La Iglesia se debe cuidar de no ser una parte en la negociación cuando esté intentando intervenir como facilitadora.
Respuestas de Elaine Roca Aguiar al dossier de Cuba Próxima titulado Iglesia Católica y mediación política en Cuba, coordinado por Leonardo M. Fernández Otaño
1- Tradicionalmente, se le asigna a la Iglesia Católica el papel de mediadora o facilitadora para la solución de conflictos sociales, políticos… ¿Por qué ocurre esto? ¿Puede mencionar ejemplos exitosos de estas gestiones de la Iglesia durante diferentes etapas de la historia?
La posición que ocupa esta institución entre lo sagrado y lo profano ya la sitúan en una situación de “facilitadora”, aunque en la práctica de la justicia –debe aclararse- el facilitador y/o el mediador no son el punto medio entre las posiciones de dos partes.
El doble ámbito de la Iglesia: público y privado a la vez, le capacitan para tener información significativa y cierta visión global de los conflictos. Privado en tanto práctica íntima de la fe, refugio, forma de vida y consciencia del mundo. Público como espacio de socialización, servicio, enseñanza, gestión en las comunidades y de frente a otras instituciones.
Su carácter universal con máxima autoridad en el Papado le permite, además, superar los límites nacionales y entender, por ejemplo, que dos países pueden ser partes en una confrontación y no “el lado contrario” y que existen asuntos de carácter global que desbordan los límites nacionales, como el cambio climático o la pobreza; ambas razones legítimas, de fuerza mayor, para conciliar disputas.
El compromiso con Dios (un principio) antes que con un ente o autoridad terrenal facilita, en algunos casos, el ejercicio de la imparcialidad y neutralidad, siempre y cuando no se comprometa a ella misma.
La existencia de la Iglesia Católica en medio de todo tipo de culturas, ideologías y tradiciones, su recorrido histórico, le ha dotado de la experiencia en la gestión de las relaciones humanas y, muy significativo, del uso de la palabra para crear comunidad. Un facilitador entiende que, solo a través del lenguaje pueden las partes de una disputa reconocerse y objetivar el conflicto para trabajarlo.
Juan Pablo II fue de las figuras de la Iglesia más reconocidas por su intervención en conflictos de gran magnitud, por ejemplo, las disputas entre Argentina y Chile por el canal Beagle; luego de la Junta Militar argentina aceptar la intervención vaticana y un procedimiento de mediación, firman el Tratado de Paz y Amistad en 1984 y se llega a acuerdos sobre la división del poder sobre el canal. En 1989 la intervención de Juan Pablo II fue igualmente significativa para la caída del muro de Berlín y luego el papa Francisco abrió un ciclo de negociaciones entre Cuba y Estados Unidos cuyo objetivo fue la normalización de las relaciones diplomáticas entre ambos países.
2- En los primeros años de la década de 2010, la Iglesia Católica en Cuba participó como facilitadora de algunos procesos de liberación de presos políticos, de normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y de otras cuestiones sociales. ¿Pudiera hacer un balance de sus éxitos, fracasos y errores?
Solo el hecho de plantear la negociación como una vía de superación del conflicto entre Cuba y Estados Unidos fue un éxito, cuando antes no se concebía -al menos para la dirección del gobierno cubano-, que dos partes enfrentadas políticamente pudiesen tener otra vía diferente a la denuncia y al monólogo. Aciertos también fueron la detección de intereses para despejar posiciones políticas, la selección del diálogo, el convocar a las partes representantes del conflicto (en este caso ambos gobiernos) estableciendo lugares seguros de reunión, fecha y horas, y las visitas con cada parte sin mostrar preferencias.
Sin embargo, este llamado diálogo, fue más un proceso de negociación entre gobiernos que de reparación a la ciudadanía. Pese a intentos de comunicación con la ciudadanía (parte más afectada por el conflicto) la sociedad civil quedó en los márgenes. Fue un trabajo de apertura no acabado ni sostenido en el tiempo y tras lograr la liberación de presos hubo un retroceso con el cambio de gobierno. No hubo acompañamiento a víctimas ni lo que implica un proceso restaurativo guiado por un facilitador. Claro que, dado la disposición y compromiso que conlleva un procedimiento así, siempre se requiere la voluntad de las partes. Si las partes no se encuentran comprometidas con la reparación ciudadana, escapa de las manos de cualquier facilitador.
3- ¿Cuál es la posición actual de la Iglesia Católica en Cuba, como institución, acerca de la crisis nacional que padecemos? ¿Cuánto la conduce, esta posición, a un nuevo desempeño de facilitación o mediación en busca de soluciones?
La crisis que padece Cuba no es solo de insatisfacción con un gobierno insostenible por su gestión y por la violencia que ejerce. Cuba se enfrenta a una profunda crisis económica, de fractura del tejido social y del lenguaje, que dificulta la convivencia, la cooperación y la creación de mecanismos y espacios públicos donde se expresen, comprendan y gestionen diferencias y vulnerabilidades. Cualesquiera que sean estas diferencias.
La institución o equipo que se proponga un trabajo de intervención social como facilitador y pacificador de conflictos en Cuba debe crear espacios seguros y sostenibles, durante el tiempo necesario, para la restauración. Un espacio seguro implica, por parte del facilitador, el compromiso con la neutralidad y la imparcialidad, además de la buena fe.
La Iglesia en Cuba ha acompañado y asistido a las víctimas de la violencia política, cubriendo y generando un espacio que de ninguna forma satisface el actual Gobierno y sus instituciones. En su gestión promueve la cultura de paz, el empoderamiento a través de la enseñanza y la dignidad humana que son compromisos básicos de una institución facilitadora.
Sin embargo, las declaraciones de la Iglesia con respecto al Código de Familias, desplaza y no reconoce los derechos de una comunidad vulnerable y vulnerada en Cuba, también por la violencia política, que es la comunidad LGBTIQ.
La clara posición de la Iglesia con respecto a esta comunidad le imposibilita, como institución, neutralidad e imparcialidad frente a dichos asuntos de la agenda nacional. Será un facilitador viable en aquellos casos donde su compromiso con la fe católica no comprometa su imparcialidad y neutralidad frente a las partes en conflicto.
4- En esta gestión, si ocurriera, ¿cómo sería la participación de una misma Iglesia que posee representantes en Cuba, por medio del episcopado, pero también en la Santa Sede y en otros lares del orbe?
El ejercicio de facilitador o mediador no es un hábito, sino un rol. Se ejercerá donde se necesite y por aquel profesional capacitado, (certificado siempre que esté regulado por la ley en el territorio) para ejercer como mediador en una negociación, contando siempre con la voluntad de las partes.
Si el mediador pertenece a la institución Iglesia, la Iglesia deberá velar y responder por su ética, su formación y su capacidad para mediar en determinados conflictos.
Si un presunto mediador interviene en un conflicto para responder y salvaguardar los intereses de su institución, y no los de las partes en conflicto, dicho mediador no calificará como mediador, sino como parte en la negociación.
La Iglesia se debe cuidar de no ser una parte en la negociación cuando esté intentando intervenir como facilitadora. Aunque tenga un compromiso con la pacificación de los conflictos humanos, ello no la exime de su derecho a defender sus intereses cuando lo precise. En casos donde deba defender sus intereses, no puede ejercer como mediadora y cuando ejerza, las partes tienen derecho a que su práctica sea regulada y supervisada.
De ahí la necesidad de que la mediación, la pacificación de los conflictos y la facilitación, así como otros mecanismos autocompositivos o híbridos, no sean solo compromisos y vocaciones, sino prácticas reconocidas y reguladas por la ley, dentro del conjunto de MARS (Mecanismos Alternativos de Solución de Conflictos) que complementan, y no sustituyen, los procesos convencionales y heterocompositivos de justicia.
5- ¿Qué debería proponerse la Iglesia Católica en una eventual mediación o facilitación? ¿Cómo podría hacerlo?
Para que la Iglesia pueda ejercer el rol de mediador o facilitador, cuando corresponda, debe ejercer desde la imparcialidad y la neutralidad. El facilitador no juzga, no incrimina, no aplica sanciones, no obliga ni induce al perdón y no lo otorga o garantiza (el perdón es una posibilidad y no una necesidad en los procesos restaurativos). El facilitador no está necesariamente comprometido con la verdad, sino con el acompañamiento a las víctimas, la responsabilización del infractor y la inserción de la comunidad en los círculos para garantizar, en lo posible, que el delito no se repita.
También debe estar comprometido con la comunicación efectiva entre las partes, empoderando en todo caso a la parte vulnerable. El hecho de que la Iglesia no pueda mediar en ciertos casos porque su compromiso le impide la imparcialidad, no le imposibilita mediar en otros. El ejercicio facilitador es un rol de un tercero capacitado. La Iglesia no debe establecerse como el facilitador por excelencia y oficial de la sociedad cubana. Si lo ha sido es porque otras instituciones no pueden o no han podido, e incluso no han pretendido, ejercer la imparcialidad y neutralidad en ningún caso.
Es imposible, sin embargo, llegar a normalizar la práctica de la mediación y la facilitación de conflictos si no hay una cultura de paz, unos niveles básicos de consciencia del conflicto y una experiencia previa en pacificación. En Cuba, la Iglesia sea tal vez la institución que cuenta con más experiencia en el ámbito.
Para mediar conflictos, sobre todo a niveles macro, no basta la existencia de un mediador o facilitador, sino que es necesario un equipo de trabajo multidisciplinario y especializado en el contexto si se requiere. Los mediadores no responden a los intereses de la Iglesia, sino a los intereses de las partes, si bien el compromiso de todos es con la buena fe y la cooperación.
En ningún caso puede ser la Iglesia, desde su rol de facilitadora, la que negocie, por una parte. En el caso que una de las partes carezca de poder de decisión y autonomía, o se encuentre desempoderada para presentarse a una negociación, el mediador deberá valorar el estado de la parte, con especialistas si fuera necesario, y empoderarla hasta que pueda negociar ella misma. En cualquier caso, el mediador o facilitador, velara porque no exista victimización secundaria.
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