Cubanos de diferentes generaciones e inclinaciones ideo-políticas, y residentes en diferentes lugares del planeta, se vuelven a sentir ante la difícil encrucijada de una Cuba que podría llegar a ser cada vez más esa “Casa de todos”, pero también podría hasta dejar de ser un país
Félix Varela inauguró la “Cátedra de Derecho Constitucional o Cátedra de la libertad”, el 18 de junio de 1821, en el Aula Magna del Seminario San Carlos y San Ambrosio, de La Habana. Estuvieron presente las 193 personas que se habían matriculado y otras muchas que asistieron para escuchar al catedrático. No alcanzaron los asientos. El obispo Espada le solicitó recopilar las clases e imprimirlas, surgiendo así las ya famosas Observaciones sobre la Constitución política de la Monarquía española.
Aún hoy, Félix Varela (que encarnó el legado de otros, entre los cuales se encuentran el propio obispo Espada y José Agustín Caballero y quien, además, se encarnó después en el espíritu y el ideario de José Martí) continúa siendo “sueño y proyecto”. No obstante, tal vez como nunca y quizá sin plena conciencia, en este momento de nuestra historia prevalecen sus anhelos y su inspiración.
Desde entonces muchísimos cubanos lo veneran. Él ha sido pilar fundacional de la nación y de la República; y también orgullo, referencia y motivación. Desde hace 200 años, generación tras generación, muchos lo hemos buscado e intentamos escuchar qué podría decirnos en cada momento, ante cada circunstancia de la historia.
Sin embargo, en medio de un contexto altamente complejo, cubanos de diferentes generaciones, de diferentes inclinaciones ideo-políticas, y que residen en diferentes lugares del planeta, se vuelven a sentir, como entonces Varela, ante la difícil encrucijada de una Cuba que podría llegar a ser cada vez más esa “Casa de todos”, pero también podría hasta dejar de ser un país.
Asimismo (y no porque hoy seamos más virtuosos que aquellos grandes que nos antecedieron), la generalidad y diversidad de cubanos comprometidos con la salvación del país y en la búsqueda de un camino hacia el progreso –que ya constituye una pléyade creadora-, tienden a formular y señalar, como única senda y fin posibles, una síntesis de ideas y de actitudes, de propuestas y de métodos que, como nunca en la historia, expresan la esencia del legado vareliano. Me refiero a esas piedras angulares de su pensamiento y de su obra que impresionaron a José Martí, y que tanto han defendido otros cubanos de talla.
Jamás la historia había colocado a los cubanos ante un solo camino (aunque no monolítico, ni uniformador, ni excluyente) para solucionar los problemas acumulados, estabilizar el país y conducirlo por senderos de desarrollo y democracia. En tal sentido, aún Félix Varela nos interpela con exigencias, como las siguientes:
1- Deben lograr el vínculo necesario entre todas las opiniones y para ello han de pensar como se quiera, pero operar como se necesita. (1)
2-Todos deberían ejercer la ciudadanía desde las tres máximas que siempre garantizan el patriotismo (-preferir el bien común al bien particular, -no hacer cosa alguna que pueda oponerse a la unidad del cuerpo social, y -hacer sólo lo que es posible a favor de la sociedad). (2)
3-Han de comprender que estas máximas se pueden ejercer de manera efectiva únicamente a través del hábito de respeto mutuo, encaminado a la generación sistemática de consensos. (3)
4-Sepan que sería un delirio creer en la posibilidad de una comunidad de bienes; pues todos no concurren igualmente a la producción de riquezas, y por tanto de igual forma habrá de ser diferente el derecho a los beneficios. Será casi imposible que en la sociedad concurran todas las personas de un mismo modo con esfuerzos iguales a producir bienes; en tanto, la absoluta comunidad de bienes es un delirio de poetas que nunca podrá realizarse en todo un pueblo. (4)
5-Comprendan que las generaciones que comparten el país sólo podrán pensar y gestionar a favor de las generaciones futuras, si alcanzan su propio bienestar; pues el pasado y el futuro no pueden constituir una ficción capaz de abandonar las exigencias del presente. (5)
6-Sería fatal olvidar que la independencia y libertad nacional son hijas de la libertad individual. (6)
7-En tal sentido, atiendan celosamente que el gobierno ejerza funciones de soberanía; pero no las posea, ni pueda decirse dueño de ella; pues el hombre libre que vive en una sociedad justa, no obedece sino a la ley. El hombre no manda a otro hombre; la ley los manda a todos. (7)
Reitero, quizá como nunca en la historia, Félix Varela nos indica de manera insistente encontrarnos con José Martí y colocar su legado universal e inagotable como pilar de la patria soñada y futura. No habrá patria sin patriotas.
Aunque insisto en que los cubanos hemos tenido presente a Varela en todas las etapas de la historia, esta hora demanda hacerlo con mayor hondura. Lo tuvimos presente durante el siglo XIX, hasta el punto de que en un momento casi extraviado en la historia fue el primero al que se llamó “Padre de la Patria”, José de la Luz y Caballero destacó que había sido quien “nos enseñó primero a pensar”, y José Martí lo calificó como “el Santo cubano”. Sin embargo, no culminó el tercer tomo de las Cartas a Elpidio porque en la Isla muchos rechazaban la responsabilidad patriótica que esbozaba en esa obra; no regresó a Cuba después que le concedieran el permiso por el escarnio y la vileza a que era sometido por parte de “compatriotas” inquietos por su integridad humana, cristiana y cubana; y cuando, después de años de soledad y envejecido, lo visitó un amigo cubano, Lorenzo de Allo, en su desprovista habitación de madera, en San Agustín de la Florida, este sintió necesidad de exclamar: “El alma se parte al ver un santo perecer sin amparo.”
También lo tuvimos presente durante la primera mitad del siglo XX y hasta no faltaron excelsos análisis sobre su obra y vida. No obstante, sus restos tuvieron que descansar en San Agustín de la Florida, hasta que jóvenes estudiantes e intelectuales cubanos se rebelaron ante la ignominia del olvido y la distancia, y en 1911 lo llevaron a Cuba. El traslado fue objeto de una conmemoración nacional muy sentimental y de dilatados panegíricos; para finalmente ser colocado en una urna de mármol en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en ceremonia solemne que tuvo lugar el 22 de agosto de 1912. Sin embargo, algunos estudiosos afirman que poco después, a pesar de ciertos homenajes que nunca faltaron, allí volvimos a dejarlo, nuevamente clamando por cubanos mejores y por una Cuba distinta.
Asimismo, durante las últimas décadas, hemos vindicado cada vez más el sitio histórico de Félix Varela y hasta la más alta condecoración actual por méritos relacionados con la cultura cubana lleva su nombre y pretende honrarlo. No obstante, al concederla se puede percibir un reconocimiento sobre todo a su desempeño fundacional de la nación, así como a sus altísimas cualidades intelectuales, culturales y humanas; pero no tanto a la trascendencia de sus ideas patriótico-políticas.
Actualmente, también avanza el proceso de canonización del padre Varela, para que integre el universo de los santos de la Iglesia Católica. Se comenta que sólo falta confirmar un milagro de Dios realizado por su intercesión. Sin embargo, resulta injusto no tener en cuenta que Félix Varela forma parte del milagro de que Cuba se haya soñado y de que Cuba exista y de que tantos cubanos quieran sostenerla y engrandecerla; y también sería irresponsable obviar la coincidencia de este proceso religioso con el hecho histórico de que su legado se convierte en fundamento intrínseco del único camino posible para solucionar los problemas del país.
Aquí está Varela; con la posibilidad de hacerse más presente que nunca y en condiciones de ofrecer una contribución mayor. ¿Qué haremos? ¿Volveremos a “desterrarlo”? ¿Volveremos a encontrarlo “sin amparo”? ¿Volveremos a “dejarlo sólo” en una urna de mármol, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana? ¿Volveremos a “olvidar” la integralidad de la trascendencia de su legado? Por otro lado, ¿Qué haremos con ese ideario suyo que hoy se hace presente, aún sin plena conciencia, en la mayoría de los cubanos que, desde posiciones diferentes, desean el mejor bien para Cuba? ¿Qué haremos con todos esos cubanos? ¿También los someteremos al “escarnio de compatriotas” inquietos por la integridad de estos?
Quizá a través de las respuestas a estas preguntas (más bien por medio de actos y de hechos, y no tanto de análisis y de discursos) se hará posible -o no- el milagro definitivo, incuestionable y trascendental del padre Félix Varela.
Referencias
1 Cf. Félix Varela. Los orígenes de la ciencia y la con-ciencia cubanas. Dr. Eduardo Torres Cuevas. Página 371.
2 Cf. Cartas a Elpidio. Sobre la impiedad. Pbro. Félix Varela. Página 144.
3 Cf. Escritos políticos, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1977, Pbro. Félix Varela. Página 212.
4 Cf. Félix Varela. El que nos enseñó primero en pensar, Editorial Cultura Popular, La Habana, 1997, t. I, pp. 276-277. Eduardo Torres Cuevas.
5 Cf. Cartas a Elpidio. Sobre la superstición, Edición de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba. Félix Varela, p. 74.
6 Cf. Escritos políticos, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1977, Pbro. Félix Varela. Página 41.7
7 Cf. Escritos políticos, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1977, Pbro. Félix Varela. Página 40.
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