Debemos de ser realistas y estar claros de que, aun bajo la crisis profunda actual y la imposibilidad de sacar al país de ella, el gobierno del PCC, si llega a negociar, lo va a hacer desde una posición de fuerza política y represiva inmensamente grande todavía; y que desde nuestro lado solo haría contrapeso con nuestra «fuerza moral», al defender valores universales como la democracia y los Derechos Humanos. Ese es nuestro capital negociador.
Las pautas trazadas en el documento Para instaurar en Cuba el imperio de la ley, el bienestar y la concordia para lograr tal objetivo resumen una excelente hoja de ruta para que el proceso de cambio en Cuba comenzase hoy mismo. Pueden ser consideradas como «mínimos máximos», es decir, «lo máximo que podríamos conseguir de lo mínimo que estaríamos dispuestos a aceptar para participar o avalar». Sería perfecto para comenzar.
No obstante, debemos de ser realistas y estar claros de que, aun bajo la crisis profunda actual y la imposibilidad de sacar al país de ella, el gobierno del PCC, si llega a negociar, lo va a hacer desde una posición de fuerza política y represiva inmensamente grande todavía; y que desde nuestro lado solo haría contrapeso con nuestra «fuerza moral», al defender valores universales como la democracia y los Derechos Humanos. Ese es nuestro capital negociador.
La viabilidad de esta propuesta depende de la voluntad política del régimen en grado sumo y sin ella es imposible. Puede ser conseguida por dos vías: presión popular arrolladora o necesidad de supervivencia con garantías. Lo primero no es imposible, pero hasta ahora el control social totalitario se ha impuesto. Y la segunda manera: ya lo necesitan, pero no sienten que puedan tener las garantías necesarias y por eso no parece estar todavía en su agenda.
Es tarea de la oposición pro-diálogo conseguir que esta opción llegue a la agenda oficial, generando confianza en la capacidad de ofrecer «garantías». Que del lado de ellos siempre va a enfocarse como «a los objetivos de la revolución» y no queda otra que respetar incluso su enfoque. Bajo esta premisa, hay que estar dispuestos a «aceptar» todo lo que represente un avance sustancial y potencial hacia los objetivos mínimos, esos que consideramos «innegociables».
Como negociar es ceder mutuamente y buscar el equilibrio más conveniente para las partes, es posible que la reforma constitucional imprescindible para propiciar cambios democráticos la efectúen ellos solos, sin la participación de opositores, y de tener lo necesario, sería factible apoyarla.
O que, durante la etapa de tres años, que podría considerarse «gobierno de reacomodo», solo el legislativo sea fruto de elecciones democráticas y la del ejecutivo, por cautela, la quieran posponer al otro periodo sucesivo. O incluso, que un potencial proceso constituyente demore un poco más. Todo es posible al negociar con quienes han tenido todo el poder absoluto en sus manos de manera inconsulta con el soberano, y depende demasiado de ellos, de su voluntad política y deseos de cooperación. Por eso no podemos aspirar a conseguir lo óptimo, ni debemos ser intransigentes. Lo importante es conseguir enrumbar al país hacia lo que es «innegociable».
Lo óptimo es, sin dudas, lo que está reflejado en los cinco puntos. Su implementación nos llevaría a una Cuba Mejor. Lo único ingenuo sería creer que va a ser fácil negociar, ponerse rígido o no tener en cuenta los intereses de los que van a ceder ‘poder’. Van a desconfiar de todo, todo el tiempo, y asegurarán cuotas de poder que les garanticen su participación sin riesgos de supervivencia. Pero, aun con sus escoyos preanunciados, es el camino que tenemos que recorrer por el bien de Cuba.
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