Diálogos entre la historia y la cultura
Al término de seis lustros de vida republicana, un joven intelectual cubano se vale del periodismo para expresar todas sus molestias ante la crisis sociopolítica de la Cuba que recién inauguraba la década de 1940. Decenio controversial ese: a un mismo tiempo la Patria hacía transparentes por un lado los serios problemas de la decencia pública que padecía; por el otro, los buenos y preclaros hijos de ella se esmeraban en la conformación de una nueva Carta Magna: digna de la tradición iniciada en Guáimaro, en 1869, pero adelantada a tenor de los rumbos constitucionales en América Latina.
El interés de Chaiyoux tiene ribetes dorados: esbozar una vida pública nacional signada por la honradez y la responsabilidad. Donde la segunda encuentre hermanamiento en el ejemplo de los patriotas y en la sanción por los irresponsables. Juan M. Chaiyoux fustiga a una ley inservible, así como a la impunidad acompañante del delito.
Este artículo es el segundo de una breve compilación que el autor publicó en 1940 con el título ¡Cuba para los cubanos! Los artículos fueron publicados con anterioridad en el periódico 10 de septiembre.
Etapas revolucionarias
Por Juan M. Chaiyoux
Las aspiraciones de un conglomerado social y el modo de realizarlas, no son permanentes ni invariables; son transitorias y mutables, de acuerdo con los objetivos institucionales que formen el ideal de la mayoría. De ahí que, cuando no existe un equilibrio adecuado entre ese ideal mayoritario y las realidades imperantes, se produzca un movimiento hacia la obtención de condiciones mínimas exigidas por el pueblo, unas veces llevada a cabo mediante la evolución y otras, las más de ellas, por métodos revolucionarios; porque los beneficiarios del “status quo” fuerzan el empleo de la violencia legal o de hecho, al no transigir con las necesidades populares.
En Cuba, el despotismo español y la intolerancia del régimen colonial fueron base para la inauguración de una época revolucionaria, en que el pueblo cubano lucharía denodadamente por alcanzar una modificación del régimen entonces inexistente, acorde con sus aspiraciones de libre determinación en lo social, en lo político y en lo económico principalmente.
Fundamentalmente en los objetivos inmediatos perseguidos, podemos dividir este proceso en dos grandes etapas, y en cada una de éstas no puede decirse que el proceso revolucionario fuera persistente, continuado. Las dificultades ambientales se nos presentan como el gran prisma en que se fracciona la luminosidad de cada etapa revolucionaria, en que a veces desaparece la brillante tonalidad del patriotismo más puro, para conceder predominio a los colores oscuros de la claudicación y hasta de la traición.
La primera etapa revolucionaria tiene su culminación en la Revolución de Yara y el documento que la justifica: la Constitución de Guáimaro, nos dice claramente que en lo político estaba el interés primordial de aquel intento emancipador. Nos demuestra cómo repercute en nuestro medio el pensamiento humanista, llegado acá cabalgando sobre los que fueron postulados magníficos de la gloriosa Revolución Francesa de 1789; así se explica el romanticismo que se respira en Guáimaro. Del 1868 al 78, los derechos intangibles e imprescriptibles del hombre son la tónica de cada sacrificio, de cada inmolación en aras de la patria.
Como producto de tan supremo esfuerzo, resultó la abolición de la esclavitud, que liquidó el germen del problema social y fue, no obstante, factor agudizante del problema económico. Además, las cláusulas del Pacto del Zanjón no determinaron que las propiedades confiscadas revirtieran a sus primitivos dueños revelados contra España; y así se estableció la supremacía del fundamento económico en la problemática que irían a resolver los cubanos a partir de Baire, en febrero de 1895.
Por tres años más el pueblo cubano, encabezado por eximios dirigentes, ofrece en cada combate, en cada encrucijada el homenaje de su sangre y de su vida, como precio de esas reivindicaciones que eran la libertad política y la independencia económica.
Al disiparse el humo de las batallas, surgió el bosquejo de nuestra independencia política, aprisionada en el marco férreo de la Enmienda Platt; mientras que en lo económico, nuestra libertad yacía impotente entre la maraña del Tratado de París, que estableció la imposibilidad de conseguir para el cubano el dominio de las tierras, el control del comercio y la propiedad de la industria con su desarrollo en perspectiva.
Seis lustros de República borraron el espejismo que padecíamos, haciéndonos ver la realidad de nuestra condición de parias con la tierra enajenada, sin más industria que los cargos públicos y el comercio del voto arraigando en las masas. Esta situación dio pábulo a la inconformidad popular, determinando la inauguración de la segunda gran etapa revolucionaria de Cuba, que tuvo su culminación en septiembre de 1933.
Como resultado inmediato de este período de lucha, aparece en su conjunto legislativo que, de manera efectiva se propone entregar al cubano las fuentes de la economía del país; pero la falta de una opinión nacional robusta y el obstáculo de los poderosos intereses nacionales, desconocidos o relegados a un término secundario.
Fijadas de esa forma las etapas del proceso de vindicación nacional, el pueblo de Cuba no puede negar su apoyo a los hombres que mantienen la idea de su liberación, frente a sus tradicionales enemigos y demagógicos defensores. En análisis ceñido de las orientaciones partidistas, los cubanos comprenderán que su Gran Partido es aquel en que se agrupan los paladines de la forjación de una Cuba libre afianzada en el principio cumbre de la Revolución: CUBA PARA LOS CUBANOS.
*Tomado íntegramente de Páginas Revisitadas. En: Cuba Posible. Un laboratorio de ideas. Publicación 46, Pp. 18-19. La Habana, 2017.
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