(Hoy 28 de enero compartimos un fragmento del libro Patria es cubanidad del periodista Jorge Hernández Álvarez, publicado por la Editorial Letras Cubanas, en 2017. El autor nos muestra la apuesta martiana de “poner en la ley de la política la ley del amor”.)
“Con todos, y para el bien de todos”, esa fórmula del amor triunfante que “se debe poner alrededor de la estrella, en la bandera nueva”, es el insuperable principio rector que nuestro Héroe, José Martí, legara a la forja de la nacionalidad, en vibrante discurso pronunciado ante la emigración cubana en Tampa, aquel 26 de noviembre de 1891. Tal sentencia –devenida convicción y referencia esencial para el proyecto de la nación y máxima de vital importancia en el ideario martiano para la fragua identitaria cubana– se vería plenamente desarrollada en el periodismo del Apóstol en las páginas de Patria.
Su revolucionaria visión –en torno a la identidad nacional de su pueblo y al ideal de país que se quiere– es por antonomasia, unitaria, inclusiva y amalgamadora. Así lo confirma en sus preceptos cuando dice que “la patria es la casa de todos y todos deben tener voz en ella; (…) la patria no es ira que excluya para siempre a los que pequen, ni barrio, donde no caben los que vivan fuera de él sino corazón, donde caben todos”.
En ese contexto, la característica fundamental del modelo identitario propuesto por Martí es el llamado a la unidad de sus paisanos, siempre en comunión, atención y respeto a la diversidad de los componentes humanos y culturales que conforman la nación y a los cuales se busca hermanar en aras de su convivencia armónica en ese espacio de tierra venerada que es Cuba. En Martí se manifiesta la profunda certeza y fe en la capacidad y suficiencia de su pueblo para valerse por sí mismo como comunidad nacional. La concepción de cubanidad, desde la perspectiva del Apóstol, presupone llevar adelante un proyecto de país propio, independiente y soberano, sin atadura alguna al poder extranjero o a vicios y reminiscencias del pasado colonial. Es la aspiración imperecedera, a que la ley primera de la república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre, donde se aplique a la ley de la política la ley del amor, donde se materialice la unión de todos los cubanos honrados, sin distinción alguna que los segregue, para así labrar junto en la cultura del trabajo, el camino, la concordia y el progreso. Es, al mismo tiempo, la redención del oprimido y el perdón al hermano que erró, pero que rectificó el rumbo. La visión identitaria de Martí presupone también la justicia social manifestada en la equidad y garantía del derecho reconocido para todos los cubanos en calidad de ciudadanos. Es, igualmente, la aceptación en la nacionalidad cubana de aquel individuo que aun no habiendo nacido en la isla siente a Cuba como patria suya y que por sus méritos, sacrificio y sangre brindados en la defensa y desarrollo del país, deviene, entonces, “cubano por adopción”. Acorde con el pensamiento de Martí, la condición de lo cubano supone, además, tener conciencia del lugar de Cuba en el mundo, como parte fundamental de nuestra América, frente a la ambición imperial de aquella otra América que no es nuestra y que desde el Norte amenaza con su expansionismo el equilibrio del orbe.
De cara a la historia, el proyecto martiano de cubanidad vertido en Patria es por excelencia independentista, republicano, democrático, anti-anexionista, anti-autonomista, anti-rascista, antiimperialista y latinoamericanista. La cubanidad, vista por Martí, es amor e integración, no prescribe discriminación xenófoba, ni de raza ni de clase social, ni de ningún otro tipo; es, por demás, una nacionalidad inclusiva, donde todos tenemos cabida. Desde luego, la condición indispensable es amar a Cuba y trabajar y sentir por ella, es acaso, como apunta el sabio don Fernando Ortiz, arraigarse en la conciencia de ser cubano y sobre todo, la voluntad de quererlo ser.
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