Debemos meditar, formular y asumir el modo de convertir nuestra «potencialidad política» en un «activo decisivo». También debemos considerar hacerlo como parte del mundo actual, que nos acompañará si con ello, de algún modo, también se beneficia. Es hora de operar la política
I
Cuba necesita vencer la crisis que padece y para ello quizá requiera de un acompañamiento internacional a modo de apoyo, compañía y mediación. Pero esto —al parecer— no será fácil de alcanzar.
Sería necesario un acompañamiento internacional dada la posición débil de los tres «actores colectivos» a implicar —para llamarle de alguna manera—. Es decir, el Gobierno de la Isla, aunque descansa en un poder establecido y posee actores cualificados, muestra incapacidad política para avanzar hacia soluciones efectivas. La generalidad de la sociedad civil cubana, en la que abundan las denuncias de violaciones a los Derechos Humanos y comienza a naturalizarse la protesta pública, está lejos de pasar al campo de la política real, con algunas excepciones. Y el Gobierno de Estados Unidos, parte del conflicto, es sumamente fuerte, pero el escaso interés al respecto debilita su proyección.
Para algunos, este acompañamiento internacional debería evitar la participación de instituciones extranjeras y privilegiar la implicación de reconocidos líderes internacionales. Citan, por ejemplo, a José Mújica, expresidente de Uruguay, Barack Obama, expresidente de Estados Unidos, Francisco, jefe del Estado Vaticano, y Emmanuel Macron, presidente de Francia.
Sin embargo, estos actores no se dispondrían sólo porqué los cubanos necesitemos un proceso de tal índole, sino porqué estemos explícitamente dispuestos a ello, tanto el Gobierno como —al menos— una zona significativa de la sociedad civil cubana. O sea, para que sea posible, exclusivamente nosotros tenemos que aceptar la necesidad de hacerlo y disponernos para ello; y sólo entonces sería factible ese acompañamiento para auxiliarnos en la capacidad de avanzar —capacidad que también tendría que ser intrínsecamente nuestra—.
Evidentemente, por ahora, el entramado nacional no consigue la conjunción de esas tres categorías necesarias: necesidad, disposición y capacidad. Y tal vez a propósito de esta fragilidad, prevalece una proyección internacional —me refiero a la mayoría de las instituciones públicas extranjeras, ya sean nacionales e internacionales— que evita una agenda así.
II
La Declaración de la Cumbre CELAC-UE, celebrada los días 17 y 18 de julio de 2023, ciñe la problemática cubana a la necesidad de poner fin al «bloqueo» económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos a Cuba y de excluir a la Isla de la lista de Estados promotores del terrorismo porque ello dificulta sus transacciones financieras. Asimismo, en octubre de 2023, el Gobierno de Cuba fue reelecto para integrar el Consejo de Derechos Humanos de la ONU con el voto favorable 146 Estados; el mayor número entre los candidatos a las tres plazas disponibles para América. Por anotar sólo ejemplos recientes.
Este concierto internacional suele identificar la «causa eficiente» de nuestros males sólo en la política de Estados Unidos hacia Cuba. Sus actores consideran además que carecemos de una formulación —suficiente y posible— de país mejor, y también suponen que no habría tanta polarización en la sociedad cubana si fuera dable un mayor nivel de bienestar, el que resulta imposible sobre todo por la política estadounidense.
Esto es, destaco, una comprensión simplista por parte de ese concierto de instituciones públicas extranjeras, acaso producto de la «comodidad». Para algunos es rentable políticamente culpar de todo a Estados Unidos, poseer interlocución con quienes manejan el «espacio-Cuba» y, como derivación, «carecer de argumentos» que exijan moralmente apoyar a las zonas de la sociedad civil cubana que abogan por un cambio democrático hacia la democracia. Esto último, tal vez, sobre todo, porqué la ciudadanía cubana organizada civil y políticamente que defiende esta transición aún carece de «peso político» —pues no posee condiciones para aportar o atraer recursos económicos, políticos y de fuerza—.
De este modo, las posturas radicales que rechazan la búsqueda de soluciones y apuestan por la confrontación a toda costa, encuentran apoyo real, no solo simbólico, en América Latina, Estados Unidos y Europa. Pero otras proyecciones, que optan por un cambio democrático hacia la democracia, aunque poseen algún reconocimiento internacional, no consiguen sostenes reales. Sus potenciales aliados internacionales las evitan porque poseen relaciones estables con el Gobierno cubano y, según consideran, alianzas así podrían afectarlas.
Comprendo la importancia de mantener buenas relaciones con La Habana, pero desapruebo que para hacerlo abandonen a sus potenciales aliados cubanos. El compromiso de muchos demócratas del mundo con Cuba no debería plantearse desde esa perspectiva. La democracia es «método», pero cuando se convierte en mero «cálculo cómodo» deja de ser «una causa».
La ciudadanía cubana debe incorporar que —en política— hay que tener fuerza para recabar solidaridad.
III
El conflicto político —reitero— entre los poderes de Estados Unidos y Cuba no es la «causa eficiente» de nuestros males, sino la disfuncionalidad del modelo de Estado impuesto y la malísima gestión de quienes lo usufructúan. Sin embargo, sería errado desconocer cuánto afecta ese conflicto a la sociedad y en especial a los más necesitados, y que es sostenido por un «enroque» que hace pasar la solución de la crisis cubana también a través de la normalización de los vínculos bilaterales.
Será imposible el bienestar de Cuba sin una relación pragmática entre los dos países y ello está condicionado —sobre todo— a que una amplia porción de los cubanos allí votantes dirime en las elecciones estadounidense el conflicto con el Gobierno cubano y, al faltar democracia en la Isla, coloca en ese país la «esfera pública cubana». Esto convierte los asuntos políticos entre cubanos en política interna de Estados Unidos, lo cual sitúa el protagonismo del poderío del norte en esos conflictos y coloca la política dentro de Cuba como condición de las relaciones entre ambos Estados.
Al respecto, algunos apuntan que la actual Administración estadounidense (demócrata) pudiera comenzar un proceso de buenas relaciones con los gobernantes de la Isla, sin considerar que los votantes cubanos de Florida prefieren la confrontación entre el Gobierno de Estados Unidos y el cubano. Sostienen tal conjetura en que la Administración no ganó las elecciones en ese Estado y quizá esté descartado que pueda ganarla en los próximos sufragios. Pero esta hipótesis resulta irrelevante porque ninguna fuerza política desestima per se a una comunidad importante, y si llegara a la improbable decisión de descartarla, tampoco podría desestimarla, pues la comunidad cubana de allí está representada en el Congreso de manera amplia y con poder para imponer algunas condiciones a la Casa Blanca.
La complejidad política actual hace difícil una apertura efectiva de Estados Unidos hacia Cuba sin que inicie previamente una apertura del Gobierno de La Habana hacia la sociedad cubana transnacional; y a la vez será difícil cualquier apertura del Gobierno de la Isla —si tuviera disposición— sin una previa distención entre ambos Estados. Deberían entonces ocurrir dos procesos paralelos, uno entre cubanos —que sería la razón política fundamental de todo proceso— y otro entre ambos países.
Pero lograr ambos procesos paralelos sería como obtener la «cuadratura del círculo». Sin embargo, tal dificultad no tiene que implicar una parálisis frustrante si hubiera voluntad de todas las partes. Recordemos, como metáfora acertada, al matemático húngaro Miklós Laczkovich quien en 1989 halló solución a la «cuadratura del círculo» dividiéndolo en un número finito de partes y moviéndolas a base de congruencias hasta lograr un cuadrado.
De modo que, si bien las sociedades civil y política que optan por una transición no poseen «peso político», sí ostentan una potencialidad de este tipo que radica en dos condiciones. Primera, resultan imprescindibles en Cuba para salir de la crisis, establecer el desarrollo y asegurar la estabilidad. Segunda, los poderes de Estados Unidos necesitan —políticamente— una apertura del Estado cubano a sus sociedades civil y política para poder impulsar una normalización efectiva de las relaciones bilaterales.
En estas necesidades quizá radica su «peso político», aunque tal vez por ahora sólo en potencia. Convertir esto en un «activo decisivo» será responsabilidad únicamente de tales zonas ciudadanas. Ello no provendrá de algún acompañamiento internacional, sino que —por el contrario— si esto no sucede jamás habrá proceso ni acompañantes por llegar.
IV
Para que estas zonas ciudadanas puedan convertir tal potencialidad en un «activo decisivo» deberán comprender las capacidades que poseen y las carencias propias. Es decir, saber qué significa no poseer por ahora condiciones para aportar o atraer recursos económicos, políticos y de fuerza, así como qué significa ser considerado «capital humano» imprescindibles en Cuba para salir de la crisis y «descargo» de los poderes de Estados Unidos para impulsar una normalización de las relaciones bilaterales.
Condición esta quizá frustrante desde una perspectiva político/moral, pero realmente confortante desde una perspectiva político/pragmática, siempre que sea orientada con integridad humana y política hacia la libertad y los Derechos Humanos, la democracia y el imperio de la ley, el bienestar y la paz. O sea, el actual «peso político real» de las sociedades civil y política tendría que provenir sobre todo de la madurez humana y la altura política. De no conseguirlo, podría quedar como un «actor colectivo» usado y desestimado a la vez, le guste o no sometido acaso definitivamente «al país de los de arriba».
Debemos meditar, formular y asumir el modo de convertir nuestra «potencialidad política» en un «activo decisivo». También debemos considerar hacerlo como parte del mundo actual, que nos acompañará si con ello, de algún modo, también se beneficia. Es hora de operar la política.
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