El 16 de junio de 2023 murió Esteban Volkov, testigo del asesinato de Trotsky y guardián de su morada en México. En este diálogo, ocurrido en 2019, repasa aspectos cruciales de su vida, estrechamente vinculada en su adolescencia al líder bolchevique.
Por Philippe Marlière
Vsevolod «Sieva» Platonovitch Volkov, conocido como Esteban Volkov, falleció el 16 de junio de 2023 a los 97 años en Ciudad de México. Partió así el último testigo de los momentos finales de León Trotsky, asesinado el 20 de agosto de 1940 por Ramón Mercader. Esteban Volkov era nieto del fundador de la IV Internacional, con quien vivió entre 1939 y 1940. «Don Esteban» –como lo llamaban afectuosamente en su entorno mexicano– no era un actor político. Nunca perteneció a una organización política ni produjo ningún corpus político de referencia. Químico de profesión, padre de cuatro hijas, estuvo casado con Palmira Fernández, una refugiada de la Guerra Civil Española, fallecida en 1997.
La vida del joven Esteban dio un vuelco en agosto de 1940. Marcado por el asesinato de su abuelo, se mantuvo fiel a su lucha y defendió su memoria hasta su muerte. Último vínculo físico con el dirigente bolchevique, Volkov fue, de alguna manera, el último trotskista. Sobrevivió durante mucho tiempo a los miembros de su familia perseguidos y asesinados por orden de Stalin: su abuelo León Trotsky (asesinado), su padre Platon Ivanovitch Volkov (asesinado en un gulag), su madre Zinaida Volkova (que se suicidó) o incluso su tío Lev Sedov (asesinado).
Me encontré con Esteban Volkov el 23 de julio de 2019, en la casa de Trotsky en Coyoacán, un barrio de Ciudad de México. Tenía entonces 93 años. Trotsky vivió los últimos años de su vida en ese lugar, acompañado por su esposa Natalia Sedova, su nieto Esteban y camaradas de la IV Internacional que garantizaban su seguridad. Al llegar a México en enero de 1937, Trotsky había sido hospedado por los artistas Diego Rivera y Frida Kahlo en su Casa Azul. Luego de una discusión con Rivera, se mudó a la avenida Viena, a unos cientos de metros de allí. Los edificios y el mobiliario de los años 40 se mantienen intactos. Un moderno anexo, construido en 1990, alberga al Museo León Trotsky. Está conformado por una biblioteca, una galería donde se exhiben fotografías y un auditorio en el cual se celebran conferencias. La casa de Trotsky fue declarada monumento histórico por decreto presidencial en 1982.
Ese día de julio de 2019 llegué temprano al lugar. La avenida Viena es una calle ruidosa con un tránsito incesante. Al entrar al edificio, me sorprendió la calma que allí reinaba. El jardín que rodea la casa estaba resplandeciente: había árboles, flores, cactus y césped. Todo era apacible y exuberante. El cielo era azul celeste, la temperatura a esa hora del día era aún soportable y el canto de los pájaros ahogaba los ruidos de la ciudad. Al levantar la vista, observé la altura de los muros que rodeaban la propiedad. Habían sido construidos tras el primer intento de asesinato, el 24 de mayo de 1940. Las conejeras estaban todavía allí (el propio Trotsky alimentaba a los conejos). La sepultura de Trotsky se encuentra en el medio del jardín, una lápida rectangular con una simple inscripción: «León Trotsky»; debajo de ella, una enorme hoz y un martillo. Natalia Sedova fue enterrada junto a él, tras su muerte en 1962.
Recorrí solo la casa: primero el cuarto del joven Esteban –aún se ven las huellas de las balas en la pared que casi lo matan en el atentado de mayo de 1940–, el rudimentario cuarto de baño, el dormitorio del matrimonio Trotsky, el escritorio del dirigente bolchevique donde fue asesinado, la cocina, la biblioteca y la habitación donde trabajaban los secretarios de Trotsky. Los lugares, conservados tal como estaban, me parecieron pequeños, modestos y poco confortables. Los muros exteriores acentuaban la sensación de claustrofobia que se siente dentro de la casa. Fue en ese perímetro cerrado, vigilado día y noche, donde Trotsky vivió los últimos meses de su vida, sin poder salir de la vivienda, ya que temía ser asesinado.
Tuve tiempo para recorrer una y otra vez el interior de la casa, sentarme en un banco en el jardín y dejar que vagaran mis pensamientos. Esteban Volkov estaba demorado una hora. En el momento en que empezaba a perder las esperanzas de que viniera, finalmente lo vimos aparecer en el jardín. Fue recibido afectuosamente por los empleados del museo. Vestido con un traje beige y una gorra, tenía una apariencia juvenil para un hombre de 93 años. Saludó calurosamente a mi pareja y a mi hija que estaban presentes.
Nos sentamos a una mesa ubicada a apenas unos metros de la tumba del fundador de la IV Internacional. Se dirigió a mí en un francés excelente. Tras haber olvidado el ruso de su niñez, Esteban se comunicaba con sus abuelos en francés. Durante aproximadamente una hora, el nieto de León Trotsky respondió a mis preguntas; preguntas que ya le habían hecho miles de veces. Se prestó al juego gustosamente, intentando ejercitar al máximo su memoria. Conversamos tranquilamente; escuchaba el canto de los pájaros encontrándome varias veces con sus impasibles ojos azules. A pocos metros, podía ver la tumba de Trotsky. Estaba en compañía del último trotskista; le robé una hora de su tiempo; un largo momento suspendido e irreal. Esta entrevista no es, en sentido estricto, una conversación política. Es el relato de un nieto que recuerda a su abuelo. El relato de un mundo que hoy no existe.
Usted llegó a México en 1939, y vivió en esta casa durante un año con León Trotsky y Natalia Sedova, su abuela…
Sí, en 1939, un año antes de su asesinato. Llegué con los Rosmer1, camaradas de mi abuelo, a quienes él conocía desde la Revolución Rusa.
¿Conoció bien a los Rosmer?
Sí, por supuesto. Marguerite [Rosmer] era una persona de una gran generosidad. Era una persona excepcional que tenía problemas de salud. Sufría de diabetes y debía inyectarse constantemente insulina. Pero resistió hasta el final2.
Antes de venir a México, usted vivió en París con un tío, uno de los hijos de Trotsky…
Sí. Primero me fui de Rusia con mi madre en 1931. Luego viví alrededor de dos años en la isla de Prinkipo [hoy Büyükada] con mis abuelos [el matrimonio Trotsky]. Después me enviaron a Berlín, donde estuve poco tiempo [entre 1932 y 1933]. Mi madre se suicidó. Me contaron que el médico que la trataba en Berlín podría haber sido un agente de la GPU3.
Cuando usted llegó a México, en 1939, debió haber sido un cambio enorme con respecto a lo que había vivido en Europa…
Sí, la vida con Jeanne no era muy feliz4. Era una mujer herida, triste y deprimida por la muerte de su compañero [Lev Sedov]. Quería seguir criándome como si fuera su propio hijo, ya que no había tenido hijos.
¿Cómo era su vida con León Trotsky en esta casa en Coyoacán?
Esta casa estaba llena de vida. Los estadounidenses llamaban a mi abuelo «The Old Man» [el Viejo].
Sí, conocía ese apodo. En francés, también lo llamaban «Le Vieux». Además, lo que es sorprendente es que los camaradas encargados de la custodia personal de Trotsky en esta casa eran estadounidenses…
Sí, por una razón: cuando [Lázaro] Cárdenas5 le dio la autorización para que se instalara en México, puso una condición: mi abuelo y su entorno no debían inmiscuirse en la política mexicana. Entonces, para evitar cualquier problema con el poder mexicano, prefirieron que los guardias fueran todos extranjeros, para separar las actividades de León Davidovich6 de la política mexicana. Estaba Jean van Heijenoort7, que fue un fiel secretario; Otto Schüssler, un alemán que había estado en Prinkipo8; un checoslovaco, un hombre que, cuando se fue de esta casa, fue curiosamente contratado en la embajada checoslovaca… Era una gran familia, llena de vida, llena de actividades. Para un niño como yo, era muy interesante estar aquí. Al principio, hacíamos picnics fuera de Ciudad de México. Íbamos bastante lejos al estado de Hidalgo, a varias horas de ruta, a recoger hijitos –esos cactus que tienen como pelos– y los plantábamos en el jardín de la casa, como si fueran trofeos… Mi abuelo era un hombre activo, muy dinámico, que pasaba la mayor parte de sus días escribiendo en su escritorio.
¿Cómo era un día habitual para León Trotsky?
Se levantaba muy temprano y empezaba a trabajar. A la noche, dejaba de trabajar e iba a darles de comer a los conejos y las gallinas. Era una manera de hacer un poco de actividad física. Por la noche, le daba una gran importancia a la formación política de los camaradas. A menudo debatía cuestiones políticas en su escritorio después de la cena. Recibía visitas de camaradas, sobre todo de camaradas estadounidenses del Partido Socialista de los Trabajadores (SWP) y de periodistas.
Cuando vino a Coyoacán, ¿podía caminar libremente por las calles?
No, en absoluto. No podía salir.
El jardín, ¿se parecía a lo que es hoy, con las flores, los cactus y las conejeras?
Sí. De hecho, el jardín tal como está hoy es un intento de recrear el clima de la casa como yo la conocí en la época de mi abuelo.
¿Es cierto que se comunicaba en francés con su abuelo?
Sí, no había otro idioma para comunicarnos. Mi relación con el idioma ruso es algo extraña. Cuando me encontré con mi abuelo en Prinkipo, yo hablaba ruso. León Davidovich escribió en sus memorias que yo hablaba un «muy buen ruso», muy melodioso y con acento moscovita. Luego, durante mi estadía en Viena, me olvidé por completo del ruso. Para mí, el ruso hoy es como el mandarín. Ya no hablo ni una sola palabra, salvo… «vodka». [Risas]
¿Usted habla español, francés, inglés y tal vez alemán?
Ein wenig. Un poco. En efecto, cuando estuve en Viena, aprendí alemán.
Cuando habla de su abuelo, insiste siempre en su vitalidad física y su sentido del humor. Algo que me llamó la atención, ya que los revolucionarios tienen fama de ser personas serias y con poco sentido del humor.
Tenía una vitalidad extraordinaria. Si hablamos de cine, la serie rusa dedicada a mi abuelo y que transmitieron por Netflix es escandalosa, absurda9. Nada tiene que ver con la realidad. Pero al menos tuvo una ventaja: cuando la dieron, tuvo un número récord de televidentes… [Risas].
Usted declaró un día que, si algún actor tuviese que encarnar a su abuelo en la pantalla, debería ser Kirk Douglas. ¿Por qué?
El actor que transmitía la energía similar a la de León Davidovich era Kirk Douglas. Además, tienen orígenes comunes: dos rusos de origen judío. Kirk Douglas encarnaba la energía y la vitalidad de mi abuelo.
En abril de 1940, hubo un primer intento de asesinato organizado por el artista comunista mexicano Alfredo Siqueiros…
Sí, la madrugada del 24 de mayo de 1940. Poco antes, había habido una campaña de prensa en contra de mi abuelo de una violencia inusitada.
¿Siqueiros lo hirió en el pie, no es cierto?
En el dedo del pie. Sí, disparaban hacia mi habitación desde tres direcciones. El muchacho que entró en mi habitación disparó a mi cama. Afortunadamente, me arrojé al piso, me hice un ovillo en un rincón. El instinto de supervivencia. A pesar de ello, recibí una bala.
Siqueiros cumplió una condena de prisión muy breve, se rehabilitó y murió tranquilamente en su casa en 1974…
Sí, así fue.
Y, además, hubo un segundo ataque, que fue letal para su abuelo. Quisiera preguntarle sobre Ramón Mercader [el asesino de Trotsky]. Era alguien que frecuentaba la casa. ¿Lo había visto usted antes de agosto de 1940?
Sí, naturalmente. Tenía una actitud muy extraña. Al principio era reservado. Fiel a las órdenes recibidas por la GPU, fingía no estar interesado en política. No mostraba ningún interés por León Davidovich. Era el esposo de una trotskista, Sylvia Ageloff10, que era una mujer bastante ingenua, manipulada por Mercader. Era la hermana de Ruth Ageloff, que había jugado un papel importante en los contrajuicios de Moscú11. Una amiga de Sylvia Ageloff, que era estalinista, la había invitado repentinamente a viajar a París, con la excusa de que había recibido una herencia de un familiar.
Fue en París donde Ageloff conoció a Mercader…
Exactamente. Todo estaba planificado. De manera «casual», en el lobby de su hotel parisino, se encontró con un joven «periodista». Esa amiga se lo presentó a Sylvia, y Mercader pudo rápidamente comenzar su trabajo de seducción. En seguida formaron pareja.
Imagino que usted leyó la novela de Leonardo Padura, El hombre que amaba a los perros12.
Sí, por supuesto. Ese libro demuestra que un autor perfectamente informado puede reconstruir la verdad histórica en una novela.
Leyendo esa novela, uno se da cuenta hasta qué punto su abuelo se sentía condenado, con una pena en suspenso. Sabía que los hombres de Stalin acabarían asesinándolo…
Sí, se sentía condenado. Por la mañana, cuando abría las persianas de su dormitorio reforzadas en acero, mi abuelo le decía a su esposa Natalia: «Nos dieron un día más de vida».
Usted insiste en la vitalidad y el humor de su abuelo, pero también en el hecho de que siempre lo protegió…
Sí, cuando fue mortalmente herido por Mercader en su escritorio, al ver que me acercaba, les pidió inmediatamente a los camaradas que me alejaran y llevaran a un cuarto contiguo. Les decía: «No debe ver esta escena».
La historia del piolet13 tuvo recientemente un giro. En 2017, una mexicana que tenía ese piolet en su casa lo vendió en una subasta.
Sí, el objeto llegó así a un museo estadounidense. Ese punto es interesante para mí, ya que, en mi juventud, practiqué mucho alpinismo. Había magnificas montañas con glaciares en México que ya no están. Y el piolet es un objeto absolutamente indispensable para cualquier alpinista. Es un objeto que puede salvarle la vida a un alpinista. Es curioso que Stalin haya utilizado el piolet, no para salvar una vida, sino para destruir la de uno de los revolucionarios más brillantes y capaces de su época. El piolet se convirtió en el símbolo del estalinismo. Además, el pintor Vladímir Rusakov [1920-2005], hijo de Victor Serge14, que vivió en México, solía pintar piolets en sus cuadros.
¿Conoció personalmente a Frida Kahlo y a su esposo Diego Rivera?
Conocí a Frida Kahlo tras la muerte de León Davidovich, varios años después, en diferentes círculos de la militancia política. Frida mantuvo siempre un vínculo con Natalia, mi abuela. La hermana menor de Frida, que se llamaba Cristina y vivía también en Coyoacán, odiaba a Diego Rivera. Un día que me sentía un poco solo en Coyoacán, fui a visitar a Cristina. Tomé la costumbre de ir a su casa los fines de semana. Organizaba pequeñas fiestas los sábados y domingos. Frida iba seguido allí y se mezclaba entre los presentes. Fue en esa ocasión que conocí a Frida Kahlo. Pero nunca me crucé con Diego Rivera.
Su abuelo y Rivera se pelearon…
Sí. Unos jóvenes trotskistas habían creado una revista en México llamada Clave. Rivera pensaba que mi abuelo había sido responsable de que no lo designaran director. Lo que era totalmente falso. Entonces, Diego le escribió a André Breton para quejarse de la decisión y también de León Davidovich. Una copia de la carta quedó sobre la máquina de escribir. Mi abuela, Natalia, la leyó. Le pidió a Rivera que retirase su acusación mentirosa. Él le dijo que corregiría su carta, pero nunca lo hizo. A partir de ese momento, las relaciones entre León Davidovich y Diego Rivera se deterioraron. Diego estaba cansado de tener gente en su casa [los Trotsky, a quienes hospedaba al llegara México], y entonces utilizó esa excusa para romper toda relación con mi abuelo.
¿Tiene usted recuerdos de sus padres? ¿De su madre, Zinaida, y de su padre Platon?
No tengo ningún recuerdo de mi padre. Me encontré con mi madre una semana o diez días en Berlín, después de mi estadía en Turquía. La empujaron al suicidio, luego de quitarle la nacionalidad soviética. En Berlín, en el contexto del ascenso del nazismo, fue tratada por un psiquiatra que probablemente era un agente de la GPU. Un psiquiatra alemán que hablaba ruso fuera de Rusia… [Risa irónica].
¿Le devolvieron la nacionalidad?
No. Se la quitaron a toda la familia Trotsky.
Antes de nuestro encuentro, releí los textos de Trotsky de los años 30 en los que denunciaba el antisemitismo de Stalin, especialmente en los juicios contra Zinoviev y Kamenev. ¿Le preocupaba a su abuelo el antisemitismo?
Aparentemente, una de las razones de la muerte de Stalin fue que había eliminado a sus médicos, porque eran judíos. Ya no quedaba nadie para atenderlo. Mi abuelo estaba totalmente alejado del judaísmo y la religión.
Al morir su abuelo, usted siguió viviendo en esta casa con su abuela Natalia, ¿verdad?
Sí. Ella vivió aquí durante una veintena de años hasta su muerte15. De vez en cuando, viajaba. Iba a París a visitar a Jeanne Martin.
Su abuela también fue militante política. Tengo entendido que en 1951 abandonó la IV Internacional, a raíz de un desacuerdo político sobre la naturaleza del régimen soviético. Decía que la Unión Soviética se había vuelto un régimen capitalista de Estado en manos de una «aristocracia tiránica y privilegiada»16… Trotsky hablaba «de Estado obrero degenerado»; reconocía que aún existía pues un componente obrero.
Sí, veía en la URSS una entidad en transición, en movimiento. Podría decirse además que la burocracia soviética era una transición que se prolongaría durante siglos. [Risas]. Es la fuerza de la dialéctica marxista: estudiar las fuerzas en movimiento.
En 1991, cuando la URSS dejó de existir, ¿qué sintió?
El final de la URSS le dio la razón a León Davidovich. Fue la confirmación de sus predicciones, su capacidad para prever los acontecimientos históricos. El marxismo es una ciencia. Hay muchos aspectos que deben renovarse –incluso la certeza de un futuro socialista–, ya que no debe convertirse en un dogma… Las cuestiones ecológicas, la destrucción del planeta no estaban en el orden del día en la época de mi abuelo. La supervivencia de la humanidad está hoy en juego. Habría que mencionar los comentarios de Stephen Hawkins, el astrofísico, sobre la desaparición de especies vivas y animales. La humanidad corre hoy ese riesgo. El capitalismo puede llegar a un estadio de destrucción absurdo.
¿Usted es químico de profesión?
Sí.
¿Qué queda del pensamiento de Trotsky que le parezca vigente?
Evidentemente, la historia no se desarrolló como se había pensado o esperado. Pero considero que los partidos trotskistas constituyeron las mejores universidades políticas a escala internacional. De allí salieron grandes analistas políticos y los más grandes teóricos.
Puede decirse también que la actualidad del trotskismo reside en la idea, históricamente demostrada, de que no existe socialismo sin democracia.
Por supuesto.
¿Qué mensaje quisiera transmitirles a los revolucionarios de hoy?
Pienso que el marxismo es el único instrumento científico que ofrece soluciones. Actualmente, debe actualizarse, ya que el mundo ha cambiado desde que Karl Marx escribió su obra.
Es interesante lo que dice, ya que Trotsky, lector de Marx, pensaba lo mismo. Consideraba que el marxismo no debía ser un dogma establecido.
Efectivamente.
La noción de «frente único» sigue siendo también pertinente, si uno tiene en cuenta hoy la situación en el terreno en la mayoría de los países: la izquierda suele estar fragmentada, debilitada e impotente.
Lamentablemente sí, sigue existiendo esa división en la izquierda.
Lo que es cierto, más aún cuando la teoría del «frente único» fue pensada en la década de 1920 por Trotsky, en un momento en que el fascismo amenazaba con tomar el poder en varios países europeos. Ahora bien, hoy estamos casi en la misma situación.
Absolutamente. Considero que el papel más importante de este lugar [el Museo León Trotsky] es recuperar la memoria, la de Trotsky, pero también la de los acontecimientos históricos, que fueron tan alterados y falsificados. Sin memoria, no se puede comprender el presente, y no se puede planificar el futuro. Pienso que uno de los peores crímenes de Stalin ha sido destruir la memoria de sus crímenes. Tengo la certeza de que Trotsky quedará en la memoria como un personaje importante en la historia de la humanidad; un ser excepcional que ha luchado.
¿La casa de Coyoacán está intacta desde 1940?
Sí. Luego del primer atentado, la casa se fortificó. Viví en esta casa hasta 1970. El presidente mexicano [Gustavo Díaz Ordaz] expropió entonces la casa durante varios meses. Existía en esa época un activismo trotskista bastante fuerte en las universidades mexicanas. El presidente se enfureció y decidió expropiar la casa. Luego de unos meses, nos llamó porque no sabía qué hacer con ella. No se atrevía a destruir un edificio histórico. Entonces, pensó que la mejor solución sería que su familia volviera a ocuparla. En 1982, el presidente mexicano José López Portillo decidió declarar la casa monumento histórico. Me confiaron la responsabilidad de mantenerla. Viví en esta casa tras la muerte de mi abuela. Viví aquí con mi familia. Mis cuatro hijas fueron muy felices aquí.
¿Pasó entonces toda su vida en México? ¿Viaja a veces a Europa?
A veces, pero no recientemente. Evito los viajes. Fui a París, España, Grecia, Italia, Rusia, donde me encontré con mi medio hermana17, Alemania e Inglaterra, donde fui invitado por Vanessa Redgrave. Un investigador de nuestra fundación está traduciendo al español la biografía de Trotsky escrita por Pierre Broué, que fue un amigo muy cercano. Viajamos juntos muchas veces, sobre todo a Estados Unidos.
¿Hay interés por Trotsky en América Latina?
Sí, mucho, sobre todo en Argentina. Como siempre, existen muchos grupos trotskistas… Espero que mi francés no haya sido muy malo…
Esteban «Sieva» Volkov: referencias biográficas
26 de marzo de 1926: nace en Yalta (Crimea), hijo de Platon Ivanovitch Volkov (1898-1936) y de Zinaida Volkova (apellido de soltera: Bronstein, 1901-1933).
1931: Esteban y su madre se instalan en la isla de Prinkipo en Turquía, uno de los lugares de exilio de León Trotsky.
1932: Esteban y su madre se refugian en Berlín. En enero de 1933, su madre se suicida. Sieva queda huérfano a los siete años.
1934: Esteban es enviado a un establecimiento escolar en Viena, Austria.
1935: Lev Sedov, uno de los hijos de Trotsky, recibe a Esteban en París, donde vive con su pareja Jeanne Martin.
1939: Trotsky obtiene la custodia de Esteban, quien se reúne con él en México.
24 de mayo de 1940: Trotsky es víctima de un primer atentado perpetrado por un grupo de comunistas mexicanos dirigido por el artista Alfredo Siqueiros. Esteban, herido, salva milagrosamente su vida.
21 de agosto de 1940: Esteban vuelve de la escuela y ve a su abuelo ensangrentado en su escritorio. Este segundo atentado sería mortal.
1988: Esteban se encuentra en Moscú por primera vez con su media hermana Alexandra.
1990: Esteban crea el Instituto del Derecho de Asilo y las Libertades Públicas, ubicado junto al Museo León Trotsky.
16 de junio de 2023: fallece en México. Estuvo casado con Palmira Fernández, y fue padre de cuatro hijas: Verónica Volkow (1955), Nora Volkow (1956) y las gemelas Natalia y Patricia Volkow (1957).
Nota: esta entrevista fue publicada originalmente, en francés, en el diario L’Obs, el 7/9/2023 con el título: «Esteban Volkov, petit-fils de Trotski : ‘Le piolet qui a tué mon grand-père est devenu le symbole du stalinisme’». Se puede leer el original aquí. Traducción: Gustavo Recalde.
***
1- Alfred Rosmer/Griot (1877-1964) fue un militante político comunista, sindicalista y escritor francés, que fue expulsado del PCF en 1924 por «trotskista». Alfred y su esposa Marguerite acompañaron al joven Esteban a México en 1939.
2- Marguerite Thévenet-Rosmer (1879-1962) conoció a Alfred Rosmer en 1916 en una reunión política dedicada a la Conferencia de Zimmerwald a la que Alfred había asistido. Se casaron en 1932.
3- La GPU (Directorio Político del Estado) era la policía política de la Unión Soviética entre 1922 y 1934.
4- Jeanne Martin fue la pareja francesa de Lev Sedov, primer hijo de Trotsky y tío de Esteban. Lev y Jeanne recibieron a Esteban en París, tras la muerte de sus padres.
5- Lázaro Cárdenas del Río fue presidente de México entre 1934 y 1940.
6- Lev Davidovich Bronstein era el verdadero nombre de Trotsky.
7- Jean van Heijenoort (1912-1986), franco-neerlandés, fue secretario y guardaespaldas de Trotsky en la isla de Prínkipo y en México.
8- Otto Schüssler (1905-1982) fue también secretario y guardaespaldas de Trotsky en la isla de Prínkipo y en México.
9- Trotsky, serie de ocho episodios dirigida por Alexander Kott y Konstantin Statsky, Netflix, 2017. Esta serie rusa con contenido antitrotskista fue criticada por Esteban Volkov cuando se estrenó. Ver David North y Clara Weiss: «Netflix’s Trotsky: A Toxic Combination of Historical Fabrication and Blatant Anti-Semitism» en World Socialist Web Site, 8/3/2019.
10- Philippe Marlière: «Ramón Mercader et le destin tragique de Sylvia Ageloff» en Blog Mediapart, 4/1/2012.
11- Los juicios de Moscú fueron organizados a instancias de Stalin contra los «agentes trotskistas», entre 1936 y 1938. En repuesta, se organizaron en Nueva York «contrajuicios». En 1937, la Comisión Dewey declaró a Trotsky y a sus partidarios inocentes de los crímenes de los que los acusaba Stalin.
12- L. Padura: El hombre que amaba a los perros, Tusquets, Barcelona, 2009.
13- El arma utilizada por Ramón Mercader para golpear y asesinar a León Trotsky.
14- Victor Serge (1890-1947) fue un escritor y militante bolchevique opositor a Stalin. Al igual que Trotsky, debió exiliarse, y encontró también refugio en México en 1940, donde falleció unos años más tarde.
15- Natalia Sedova vivió en la casa de Coyoacán hasta 1961. Enferma, fue a tratarse a Corbeil-Essonnes, donde falleció el 23 de enero de 1962.
16- Natalia Sedova: «Resignation from the Fourth International», 4/6/1951 en Marxists.org.
17- Esteban se encontró por primera vez con su media hermana Alexandra Moglina (1923-1989) en 1988 en Moscú. Enferma de cáncer, falleció poco después. Un intérprete debió traducir las palabras de todos, dado que Esteban ya no hablaba ruso.
*Texto tomado íntegramente de Nueva Sociedad, titulado La muerte del último testigo (Entrevista, Enero 2024).
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