El ciclo histórico que sucede a la visita de los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco se va a caracterizar por un reforzamiento de la incidencia social de la Iglesia y el fortalecimiento de su papel mediador ante el régimen cubano.
Coordinador: Leonardo M. Fernández Otaño
A modo de introducción.
La Iglesia Católica ha tenido una presencia institucional que ha acompañado la evolución social y política de la nación en Cuba. Su labor de incidencia social se inició mediante la actividad educativa y sanitaria durante la época colonial y se ha reconfigurado a lo largo de los siglos. Con el conflicto independentista entre 1868-1898, si bien la institución anatemizó las contiendas bélicas, un segmento del clero criollo pagó un alto precio por su apuesta separatista. En los inicios de la vida republicana asistimos a una Iglesia que intenta resituarse en un estado liberal y que refuerza su incidencia tanto política como socioeducativa.
A partir de 1959 con la irrupción del ciclo revolucionario la institución experimentó un proceso de confrontación con el Estado, generado por la imposición del marxismo, el acercamiento a la Unión Soviética y los procesos sumarios, que le retiraron el apoyo de prelados como Enrique Pérez Serantes, quien había servido de mediador político durante el conflicto guerrillero. La etapa se cateterizó por un decrecimiento de la feligresía, la expulsión de los agentes pastorales y la limitación de la actividad religiosa al interior de los templos. A este período que se fue atenuando en la década de los noventa del pasado siglo, le sucedió una época de un aumento del número de fieles, nuevas vocaciones y el retorno de numerosas órdenes religiosas.
El ciclo histórico que sucede a la visita de los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco se va a caracterizar por un reforzamiento de la incidencia social de la Iglesia y el fortalecimiento de su papel mediador ante el régimen cubano. Los dos hitos más significativos de este lapso temporal fueron la liberación de los presos políticos de la Primavera Negra y la mediación en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos durante la presidencia de Barack Obama. Ocurridas durante el largo episcopado de Jaime Ortega, estas gestiones tuvieron un alto costo para la vida de la Iglesia: el cierre de proyectos críticos como las Revistas Vitrales y Espacio Laical, el nombramiento de obispos más permisivos con el régimen y los intentos del cardenal Ortega y algunos obispos de silenciar voces críticas al interior del clero.
Al día de hoy la realidad eclesial es totalmente distinta. La Iglesia ha visto frustrados sus intentos de mediación en Nicaragua y Venezuela, regímenes análogos del cubano en cuanto a la ideología política y al irrespeto de los Derechos Humanos se refiere. En la composición interna de la institución se ha producido un aumento de las voces críticas de la realidad. Provenientes del clero, la vida religiosa y el laicado, contrastan con tímidos documentos del episcopado. Estos criterios exigen que en una posible mediación o diálogo político a diferencia de la época Ortega, no se obvie a la sociedad civil, quién ha sido el motor impulsor del último ciclo cívico.
La crisis sistémica que vive el país y el ciclo de protesta ciudadana que atraviesa el país, combinado con el alto número de presos políticos complejiza la situación para cualquier intento de mediación. Desde los días posteriores a las manifestaciones la Iglesia ha realizado una labor de acompañamiento liderada por la Conferencia de Religiosos de Cuba (CONCUR), así como se han producido varias intervenciones públicas del arzobispo primado Dionisio García Ibáñez solicitando la liberación de los detenidos, varias cartas de la Conferencia Episcopal pidiendo un gesto de clemencia y la cercanía del cardenal Juan García a la familia de los detenidos.
Para analizar los desafíos de la institución y los escenarios posibles frente a una posible mediación hemos convocados en este dossier a activistas, académicos y laicos católicos. Participan en el dossier:
Maykel González Vivero: Activista LGTBQ+, periodista independiente y director del medio independiente Tremenda Nota.
Elaine Roca Aguiar: Filósofa y estudiante del Máster en Mediación, Negociación y Resolución de Conflictos en la Universidad Carlos III de Madrid.
Joeluis Cerutti Torres: Laico católico y doctorando en física en la Universidad Politécnica de Madrid.
Julio Pernús Santiago: Laico católico, comunicador social y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad de la Habana.
Dr. Ignacio Uría Rodríguez: Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá y especialista en la historia eclesiástica cubana.
Debate.
1- Tradicionalmente, se le asigna a la Iglesia Católica el papel de mediadora o facilitadora para la solución de conflictos sociales, políticos… ¿Por qué ocurre esto? ¿Puede mencionar ejemplos exitosos de estas gestiones de la Iglesia durante diferentes etapas de la historia?
Maykel González:
La Iglesia Católica ha mediado, ha intervenido, ha participado en gran parte de los conflictos políticos cubanos. En el siglo XVIII, durante un episodio tan traumático como la ocupación inglesa, el obispo Morell de Santa Cruz se convirtió en el rostro de la resistencia criolla y terminó deportado de la isla. Durante la última guerra de independencia, la iglesia tomó partido a favor de España y le otorgó rango de cruzada al enfrentamiento. En todos los casos, la jerarquía católica cubana, e incluso la vaticana, usó la legitimidad que le daba su condición de grupo religioso mayoritario del país. La dimensión de esa influencia se sostiene actualmente en esos antecedentes históricos y en la estructura estatal, con reconocimiento internacional, que tiene la Iglesia Católica. El papa no es un simple líder religioso, también es un jefe de Estado que, desde ese carácter, puede dialogar como un igual con cualquier gobierno.
No es extraño que el Vaticano, y en particular el Papa, fuera el mediador elegido por el gobierno cubano en 2014 para negociar con Estados Unidos la normalización de las relaciones diplomáticas. A menudo, las mediaciones católicas tienen una vocación humanitaria o se resuelven con algún beneficio para ciudadanos afectados por los conflictos políticos del país. En 2014 hubo un canje de presos. Años antes, la Iglesia contribuyó a la liberación de presos políticos a los que, lamentable e injustamente, se les impuso el exilio como condición indispensable para obtener la libertad.
Estas mediaciones no son tan perfectas, tan eficientes, tan desinteresadas como las intercesiones que los católicos esperan de la virgen María. Todas las partes demandan un beneficio, sea político o práctico. Y no se puede descartar, aunque no tengamos ninguna evidencia clara de eso, que la propia Iglesia espere alguna licencia de parte del gobierno por su buen oficio de mediadora.
Cada una de las visitas de los últimos papas a Cuba se saldó con liberaciones de presos comunes o políticos, con el reconocimiento de feriados cristianos, que incluso significan un privilegio sobre las fiestas de otras religiones también muy difundidas en el país, con algunas horas en los medios de comunicación o con la autorización para construir instalaciones de gran envergadura como el Seminario de San Carlos en las afueras de La Habana.
La colaboración entre la Iglesia Católica y el Gobierno cubano es tan sólida que rebasa el ámbito político de la Isla. Que el papa Francisco y el Patriarca de Moscú acordaran reunirse en Cuba, es una evidencia rotunda.
Superadas las tensiones de origen entre la Iglesia y el Gobierno, en las últimas décadas han trabajado en los mejores términos. Esa voluntad de cooperar para resolver conflictos provocó muchos cuestionamientos al antiguo arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, por parte de la oposición política y del exilio.
Elaine Roca:
La posición que ocupa esta institución entre lo sagrado y lo profano ya la sitúan en una situación de “facilitadora”, aunque en la práctica de la justicia –debe aclararse- el facilitador y/o el mediador no son el punto medio entre las posiciones de dos partes.
El doble ámbito de la Iglesia: público y privado a la vez, le capacitan para tener información significativa y cierta visión global de los conflictos. Privado en tanto práctica íntima de la fe, refugio, forma de vida y consciencia del mundo. Público como espacio de socialización, servicio, enseñanza, gestión en las comunidades y de frente a otras instituciones.
Su carácter universal con máxima autoridad en el Papado le permite, además, superar los límites nacionales y entender, por ejemplo, que dos países pueden ser partes en una confrontación y no “el lado contrario” y que existen asuntos de carácter global que desbordan los límites nacionales, como el cambio climático o la pobreza; ambas razones legítimas, de fuerza mayor, para conciliar disputas.
El compromiso con Dios (un principio) antes que con un ente o autoridad terrenal facilita, en algunos casos, el ejercicio de la imparcialidad y neutralidad, siempre y cuando no se comprometa a ella misma.
La existencia de la Iglesia Católica en medio de todo tipo de culturas, ideologías y tradiciones, su recorrido histórico, le ha dotado de la experiencia en la gestión de las relaciones humanas y, muy significativo, del uso de la palabra para crear comunidad. Un facilitador entiende que, solo a través del lenguaje pueden las partes de una disputa reconocerse y objetivar el conflicto para trabajarlo.
Juan Pablo II fue de las figuras de la Iglesia más reconocidas por su intervención en conflictos de gran magnitud, por ejemplo, las disputas entre Argentina y Chile por el canal Beagle; luego de la Junta Militar argentina aceptar la intervención vaticana y un procedimiento de mediación, firman el Tratado de Paz y Amistad en 1984 y se llega a acuerdos sobre la división del poder sobre el canal. En 1989 la intervención de Juan Pablo II fue igualmente significativa para la caída del muro de Berlín y luego el papa Francisco abrió un ciclo de negociaciones entre Cuba y Estados Unidos cuyo objetivo fue la normalización de las relaciones diplomáticas entre ambos países.
Joeluis Cerutti:
La Iglesia ha sido mediadora en conflictos internacionales desde muy antiguo. A esto, tal vez, contribuye que sea una institución con una presencia extendida en casi toda la geografía, que le permite conocer los conflictos desde todas las perspectivas, y a la vez una estructura que, en principio, está por encima de los nacionalismos, con autoridad central (el papado, la Santa Sede) en diálogo con autoridades locales (los episcopados). También, el hecho que desde siglos se haya preocupado por tener representación diplomática, a través de los nuncios, ante los distintos poderes civiles, lo que le ha hecho ser un actor extremadamente hábil en disímiles escenarios. Por último, y a pesar de etapas de su historia no ejemplares, el mensaje de la Iglesia tiende a ser un mensaje de paz, diálogo, entendimiento, lo que le confiere cierta autoridad moral que hace que su poder, sin ser “concreto”, sea muy efectivo.
Ejemplos de mediaciones exitosas -también las ha habido fracasadas, o cuando menos, infructuosas- estaría la mediación del papa Francisco en el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba; el papel de Juan XXIII entre Estados Unidos y la Unión Soviética cuando la crisis de los misiles; el papel del papa Francisco en los conflictos en Sudán del Sur; o Juan Pablo II entre Chile y Argentina en 1984.
Julio Pernús:
Aunque puedan resultar algo polémicas, en Cuba hay varios ejemplos de la intermediación de la Iglesia para solucionar conflictos históricos. Por ejemplo, el fin de la Guerra Necesaria contó con la intervención de León XIII para la consecución del Tratado de París. Si bien el final no fue el sueño anhelado del pueblo, sí es justo resaltar que puso fin a varios años de angustia en los cubanos. También, no es secreta la intervención de Juan XXIII para que llegara sin una mayor escalada armamentista la Crisis de Octubre o de los Misiles. En los últimos tiempos fue tangible la intervención del papa Francisco en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Esto por mencionar conflictos cubanos, pues, por ejemplo, qué sería de la guerra civil de Colombia sin la intervención de la Iglesia. Considero también valioso el aporte que tuvo la Iglesia en América Latina en las décadas del 60, 70 y 80 del siglo XX donde a través de una Teología de la Liberación la Iglesia fue un actor clave en la resolución de conflictos dentro de nuestro continente como el Salvador, por ejemplo, donde mártires como Monseñor Oscar Romero o los jesuitas de la UCA marcaron un camino para finalizar la Guerra Civil.
Ignacio Uría:
Existe una larga tradición de la Iglesia Católica como mediadora en conflictos, ya sean internacionales o nacionales. Se debe —aunque no siempre fuera cierto— a la consideración de la Santa Sede como un actor independiente que busca una solución pacífica. En general, se le requiere para evitar guerras o denunciar persecuciones —sobre todo, religiosas, pero también raciales o políticas—.
En la Edad moderna, por ejemplo, podemos citar el proyecto diplomático pontificio como alternativa a la Guerra de Sucesión española del siglo XVIII, donde se enfrentaron la casa de Habsburgo y la de Borbón. No tuvo éxito, pero demuestra el prestigio vaticano al mediar entre dos dinastías que se disputaban la corona española, entonces una potencia mundial. En el siglo XIX, ya con final feliz, León XIII evitó en 1885 una guerra entre España y Alemania por la posesión de las islas Marianas (en Oceanía). Un siglo más tarde, en 1984, Juan Pablo II logró que Chile y Argentina iniciaran conversaciones sobre el canal de Beagle, en el cabo de Hornos, asunto que amenazaba con provocar una guerra. Gracias a esta mediación, ambas naciones firmaron un tratado de paz y amistad que sigue vigente.
El caso más reciente afecta a la propia Cuba y lo protagonizó el papa Francisco, al que acudieron Estados Unidos y Cuba para que ayudara al restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos. Este acuerdo de 2014, de hecho, se anunció el día del cumpleaños del pontífice, 17 de diciembre, terminando con más de medio siglo de aislamiento mutuo. El entonces presidente Barack Obama se lo agradeció personalmente en 2015, afirmando: «Santo Padre, estamos agradecidos por su inestimable apoyo a nuestro nuevo comienzo con el pueblo cubano, que ofrece la promesa de mejores relaciones entre nuestros países, una mayor cooperación en todo el continente y una vida mejor para el pueblo cubano». En esta frase se resumen los motivos por los que se suele acudir a la intermediación vaticana: paz entre naciones y cooperación entre pueblos. Es difícil lograrlo, pero suelen darse avances.
2- En los primeros años de la década de 2010, la Iglesia Católica en Cuba participó como facilitadora de algunos procesos de liberación de presos políticos, de normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y de otras cuestiones sociales. ¿Pudiera hacer un balance de sus éxitos, fracasos y errores?
Maykel González:
En general, las negociaciones de los últimos años fueron exitosas para todas las partes. Cada una logró al menos una parte de sus demandas. Los presos políticos liberados, el denominado «deshielo», las concesiones a la libertad de culto han sido victorias para la instancia que medió, para los poderes implicados, y para los ciudadanos que consiguieron la excarcelación, un feriado o un periodo de distensión política.
Yo no hablaría de fracaso, pero sí de error. Ninguna negociación que implique tantos intereses va a ser totalmente justa con cada una de las partes. A la hora de juzgar estas mediaciones católicas debemos tener en cuenta también que no sabemos exactamente en qué circunstancias específicas, en qué condiciones, con qué requisitos, en qué lenguaje, se pactaron las conversaciones. Todas las veces se reunieron, intercambiaron, a puertas cerradas. La opinión pública solo conoció el resultado último, no el seguramente largo camino que condujo al acuerdo. Ante esa falta de información, me cuesta mucho juzgar los errores que pueda haber cometido la Iglesia. La intransigencia no sirve para negociar. Asumido esto, que es obvio, resulta imposible que el papel de la Iglesia parezca justo a todas las partes, en particular a la ciudadanía, que es la parte con mayor desventaja.
Cuando la mediación de la Iglesia consiguió la liberación de un buen número de presos políticos, que acabaron exiliados en España, cualquiera podría alegrarse por el éxito de la excarcelación y a la vez lamentar que fueran forzados a dejar el país. Alguien pudiera verlo como un error de la negociación y hasta como un fracaso de la Iglesia. Ninguno de los que estamos juzgando sabemos, en detalle, cómo se llegó a ese resultado en la mesa.
Elaine Roca:
Solo el hecho de plantear la negociación como una vía de superación del conflicto entre Cuba y Estados Unidos fue un éxito, cuando antes no se concebía -al menos para la dirección del gobierno cubano-, que dos partes enfrentadas políticamente pudiesen tener otra vía diferente a la denuncia y al monólogo. Aciertos también fueron la detección de intereses para despejar posiciones políticas, la selección del diálogo, el convocar a las partes representantes del conflicto (en este caso ambos gobiernos) estableciendo lugares seguros de reunión, fecha y horas, y las visitas con cada parte sin mostrar preferencias.
Sin embargo, este llamado diálogo, fue más un proceso de negociación entre gobiernos que de reparación a la ciudadanía. Pese a intentos de comunicación con la ciudadanía (parte más afectada por el conflicto) la sociedad civil quedó en los márgenes. Fue un trabajo de apertura no acabado ni sostenido en el tiempo y tras lograr la liberación de presos hubo un retroceso con el cambio de gobierno. No hubo acompañamiento a víctimas ni lo que implica un proceso restaurativo guiado por un facilitador. Claro que, dado la disposición y compromiso que conlleva un procedimiento así, siempre se requiere la voluntad de las partes. Si las partes no se encuentran comprometidas con la reparación ciudadana, escapa de las manos de cualquier facilitador.
Joeluis Cerutti:
La mediación de la Iglesia en Cuba en el 2010 se dio en un momento digamos favorable, con un Raúl Castro que parecía reformista y aperturista. Creo que los obispos, en especial el cardenal Jaime Ortega, supieron aprovechar la disposición de Raúl Castro, y aliviar una situación de injusticia que necesitaba solución. Creo que, siempre que haya un hombre liberado sin comprometer a otros, ni comprometer la propia credibilidad, siempre es un éxito. Y este fue el caso de aquellos años. Errores, creo que haber sobreestimado la capacidad que tenían ellos, los obispos, de trabajar por el bien de la nación. El innegable logro de la liberación, tal vez, les hizo creer que podrían llevar a buen término muchas más negociaciones y, lo peor, que solo ellos podían y que cualquier otra iniciativa surgida desde otros miembros de la Iglesia les entorpecería.
Julio Pernús:
Es pertinente antes de responder a esta década abordar que el rol de facilitadora de la Iglesia Católica para la liberación de presos políticos está presente desde incluso mucho antes del triunfo de la Revolución. De hecho, recordemos que monseñor Pérez Serantes es un actor clave para que permanecieran vivos y luego fueran liberados varios de los presos políticos del Moncada, entre ellos, el propio Fidel Castro. Luego, monseñor Serantes se convierte en un crítico acérrimo del sistema de enjuiciamiento y fusilamiento de los primeros años de la revolución.
Por demás, hay que decir que un número importante de los presos políticos de las últimas décadas en Cuba han sido católicos. Recordemos por sólo citar un ejemplo de lo ocurrido luego del 2010, todo lo relacionado a las Damas de Blanco, movimiento que surge como parte de los esfuerzos que hacen las familias de los presos políticos de la Primavera Negra para articularse y exigir desde la desobediencia civil mediante protestas pacíficas la liberación de sus esposos. La Iglesia Católica tuvo un rol sumamente importante en esa excarcelación.
Un error importante de la Iglesia Católica fue muchas veces desentenderse de los temas políticos desde una lectura etérea de la realidad, el discurso institucional era que se decía que la Iglesia no debía meterse en problemas políticos para no desafiar al gobierno. Sin embargo, se llegan acuerdos que logran expatriar a varios de los presos de la primavera. En este contexto hay algunos estudiosos que condenan a la Iglesia por pactar con el Gobierno la salida al exilio de estos presos como su condición de libertad. Pero, luego de ver la realidad de las cárceles cubanas creo que nadie debería juzgar una acción que puso en el centro a la vida, lo que sí creo que la jerarquía eclesial pudo haber invitado a ese diálogo a varios de los líderes de la sociedad civil que no respondían a las directrices del PCC.
Sin dudas, cuando Raúl Castro y Barack Obama anunciaban el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos por mediación de la Iglesia, varios cubanos vimos un atisbo de esperanza en ese gesto. Fue positivo el deseo del Papa de provocar un encuentro entre dos ideologías que no se acercaban de forma tangible desde muchos años atrás. Si pudiera hacerse un señalamiento a ese deshielo considero que sería el no haber construido una relación más firme de actores de la sociedad civil de ambas orillas para perpetuar este paso.
Creo que muchos de los logros alcanzados partían de personalismos y no eran acciones que involucraran a organizaciones con reconocimiento tangible de la sociedad civil como parte de la solución. Pues, la Iglesia sola no podía asegurar en el tiempo los compromisos adquiridos por ambas partes. Además, algunos activistas se sintieron con razón que no eran tenidos en cuenta luego de haber exigido tanto por ese horizonte esperanzador.
Un éxito fue demostrar que sí se podía lograr un diálogo, una enseñanza es que ese paso se debe hacer desde un acompañamiento sistemático de actores sociales que sean garantes imparciales de todo lo pactado, pues de lo contrario se sabe que cualquier crisis puede derrumbar lo construido. También, es importante que lo primero a salvar y tener presente en ese diálogo sean las vidas humanas, sobre todo, de aquellos que están presos por proponer incluso momentos como los que se consiguieron vivir.
Ignacio Uría:
Se trata de una cuestión muy amplia y que requeriría exposición extensa. También porque, desde 2010, ha habido un cambio profundo tanto en la Conferencia de Obispos Católicos Cubanos como en la Santa Sede y, también, en el propio Estado cubano y la presidencia de Estados Unidos. Arzobispos señeros como el oriental Pedro Meurice o el cardenal Jaime Ortega fallecieron en la década anterior, produciéndose una renovación inevitable, pero no concluida aún. En Cuba, asistimos a la renuncia de Fidel Castro en 2008 y su posterior fallecimiento, mientras que Francisco fue elegido Papa en 2012. Por último, la política norteamericana hacia Cuba cambió con la victoria de Donald Trump en 2017. Son muchos cambios, lo que impide realizar un análisis general sencillo, pero si nos centramos en uno de los aspectos que señala, la mediación del Vaticano en el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, considero que por parte de la Iglesia Católica hubo, a la vez, buena fe y enorme voluntarismo, quizá pensando que bastaba con sentar a Raúl Castro y a Obama para que las cosas cambiaran. Algunos avances hubo (como los vuelos directos o los permisos de viaje a cubanoamericanos) y esto fue esperanzador. Sin embargo, la dictadura cubana es inflexible en cuestiones ideológicas y, en cuanto percibió que el deshielo otorgaba cierta libertad a los cubanos, volvió a replegarse. El resto lo hizo la administración Trump, como sabemos.
3- ¿Cuál es la posición actual de la Iglesia Católica en Cuba, como institución, acerca de la crisis nacional que padecemos? ¿Cuánto la conduce, esta posición, a un nuevo desempeño de facilitación o mediación en busca de soluciones?
Maykel González:
Los obispos católicos han hecho numerosas observaciones sobre la crisis cubana en sus declaraciones colectivas. Algunos también han adoptado posiciones individuales en sus comunicaciones pastorales. Unos pocos sacerdotes y religiosos han aparecido en público con un discurso político enérgico, partidario, nada afín a la posición oficial de la alta jerarquía que se ha limitado a hablar de «reconciliación» entre los grupos políticos enfrentados. El tono razonable, sosegado, de la Iglesia Católica cubana, aunque siempre sea empático con los problemas que enfrenta la mayoría de los cubanos, contrasta con las posiciones de estos sacerdotes y religiosos que han elegido comportarse como actores políticos antes que como observadores o mediadores.
La Iglesia Católica cuenta a su favor con la tradición que tiene como mediadora, para contribuir a resolver la actual crisis. Sin embargo, desde afuera, desde lejos de las oficinas episcopales, no parece, por ahora, que tenga la misma influencia que en años anteriores. Si la Iglesia no ha podido evitar que la Seguridad del Estado impida salir del país a algunos párrocos con argumentos políticos, si no pudo evitar la reciente deportación del superior de los jesuitas, ¿podrá influir con la misma eficacia de antes en la liberación de los cientos de presos políticos?
Elaine Roca:
La crisis que padece Cuba no es solo de insatisfacción con un gobierno insostenible por su gestión y por la violencia que ejerce. Cuba se enfrenta a una profunda crisis económica, de fractura del tejido social y del lenguaje, que dificulta la convivencia, la cooperación y la creación de mecanismos y espacios públicos donde se expresen, comprendan y gestionen diferencias y vulnerabilidades. Cualesquiera que sean estas diferencias.
La institución o equipo que se proponga un trabajo de intervención social como facilitador y pacificador de conflictos en Cuba debe crear espacios seguros y sostenibles, durante el tiempo necesario, para la restauración. Un espacio seguro implica, por parte del facilitador, el compromiso con la neutralidad y la imparcialidad, además de la buena fe.
La Iglesia en Cuba ha acompañado y asistido a las víctimas de la violencia política, cubriendo y generando un espacio que de ninguna forma satisface el actual Gobierno y sus instituciones. En su gestión promueve la cultura de paz, el empoderamiento a través de la enseñanza y la dignidad humana que son compromisos básicos de una institución facilitadora.
Sin embargo, las declaraciones de la Iglesia con respecto al Código de Familias, desplaza y no reconoce los derechos de una comunidad vulnerable y vulnerada en Cuba, también por la violencia política, que es la comunidad LGBTIQ.
La clara posición de la Iglesia con respecto a esta comunidad le imposibilita, como institución, neutralidad e imparcialidad frente a dichos asuntos de la agenda nacional. Será un facilitador viable en aquellos casos donde su compromiso con la fe católica no comprometa su imparcialidad y neutralidad frente a las partes en conflicto.
Joeluis Cerutti:
Con pesar, creo que la Iglesia Católica hoy, en las personas de sus obispos, no tiene capacidad de desempeñarse como mediadora en la gravísima crisis que enfrentamos. Entre otras cosas, no hay un liderazgo claro, fuerte y de mirada amplia y certera como el del cardenal Jaime Ortega, con todo lo que se le pueda criticar. Aunque, esto tal vez se deba, en parte, a la misma manera centralizada en que Ortega vivió sus últimos años y gestiones; no solo no permitía otro liderazgo sino el suyo, sino contribuyó a iniciar una distancia, que hoy parece crecer cada vez más, entre los obispos y algunos sectores de laicos jóvenes, sacerdotes, religiosos y religiosas.
La posición de los obispos en Cuba, hoy, no es clara. Y esto es lo peor. No hay un pronunciamiento público en que sea evidente qué creen, en ningún sentido. Tal vez estén haciendo milagros en lo oculto, pero, aunque me encantaría creerlo, no lo creo. Para poder ejercer de mediadora, la Iglesia cubana necesitaría volver a ser reconocida con una autoridad moral y una capacidad e independencia que hoy, creo, no muestra. Con todo, no pretendo con ello hacer juicio de valor, solo describir la realidad que percibo, las razones de por qué esto es así no son evidentes, y se puede debatir mucho.
Tampoco el Papa, la Nunciatura, la Santa Sede, parecen ser actores capaces de favorecer, sobre todo porque en gran parte de la gente hay desconfianza dados los últimos pronunciamientos y hechos, y porque no hay ningún contacto, ni parece haber voluntad de crearlo, con nadie de la diversísima y bastante enfrentada oposición, cosa que por supuesto no favorece que este contacto se produzca.
Julio Pernús:
Lo primero es que no hay una sola posición actual de la Iglesia Católica como institución, pues hablamos un cuerpo diverso con diferentes posturas incluso al interior del clero y, eso también se manifiesta en los laicos. Pero, hay un consenso bastante explícito en que uno de los pasos importantes que debe dar el Estado para negociar alguna salida de la crisis es la liberación de los presos políticos. Fue uno de los mensajes claros que dijo recientemente el cardenal Stella de parte de parte del papa Francisco durante su visita al país. Otro elemento clave es la oportunidad de una mayor apertura democrática, son varias las religiosas, laicas, sacerdotes y miembros de la Iglesia de forma general que han acompañado al pueblo durante protestas y en la apertura de espacios democráticos.
Es oportuno admitir que la Iglesia Católica es hoy el único actor de la sociedad civil independiente del país que es reconocido por el Partido como interlocutor válido. Lo que no quiere decir que no existan otros actores, sino que, por su peso histórico y social, la Iglesia Católica cuenta con la atención de un Partido que muchas veces la suele pasar desapercibido, pero que en otras ocasiones le ofrece espacios donde dialogar desde diversas posturas.
Creo que el reto es cómo lograr que esa posición de interlocutor reconocido por el Partido y por qué no, por gran parte de las organizaciones disidentes del poder, se pueda capitalizar en una Iglesia que impulse un diálogo nacional que posibilite destrabar la rueda burocrática que se está comiendo el futuro y la democracia del país por segundo. Es un reto, pues también sus bases han sido mermadas por la migración de un capital muy valioso, pero aun así tiene las herramientas y la moral suficiente para dar luz verde a una etapa que identifique un verdadero cambio al interior de la nación.
Es importante saber que la Iglesia sigue insistiendo por la búsqueda de soluciones y hay con mayor o menor visibilidad acciones que evidencian este ejercicio. Por ejemplo, las reiteradas visitas del cardenal O’Malley a Cuba y su conversación con Díaz-Canel. O las reuniones de los obispos con la dirigencia de la Oficina de Asuntos religiosos para pedir la liberación de los presos del 11J. También la CONCUR tiene un programa de acompañamiento sistemático a los presos políticos especialmente a los que han sido encarcelados tras las protestas de los últimos años.
Ignacio Uría:
En 2014, el entonces nuncio vaticano Bruno Musaró dijo: «el pueblo cubano vive en unas condiciones de absoluta pobreza, degradación humana y derechos civiles, víctima de una dictadura socialista que les mantiene subyugados […] Para esta genta la única esperanza de una vida mejor es escapar de la Isla». Es un análisis correcto, aunque haya pasado una década, agravado además por la durísima represión desatada por la dictadura desde el levantamiento del 11 de Julio, en 2021. El posterior éxodo de cubanos —jóvenes, sobre todo— es el más grande de la historia de Cuba, con lo que supone de desagarro personal, rupturas familiares y fracaso absoluto del régimen. Ciertamente, resulta llamativa la actuación del papa Francisco, que apenas se refiere a Cuba en sus intervenciones, pero que ha afirmado que mantiene una «relación humana» con Raúl Castro. Para el católico cubano, me consta, hay palabras que duelen más que la represión y estas son un ejemplo, dejando aparte de que no aportan ninguna solución. La contrapartida a esta frialdad pontificia la resumió el obispo emérito de Pinar del Río, José Siro, al recoger el sentir ampliamente extendido en Cuba de que: «la Iglesia ha adquirido entre el pueblo un prestigio enorme, porque es la que se ha ocupado de atender a los pobres, de buscar medicamentos, de atender a los niños con síndrome de Down. Es una caridad que es muy explícita para la gente».
4- En esta gestión, si ocurriera, ¿cómo sería la participación de una misma Iglesia que posee representantes en Cuba, por medio del episcopado, pero también en la Santa Sede y en otros lares del orbe?
Maykel González:
Ese carácter multinacional y estatal de la Iglesia es una de sus mejores garantías para mediar. Lo fue antes y lo será en el futuro. Las relaciones del Vaticano con el Gobierno cubano no sólo parecen correctas. Más que eso, parecen muy cordiales. El Papa no ha dejado de realizar comentarios, incluso en fecha reciente, que revelan la cordialidad de sus relaciones personales con el líder cubano Raúl Castro. Todas esas circunstancias son ventajas para la mediación que podría hacer en un futuro cercano, o que tal vez ya ha estado haciendo sin que eso trascienda al público, como sucedió en los casos anteriores.
Elaine Roca:
El ejercicio de facilitador o mediador no es un hábito, sino un rol. Se ejercerá donde se necesite y por aquel profesional capacitado, (certificado siempre que esté regulado por la ley en el territorio) para ejercer como mediador en una negociación, contando siempre con la voluntad de las partes.
Si el mediador pertenece a la institución Iglesia, la Iglesia deberá velar y responder por su ética, su formación y su capacidad para mediar en determinados conflictos.
Si un presunto mediador interviene en un conflicto para responder y salvaguardar los intereses de su institución, y no los de las partes en conflicto, dicho mediador no calificará como mediador, sino como parte en la negociación.
La Iglesia se debe cuidar de no ser una parte en la negociación cuando esté intentando intervenir como facilitadora. Aunque tenga un compromiso con la pacificación de los conflictos humanos, ello no la exime de su derecho a defender sus intereses cuando lo precise. En casos donde deba defender sus intereses, no puede ejercer como mediadora y cuando ejerza, las partes tienen derecho a que su práctica sea regulada y supervisada.
De ahí la necesidad de que la mediación, la pacificación de los conflictos y la facilitación, así como otros mecanismos autocompositivos o híbridos, no sean solo compromisos y vocaciones, sino prácticas reconocidas y reguladas por la ley, dentro del conjunto de MARS (Mecanismos Alternativos de Solución de Conflictos) que complementan, y no sustituyen, los procesos convencionales y heterocompositivos de justicia.
Joeluis Cerutti:
Si ocurriera, necesitaría partir de una posición más clara de la Santa Sede sobre la situación cubana, que permita confiar en ella como mediadora, y no como otro instrumento más del Gobierno de Cuba para lavar su imagen. En este sentido, al final de la visita del cardenal Stella, sus declaraciones luego del acto ocurrido en el Aula Magna, dan cierta esperanza.
Por otro lado, necesitaría de los obispos cubanos la valentía de denunciar las injusticias más evidentes, de llamarlas por su nombre. Y de tener una voz propia, no siempre expectante de qué pueda venir desde Roma. La Iglesia necesita escuchar a sus obispos, porque por momentos su silencio ha sido, permítase el oxímoron, ensordecedor.
Según mi perspectiva, para que se produzca lo primero (una más clara posición de Roma, y del Papa en particular), ha de darse antes lo segundo (una posición firme de los obispos). El papel de la Santa Sede suele ser siempre de garante, de facilitador, pero nunca suplantar el papel, la responsabilidad, y la capacidad de asumir las consecuencias que pueden derivar de las denuncias explícitas, de los obispos locales. En Nicaragua, donde la situación de confrontación entre la Iglesia y el Gobierno ha tomado unos tonos extremadamente dramáticos, se da tal vez el mejor ejemplo de este orden de cosas.
Julio Pernús:
La gestión mediadora debería hacerse a través de actores nacionales, pues en el pasado la influencia tangible del Vaticano ha cercenado que luego se le pueda dar seguimiento a los acuerdos pautados. Recordemos lo que pasó en la década del 60 con monseñor Cesare Zacchi como máximo responsable de las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Aún la Iglesia en Cuba se sigue pensando de forma jerárquica de cara a la toma de decisiones, pero es interesante valorar como la cultura sinodal que ha promovido el Papa y ha calado en algunos sectores del tejido social católico, se hace vida en la toma de decisiones importantes. Pues hablamos de una pedagogía donde se debe incluir la diversidad de voces a la hora de tomar una decisión importante.
La Iglesia siempre va a participar de estos procesos con una dosis alta de prudencia, no verlo de esa forma representaría desconocer la historia de las últimas décadas y el pensamiento de una Conferencia episcopal que pasa de los 70 años con facilidad. Sería significativo para la Iglesia el poder unir a la diáspora en cualquier esfuerzo que se haga de diálogo, pues sabemos de la mirada siempre puesta en varias orillas que ha tenido la universalidad del nombre católico. Estamos conscientes varios cubanos que la institución con mayor fuerza de conciliación entre las diversas cosmovisiones nacionales es la Iglesia, pero esa Iglesia debe dar protagonismo a los laicos, las mujeres y las voces más críticas contra el sistema, si no hace eso su discurso se puede ir desinflando por el camino.
Ignacio Uría:
Realmente, lo ignoro. A lo largo de seis décadas, la Iglesia Católica en Cuba lo ha probado todo: el enfrentamiento, el silencio, la colaboración, la denuncia… En lo esencial, nada ha cambiado porque el Estado es inmune al derrumbe de la sociedad e ignorar al episcopado es sencillísimo. La Santa Sede, por su parte, apostó ya en los años sesenta por la realpolitik; es decir, asumió que la dictadura no iba a caer y que, por tanto, había que adaptarse e ir ganando pequeños espacios de libertad. En eso sigue. Tristemente, son tan pequeños que se han convertido en irrelevantes, salvo para los beneficiarios individuales (los presos liberados, por ejemplo). En su descargo diré que es un proceso diabólico porque el régimen es inmune a las presiones y no le importa destruir el país con tal de seguir gobernando.
5- ¿Qué debería proponerse la Iglesia Católica en una eventual mediación o facilitación? ¿Cómo podría hacerlo?
Maykel González:
Lo más urgente casualmente es lo que la Iglesia consiguió en ocasiones anteriores: la liberación de los presos políticos. De lograrlo, lo más probable es que no sucederá en condiciones de justicia, ni de respeto a las leyes cubanas. En los casos más graves, como pasó antes, será otorgada a cambio del destierro. Ese precio, doloroso, trágico, no depende de la capacidad negociadora. El único factor de que dispone la Iglesia cubana para negociar es el que repiten siempre los obispos en sus comunicaciones conjuntas: la posibilidad de sanar como sociedad, la aspiración de conciliar. El Vaticano, en cambio, podría negociar como Estado y ofrecer en pago otras mediaciones internacionales que contribuyan, siquiera un poco, a aliviar el aislamiento internacional cada vez mayor en que vive el Gobierno cubano después de las manifestaciones del 11 de julio de 2021.
La Iglesia Católica, ni siquiera en su rango de Estado, está en disposición ni en condiciones de ofrecer al Gobierno alguna opción económica, siquiera paliativa, que contribuya a aliviar la crisis económica del país. Siendo un Estado tan particular, no tiene bajo la manga opciones de negocios. El ámbito de su interés son los Derechos Humanos. En esa dirección, que es la tradicional, los presos políticos serían la meta fundamental de esa hipotética mediación.
En otro sentido, si lograra que las autoridades respetaran la libertad de expresión de párrocos y religiosos, si lograra que se admitiera la labor de congregaciones y parroquias en la asistencia a actores ciudadanos que ven violados sus derechos políticos, la Iglesia estaría abriendo un camino pequeño, pero contundente, a una sociedad civil sin muchos horizontes de participación.
Elaine Roca:
Para que la Iglesia pueda ejercer el rol de mediador o facilitador, cuando corresponda, debe ejercer desde la imparcialidad y la neutralidad. El facilitador no juzga, no incrimina, no aplica sanciones, no obliga ni induce al perdón y no lo otorga o garantiza (el perdón es una posibilidad y no una necesidad en los procesos restaurativos). El facilitador no está necesariamente comprometido con la verdad, sino con el acompañamiento a las víctimas, la responsabilización del infractor y la inserción de la comunidad en los círculos para garantizar, en lo posible, que el delito no se repita.
También debe estar comprometido con la comunicación efectiva entre las partes, empoderando en todo caso a la parte vulnerable. El hecho de que la Iglesia no pueda mediar en ciertos casos porque su compromiso le impide la imparcialidad, no le imposibilita mediar en otros. El ejercicio facilitador es un rol de un tercero capacitado. La Iglesia no debe establecerse como el facilitador por excelencia y oficial de la sociedad cubana. Si lo ha sido es porque otras instituciones no pueden o no han podido, e incluso no han pretendido, ejercer la imparcialidad y neutralidad en ningún caso.
Es imposible, sin embargo, llegar a normalizar la práctica de la mediación y la facilitación de conflictos si no hay una cultura de paz, unos niveles básicos de consciencia del conflicto y una experiencia previa en pacificación. En Cuba, la Iglesia sea tal vez la institución que cuenta con más experiencia en el ámbito.
Para mediar conflictos, sobre todo a niveles macro, no basta la existencia de un mediador o facilitador, sino que es necesario un equipo de trabajo multidisciplinario y especializado en el contexto si se requiere. Los mediadores no responden a los intereses de la Iglesia, sino a los intereses de las partes, si bien el compromiso de todos es con la buena fe y la cooperación.
En ningún caso puede ser la Iglesia, desde su rol de facilitadora, la que negocie, por una parte. En el caso que una de las partes carezca de poder de decisión y autonomía, o se encuentre desempoderada para presentarse a una negociación, el mediador deberá valorar el estado de la parte, con especialistas si fuera necesario, y empoderarla hasta que pueda negociar ella misma. En cualquier caso, el mediador o facilitador, velara porque no exista victimización secundaria.
Joeluis Cerutti:
Intento comenzar ensayando el ‘cómo’, antes que el ‘qué’. Porque para que haya mediación, es necesario reconocer que hay un conflicto. Es necesario reconocer partes, y es absolutamente necesario reconocer la legitimidad de los reclamos de una de las partes. Sin ese proceso, no puede haber mediación, sino a lo sumo, negociaciones más o menos transparentes, pero poco efectivas a largo plazo. Y perjudiciales, pues sitúa a la Iglesia no como mediadora, favorecedora del diálogo, sino como único sujeto capaz de dialogar con el poder, con el peligro de ser vista incluso como legitimadora del poder.
Comprendo el valor de la prudencia, de no aparecer como un opositor, porque no pertenece a su naturaleza; pero la posibilidad de ser un actor en quien se deposita confianza pasa por la altura moral de quien reconoce la situación objetiva. De quien puede mostrarse capaz de sentarse a la mesa mirando de frente, no al suelo; dando voz a grupos e intereses legítimos, no expresando su propia voz.
Tal vez un paralelo puede ser útil, consciente de la enorme distancia que suponen los ejemplos. Pero precisamente por la distancia que suponen, por la relevancia internacional inigualable que presupone, mirar la actitud del Papa ante la guerra en Ucrania sirve de ejemplo. Desde el inicio de la invasión ha sido evidente que, en Roma, tanto el Papa, como la Secretaría de Estado, como diversas Academias Pontificias, han estado trabajando intensamente en el campo diplomático por favorecer contactos, por buscar encuentros, por poner fin inmediato al enfrentamiento. Sin embargo, eso no ha implicado que el Papa denuncie la objetividad del hecho de que la invasión rusa es injusta, con calificativos a veces muy duros; como tampoco ha impedido que denuncie que los esfuerzos del resto de las naciones han sido puestos más en armar a Ucrania que en el arte de la diplomacia.
En resumen: la intensidad del trabajo diplomático no descansa en negar y denunciar la objetividad del mal, sino precisamente parte de la capacidad de denunciarlo, y desde ahí buscar soluciones. Si esto es posible en una situación tan delicada, con mucha mayor razón este orden de cosas es necesario en problemas de carácter local: reconocimiento de la existencia de un conflicto y de varios actores, denuncia del mal objetivo, y propuesta y búsqueda de mediación y diálogo.
Luego, ¿qué debería proponerse? Esto dependerá mucho de cómo se llegue al hipotético escenario de mediación. Probablemente, como no negociable, tendrá que aparecer la liberación de los presos políticos. Habrá que ser suficientemente hábil para que todas las partes reconozcan que este paso es necesario, es decir, que sin él no hay otros pasos. Y que tener a los cientos de jóvenes que hoy están presos es un valor en sí mismo, que va más allá del instrumento y del discurso que el Gobierno tenga para liberarlos; y, por otro lado, habrá también que ser claros en el discurso público de los responsables de la Iglesia, que no se trata de solicitar un favor, sino de una necesidad de la sociedad, de la Nación, y que no es el único objetivo de conversaciones, sino de un paso previo para un proceso que es más largo. Porque las razones por las que estaban (están) detenidos, permanecen.
Julio Pernús:
Lo primero y considero que ya se viene haciendo hace un tiempo es la liberación de los presos políticos, pues la familia es el núcleo del tejido social de cualquier sociedad y la cubana está profundamente herida ante esa situación. Lo segundo sería poder lograr que fueran escuchadas todas las voces y no sólo las seleccionadas por el establishment en el poder. También, sería oportuno que la Iglesia se propusiera no dejarse influenciar por los fundamentalismos de ningún tipo y así evitar los tirones para posiciones antagónicas imposibles de solucionar. Debería proponerse un abajamiento del ego como único ente de cambio en la sociedad civil y compartir la silla por igual con otras organizaciones disidentes. Se hace urgente el ser capaz de reconciliarse con voces como la del Centro Convivencia o Cuba Próxima y pedirles a los coordinadores de estas plataformas su asesoramiento en estos temas.
La Iglesia podría realizar varias de estas propuestas si logra ensanchar las posibilidades de participación de sus representantes, sobre todo, de aquellos que han sido históricamente marginados de estos espacios, pero que son mentes y corazones valientes y valiosos para llevar adelante ese objetivo. La plataforma católica, en cualquiera de sus espacios, podría ser ese lugar donde se efectuarán esas mediaciones, es decir, que en los Centros que tiene el ámbito católico sería un lugar idóneo para que conversaran las partes interesadas en lograr una solución a la crisis y el conflicto sistémico que aqueja la nación. Algo que debería hacer la Iglesia es definir con claridad qué significa optar por los oprimidos en la Cuba de hoy.
Eso, le hará, si es parte de los frutos de un discernimiento transparente, abrir bien los ojos para ver su condición de inhumanidad, a causa del aplastamiento que sufren diario de su dignidad. Es trascendental descubrir qué provoca esta situación, y desolidarizarse de esos elementos, sean personas, relaciones o estructuras. Pero, también optar por un estilo de vida que sea coherente con esas luchas que como Iglesia deseamos acompañar.
Ignacio Uría:
Para el comunismo, la ideología está por encima de todo. Lo vemos en Cuba desde hace medio siglo y ahora en Venezuela o en Nicaragua. Francisco es un papa ya muy anciano, con poca fuerza, como él mismo dice, y el caso cubano deberá abordarlo su sucesor. El problema es que llevamos así desde Juan XXIII (para en 1959) y el que quizá pudo influir más, Juan Pablo II, apenas obtuvo algunas concesiones (como el día de Navidad feriado). Quizá a Francisco no le quede otra opción o quizá sus prioridades sean otras (el ecologismo, la sinodalidad, la reforma de la Curia…). Los cambios en Cuba no van a llegar de la mano de la Iglesia y, en el supuesto de que el régimen le pida ayuda, será en su único y exclusivo beneficio. El momento clave, pienso, será el día que fallezca Raúl Castro, hecho que cambiará el campo de juego. El Gobierno querrá seguir al frente del país, pero soportará una notable presión interna (en la propia cúpula militar y en el Partido Comunista, ignoro si en las calles) y también internacional (en pro de una democratización). Considero que el Vaticano debería unirse a esta última, mientras que la COCC podría tener un papel centrado en la reclamación del respeto a los Derechos Humanos y apertura de un proceso de diálogo social encaminado a elecciones libres multipartidistas.
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En los últimos anos el Vaticano y la Iglesia Católica en Cuba ha servido de mediación entre la sociedad cubana civil y el gobierno dos muestras de ellos ha Sido cuando el cardenal Jaime medio para liberar los presos políticos de la Primavera Negra del 2003 que fue decisiva para la Unión Eurupea derogará la Posición Común y posteriormente durante la cortina administración Obama lo que me permitió el canje ente el contratista Alan Gross y el resto de los espías cubanos que permanecían en cárceles de EEUU lo que influyó decisivamente en el oficio di de deshielo entre ambos países el contexto actual es igual de complejo pero el gobierno actual una vez más pretende usar como rehen a los presos políticos pasa obtner concesiones por parte de EE.Uu yo abogó por cualquier iniciativa en favor de los presos políticos pero no es la solución para el problema de Cuba que es lograr cambios democráticos en Cuba y la la posición pueda al fin ser escuchada y tener su espacio en el destino político del país