Muchos nos hemos preguntado qué es posible hacer en Cuba por la sanación social. Desde el 11 de julio todas nuestras interrogantes recibieron una actualización contundente. Pretender que se entable una reconciliación nacional cuando el conflicto sociopolítico es deslegitimado desde el poder, cuando todavía nos debemos gran parte de los cambios, puede conducir a la negación de la realidad, desdibujar las posiciones de víctimas y victimarios, y perpetuar las injusticias.
Pero, ¿es posible en algún grado ensayar de antemano la reconciliación, aliviar las heridas cuando estas se siguen abriendo día tras día? Creo que es posible si pensamos el proceso en múltiples dimensiones coexistentes y cíclicas, en lugar de verlo como un camino en el que hay que pasar por un único peldaño para alcanzar el próximo.
La reconciliación implica diálogo, superación de diferencias sin pretender exterminarlas, protecciones institucionales e intervención de la justicia. El reconocimiento de la verdad y el rescate de la memoria histórica, la rendición de cuentas, son igualmente procesos asociados. En un sentido sociopsicológico, la reconciliación social conlleva también empatía, perdón pedido y otorgado, búsqueda de sentido. Esa reparación psicosocial, que sería una de las dimensiones de la reconciliación, requiere del compromiso con el otro y con uno mismo, la disolución de lógicas de sometimiento y anulación personal. Requiere de la disposición al perdón, sin que este sea autocomplaciente ni de una benevolencia conveniente a la impunidad.
El perdón más efectivo es el que antes de concederse ha sido pedido. Muchas víctimas de violencia y sus familiares sienten, cuando el agresor pide perdón, una paz que complementa a la aplicación de la justicia. La sociedad civil cubana tiene mucho que perdonarle al Gobierno, y este tiene cada vez más compensaciones materiales y simbólicas que hacer. Quiero confiar en que en el futuro las víctimas estaremos dispuestas a perdonar, y que ese perdón llegará de la mano de un Estado de Derecho y de personas empoderadas, con autoconciencia y dueñas de sus posibilidades.
No es fácil ser plenos sujetos de nuestra realidad. Los cubanos vivimos empantanados en penurias cotidianas que no nos permiten ir mucho más allá de la evasión, la petición de auxilio y el aferramiento a pequeñas bocanadas de consuelo, todo lo cual dibuja una especie de cuadro depresivo nacional. Nuestro dolor nos conecta y está relacionado con lo que como sociedad hemos hecho de nuestro destino, y en buena parte con lo que hemos dejado que nos hagan. Otros obstáculos a la reconciliación son la actualización de la violencia estatal alrededor del 11 de julio, la impunidad que se ha manifestado en los procesos legales y que se ha sumado a los mecanismos represivos desde antaño existentes, el miedo político y la desconfianza del pueblo hacia su dirigencia.
El cambio y la justicia políticos, por supuesto, no se logran a base de voluntades individuales y buenas vibras. Pero lo bueno es que esa postura subjetiva de compromiso con el crecimiento personal y grupal, de estar presentes siempre en el camino del cambio político, como mismo es un buen presupuesto para la reconciliación nacional, es en sí un vehículo del cambio. Y la sociedad civil cubana, en este sentido, le lleva una gran ventaja al poder. Cada vez que logramos vernos en nuestro lugar de víctimas o perpetradores y, con la misma, acudimos a estrategias que permiten sobreponerse a ello sin negarlo, estamos ejercitando la reconciliación. En esos momentos estamos trayendo al presente un pedazo de la Cuba poscastrista.
En el año 2018, durante los debates sobre el proyecto de Constitución, mi centro de trabajo tuvo su asamblea correspondiente. Esa tarde sentí, como pocas veces en entornos públicos, que ese podría ser mi sitio. Se borraron momentáneamente los cotos del Partido, la administración, la dirección del centro. Por un rato se nos permitió desear con libertad y tuvimos la ilusión de que cada uno de los presentes podía aportar en igualdad de condiciones. Semejante a ese (pero que sea auténtico) es el estado de ánimo que me gusta imaginar para un ambiente nacional futuro: que cada persona sea un sujeto; y cada grupo, una asamblea constituyente de la reconciliación.
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