Hay dos clases de pedagogía, la que empodera y legitima las voces y la que silencia y margina. Esta última ha imperado en Cuba.
La educación impartida por la Revolución ha tenido el propósito de ratificar una “razón única”. Nos negó la capacidad de colocarnos en el lugar del otro recíprocamente, de comprender los fundamentos y las razones ajenas, y de adquirir plena conciencia de voces, caminos e interpretaciones distintas -pero todas respetables y válidas-. Para ello, “nacionalizó” la educación, censuró lecturas, y nos condenó al silencio y la inexistencia.
Como consecuencia, hemos crecido en el “otorgar” y sin el derecho a réplica. De aquí proviene nuestro temor al diálogo y ese sentimiento de derrota -de antemano-.
Pero el pueblo cubano deja claro que busca un nuevo camino, capaz de superar lo vivido. La sociedad cubana quiere convertirse en actora y protagonista de su propio relato, y comprender cuál ha sido su pasado y cuál debe de ser su futuro próximo.
El actual sistema político ya no tendrá capacidad para revertir la crisis endémica, generalizada y recurrente que padecemos. Ello nos exige la responsabilidad de evitar esta agonía, entendernos y superar colectivamente esta situación por medio de un Estado democrático y próspero; además, hacerlo para el bien de todos, pues todos lo merecemos.
En esto debemos comprometernos los cubanos, estemos en el sitio geográfico o político que estemos. Marchemos juntos, de la única forma posible para solucionar los problemas: D Frente, mirándonos las caras.
Yo me sumo a ese avance D FRENTE.
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