Los cambios en Cuba no van a llegar de la mano de la Iglesia.
Respuestas de Ignacio Uría Rodríguez al dossier de Cuba Próxima titulado Iglesia Católica y mediación política en Cuba, coordinado por Leonardo M. Fernández Otaño
1-Tradicionalmente, se le asigna a la Iglesia Católica el papel de mediadora o facilitadora para la solución de conflictos sociales, políticos… ¿Por qué ocurre esto? ¿Puede mencionar ejemplos exitosos de estas gestiones de la Iglesia durante diferentes etapas de la historia?
Existe una larga tradición de la Iglesia Católica como mediadora en conflictos, ya sean internacionales o nacionales. Se debe —aunque no siempre fuera cierto— a la consideración de la Santa Sede como un actor independiente que busca una solución pacífica. En general, se le requiere para evitar guerras o denunciar persecuciones —sobre todo, religiosas, pero también raciales o políticas—.
En la Edad moderna, por ejemplo, podemos citar el proyecto diplomático pontificio como alternativa a la Guerra de Sucesión española del siglo XVIII, donde se enfrentaron la casa de Habsburgo y la de Borbón. No tuvo éxito, pero demuestra el prestigio vaticano al mediar entre dos dinastías que se disputaban la corona española, entonces una potencia mundial. En el siglo XIX, ya con final feliz, León XIII evitó en 1885 una guerra entre España y Alemania por la posesión de las islas Marianas (en Oceanía). Un siglo más tarde, en 1984, Juan Pablo II logró que Chile y Argentina iniciaran conversaciones sobre el canal de Beagle, en el cabo de Hornos, asunto que amenazaba con provocar una guerra. Gracias a esta mediación, ambas naciones firmaron un tratado de paz y amistad que sigue vigente.
El caso más reciente afecta a la propia Cuba y lo protagonizó el papa Francisco, al que acudieron Estados Unidos y Cuba para que ayudara al restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos. Este acuerdo de 2014, de hecho, se anunció el día del cumpleaños del pontífice, 17 de diciembre, terminando con más de medio siglo de aislamiento mutuo. El entonces presidente Barack Obama se lo agradeció personalmente en 2015, afirmando: «Santo Padre, estamos agradecidos por su inestimable apoyo a nuestro nuevo comienzo con el pueblo cubano, que ofrece la promesa de mejores relaciones entre nuestros países, una mayor cooperación en todo el continente y una vida mejor para el pueblo cubano». En esta frase se resumen los motivos por los que se suele acudir a la intermediación vaticana: paz entre naciones y cooperación entre pueblos. Es difícil lograrlo, pero suelen darse avances.
2.En los primeros años de la década de 2010, la Iglesia Católica en Cuba participó como facilitadora de algunos procesos de liberación de presos políticos, de normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y de otras cuestiones sociales. ¿Pudiera hacer un balance de sus éxitos, fracasos y errores?
Se trata de una cuestión muy amplia y que requeriría exposición extensa. También porque, desde 2010, ha habido un cambio profundo tanto en la Conferencia de Obispos Católicos Cubanos como en la Santa Sede y, también, en el propio Estado cubano y la presidencia de Estados Unidos. Arzobispos señeros como el oriental Pedro Meurice o el cardenal Jaime Ortega fallecieron en la década anterior, produciéndose una renovación inevitable, pero no concluida aún. En Cuba, asistimos a la renuncia de Fidel Castro en 2008 y su posterior fallecimiento, mientras que Francisco fue elegido Papa en 2012. Por último, la política norteamericana hacia Cuba cambió con la victoria de Donald Trump en 2017. Son muchos cambios, lo que impide realizar un análisis general sencillo, pero si nos centramos en uno de los aspectos que señala, la mediación del Vaticano en el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, considero que por parte de la Iglesia Católica hubo, a la vez, buena fe y enorme voluntarismo, quizá pensando que bastaba con sentar a Raúl Castro y a Obama para que las cosas cambiaran. Algunos avances hubo (como los vuelos directos o los permisos de viaje a cubanoamericanos) y esto fue esperanzador. Sin embargo, la dictadura cubana es inflexible en cuestiones ideológicas y, en cuanto percibió que el deshielo otorgaba cierta libertad a los cubanos, volvió a replegarse. El resto lo hizo la administración Trump, como sabemos.
3. ¿Cuál es la posición actual de la Iglesia Católica en Cuba, como institución, acerca de la crisis nacional que padecemos? ¿Cuánto la conduce, esta posición, a un nuevo desempeño de facilitación o mediación en busca de soluciones?
En 2014, el entonces nuncio vaticano Bruno Musaró dijo: «el pueblo cubano vive en unas condiciones de absoluta pobreza, degradación humana y derechos civiles, víctima de una dictadura socialista que les mantiene subyugados […] Para esta genta la única esperanza de una vida mejor es escapar de la Isla». Es un análisis correcto, aunque haya pasado una década, agravado además por la durísima represión desatada por la dictadura desde el levantamiento del 11 de Julio, en 2021. El posterior éxodo de cubanos —jóvenes, sobre todo— es el más grande de la historia de Cuba, con lo que supone de desagarro personal, rupturas familiares y fracaso absoluto del régimen. Ciertamente, resulta llamativa la actuación del papa Francisco, que apenas se refiere a Cuba en sus intervenciones, pero que ha afirmado que mantiene una «relación humana» con Raúl Castro. Para el católico cubano, me consta, hay palabras que duelen más que la represión y estas son un ejemplo, dejando aparte de que no aportan ninguna solución. La contrapartida a esta frialdad pontificia la resumió el obispo emérito de Pinar del Río, José Siro, al recoger el sentir ampliamente extendido en Cuba de que: «la Iglesia ha adquirido entre el pueblo un prestigio enorme, porque es la que se ha ocupado de atender a los pobres, de buscar medicamentos, de atender a los niños con síndrome de Down. Es una caridad que es muy explícita para la gente».
4. En esta gestión, si ocurriera, ¿cómo sería la participación de una misma Iglesia que posee representantes en Cuba, por medio del episcopado, pero también en la Santa Sede y en otros lares del orbe?
Realmente, lo ignoro. A lo largo de seis décadas, la Iglesia Católica en Cuba lo ha probado todo: el enfrentamiento, el silencio, la colaboración, la denuncia… En lo esencial, nada ha cambiado porque el Estado es inmune al derrumbe de la sociedad e ignorar al episcopado es sencillísimo. La Santa Sede, por su parte, apostó ya en los años sesenta por la realpolitik; es decir, asumió que la dictadura no iba a caer y que, por tanto, había que adaptarse e ir ganando pequeños espacios de libertad. En eso sigue. Tristemente, son tan pequeños que se han convertido en irrelevantes, salvo para los beneficiarios individuales (los presos liberados, por ejemplo). En su descargo diré que es un proceso diabólico porque el régimen es inmune a las presiones y no le importa destruir el país con tal de seguir gobernando.
5- ¿Qué debería proponerse la Iglesia Católica en una eventual mediación o facilitación? ¿Cómo podría hacerlo?
Para el comunismo, la ideología está por encima de todo. Lo vemos en Cuba desde hace medio siglo y ahora en Venezuela o en Nicaragua. Francisco es un papa ya muy anciano, con poca fuerza, como él mismo dice, y el caso cubano deberá abordarlo su sucesor. El problema es que llevamos así desde Juan XXIII (para en 1959) y el que quizá pudo influir más, Juan Pablo II, apenas obtuvo algunas concesiones (como el día de Navidad feriado). Quizá a Francisco no le quede otra opción o quizá sus prioridades sean otras (el ecologismo, la sinodalidad, la reforma de la Curia…). Los cambios en Cuba no van a llegar de la mano de la Iglesia y, en el supuesto de que el régimen le pida ayuda, será en su único y exclusivo beneficio. El momento clave, pienso, será el día que fallezca Raúl Castro, hecho que cambiará el campo de juego. El Gobierno querrá seguir al frente del país, pero soportará una notable presión interna (en la propia cúpula militar y en el Partido Comunista, ignoro si en las calles) y también internacional (en pro de una democratización). Considero que el Vaticano debería unirse a esta última, mientras que la COCC podría tener un papel centrado en la reclamación del respeto a los Derechos Humanos y apertura de un proceso de diálogo social encaminado a elecciones libres multipartidistas.
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