La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí

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El independentismo del padre Varela no nació por generación espontánea

Diálogos entre la historia y la cultura

24 Ene 2024
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Imagen © Cuba Posible

El presente texto es una entrevista académica realizada por el autor de esta sección de Cuba Próxima al sacerdote e intelectual cubano, monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, a fines de 2013, como parte de la investigación de rigor para presentar una tesis doctoral en ciencias de la comunicación social en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. El tema era la eticidad en el periodismo y el ensayo independentistas de Félix Varela, analizada en los artículos políticos del periódico El Habanero, los ensayos teológicos y filosóficos del libro Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo, más el artículo de corte social “Espíritu público”, publicado en la revista Bimestre Cubana.

En las respuestas del padre Carlos Manuel de Céspedes emerge el aliento imbatible de la cubanidad de Félix Varela junto a la del propio Carlos Manuel de Céspedes, quien llegó a especializarse en el conocimiento de la vida y la obra del padre Varela a partir de concretar dos ediciones de un acercamiento biográfico publicado primero por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), de España, y más tarde por la Editorial Oriente, de Cuba. La abultada obra literaria y periodística de monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal versa completa, de un modo u otro, sobre Cuba: tema que se convirtió en eje de su existencia y fuerza centrípeta de su vocación teológica y literaria. Sobre Cuba dejó incontables artículos periodísticos, conferencias, ensayos, reflexiones teológicas y pastorales, poesía y una novela. Era habanero, pero descendiente directo de dos familias pertenecientes al patriciado criollo que fundó la nación cubana, desde el mismo día del Alzamiento de La Demajagua. Fue durante varios años párroco de la iglesia El Santo Ángel Custodio: donde recibieron el sacramento del bautizo los recién nacidos Félix Varela, en 1789, y José Martí, en 1853.

Monseñor de Céspedes García-Menocal respondió estas preguntas muy al final de su  existencia, golpeada sensiblemente en sus últimos años por una enfermedad terminal. Estas cuartillas me las hizo llegar el 10 de diciembre de 2013. Su fallecimiento se produjo el 14 de enero de 2014. Entonces contaba 77 años. Esta entrevista, un año después, la incluí en mi libro La Patria entre la Cruz y la Espada, el cual contiene la investigación doctoral. Este volumen salió publicado por Cuba Posible, Cuadernos 9 y 10. La Habana, marzo de 2015. En parte está dedicado a la memoria de monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal.

Emilio Barreto: Mediante Decreto Real, Fernando VII prohibió la circulación del periódico El Habanero en la Península. ¿Quiénes constituían realmente los públicos del discurso público independentista de Félix Varela, o sea, para quiénes exactamente escribió Varela los artículos políticos de la mencionada publicación y las reflexiones teológicas del libro Cartas a Elpidio…? ¿Qué temía en realidad la corona española ante el discurso público independentista de Félix Varela?

Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal: Respuestas a las preguntas incluidas en esta primera cuestión. A) Me parece que los artículos de El Habanero estaban destinados a los que ya tenían una opción independentista de Cuba, con relación a España (grupo muy reducido todavía en los años de Varela) y a los vacilantes, a los que tenían una opción clara ante las dificultades reales que percibían en un eventual proceso independentista y en la organización de una república posterior, parlamentaria y económicamente sustentable. Los hechos de las nuevas repúblicas latinoamericanas creaban temores fundados y aconsejaban suma prudencia al respecto. A unos y otros, el Padre Varela quería servir, robusteciendo sus criterios independentistas y socio-económicos.

B) Los destinatarios de las reflexiones teológicas y filosóficas de las Cartas a Elpidio, eran evidentemente, en primer lugar, los jóvenes inquietos por su formación, en términos generales, pero sobre todo por su formación sólida en valores. Para ellos el Padre Varela era un paradigma, desde los tiempos de “San Carlos”. También estaban dirigidas a los adultos, padres y educadores de la juventud.

C) Las autoridades -y también los llamados liberales de entonces-, temían -razonablemente desde su posición- que la altura del prestigio intelectual y ético del Padre Varela lograra “arrastrar”, hacia la causa independentista y las reformas socio-económicas y políticas, a un mayor número de personas jóvenes y adultos, en Cuba y en la emigración cubana.

E.B.: ¿Cuánto de la oralidad, de las tertulias y de la prensa periódica que transitó del costumbrismo al pensamiento político se torna decisivo para la conformación de la comunicación pública y la socialidad más allá del legado de los representantes de la intelectualidad apreciada a la usanza de la alta cultura?

M.CM.dC.G-M.: Estimo que la respuesta a esta pregunta no puede ser categórica, definitiva o contundente. Hubo la prensa, e influyó; hubo tertulias, e influyeron. Pero, ¿hasta qué punto fueron decisivas en la formación de un estado de opinión sobre realidades tan cuestionadas en la época, como eran la independencia política de España, el establecimiento de un gobierno democrático parlamentario y la abolición de la esclavitud, que era uno de los pilares de la economía insular? No sabría delimitar. Las relaciones personales -cercanía de la amistad- fueron también un canal incalculable en la formación de un estado de opinión acerca de la “cuestión cubana”, al menos en la primera mitad del siglo XIX. Y este tercer señalamiento, que identifico como imprescindible -al igual que los otros dos- me resulta, comparativamente, más inasible. A estos tres habría que añadir, a mi entender, al menos con relación a los criollos ilustrados, a los más cultivados, las lecturas de libros de orientación coherente con la Ilustración, que  nos consta llegaron a Cuba, en cantidad significativa, por lo menos desde el siglo XVIII. Como substrato de las ideas “deambulantes” en las reflexiones individuales, en las expresadas en la prensa, en las tertulias y en el “tú a tú” entre amigos, señalo las lecturas de esos libros y la observación, atenta y reflexiva, de la realidad cubana. De todo ese conjunto, nació el círculo paulatinamente creciente de los que pensaron a Cuba y se empeñaron en darle forma efectiva a ese pensamiento. No soy capaz de delimitar, insisto, cuál fue más decisivo. Todos concurrieron en la resultante conocida.

E.B.: ¿Cuáles son los rasgos que distinguen a este estadio o fase de la gestación del independentismo? ¿Hasta dónde la formación filosófica de Varela constituye el soporte para concebir pacífica o negociadamente una revolución independentista?

M.CM.dC.G-M.: A) El estado de opinión más común, me parece, era el generado por la “apatía efectiva”; o bien porque no se veía con simpatía el proyecto independentista vareliano, con todas sus derivaciones sociopolíticas y económicas, o porque, sencillamente, no se conocía bien esa posibilidad o se consideraba imposible su realización. Tampoco dejemos de tener en cuenta que las noticias que llegaban a Cuba desde las naciones recién independizadas de América Latina no eran muy halagüeñas y, por ende, no contribuían a estimular el proyecto, sino a ser sumamente cautelosos al respecto.

B) La formación filosófica del Padre Varela, permeada por las ideas de la vertiente hispano-cristiana de la Ilustración (Fr. Benito Gerónimo Feijoo), unidas -en este caso, en un segundo nivel- a la concepción de la dignidad de la persona, que le venía de la filosofía tomista, constituyeron el soporte de su visión y de su acción de carácter político.

La dignidad no se encuentra literalmente en los escritos de Varela; se encuentra como substrato irrenunciable en toda su vida y se infiere de sus escritos, en la medida en que éstos son espejo de su existencia. Buscando una analogía, creo que podríamos entender, en su caso, como una característica o valor ético, emparentado con la coherencia limpia, sin bastardías ni trastiendas. Digno fue el Padre en La Habana, como profesor de San Carlos, colaborador del Obispo Espada, amigo de sus amigos, promotor de cultura, predicador parroquial y animador de religiosos, etc. Más que digno en el enjambre o tela de araña de las Cortes de Madrid, en las que participó pacientemente en los debates que no le concernían directamente y presentó los proyectos de ley que estimaba debía presentar, aunque probablemente sospechaba que no le serían aprobados o ni siquiera discutidos (como de hecho ocurrió); dignísimo en New York como Vicario General, Párroco de la iglesia de la Transfiguración, receptor de inmigrantes irlandeses, asesor de los obispos norteamericanos con una inaudita sabiduría, en una porción de la Iglesia que estaba naciendo entonces; y todo esto sin descuidar a los cubanos de Cuba y de “la emigración”. Dignísimo y más que digno, santo, en su estilo de asumir la debilidad, la pobreza, la enfermedad y la muerte.

E.B.: ¿Pudiera hablarse de la existencia del ejercicio de un periodismo político en Varela?

M.C.M.dC.G-M.: Por supuesto que sí. No otra cosa fue, al menos, El Habanero. Periodismo de altura y de un elevadísimo nivel ético. No periodismo de chancleta y solar, ni de brete y bochinche.

E.B.: En el artículo “Tranquilidad en la isla de Cuba”, publicado en El Habanero, Félix Varela llama la atención sobre la naturaleza de todo pacto social, especialmente en el que “liga a la Madre Patria con sus colonias”. “Maternidad inventada por especulación política, pero que sin embargo no conviene impugnar al presente, sino que deduzcamos las consecuencias que se desprenden de ella misma”. Aquí Varela formula su discurso independentista mediado por el contexto y acaso por su discurso anterior al independentismo radical, o sea, el autonomista, identificado con su labor política como diputado en las Cortes de Cádiz. A juicio suyo, ¿pudieran identificarse mediaciones, esto es, influencias del pensamiento de Varela en su etapa de autonomismo en la posterior, o sea, la del independentismo radical?

M.C.M.dC.G-M.: Aunque sé que es una cuestión discutida y discutible entre los “peritos varelianos”, yo estimo que el Padre Félix Varela salió de Cuba hacia las Cortes siendo autonomista; en España -más por lo que vio y palpó que por libros o textos leídos- se convirtió al “independentismo”; se radicalizó en esta convicción durante su larga experiencia norteamericana a pesar de las sombras que discernía en la nación del norte.

Su proyecto de crear una especie de comunidad de naciones ibéricas, que partía del hecho de que España reconociera la independencia de las naciones que ya la habían obtenido, de la posibilidad de reconocimiento o mantenimiento en un autonomismo comunitario, según la voluntad de los pueblos concernidos, y del establecimiento de relaciones políticas y económicas entre España y todas ellas, no llegó a ser discutido en las Cortes, sea debido al fin dramático de las mismas, sea porque no interesó demasiado. De haber sido aprobado, habría sido una realidad anterior al Commonwealth británico y la historia del mundo occidental habría sido muy distinta de lo que ha sido. Me parece que debemos situar este proyecto a caballo entre el autonomismo juvenil y el independentismo maduro. Responde a un período, no a un instante. Varela fue un hombre reflexivo y para él abandonar las convicciones autonomistas para asumir el independentismo, no equivalía a tomarse una aspirina (que no existía) o a aplicarse sanguijuelas (remedio frecuente). Podemos calificar el contenido de este período, los caracteres de los pasos del Padre como mediaciones o usar otros términos, pero en él, como en todo hombre cuerdo, culto y articulado, las situaciones de encadenan, se imbrican y hasta pueden llegar a ser causa una de otras. El independentismo del Padre Varela tuvo padre y madre; no nació por generación espontánea.

E.B.: En uno de los artículos de El Habanero, Varela advierte que en Cuba no existe otro amor que a los sacos de azúcar y a las cajas de café. Eso quiere decir que la independencia no revestía importancia para los cubanos, es decir, para los criollos, o los naturales, tal y como suele llamar Varela a los españoles nacidos en la isla de Cuba. En otra edición posterior, escribe un artículo titulado “¿Hay unión en la isla de Cuba?”, en el cual expresa: “Más de lo que quisieran los enemigos de la independencia, pero no tanta, a la verdad, cuanta deseamos”. Más adelante afirma: “Una u otra anécdota, una u otra imprudencia, una u otra interpretación maliciosa, he aquí las bases sobre las que quiere fundarse una desunión necesaria. Yo no niego que la haya, jamás ceso de lamentarla, pero conozco al mismo tiempo el gran recurso que sacan de ella los enemigos de la libertad”.

¿A cuál unidad se refiere Varela en la isla de Cuba? ¿A la unidad de quiénes? En El Habanero alude varias veces a la apatía y la timidez de los naturales, mediada la segunda por la malicia de la opinión pública de los españoles tanto en la Península como en el Gobierno de la Isla de Cuba.

M.C.M.dC.G-M.: Me parece que se refiere a la unidad política soñada en torno al ideal independentista, unidad que por el momento era imposible y el Padre lo sabía. Es muy probable que en el momento de El Habanero pensara en lo que sí habría sido una unidad posible: la de los cubanos, criollos o naturales, que ya apostaban por el independentismo. En cuanto a la apatía ya me he referido; la malicia…siempre existe, al menos como posibilidad, en todos los seres humanos. La bondad y la magnanimidad también. En cuanto a la pasión por los cajones de azúcar y de café: es una expresión que no se debe generalizar y responde al género literario del periodismo. Por otra parte, en pasión compartida por una buena parte de los hombres y mujeres de cualquier país, refiérase al café y al azúcar, o al oro, o al carbón, o a las armas, etc. Refiérase, en resumen, al dinero, a la riqueza. Los seres humanos capaces de renuncias significativas por ideales políticos, religiosos o de otra índole, no son mayoría. Existen, pero repito, no constituyen la mayoría de ningún pueblo. En Cuba hemos tenido ejemplos luminosos; pensemos en los patricios del 68, en los de la región de Bayamo y Manzanillo, que por razones evidentes me resultan mejor conocidos que otros.

E.B.: ¿Hasta qué punto podía ser posible un cambio pacífico en la Isla de Cuba, salido de un contexto tan irregular, esto es, con ánimos exaltados por un lado, con tímidos y tranquilistas, por otro, comprometidos únicamente con el comercio exitoso, y con partidarios de una invasión extranjera sin que fuesen descartables fines de anexión republicana?

M.C.M.dC.G-M.: En aquel momento y aún después, en los tiempos del 95, la independencia por las vías de una concertación pacífica no pasaba de ser una ensoñación (en el sentido alemán más fuerte, de Träumerei). La guerra era necesaria, era la única alternativa para la independencia y la revolución social postulada por el padre Varela, la opción última.

E.B.: ¿Qué relación de aceptación, y de ruptura, son posibles fundamentar en Varela sobre la base del concepto de guerra justa o necesaria, toda vez que, dada su irrefutable vocación sacerdotal, optara por predicar la independencia de la isla de Cuba como resultado de la acción armada?

M.C.M.dC.G-M.: La ética de inspiración católica es “pacifista”, pero no a ultranza. Las guerras pueden llegar ser más que permitidas, recomendadas y hasta “ordenadas”. Pensemos, por ejemplo, en la Batalla de Lepanto. La guerra defensiva -y considero que las guerras de independencia política de Cuba fueron guerras defensivas-, y las guerras justas -la causa de Cuba era justa-, y cuando constituyen la última opción, no la penúltima -y en Cuba se habían agotado todas las demás opciones posibles-, y cuando no hay extralimitaciones en el proyecto bélico -y en Cuba nunca las hubo: ni en el proyecto vareliano, ni en el del 68, ni en el del 95.

E.B.: El discurso público político de Varela se halla completamente mediado por las alusiones jubilosas a Dios y a la Iglesia católica como componedores de proyectos de vida para cada individuo. Eso se puede apreciar cuando el tema tratado por él se centra en la isla de Cuba. Sin embargo, cuando analiza a los americanos, o a las repúblicas americanas de reciente constitución, jamás realiza tales alusiones ni se advierte mediado por la Iglesia. ¿Qué criterios le merece esta observación?

M.C.M.dC.G-M.: El gozo, el júbilo ante las luces del Evangelio y de la vida cristiano-católica es normal en un buen cristiano y, a fortiori, en un buen sacerdote. Y Varela lo era. Lo anormal sería la actitud contraria. En la situación de Norteamérica, país muy mayoritariamente cristiano pero no católico, un mínimo de sentido común y de prudencia inteligente, aconsejaba otro lenguaje. No por oportunismo sino por virtud y talento.

E.B.: En carta a José de la Luz y Caballero, Varela alude, con notable disgusto, a la parca acogida que tuvieron en la Isla de Cuba el primero y el segundo tomos de Cartas a Elpidio… ¿Existe alguna posibilidad de que la religiosidad profunda e inalterable de Varela haya mediado el fracaso civil del patriota y, por ende, la trajera en algún porciento el sufrimiento político?

M.C.M.dC.G-M.: Es cierto que los dos primeros tomos de las Cartas a Elpidio no tuvieron una acogida masiva en Cuba; y que el tercero o no se publicó, o no se terminó de escribir y quedó en simples apuntes, borradores. Ahora bien: yo no atribuiría esta parca acogida a la profunda religiosidad del Padre, que era real y que él sabía que era conocida. La situación en Cuba era tensa. La obra, en primer lugar, ni entonces ni ahora, es una obra de carácter “popular”; está dirigida a un público lector que tenga una cierta cultura y una gran sensibilidad ética. Lamentablemente, la mayoría de los cubanos, entonces, no la tenían: estaban en una situación más preocupante aún que la nuestra actual. Y Varela lo sabía. Si la policía española de la época, en Cuba, descubría que un joven o sus padres y maestros, tenían una obra voluminosa del padre Varela, podían suceder consecuencias muy desagradables. En el mejor de los casos, prisión o destierro, penas ya de por sí muy graves, pero la muerte no estaba excluida. Recordemos el fusilamiento de los estudiantes de Medicina.

E.B.: En el tomo II de Cartas a Elpidio…, dedicado a la identificación y análisis de la superstición, exactamente en la “Carta Primera”, Varela afirma: “Todas las dificultades en esta materia cesarán, mi amigo, luego que se restablezca el sentimiento esencialmente católico que guiaba a los cristianos primitivos, y es depender siempre de Dios y nunca de los hombres”. ¿Confiaba Varela en el reposicionamiento absoluto de la Iglesia tanto en la sociedad civil como en la sociedad política en las sociedades de la Era Moderna?

M.C.M.dC.G-M.: Para que haya reposicionamiento, debe hacer habido antes un posicionamiento. Y ese tipo de posicionamiento descrito nunca existió nada más que en mentes alucinadas de la etapa oscura y decadente del Medioevo, que también tuvo sus etapas luminosas; o en personas igualmente alucinadas y dislocadas de la Modernidad incipiente, después del Renacimiento (Reforma Católica, posterior a la Reforma Luterana y a Trento). El padre Varela fue un hombre culto de la Ilustración, de la Modernidad, y de tal concepción, en él, habría sido más que carencia de articulación, un absurdo total. La evocación de un cristianismo auténtico, con proyección efectiva sobre todas las esferas del ser humano, no deja de ser el dibujo de una utopía estimulante, cuya “realización” se coloca más allá de la Historia: en la otra orilla de la existencia, en los que conocemos como los tiempos escatológicos o parusíacos.

SOBRE LOS AUTORES

( 21 Artículos publicados )

La Habana, 1962. Periodista, profesor universitario, investigador y escritor.

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