Los que esperan cambios unilaterales de fondo de los Estados Unidos tendrían un camino mucho más corto y varias veces más justo si ofrecieran soluciones al callejón sin salida de un modelo que, se sabe, distorsiona la realidad, empobrece y genera crisis, niega derechos y cada día que pasa pierde más apoyo popular.
¿Cuba, ¿cómo salir de un círculo vicioso y regresivo?
I
El joven rapero cubano Denis Solís no sabía en qué magnitud condicionaría las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos cuando le dijo al oficial de la PNR que le llevaba una citación y violó su domicilio: «¡Donald Trump 2020! ¡Ese es mi presidente!». Ese día, Solís no estaba en condiciones de prever que su situación personal sería el inicio de un proceso de escalada que llevaría a una parte de la sociedad civil cubana a reclamar derechos con más determinación, ni que la respuesta permanente y central del Estado cubano consistiría en el aumento de la represión.
Entonces habían pasado apenas dos días de las elecciones norteamericanas pero su resultado seguía indefinido. Ocurrió el 5 de noviembre de 2020, y Solís, como parte de su arsenal de defensas e improperios, eligió su apoyo a Trump como una crítica más, una ofensa más, al sistema que le ignoraba sus derechos. Los dichos del joven cubano sobreentendían, a su vez, distancias conscientes hacia el candidato que durante la campaña había declarado que daría marcha atrás a las medidas de Trump respecto a Cuba, Joe Biden.
Claro que existían causas más profundas y de mayor peso que la suerte de un joven cubano hasta entonces desconocido. Existían elementos históricos y otros del pasado más reciente, pero la citación policial, los exaltados dichos de Solís y su posterior encarcelamiento fueron la razón inmediata para que se desatara un proceso de toma y daca entre actores de la sociedad civil y la institucionalidad que mostrarían a un Estado incapaz de solucionar los posteriores conflictos sin apelar a la represión, propenso a las respuestas desproporcionadas, y nada dispuesto a manejar disidencias y actitudes contrarias a través del diálogo, la buena voluntad y el sentido común.
Un rápido recuento de esos eventos incluiría la poca transparencia del proceso contra el propio Solís (sus amigos lo buscaron sin obtener respuestas y además fueron reprimidos), el acuartelamiento en la sede del Movimiento San Isidro, la posterior huelga de hambre, el asalto al inmueble por las fuerzas de seguridad, la parada de más de 300 artistas e intelectuales frente al Ministerio de Cultura en reclamo de diálogo un día después, el 27 de noviembre, las manipulaciones de las que fue objeto una mesa negociadora tempranamente abortada, el surgimiento del 27N como organización contestataria, la detención de Luis Robles, los sucesos de Obispo, el surgimiento de Articulación Plebeya y su desaparición, producto de las presiones de los órganos de seguridad, las huelgas de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), los destierros, las extendidas protestas del 11 y 12 de julio de 2021, hasta llegar a la aparición en el escenario público de Archipiélago y el acoso constante a sus principales miembros.
En todas y cada una de estas acciones, ese Estado recurrió a la represión y al uso de la fuerza al margen de la ley como primera y más importante medida; a lo que se añade acusar a sus críticos de «mercenarios pagados por el imperio», organizar e incentivar mítines de repudio, promover el enfrentamiento entre cubanos, mentir, asesinar reputaciones violando intimidades en la televisión nacional y negar la más mínima cuota de legitimidad y derechos a quienes le han adversado, sin importar la magnitud ni las consecuencias de tales acciones en pleno siglo XXI.
II
El día de la elección presidencial en los Estados Unidos, el 3 de noviembre de 2020, el candidato a la presidencia por el Partido Demócrata, Joe Biden, creía que las relaciones de su país con Cuba debían dar un vuelco pues «las políticas de Trump hacia Cuba han sido un fracaso total». También afirmaba que «empoderar al pueblo cubano será la pieza central de mi enfoque»[1].
Su plan original consistía en dar marcha atrás a la inmensa mayoría de las medidas de Trump hacia Cuba, acercarse al estado de la relación bilateral a inicios de 2017, y retomar –con actualizaciones y una política más cercana al quid pro quo, o sea, «dar a cambio de»– las políticas de la era Obama: apertura, canales oficiales abiertos y profundización del empoderamiento al pueblo y la sociedad civil de la Isla.
Entonces Biden tampoco sabía que pocos días después del ejercicio electoral se produciría un deterioro significativo y muy mediático en la observancia de los derechos humanos en Cuba; que seríamos testigos de una mayor sensibilidad y movilización de un porcentaje considerable del exilio y las diásporas cubanas; que tendría escaso margen de maniobra en el Congreso estadounidense para un tema no prioritario de su agenda exterior como lo es Cuba[2], y que debía ser tomado muy en cuenta el poder disuasorio que le impondría el demócrata y Presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Senado Bob Menendez hacia cualquier nuevo enfoque relacionado con la Isla. Bob, además de un estratega, representaba un voto fundamental para casi todo y se convertiría en elemento central del interés del ejecutivo por recuperar los espacios perdidos por la primera potencia durante los cuatro años anteriores en el plano internacional.
Para el 20 de enero de 2020, día de la toma de posesión del nuevo presidente, eran decenas los jóvenes cubanos presos. Otros muchos eran acosados por la Seguridad del Estado y/o enfrentaban impedimentos paralegales que les prohibían salir de sus casas. También proliferaron las detenciones, los secuestros express y el corte arbitrario de las comunicaciones, mientras fuera de Cuba se vivía un clima de protestas que alcanzó las ciudades de Miami, Washington, New York, New Jersey, Madrid, México, entre otras.
Es muy probable que en medio de la relativa poca prioridad que significa Cuba para la política exterior norteamericana, las pifias e inseguridades de la nueva administración, las pocas y negativas señales de las autoridades cubanas –muy aferrados a la cómoda teoría de «el primer paso les toca a ellos»–, sumado a la volatilidad de los eventos que antecedieron al 11 y 12 de julio, el gobierno de Biden haya perdido unas semanas o meses preciosos –abril y mayo– en su intención de revertir algunas de las medidas de Trump, en especial las relativas al incremento del personal diplomático en La Habana, la reapertura del Consulado, retomar el programa de Reunificación Familiar y, sobre todo, permitir la reanudación del envío de remesas a través de la Western Union. Ya después de esas fechas todo sería mucho más difícil para la Casa Blanca respecto a Cuba pues cada una de las acciones y dichos del gobierno de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, con «orden de combate» incluida, solo hacían demeritar y alejar cualquier paso distensivo que el entrante gobierno demócrata planeara implementar.
La demora en tomar acciones concretas por parte del ejecutivo norteamericano y la respuesta desproporcionada y agresiva del gobierno cubano ante cada uno de los eventos antes mencionados condicionaron y condicionan al nuevo gobierno norteamericano. Dicho en otras palabras, los deseos de Biden de cambiar la política hacia Cuba tendrían que pasar por encima de cada uno de los elementos anteriores a un costo muy superior a los posibles beneficios, y ante la evidencia de una contraparte que no cede.
III
Las decisiones en materia política, y en particular en política exterior, casi nunca responden a deseos y voluntades al margen de los hechos. Al menos eso es así para los estados en los que existe balance de poderes y una mayor definición de los objetivos y prioridades, así como sus límites. Muchas de las medidas no se toman en el momento que se declaran, mucho menos cuando se está en una campaña presidencial, sino que hay que verlas como una probable hoja de ruta a partir de ciertas circunstancias y no al margen de los contextos y de la evaluación de los probables réditos o perjuicios que de ellas se pueden obtener.
La medidas políticas tampoco se toman en abstracto ni a partir de variables fijas, sino dinámicas. Quiere decir que si cambian las condiciones que hicieron posible establecer determinadas acciones –y acá influyen muchos factores, no todos controlables por una de las partes–, el resultado final podría verse igualmente afectado. Por eso es conveniente pensar en términos sistémicos, como «conjunto de elementos que interactúan»[3], y no en presupuestos simples llevados por el deseo, la voluntad, las creencias o el análisis de actores y hechos inamovibles.
También se hace política, y claramente, política exterior, evaluando las medidas y reacciones de tu contraparte, sin poner en riesgo la sumatoria de consensos entre quienes te apoyan y tomando en cuenta el humor general del electorado y las distintas fuerzas políticas. En el caso internacional se toman muy en cuenta, además, las posiciones de los actores centrales o de alta incidencia en el vínculo bilateral o para una de las partes. La diplomacia trabaja sobre estos elementos y los reporta y analiza todo el tiempo.
Dicho en términos prácticos y volviendo al tema que nos ocupa, para Biden, el secretario de Estado Anthony Blinken y el equipo de política exterior norteamericana no es posible ignorar los elementos de la realidad objetiva, medibles y verificables, para el caso concreto de Cuba. Entre los más destacados habría que señalar, no solo el carácter totalitario y excluyente del sistema imperante en Cuba sino sus acciones concretas, entre las que destacan la represión, las detenciones arbitrarias, el acoso a ciudadanos críticos, el destierro y las negativas de entrada y salida a muchos otros, las desproporcionadas penas de cárcel por crímenes inexistentes, muchas veces de opinión, por ejercer derechos, la tradicional beligerancia de Cuba ante varios temas de la agenda regional y global, las alianzas y el coqueteo habitual con los enemigos estratégicos de los Estados Unidos (algo que tiene total sentido para un país como Cuba, que necesita disminuir la dependencia y la asimetría hacia ese actor en específico), la errada creencia de que solo Washington tiene que iniciar o dar pasos en función de sostener una mejor relación bilateral (¿quién la necesita más?), la arrogancia a la hora de valorar las fortalezas de un sistema político, económico y social que ofrece inequívocas muestras de agotamiento y de crisis estructural, y de un país muy pobre que en buena medida depende de las remesas, las donaciones y los créditos blandos. Otro elemento que ha pesado ha sido la decepción de algunos de los que promovieron el deshielo de Obama al no constatar decididos acompañamientos ni contrapartidas por parte de la oficialidad cubana, sino una sumatoria de críticas, pausas y dilaciones.
Más claramente, el presidente Joe Biden no tiene un poder ilimitado y arbitrario a cualquier costo. No solo es que ahora mismo no desea promover cambios de fondo a propósito de Cuba, sino que no puede. Mucho menos regalaría capital político frente a un gobierno que es poco lo que tiene que ofrecer a cambio, entre otras cosas porque –en uso de sus atribuciones y sus intereses de poder total– no quiere.
De esta forma, esperar cambios profundos unilateralmente es tan o más equivocado que no haber deshecho en muy pocos meses algunas de las medidas de Trump respecto a la Isla o haber hecho muy poco para profundizar el acercamiento del anterior presidente demócrata, siendo Estado Unidos quien menos pierde en esta compleja correlación si nada se hace.
Ese gobierno, el cubano, también ha ignorado que cada uno de esos hechos se convierten en elementos de primer orden en la percepción que sobre su accionar tiene la propia sociedad cubana y los diferentes actores internacionales con intereses en Cuba. No han tomado en cuenta que esas acciones tienen consecuencias o, simplemente, no les ha importado. Han ignorado además que así como tratas a los demás, serás tratado, puede que con el mismo desprecio y la misma falta de empatía con la que se manejan los disensos internamente.
Así, no habrá deshielo a la vista entre los Estados Unidos y Cuba. Y tal conclusión va mucho más allá del vinculo bilateral, que ya es bastante, pues inhibe, limita y ralentiza cualquier acercamiento internacional hacia la Isla, sea bilateral o multilateral, por el peso indiscutible de Washington a escala regional y global y la muy evidente asimetría entre ambos estados.
IV
Sin embargo, buena parte de lo anterior, aunque importante, ya es pasado. Y aun siendo elementos que pesan y que habrá que tener la valentía de superar, no deberían impedir para siempre un enfoque renovado, proactivo y positivo que mire al futuro y nos saque de este juego de suma cero, o más bien negativo, un verdadero círculo vicioso, en el que permanecemos atrapados.
Los que esperan cambios unilaterales de fondo de los Estados Unidos tendrían un camino mucho más corto y varias veces más justo si ofrecieran soluciones al callejón sin salida de un modelo que, se sabe, distorsiona la realidad, empobrece y genera crisis, niega derechos y cada día que pasa pierde más apoyo popular.
El Estado cubano, por su envergadura y peso indiscutible en toda la geografía del país, por su elevado control de las variables nacionales, y porque casi siempre son preferibles cambios graduales que revueltas y revoluciones radicales que solo garantizan la ingobernabilidad y el caos, sería, debería ser, un actor central en cualquier proceso que transite hacia el fin del diferendo interno y su impacto con el exterior. (Ahora seamos serios. Aceptemos que ni siquiera Rusia ni la política expansiva de China, apuestan ni invierten en Cuba como podrían y quisieran pues interpretan ese modelo como un orden ineficiente y terminal, un monstruo absurdo que ambos conocen mejor que bien).
Comenzar a dar pasos en función de eliminar la práctica totalitaria del Estado y buena parte de la cultura política cubana es una necesidad no solo para los que hoy están presos y son acosados, sino para toda la sociedad. Además, es lo justo y lo que pondría al país en vías de un proceso virtuoso, de reconstrucción nacional y de superación escalonada de conflictos. El gran problema no sería entonces entre los Estados Unidos y Cuba –y viceversa– sino entre los propios cubanos. Acá no estoy diciendo que esos conflictos vayan a desaparecer ni a ser eliminados para siempre. Estoy diciendo que ya es hora de que cambien su carácter y alcance, y que es conveniente centrarse en las soluciones y no en los problemas.
Dar pasos graduales en función de poner fin al enfrentamiento empobrecedor y sin sentido entre los nacionales cubanos sería nuestra mayor carta de triunfo, la mejor forma de defender los intereses estratégicos de la nación y del país y la mejor defensa de nuestra soberanía. ¿O es que todavía no somos conscientes de a dónde hemos llegado? ¿Acaso no sabemos que entre las peores pérdidas de soberanía se encuentran la división nacional y la pobreza? ¿Es obligatorio, necesario o recomendable seguir el mismo camino?
Debería, por tanto, prestarse mayor atención a los siguientes presupuestos mínimos para el inicio de un proceso distensivo y de generación de un clima de buena voluntad y paz:
1- Amnistía para todos los presos políticos y de conciencia;
2- Cese de las detenciones express, los arrestos domiciliarios y el acoso a los activistas pacíficos de la sociedad civil;
3- Eliminar los mítines de repudio y la guerra mediática del Estado –con recursos del Estado, esto es, del pueblo– contra ciudadanos cubanos;
4- Prohibir el destierro como herramienta para administrar disensos;
5- Poner fin a la discrecionalidad en las entradas y salidas del país para ciudadanos sobre los que no pesan causas judiciales ni penales;
6- Luchar por la eliminación de toda segregación ideológica.
Un proceso gradual que se podría continuar con acciones como:
1- Aceptar, de hecho y de derecho, que todos los cubanos somos iguales ante la ley;
2- Restaurar derechos económicos, civiles y políticos para todos los nacionales;
3- Promover la necesidad de diálogo entre cubanos de pensamiento diverso;
4- Proscribir toda forma de violencia de la agenda y el espacio públicos;
5- Acercarse a los nacionales que tengan la mejor voluntad de superar este período de distancias y empobrecimiento, para convertir a uno de los mayores activos de esa nación, los cubanos residentes y ciudadanos en/de los Estados Unidos, en «los principales embajadores»[4] de los destinos de ese país ante la potencia más gravitante del globo, el vecino más próximo y el hogar de millones de nacionales.[5]
V
Algún día habrá que terminar de aceptar que Cuba no es una de sus partes –por numerosa que sea esa parte– o una abstracción. Es más complejo, y aunque parezca paradójico, más simple: Cuba somos todos los cubanos. Y esto, que hoy parece un sueño, lo debemos y lo podemos lograr en paz, a través del diálogo, por difícil que sea en un inicio, mirando adelante, más enfocados en soluciones que en diferencias o distancias, dejando de ser «rehenes de la Historia»[6], como bien lo definiera el presidente Barack Obama en su alocución al pueblo de Cuba.
Nada de lo anterior significa o implica ni un solo gramo de deterioro o menoscabo de la soberanía de Cuba como república independiente, sino todo lo contrario. Cada una de esas acciones o medidas harían más efectiva y amplia la soberanía de cada uno de los cubanos al mismo tiempo que promoverían nuestra propia confianza y el respeto que como nación merecemos a escala internacional.
Tampoco es que sea lo suficientemente ingenuo como para creer que todo lo mencionado será posible de inmediato o de una sola vez. La idea es que con solo una de esas medidas el avance será sustancial, tanto para las fuerzas vivas de la sociedad como para sus vínculos externos.
Pero si nada, absolutamente nada de lo anterior se toma en cuenta, es casi seguro que no podremos alcanzar soluciones de fondo ni estaremos en condiciones de atenuar la asimetría en las relaciones entre los dos países pues por mucho esfuerzo que le hayan puesto a la independencia y la vida propia de las relaciones entre los dos países, ese vínculo está altamente condicionado por la manera en que nos tratamos y cuidamos nosotros mismos. No es que sea lo único importante, pero sí tiene un alto peso y promover esos cambios solo depende de nosotros.
De lo contrario, si todo continúa como hasta este minuto, a los partidarios de ese sistema, excluyente y represivo, solo les quedarán la posibilidad de seguir generando y sorteando crisis, o, como mucho, la muy remota suerte de rezar por un milagro.
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Nota: La segunda parte estará referida a las medidas que podría tomar Estados Unidos para favorecer un clima virtuoso de distensión y diálogo con Cuba.
Referencias:
[1] Joe Biden: «Las limitaciones a las remesas solo perjudican a las familias cubanas». Entrevista exclusiva de Joe Biden a CiberCuba, 2 de noviembre de 2020, disponible en https://www.cibercuba.com/noticias/2020-11-02-u1-e42839-s27061-joe-biden-limitaciones-remesas-solo-perjudican-familias-cubanas
[2] Blinken, Anthony, A foreign policy for the American people, Fundamentos y prioridades de la política exterior norteamericana para el gobierno de Joe Biden», disponible en https://www.state.gov/a-foreign-policy-for-the-american-people/
[3] La primera formulación de la Teoría General de Sistemas se le atribuye al biólogo Ludwig von Bertalanffy. Para él, «la TGS debería constituirse en un mecanismo de integración entre las ciencias naturales y sociales y ser al mismo tiempo un instrumento básico para la formación y preparación de científicos». Consultar a Marcelo Arnold, Ph.D. y Francisco Osorio, M.A. Introducción a los Conceptos Básicos de la Teoría General de Sistemas, Departamento de Antropología. Universidad de Chile: https://www.redalyc.org/pdf/101/10100306.pdf
[4] Esta categoría o frase ha sido reiterada tanto por el expresidente Barack Obama como por el actual, Joe Biden.
[5] Son esos cubanos quienes mejor pueden evitar y eventualmente compensar toda injerencia en los asuntos internos de los cubanos, así como poner fin a las medidas coercitivas unilaterales que pesan sobre el país.
[6] Obama, Barack H., Discurso del Presidente Obama al Pueblo Cubano, 22 de marzo de 2016. En su discurso, Obama también habló en términos de «derribar las barreras de la historia y la ideología», de «las barreras del dolor y la separación», de «la sombra de la historia de nuestra relación», y su negativa a verse «atrapado por ella», disponible en https://obamawhitehouse.archives.gov/the-press-office/2016/03/22/discurso-del-presidente-obama-al-pueblo-cubano
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