El totalitarismo se extermina con democracia. Los entornos totalitarios generan conductas autoritarias y excluyentes en todos los niveles, desde la institucionalidad ejecutiva hasta la conducta social.
Las improntas totalitarias conducen a que el ciudadano sea despojado de su papel de gestor en la Nación, además de coartar su esencia transformadora. Las conductas que se derivan del totalitarismo social dividen, confrontan y polarizan a los ciudadanos generando enfrentamientos y exclusiones.
El dialogo como instrumento social siempre es traumático, pues parte de un intercambio activo con el contrario. Un diálogo no tiene como fin el convencimiento, lo que busca es un entendimiento mutuo que amplíe las perspectivas propias. El diálogo social es siempre una comunicación entre diferencias equivalentes y paralelas donde prima la tensión entre actuantes que mantienen sus criterios, pero están abiertos a escuchar y entenderse con el otro.
Los procesos de reconciliación reconstruyen el tejido social y las estructuras de convivencia. La coexistencia de contrarios tiene que participar de conceptos e instituciones comunes, además de someterse a universales como justicia, verdad, perdón y resarcimiento.
La democratización de un Estado totalitario es en sí mismo un proceso de reconciliación. La adaptación del ciudadano a las nuevas reglas de convivencia reubica los rencores y propicia una conducta social distendida. Un Estado autocrático como el cubano promueve actitudes de enfrentamiento y reproduce el totalitarismo en el propio ciudadano del mismo modo que un Estado democrático genera un pensamiento social plural y de convivencia.
El cambio, que tiene que ser social, cultural y político es ya una forma dialógica propiciatoria. Cuba ha sufrido, como parte del proceso de radicalización totalitaria, una ruptura de las relaciones comunales, vecinales y familiares, que han sido desintegradas desde dos espacios diferenciados: el primero de ellos es la vocación dictatorial de polarizar al ciudadano de acuerdo con su filiación ideológica y el segundo es el dolor que provoca esa misma polarización.
La mejor manera de que una sociedad participe de la lógica de la convivencia es fomentando la participación de opuestos. En un proceso de democratización los diálogos se dan de manera natural y la cultura del rencor se diluye en la propia construcción de la nueva realidad.
La democracia activa puede sustituir al diálogo como proceso, al menos en un nivel visible o macro. El diálogo como participación conduce a una reconciliación orgánica y coherente donde todos los actores contribuyen a generar las pautas de respeto social y aceptación de contrarios.
La reconciliación nacional no se puede limitar a “entenderse” con viejos comunistas represores, tiene que partir de la construcción de ideologías de conducta que definan a la Nueva República. Los patrones naturales de acción social tienen que ser incluyentes, antirracistas, antidiscriminatorios en todo sentido y con apego real e inequívoco al respeto a los derechos humanos.
Cuba, como víctima de la imposición vertical y represiva de un modelo social, sufre el desgarramiento familiar y el deterioro de la convivencia entre grupos generacional y culturalmente diferentes. La democratización y la pluralidad generan entendimiento entre grupos sociales cuyas relaciones se han visto deterioradas. La asunción de errores y el reconocimiento del que difiere conduce a entornos sociales estables y abiertos.
La justicia tiene, además, que convertirse en garante de equidad. La restitución de las víctimas, de aquellos que han sufrido vejaciones, no puede únicamente circunscribirse al perdón. Los victimarios tienen que ser castigados con apego a derecho y, en favor del bien común, todos aquellos que cometieron injusticias no delictivas también deberían reconocer de forma pública su responsabilidad en dichos actos.
La Nueva República no puede ser fundada desde el rencor.
La institucionalización de la sociedad y la independencia de dichas instituciones de intereses de partido provee a la ciudadanía de herramientas de convivencia más allá de un diálogo manifiesto de contrarios.
Cuba necesita un cambio incluyente, donde el ciudadano sea protagonista y cuyos representantes políticos estén subordinados a él, y no al contrario, como ha pasado en los últimos 62 años.
La democratización de la sociedad cubana será el mejor diálogo que podremos tener. Construir la Nueva República, edificarla sobre bases justas, plurales y libres, donde realmente prime el derecho y la libertad como bienes supremos conducirá a una reconciliación menos traumática y acorde con la urgencia de cambio que necesitamos.
SOBRE LOS AUTORES
( 1 Artículos publicados )
Reciba nuestra newsletter