Han pasado 60 años y la “Crisis de Ucrania” nos retrotrae a la “Crisis de los Misiles” de 1962, que se saldó con la renuncia de la URSS a la instalación de misiles en Cuba y por parte de los norteamericanos con su compromiso de no invadir la Isla.
El Gobierno cubano, en su obcecación y desesperación, sigue anclado a la continuidad de las grandes mentiras que durante años han sido esgrimidas por los líderes de la Revolución. Su recurrente llamada al peligro de la invasión norteamericana fue la gran excusa para confundir a la población, condenándola así al aislamiento. Los muros y los telones ficticios fueron confundidos con la verdadera paz y la independencia.
Las condenas de los manifestantes del 11J en Cuba suelen ser “justificadas” por el poder con ese mismo argumento, la infiltración e inducción por parte del poderoso enemigo; y con ello pretenden vaciar de contenido las legítimas reclamaciones del pueblo cubano. Realmente, durante esas jornadas populares fue el Gobierno quien se levantó en armas contra la democracia y las libertades fundamentales.
Aquellos que empuñaron las armas para acabar con un estado opresor en la década de 1950 han culminado disparando a su propio pueblo, manteniéndose en el poder a base de sangre y fuego; en lugar de asumir la responsabilidad de transitar el arduo camino de la política. El Gobierno quiere esconder el fracaso de un sistema, súbdito, hijo y heredero de la Unión de las Repúblicas Socialista Soviéticas; imperio forjado bajo el terror y la opresión.
El poder en Cuba ha asumido una pésima estrategia, que siempre acaba vencida pacíficamente por la libertad, como lo han demostrado otras experiencias similares. Los cubanos estamos a las puertas de una nueva etapa. Las naciones cambian, no se acaban porque ahí están sus gentes. A ellas, a la nación, son a quiénes debemos escuchar.
Otro camino sería engañarse. Las excusas de mal pagador no sirven ya.
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