Desde mucho antes del surgimiento de los primeros sentimientos nacionales cubanos, pero muy en especial durante la Guerra de Independencia y con posterioridad a 1898, las relaciones de Cuba con Estados Unidos fueron siempre un asunto de central importancia para la República y los nacionales cubanos.
Su peso fue muy grande durante los años republicanos, con pequeñas oscilaciones, y ha sido muy gravitatorio con posterioridad a 1959. O sea, no hay dudas de que este es un tema de gran relevancia para la nación, bajo cualquier esquema político, económico y social, pues ha condicionado quiénes fuimos, somos y seremos los cubanos. Digamos que el resultado de los vínculos con la potencia del Norte es parte inseparable de nuestro ADN fundacional y continúa siendo una de las principales variables del acontecer nacional.
Las relaciones entre esos dos Estados y países han sido y serán marcadamente asimétricas. También tienen un carácter inevitable, en especial para Cuba, por su alto impacto doméstico, debido a lo que significa el poderío norteamericano, su cercanía geográfica, por ser lugar de residencia para casi dos millones de cubanos, por la prevalencia del conflicto, la alta dependencia de las remesas y el indiscutible impacto humano, social y político.
Es nuestro interés acercarnos a esta problemática para buscar entender sus elementos fundamentales y posibles rutas de acción.
Este documento propone la búsqueda de unas relaciones bilaterales proactivas y pragmáticas, no sólo por la influencia o importancia de Estados Unidos, sino como parte inseparable del ejercicio plural de los derechos políticos en Cuba. Para ello partimos de las siguientes proyecciones martianas:
«Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad sobre los Estados Unidos. Ni se debe exagerar sus faltas de propósito, por el prurito de negarles toda virtud, ni se ha de esconder sus faltas, o pregonarlas como virtudes.»[1]
«En América hay dos pueblos, y no más que dos, de alma muy diversa por los orígenes, antecedentes y costumbres, y sólo semejantes en la identidad fundamental humana. De un lado está nuestra América, y todos sus pueblos son de igual naturaleza, y de una cuna parecida e igual, e igual mezcla imperante; de la otra parte está la América que no es nuestra, cuya enemistad no es cuerdo ni viable fomentar, y de la cual con el decoro firme y la sagaz independencia no es imposible, y es útil ser amigo.»[2]