Cuba Próxima presenta al público un documento programático al que deberían prestar atención miembros de la sociedad civil, de la comunidad internacional y dirigentes políticos de la isla. Deberían hacerlo porque hay pocas “organizaciones” —por llamarle de algún modo— con un proyecto político y Cuba necesita ideas para salir de la crisis política, económica y espiritual en la que se encuentra.
El texto tiene virtudes innegables. En primer lugar, se preocupa por cuestiones esenciales para el futuro de nuestro país: el aumento de la pobreza, la desigualdad y la descapitalización de la economía; la desprotección legal e institucional de poblaciones vulnerables; la participación política, el fin de la hostilidad entre Cuba y Estados Unidos, entre otros.
En segundo lugar, porque, sin caer en las exageraciones que son tan comunes hoy día entre los opositores ni a las mentiras a las que nos tiene acostumbrado el régimen de la isla, llama a las cosas por su nombre: autoritarismo, democracia, libertad de expresión, guerra civil, represión por ideas políticas…
Y, en tercer lugar, porque es resultado del consenso entre personas con ideas políticas tan dispares que, en general, su principal punto de encuentro es el repudio al estado de cosas en nuestro país y a las decisiones que toma La Habana. Esto ya es mucho decir: que un grupo de cubanos se ponga de acuerdo en algo, cuando por lo regular prefieren discutir y acusarse entre ellos.
Sin embargo, el documento tiene carencias y énfasis que no son de mi agrado. Un documento programático debe ajustar el “deber ser” al tiempo que le ha tocado vivir, sin deslumbrarse por ideales, que están condenados a romperse al colisionar con la realidad. Tal vez porque se trata de un programa donde se exponen cuestiones de principio, se percibe una base jurisprudencial sólida, pero razonamientos frágiles de orden politológico, económico e histórico.
Por ejemplo, se sobreentiende que Cuba debe vivir un proceso de transición para llegar al tipo de república al que aspira Cuba Próxima, pero no se han tomado en cuenta las experiencias de transición de los países comunistas —la mayoría de las cuales no han terminado en democracia. ¿Es viable un programa político que, atendiendo a estos precedentes, podría estar condenado de antemano?
Es necesario trabajar mucho más en el área económica, una deficiencia de la que —me consta— son conscientes en Cuba Próxima. Los cubanos valorarán el “éxito” de cualquier reforma en Cuba por sus aciertos económicos, como hacen todos los pueblos, y dudo que, al ver las tiendas abarrotadas de comida y una mejoría en el transporte público, les importe si esa reforma conduce a un régimen democrático. En efecto, cualquier transformación en Cuba está obligada a incluir una reforma económica exitosa.
Por último, hablar de cambio implica preguntarse por los sujetos del cambio, es decir, ¿quién tiene el poder para cambiar las cosas? En Cuba, la respuesta es sencilla: la misma cúpula civil y militar que, hasta el momento, no ha cambiado nada. ¿Esas personas tomarán en cuenta las sugerencias de Cuba Próxima? Incluso más importante: ¿tienen intenciones de cambiar algo? A diferencia de la primera, no tengo una respuesta clara para estas preguntas. Pero sé que cualquier cambio de envergadura en la isla depende de incluir a la cúpula dirigente en el proceso de transformación.
Con todo, Cuba Próxima tienes ideas que ofrecer allí donde escasean los argumentos y abunda la ceguera ideológica y los silencios oportunistas. No se trata de aplaudir las “buenas intenciones” o la “moralidad” de sus integrantes, sino de entender que la política es una actividad intelectual y necesita de mente lúcida y perspicacia. Los que no ven con claridad, debido a sus prejuicios, tanto como los que ven, pero no llaman a las cosas por su nombre, casi nunca son buenos políticos o buenos analistas de esta actividad humana universal. Cuba Próxima ofrece, al menos, una dosis rara de claridad y honestidad. Descargar PDF documento “Pensando en el Futuro, Actuando en el Presente”
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