Cuba atraviesa una situación compleja. Además, las medias económicas encaminadas a revertir la crisis no parecen enrumbar hacia la solución. Deberían poseer mayor audacia, integralidad. Pero eso parece imposible ante la lógica del control que, cuando excede lo natural, sólo entorpece, rebaja, perjudica.
Son ciertas las razones acerca de los riesgos sociopolíticos que podría desatar una reforma audaz en medio de la frustración y la desesperanza que se intensifican y por ello sería beneficioso alcanzar primero alguna estabilidad económica. Pero también es innegable que la carencia de tal intrepidez haría imposible un desarrollo económico real y finalmente podría conducirnos hacia una inestabilidad mayor. Esta es mi primera convicción al respecto.
Dicho arrojo, a la vez, para que sea auténticamente estabilizador, no puede conferir al inicio en lo económico para hacerlo después en lo civil y con posterioridad en lo político. Para alcanzar estabilidad tendría que implicar a la mayoría y serían muy pocos los dispuestos efectivamente si, de algún modo, el proceso deja de beneficiarlos de inmediato. Igual, ya la mayoría no concibe ese bienestar únicamente a modo de acceso a recursos, sino también de libres opciones de vida. Segunda convicción.
La escasez de esto último resulta la dificultad mayor, aunque tal vez sea menos cuantificable que la económica. Asimismo, enajena y por ello podría convertirse en nuestro definitivo abismo. Revertirlo es el reclamo político de un sector significativo, adecuadamente formulado de manera teórica, política. Pero también constituye una demanda general que suele expresarse a través de conductas existenciales; las cuales condicionarán la realidad mucho más que los reclamos enunciados políticamente, si bien no lo parezca. Tercera convicción.
Sólo será posible responder a esto ubicando al Estado y la economía en función de las personas. Lo que demanda apreciar las exigencias de la realidad humana por encima de los dogmas, los conceptos preconcebidos, etcétera. Pero ello se alcanzaría, solamente, si somos capaces de constituir un nuevo elemento nuclear de la convivencia, del desarrollo, de la paz social, asentado en los Derechos Humanos como auténtico pilar de toda acción cultural, legal, civil, laboral, política, democrática. Incluso, en la actualidad, las políticas sobre cuestiones estratégicas alcanzan valedera legitimidad cuando se orientan, de manera evidente, hacia la centralidad de lo anterior. Benito Juárez asegura: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Carta convicción.
Para conseguirlo actualmente se apela a ese diálogo pendiente hace décadas. Al respecto comparto dos opiniones. Con independencia de la significación que este pueda alcanzar en cualquier etapa de un proceso, debe constituir una característica de todas sus etapas y no el fin de una sola de ellas; en tanto, a lo mejor debería acontecer una proyección de la política oficial y de las instituciones públicas que implique y ofrezca sentido notable a todo diálogo. A su vez, el diálogo como asidero de la paz y del bienestar social resulta decisivo, en exclusiva, cuando es capaz de trascender hacia la consideración de todos aquellos con los cuales no sea cómodo o reconfortante el vínculo político, sino sobre todo altamente complejo. Quinta convicción.
Es hora de emprender este camino o definitivamente estaríamos malgastando el tiempo.
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