Diálogos entre la historia y la cultura
¿Cuál fue el rol que asumió la prensa cubana independentista en el proceso de formación de la identidad nacional? En el texto que sigue, el ensayista Ramón Becali maneja la hipótesis del encargo social que asumió la prensa en la fundamentación y divulgación del sentimiento patrio y por ende en la interpretación de la identidad nacional cubana. Si bien le asisten sobradas razones, al mismo tiempo pudiera objetársele la radicalidad con la cual asevera que la prensa, por extensión, también fue la primera en colocar el sentimiento patrio en el camino de la revolución.
En la historia de la emancipación de la identidad nacional cubana, pero con absoluta decisión de transitar por el sendero del separatismo, la investigación social tendrá que discernir si fue realmente la prensa la adelantada, o si tal reconocimiento lo merece la educación; no precisamente la pública sino la privada, la cual asumió, con júbilo encendido, la formación en valores patrios de los adolescentes que, transcurridos unos años, serían los líderes de la avanzada por la voluntad del deber ser cubano. En esa gestión educadora en valores sobresalen los nombres de José de la Luz y Caballero, y Rafael María de Mendive, por citar nada más dos ejemplos. Ambos intelectuales eran maestros en colegios privados.
Los argumentos de Becali arrojan muy buenas pistas para el estudio de los vínculos de la prensa con el pueblo, así como en torno a la práctica periodística de Martí, exclusivamente como corresponsal. Todo lo anterior, Becali lo resuelve con una prosa refinada y por consiguiente vigorosa. Para Ramón Becali, este recuerdo de salutación a través de un breve fragmento del ensayo en forma de libro Martí corresponsal (Editorial Orbe, La Habana, 1976.)
La prensa en el proceso histórico
Por Ramón Becali
El proceso histórico de Cuba en el siglo XVIII hasta las postrimerías del XIX demuestra, de manera fehaciente, el natura y espontáneo enlace de la prensa con el pueblo. Raíz viva, vitalmente necesaria, la prensa dirige, organiza, difunde y eleva el pensamiento.
El periodismo expresó, desde sus inicios, las ansias populares frente a una colonia que no intentaba siquiera romper los diques, ni de la tiranía política ni de la esclavitud religiosa. A su modo, y dentro de los límites de sus posibilidades históricas, la prensa fue vehículo de las peripecias y sacrificios de un drama de la vida cubana en que el pueblo sentía íntimamente la indiferente y maliciosa lentitud que procuraban los dominadores oponer al desarrollo intelectual y al vasto campo de la emancipación y de las libertades públicas. E hizo más: dio nacimiento a la idea y emoción de la patria. Las grandes ideas históricas rara vez le nacen a un pueblo maduras. Se ven precedidas de ciertas oscuras palpitaciones en que lo individual comienza ya a tornarse colectivo. Entonces, la patria no existía como objeto de ideales cívicos. Quien concentró la idea de su propia personalidad, de su propio valor e inició ese movimiento ideológico en Cuba fue la prensa. Antes de ese descubrimiento todo fue vegetar, sin proa ni porvenir. Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España, afirmaría José Martí.
Cuando don Luis de las Casas asume el mando de la Isla e invoca la palabra patria alude a España, al monarca como personificación ideal. Cuando Cuba comprende que su destino podía y debía ser distinto al de España, certifica su mayoría de edad, nace la patria. Ese alumbramiento lo gestó el periodismo, aunque la idea encuentra ya en nuestro suelo una expresión rudimentaria, inconsciente de sus propias implicaciones y promesas, realidades y compromisos, tan atrás como a comienzos del siglo XVII, cuando el sentimiento de lo criollo apunta débilmente, en forma documental. Un vate causista, un tal Pedro de la Torriente Sifontes, dedica a Silvestre de Balboa un soneto criollo de la tierra, y es casi seguro que es la primera vez que el adjetivo aparece en nuestras letras. Y el mismo Espejo de paciencia, ¿no es la manifestación primigenia del espíritu patrio?
En la época de la factoría, cuyo eje es el puerto habanero, la prensa llamó a toda Cuba La Habana; era el concepto de ius sanguis aplicado en su dimensión material más amplia. Más tarde, los periódicos se referían a la Isla, luego al país. Y paulatinamente, la imagen comienza a cobrar dimensión moral: el ámbito insular se les representa los criollos no sólo como territorio físico, sino como escenario de su linaje humano, ya peculiarizado por la mano del periodista. En la más antigua de nuestras publicaciones, el Papel Periódico, en 1770, hallamos por primera vez, en letra de molde, el nombre de patria, aunque como ya hemos señalado, su simbología distaba mucho de la concepción jurídica. Justificando su aparición, el Papel decía en su prospecto:
“Havana tú eres nuestro amor, tú eres nuestro Ático; esto te escribimos no por sobra de ocio, más por un exceso de patriotismo.
El concepto de patria, pues, quedó aclarado, definido en la prensa. Y fue ella la que se encargó de estimular la opinión pública a defender sus intereses y la puso, más tarde, en el camino de la revolución. Se comienza a sentir la patria como la tierra de nuestros padres, como el lugar donde deslizaron nuestros años iniciales. Es el concepto de una tradición social incipiente: Sentima fue y crisol comienza a ser.
En los orígenes de la nacionalidad cubana se observa un marcado individualismo, así como el brote de sentimientos, actitudes y realizaciones de tipo regionalista. La cultura, agitada por la intervención clerical y su influjo y tutela oficial, se volcaban en un dominio más general de criollez aristocratizada. Florecen, pues, la nacionalidad y la cultura, según los moldes de la época, las del despotismo ilustrado, junto al crecimiento de la economía política, con una preocupación popular y ya frente al maquinismo puesto en práctica en Inglaterra y dispuesto a difundirse por todo el orbe. En esa modernidad dieciochesca el periodismo cubano era el que preparaba el camino, el que orientaba las nuevas ideas y profundizaba los nuevos hechos.
Es axiomático que solamente contribuyan al superior destino de un pueblo los hombres y los grupos que mantienen actitud o desenvuelven una acción política ostensible. Si éstos manejan, al mismo tiempo, la pluma, se acercan al pueblo y popularizan sus ideas, el éxito es fulminante. Un periodista o un novelista son a veces más profundamente eficaces que el mejor de los guerreros.
Ser libre para poder avanzar por la vía del progreso indefinido de la humanidad, postulaba el pensamiento del pasado siglo, y los cubanos mejores de entonces, entre ellos los periodistas, hicieron suyo ese lema, y no sólo fue para ellos verdad defendida con ardor y sin reparos, sino que, por obra de la misteriosa y sorprendente afinidad electiva del espíritu colectivo, supieron transformarlo en sentimiento profundo capaz de animar y sostener una voluntariosa decisión de lucha por convertir en realidad aquellos ideales. De esta guisa, el ideal de patria libertad en ingenua y audaz plenitud polarizó y dio sentido a todas las fuerzas de nuestro proceso histórico. Por eso, relacionada siempre de alguna manera con el gran motivo romántico de patria y con el sagrado de libertad, el periodismo cubano, en cuanto a expresión directa o indirecta del movimiento, tiene que insertarse en una escala ascendente de valores que parte casi desde el primer Papel.
El primer periódico de Martí, estudiantil y manuscrito, fue El Siboney. Lo titula así, siendo un niño, aunque sabe que fue uno de sus más remotos habitantes, y que fue Hatuey, un indio, el primer rebelde y el primer mártir. En 1869, en El Diablo Cojuelo, revela sus propósitos separatistas y sus anhelos de precursor. Y en su Patria Libre, como si fuera poco el rótulo, publica Abdala, todo un reto revolucionario. También en ésta, una de sus primeras salidas a la palestra, se refiere a la patria, pero ya el concepto va adquiriendo una madurez política: La palabra patria pierde para nosotros toda significación desde el momento en que no encontramos en ella amor, libertad, fraternidad.
Estas explosiones de entusiasmo y fiebre revolucionaria fueron posibles sólo al amparo de la efímera y cacareada ley de imprenta (99 periódicos se imprimieron bajo la euforia popular) que pronto tuvo su apéndice sancionando supuestos delitos de prensa, más tarde su censura y luego la represión más encarnizada. Desde entonces, la necesidad de encubrir la protesta y el requerimiento revolucionario siquiera en imágenes, hizo que el periodista tomara afición a la particular aptitud para la expresión indirecta, adoptándose el símbolo o la alegoría como norma y evasión. Santacilia, Luaces en las desgarradas Judea, Grecia o Nubia, invocaron las libertades cubanas.
Por estos caminos, en un tono de elegía o de himno, entre impresionantes referencias o esperanzadas premoniciones, el periodismo cubano alcanza notables realizaciones.
El 23 de octubre de 1869, Martí publica en La Patria Libre su grito de guerra: Abdala, que representa a Cuba (en la Nubia invadida):
Ni laurel ni coronas necesita
quien respira valor. Pues amenazaos
a Nubia libre, y un tirano quiere
rendirla a su dominio vil esclava…
Los periodistas cubanos del pasado siglo fueron maestros en atravesar las redes de la censura roedora con las artes del soslayo y la sutileza. Los criollos pronto aprendieron a leer entre líneas. En la edición del periódico El País, del 15 de noviembre de 1868, Rafael María Merchán publicaba un artículo titulado Laboremus. En párrafos de elevada y brillante síntesis periodística se escondía una bella meditación filosófica sobre la necesidad -demostrada a través de la historia- de pasar estoicamente por la lucha y el sacrificio para alcanzar la libertad.
El periodista comienza por rendir apología al sufrimiento que conduce al progreso humano: “No hay progreso sin fatiga. Sin lucha no hay victoria”, proclama en un momento crucial, en el instante mismo en que Céspedes se lanza a la guerra. Y resume la gravedad del acontecimiento: “No podemos convidar a nadie más que para una mesa de dolor”. Y cuando expresa la esperanza: “Somos bastante osados y bastante decididos para creer que la humanidad ha de ser feliz aun a despecho suyo”, las masas populares advierten de inmediato lo que había de alusión al caso nacional. Y en donde se agregaba “y que un solo hombre basta a veces para precipitarla al cumplimiento de su destino, haciéndola sonreír de satisfacción y de gloria aún a costa de su último suspiro”, se entreveía la sombra de Céspedes, de pie en La Demajagua, dando la libertad a los esclavos e iniciando la guerra necesaria.
Otro periodista que se acogía al método fue Enrique José Varona, director de La Revolución Cubana. En una conferencia que pronuncia en el Club la Caridad del Cerro, intitulada El poeta anónimo de Polonia, sus ojos se vuelven a un país distante que presentaba uno de los cuadros más lúgubres de la historia, y entre la emoción del tribuno y lo cercano de la tragedia, el paralelo es apasionante, revelador. Al final, Varona retrata a una ciudad llena de cadáveres y a los patriotas sobrevivientes contestando a alguien que les pregunta. ¿Qué queréis? Y ellos al unísono: ¡Patria!
*Texto tomado íntegramente de Páginas revisitadas. Compilación, edición y prólogo a cargo de Walter Espronceda Govantes. En: Cuba Posible. Un laboratorio de ideas. Publicación 46, Pp. 53-56. La Habana, julio de 2017.
SOBRE LOS AUTORES
( 21 Artículos publicados )
Reciba nuestra newsletter