Diálogos entre la historia y la cultura
Si de Céspedes, Martí enaltecía la pasión, de Agramonte colocaba en un sitial la virtud. Esa se ve nítidamente en esta carta que el Mayor General Ignacio Agramonte le envía a la Cámara de Representantes desde La Matilde, el 9 de octubre de 1869, para impugnar una circular cuyo objetivo es el de prohibir el consumo del periodismo español en la República en Armas.
El virtuoso Agramonte muestra en las líneas que siguen su irrebatible condición de hombre moderno y por ende culto: tocado en primer lugar por el torrente político y humanista de la Revolución Francesa y después por el pulimento que le confirió a su personalidad política el estudio provechoso de la Licenciatura en Derecho en la Universidad de La Habana. En consecuencia, aquí se puede ver al patriota conocedor de la importancia que reviste la sabia generación de opinión pública para elevar la inteligencia de los colectivos sociales como sagaces discriminadores de información y para formar la institucionalidad: empeño que sólo es posible desde la educación, como soporte de la cultura, para la formación, de cada individuo en la ética, la moral y la cívica.
El talante democrático de Agramonte le impulsa a fundamentar sus ideas en contra de la censura por medio del respeto a la separación de poderes: no le compete al Gobierno legislar, sino al Poder Legislativo creado al efecto. La separación de poderes es componente de la piedra filosofal de la Modernidad.
Carta a la Cámara de Representantes
Por Ignacio Agramonte y Loynaz
Conciudadanos Representantes del Pueblo,
El Gobierno Supremo de la República con fecha 30 de septiembre último ha dirigido una circular a los Jefes del Ejército Libertador, que dice así:
(Se transcribe la circular del Secretario de la Guerra número 236 fecha 30 de septiembre de 1869, la cual no aparece reproducida en el texto que nos ocupa.)
Como ciudadano cubano, haciendo uso del derecho que reconoce la ley fundamental de la República, acuso esa resolución ante la corporación que representa la voluntad del pueblo, de anticonstitucional, contraria a los principios que presiden a nuestro movimiento revolucionario e inconveniente a la par que ineficaz.
La constitución que hemos proclamado y que defendemos con nuestra sangre y a costa de tantos sacrificios, garantiza la libre emisión y el libre ejercicio del pensamiento y todos los derechos imprescriptibles del pueblo; y la disposición del Gobierno saltando por encima de la garantía constitucional lastima esos derechos, arrancando de nuestras manos los periódicos enemigos porque son veneno a que no se puede oponer el antídoto de refutaciones del Ejecutivo pues que este no tiene papel para publicarlos, como si solo el Gobierno supiera discernir lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, como si solo en él residiera la ciencia, y el pueblo viviera en eterna infancia conforme a la doctrina que sirve al despotismo y que tan conocida nos es porque la oímos durante cuatro siglos de boca de los opresores que combatimos. Ya pasaron para dicha nuestra y para bien del pueblo aquellos tiempos en que había cosas que no podían sernos conocidas, que no debían decírsenos que no debíamos oír.
Bajo esa predicación constante de la prensa española que ahora se quiere alejar de nuestros oídos, nos levantamos para sacudir el yugo sin que nos alucinaran sus mentidas promesas ni sus consideraciones falaces y esa predicación continua, cuando ha llegado hasta nosotros, resonando en los bosques y en nuestros campamentos, solo ha servido para excitar nuestro desprecio hacia los contrarios para más inflamar nuestro entusiasmo y robustecer nuestro propósito de morir antes que volver a arrastrar las cadenas del esclavo.
También es inconstitucional la circular a que me refiero porque sale de la esfera de acción del Ejecutivo por su naturaleza y caso de que fuera sostenible correspondería dictarla la Legislativo.
El Gobierno debe gobernar, debe hacer ejecutar las leyes de la Cámara, pero el Gobierno no legisla o mejor dicho, no debe legislar. Si lo hace quebranta la ley fundamental de la República, trastorna todo el orden establecido; [Trastornaría, además,] todo orden liberal para marchar por el sendero del absolutismo.
¿Qué mal ha producido hasta ahora en nuestro ánimo la lectura de los periódicos españoles? ¿Acaso no han sido ellos, los que diariamente nos dan a conocer las simpatías (…) de la prensa extranjera por las probabilidades de un pronto reconocimiento para la Gran República Americana, la retención en ella de las cañoñeras españolas y otras mil noticias del exterior? ¿Acaso no son ellos los que nos hacen saber los importantes esfuerzos del enemigo para ahogar el poderoso movimiento de la libertad; los que más sirven para desprestigiar al enemigo cuando sus noticias y sus quijotescas declamaciones se comparan con la realidad de los hechos y los que nos pintan su rabiosa desesperación, el hombre y las crisis de las poblaciones en que viven encerrados?
O es que todo esto no nos interesa y debe solo llegar a conocimiento del Gobierno porque a nosotros nos hace daño, o solo debemos saberlo por medio de él, para que él nos pinte los hechos a su antojo y llegue el caso de que nada le creamos. No; lo que hace daño al pueblo no es la luz sino la oscuridad, la ignorancia y el engaño: todas las aseveraciones del Gobierno nos pondrían en medio de nuestra carencia de recursos convencernos de nuestro poder y de nuestras fuerzas, como un número cualquiera del Diario de la Marina o de La Voz de Cuba.
Sin embargo, nuestro Gobierno sabio, paternal, no quiere que leamos esos papeles sin la correspondiente refutación del Ciudadano Secretario de la Guerra como se ve en la regla 2, esto es sin llevar la antorcha de su inteligencia y de su ilustración a las tinieblas que envuelven nuestra inteligencia porque parece que se ha heredado de los déspotas la máxima de que el pueblo se engaña fácilmente y se extravía con discursos y artículos de periódicos.
¿Quién de nosotros al encontrar un periódico español hoy, no corre presuroso a devorar sus páginas ávidos de noticias del enemigo porque nos convienen para mejor hacerle la guerra y palpitando el corazón de entusiasmo patriótico, adivinando en sus partes sus reveses, y entregarnos a nuestra burla sus mentidos triunfos? ¡Pues bien, quien tal hiciere en lo sucesivo, quien arrastrado por su laudable entusiasmo llamare al hermano para compartir esos sentimientos y esos regocijos, admitiese la ilustrada Cámara, será juzgado como traidor y como agente del gobierno español! Esto es un absurdo; pero escrito está en la regla 3era.
Ya no es traidor el que traiciona, el que vende la patria: ya no es agente del gobierno español el que gestiona a favor de este, sino cualquiera de nosotros que oculte o circule un periódico español, aunque fuese el que anunciara que España se había hundido en el Océano, porque así se le antoja declararlo al Secretario de la Guerra.
Yo me atrevo a asegurar que tal disposición no será obedecida, que no encontrará apoyo en la opinión pública; que ningún tribunal de la República aplicará ese artículo 3ro., porque tal suerte cabe a las disposiciones injustas y absurdas.
¿Cuándo han dejado de leerse los libros y papeles prohibidos? ¿Cuándo las prohibiciones han dejado de aumentar su encanto? Siempre estas han sido ineficaces. ¿Y será posible que en medio de la guerra y de la efervescencia de las pasiones políticas, sea eficaz una disposición que prohíbe la lectura de los periódicos enemigos que dan a conocer o dejan comprender todas las circunstancias de este?
Considérese como se quiera la disposición del Gobierno: es absurda e insostenible en todos los sentidos: ineficaz e inconveniente, en el terreno práctico; injusta, antifilosófica y antipolítico en el especulativo y en el terreno constitucional doblemente ilegal porque presenta el fenómeno del Ejecutivo legislando, y porque conculca los derechos imprescriptibles de los hombres.
Por eso presuroso he venido a pedir como pido a la Cámara de Representantes, su condenación en el orden legal, esperando que se sirva disponer lo conveniente para que no se cumpla; así lleno yo un deber que me imponen la conciencia y la patria a la vez.
La Matilde, octubre 9 de 1869.
*Texto de la Carta tomado íntegramente del cuaderno Páginas Revisitadas, publicado por Cuba Posible. Un laboratorio de ideas. Julio de 2017, La Habana. Pp 48-50.
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