el acuerdo por el que Israel se comprometía a la retirada de sus tropas del núcleo urbano de Hebrón. Este desalojo incluía el 80 por ciento de la ciudad, manteniendo su presencia en torno a los asentamientos judíos existentes. No obstante, las autoridades israelíes decidieron un mes después poner en marcha su proyecto de construcción de viviendas en Jerusalén. Esto fue considerado por los palestinos como una violación de los acuerdos firmados. Las negociaciones entraron de nuevo en un punto muerto. Los ataques terroristas perpetrados por grupos árabes a mediados de 1997 llevaron a que Israel demandara de las autoridades palestinas una mayor eficacia contra dichas actividades. De particular preocupación para Israel fueron los atentados suicidas con bomba efectuados por miembros del grupo Hamas. En respuesta, agentes del Mossad, los servicios secretos israelíes, intentaron asesinar en la capital jordana a Jaled Meshal, máximo dirigente de ese grupo. El plan fracasó en esa ocasión, pero fue logrado posteriormente en el año 2004. También ultimaron a quien lo sustituyó en el liderazgo. 

Asimismo, los ataques efectuados por grupos islamistas libaneses en la zona de seguridad y el norte de Israel provocaron inquietud en el gobierno de Netanyahu. En 1998 Israel ofreció la retirada de la zona de seguridad, bajo control judío desde 1985, a cambio de que el Líbano garantizase que no se producirían más ataques terroristas contra el norte de Israel. El gobierno libanés rechazó la oferta, proponiendo como alternativa la retirada incondicional del Ejército israelí.

A mediados de 1998 – mientras las negociaciones de paz permanecían estancadas en lo referente a los temas fundamentales- se celebró el 50 aniversario de la creación del Estado de Israel. En este contexto, Arafat rechazó conversar sobre asuntos de relevancia hasta que Israel no efectuara su retirada del sector de Cisjordania aún controlado por el Ejército hebreo; en tanto Israel se opuso a seguir adelante con la retirada de sus tropas hasta que los palestinos actuaran con mayor firmeza contra los grupos terroristas que amenazaban su seguridad.

El acuerdo que lograron alcanzar entre ambas partes en el mes de octubre —gracias a la mediación de la secretaria de Estado estadounidense, Madeleine Albright, la participación del presidente estadounidense, Bill Clinton y del monarca jordano, Husein I— preveía la retirada israelí de un 13 por ciento de Cisjordania a cambio de que la Autoridad Nacional Palestina se comprometiera a reforzar la seguridad en la zona. Pese a que la salida de las tropas se inició al mes siguiente, el primer ministro israelí optó por congelar la retirada en diciembre, lo que provocó una grave crisis política ante la incapacidad del primer ministro para alcanzar un acuerdo de paz definitivo con los palestinos. La Kneset, dividida, se decantó a favor de la autodisolución y de la convocatoria de elecciones para el mes de mayo, en las que se elegiría, por separado, al nuevo primer ministro y a los componentes de la nueva legislatura. Se esperaba que de los comicios surgiera una nueva mayoría parlamentaria que acometiera las conversaciones con otro talante distinto al mantenido por Netanyahu, que se presentó a la reelección.

La OLP, en un intento por salvar el debilitado proceso de diálogo, gestó, el 14 de diciembre de 1998, un hecho histórico: el Consejo Nacional palestino ratificó la decisión adoptada por el Consejo Central de la OLP una semana antes por la cual quedaban suprimidos de la Carta Nacional palestina los artículos en los que se llamaba a combatir y destruir el Estado de Israel.

En las nuevas elecciones triunfó el candidato laborista, Ehud Barak, un general retirado que prometió la consecución de una paz estable basada en la fortaleza y la seguridad. El 6 de julio de 1999, Barak formó un gobierno de coalición que contó con el respaldo de un Parlamento escorado hacia la izquierda, en el que los pequeños partidos se constituyeron en árbitros de la situación frente a la evidente pérdida de votos de las grandes formaciones, en particular del Likud. El nuevo gabinete fijó como objetivo de su principal actividad la obtención de la paz en Oriente Próximo. En septiembre de ese año, Barak firmó con Arafat la aplicación de los acuerdos establecidos en octubre del año anterior pero paralizados poco después por Netanyahu. El pacto modificaba el anterior en el sentido de ampliar los territorios palestinos en Cisjordania a cambio de nuevas medidas de seguridad para Israel. El gobierno de Barak aprobó también el 5 de marzo de 2000 la retirada del Ejército israelí del sur de Líbano antes del mes de julio de ese año. Sin embargo, no cesó el enfrentamiento entre los grupos radicales de ambas partes, gestándose, en septiembre de ese año, una nueva intifada. Ésta catalizó de forma paralela una grave crisis política interna en Israel, en medio de la cual Barak presentó su dimisión el día 10 de diciembre, bloqueando al mismo tiempo la disolución parlamentaria y la convocatoria de elecciones legislativas que desde finales del mes anterior promovía el Likud en el seno de la cámara. Poco después se fijó el día 6 de febrero de 2001 como fecha de los comicios para elegir un nuevo primer ministro. La victoria fue para el candidato del Likud, Ariel Sharon, que obtuvo el 62,4 por ciento de los sufragios emitidos, en tanto que Barak sólo consiguió el 37,6 por ciento de los mismos.

La crisis iniciada en el año 2000 no se detuvo y la espiral de violencia alcanzó cotas de gravedad extrema durante los siguientes meses. Los actos terroristas protagonizados por los grupos palestinos más radicales se multiplicaron, en tanto que el ejecutivo presidido por Sharon ordenó la ocupación militar de numerosos territorios autónomos de Gaza y Cisjordania que se encontraban bajo control de la Autoridad Nacional Palestina. En los primeros meses de 2002, estas ofensivas israelíes llegaron incluso a tener cercado a Arafat en su cuartel general de Ramala. A finales de octubre de 2002, ante el desacuerdo surgido para aprobar la Ley General de Presupuestos del año 2003, los ministros laboristas abandonaron el gobierno de unidad nacional, por lo que Sharon nombró un gabinete provisional en el que Netanyahu aceptó finalmente ser titular de Asuntos Exteriores. Aunque días después superó tres mociones de censura presentadas por la oposición, Sharon convocó comicios anticipados debido a la imposibilidad de formar un nuevo gobierno y por la situación de minoría parlamentaria de su ejecutivo. En las elecciones parlamentarias, que tuvieron lugar el 28 de enero de 2003 y se caracterizaron por el elevado índice de abstención, el Likud logró 38 escaños, duplicando su representación en el Kneset. Tales resultados garantizaron la continuidad de Sharon como primer ministro, quien, para conformar su nuevo gabinete, optó por una coalición de su partido con Shinui, Unión Nacional y el Partido Nacional Religioso.

Ya por entonces se gestaba La Hoja de ruta. Esta es una propuesta de los Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y la Organización de Naciones Unidas –fracasada, según el Vaticano por falta de gestión internacional-, dirigida a procurar, en tres etapas, una solución definitiva al conflicto entre Israel y Palestina. En la primera fase, que debía finalizar en mayo de 2003, las partes en conflicto, con la ayuda de estos sujetos de Derecho internacional, intentarían poner fin a la violencia, así como acelerar la creación de instituciones palestinas capaces de garantizar la estabilidad, mientras Israel tenía que comenzar a retirarse de la zona ocupada en septiembre de 2000. El segundo período, que habría de realizarse entre junio y diciembre de 2003, centraría los esfuerzos en la realización de un proceso de elecciones generales y en la consolidación del Estado independiente palestino, para entonces reconocido internacionalmente y absolutamente integrado a la Organización de Naciones Unidas. La tercera y última etapa, a culminar en el año 2005,  se debía dirigir fundamentalmente a fortalecer todo lo anterior y a lograr un acuerdo negociado entre las partes, encaminado a terminar con la ocupación iniciada por Israel en 1967 y alcanzar un arreglo realista sobre los refugiados, así como una solución negociada del status de Jerusalén, que habría de tomar en cuenta los intereses de árabes y hebreos, así como las preocupaciones religiosas de cristianos, judíos y musulmanes.

En estos momentos se mantiene el conflicto violento. Sin embargo, el gobierno de Israel, mientras construye un muro entre los territorios israelíes y palestinos -con vista, sostiene, a garantizar la protección de su territorio- e incursiona belicosamente en las regiones palestinas, comienza, con el apoyo del poder legislativo, una retirada escalonada de las tropas que ocupan la franja de Gaza, no así de Cisjordania. Ojalá el desmantelamiento militar se extienda a los territorios de Cisjordania. Esto puede contribuir al logro de una estabilidad en la zona. Siempre y cuando, por supuesto, la autoridad palestina continúe deslegitimando los actos violentos de los palestinos árabes extremistas y mantenga la propuesta de un Estado laico en armonía con Israel.

Estas posturas pudieran ayudar a encaminar el proceso hacia la creación de un Estado palestino. Claro, tanto el gobierno de Israel como la autoridad palestina –ahora en dificultad ante la muerte de Yasser Arafat-, tendrían que lograr la fuerza suficiente para enfrentar la inconformidad de sus facciones extremistas. Los árabes fanáticos continuarán deseando el exterminio de los judíos en las tierras que siempre le han pertenecido. Y los judíos radicales, por su parte, igualmente seguirán anhelando la expulsión de los árabes de un territorio que hace siglos también les pertenece. La conclusión de dos Estados, uno para los israelíes y otro para los palestinos, así como la paz entre éstos, dependerá únicamente de la capacidad de las facciones interesadas, por ambas partes, en un arreglo, en perjuicio del compromiso con sus facciones empeñadas en la aniquilación. Esto, a su vez, tendrá éxito si logran el apoyo sincero y activo de los Estados y autoridades más importantes del mundo, así como de la influencia que consigan sobre la solución del conflicto las tres religiones –monoteístas- más significativas del planeta (judaísmo, cristianismo e islamismo), las cuales conviven en el territorio. Dada la historia y el mosaico de orígenes, religiones y culturas de la antigua Palestina, es posible asegurar que una solución de este conflicto indicaría la capacidad del mundo para lograr el consenso y la paz.

*Palabra Nueva, “Conflicto árabe-israelí: hipertrofia de un proceso”, Palabra Nueva (No. 135, noviembre de 2004.)

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Centro de Estudios sobre el Estado de Derecho y Políticas Públicas

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