La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí

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Los nietos “mestizos”. ¿Hacia una cultura integrativa?

08 Mar 2023
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Ante la incitación

Resulta incitante el análisis actualizado de Carlos Manuel Raya en su ensayo: La Abuelita Blanca. La crisis de la alta cultura en Cuba ocho décadas después. Muchos aspectos tratados me suscitan una inquietud casi irresistible por dialogar e investigar acerca del tema. Ahora mismo, quisiera discurrir sobre algunas de esas cuestiones, pero ello resultaría una labor amplia e intensa, imposible de concretar a tiempo y en el espacio necesario para ser publicado en esta revista.

Por tanto, sólo intentaré una reflexión breve acerca de la identidad nacional y la conciencia colectiva, materia igualmente tratada por Jorge Mañach, a partir de dos ideas presentadas por el autor en una especie de adagio unificador propuesto por Mañach: El interés de uno es el interés de todos: Cuba primero; y la propuesta del autor de intensificar, en la historia cultural de nuestro país, una etapa denominada integrativa. Este período integrativo sería, para Raya, una continuación de las etapas precedentes, señaladas por Mañach: la pasiva, la especulativa, la ejecutiva y, por último, la adquisitiva, donde, a juicio del autor, crecieron fuertes elementos psicológicos y sociológicos de desintegración colectiva.

Algunas precisiones

Para reflexionar acerca del tema, se hace imprescindible precisar algunos conceptos intrínsecamente relacionados con el asunto: patria, nación y estado. La patria es la unidad afectiva de la sociedad, o sea, el amor al suelo y a los antepasados, la fuerza y el calor capaz de instalar y enraizar a las familias como la familia instala y provee de raíces a cada miembro. La nación, por su parte, es la unidad moral de la sociedad, es decir, el aspecto interiorizado y reflexionado de la unidad afectiva de la sociedad (la patria), desde el momento en que adquiere un determinado espíritu, capaz de definir a la generalidad de la sociedad, cohesionarla y comprometerla con el pasado, con el presente y con el futuro. La nación es la solidaridad en el tiempo tanto como el pueblo es la solidaridad en el espacio. El Estado, a modo de aclaración, es otra cosa. El Estado es un arreglo jurídico encaminado a organizar políticamente la sociedad y establecer el orden debido para garantizar la unidad afectiva y la moral (la patria y la nación), en torno a una aspiración ideal colectiva.

Las categorías de patria y nación, estado y patriotismo, tienen universalmente su origen en la modernidad, durante la Ilustración. Momento en que los fundadores de la cubanía, ilustrados singulares, comenzaron a soñar y a diseñar la nación cubana. Proyecto que significó, en un principio, autonomía y, luego, independencia política, no afectiva ni cultural, de España, del resto de América hispana y de los entonces ya pujantes Estados Unidos de Norteamérica; pero que no impulsaba ideas de aislacionismo, de autosuficiencia o de incomunicabilidad, sino por el contrario, de la mayor apertura universal posible.

Conciencia colectiva cubana

Sin embargo, según Mañach, cuando Cuba logró la independencia, a inicios del siglo XX, su agregado humano no se había solidarizado cabalmente, existía la cultura cubana y había un crecimiento de nuestra identidad, pero no éramos una nación madura. Precisaba que la cultura de un pueblo siempre tiene un momento antes y un momento después de consolidarse como nación y que nosotros aún estábamos en el primero.

Aclaraba que un pueblo es elevado al rango de nación cuando logra una identidad propia, o sea, un conjunto de características que lo hacen diferente del resto de las sociedades. Sin embargo, afirmaba, su madurez es alcanzada únicamente cuando su conciencia colectiva cuenta con un rico legado de memorias y con el consentimiento actual de vivir juntos y sacrificarse para seguir haciendo valer la herencia que se recibió indivisa, logrando integrarse solidariamente en este empeño. Para concluir que teníamos una patria y un Estado independiente, pero que nos faltaba la nación y que ésta se iba cuajando con mucha dificultad. (Para comprender mejor el tema léase: El Manual del perfecto fulanista de José Antonio Ramos, El pueblo cubano de Fernando Ortiz, Diálogos sobre el destino del Dr. Gustavo Pittaluga y los Ensayos de Jorge Mañach.)

La conciencia colectiva que aún debíamos alcanzar es, según Mañach, una especie de agregado aritmético capaz de constituir, desde la fraternidad en la diversidad, la debida unidad orgánica de una determinada comunidad humana en torno a cierta aspiración ideal colectiva, es decir, a comunes alicientes.

Tenía razón este importante intelectual al preocuparse con tesón por el tema de la conciencia colectiva. Pues sin un entramado de raíces aptas para atar y convocar al interés por lo común, es difícil alcanzar un auténtico compromiso colectivo y se hace imposible lograr que verdaderamente, desde lo más íntimo del alma, el propósito de cada cubano sea el de todos, para que Cuba sea primero. Carlos Manuel Raya también acierta cuando reconoce como única solución una descomunal gestión integradora, fundamentalmente a través de la labor cultural. La cultura no es sólo el quehacer artístico e intelectual; posee también una dimensión social que, integrada  a la dimensión anterior, incluye la economía, el trabajo y la política.

La cultura es el ámbito por medio del cual se consolida la conciencia colectiva. Como recuerda el autor de La Abuelita…, para Mañach la cultura nacional es un agregado de aportes numerosos, orientados hacia la conciencia colectiva y respaldados por un estado de ánimo nacional que los promueve y reconoce, aprecia y estimula. La cultura consta, asevera, de tres elementos: los esfuerzos diversos, la conciencia y orientación comunes, así como la opinión social. Ninguno de los tres componentes, afirma Mañach, basta por sí solo, ni siquiera el principal: los aportes personales.

No obstante, la capacidad y la disposición personales de aportar a la cultura, orientadas hacia las aspiraciones comunes, son determinantes para lograr una nación madura y comprometida; y eso no se logra sin el correspondiente patriotismo. Dicha virtud, el patriotismo, parte del afecto al suelo y a su historia, para constituirse en el medio a través del cual se realiza el compromiso de procurar la integración solidaria y feliz de la comunidad en general. Es decir, la patria y el consecuente patriotismo, son condiciones necesarias para lograr una nación a través de la integración constante y de la gestación de una sólida conciencia colectiva. Existe entonces una relación intrínseca entre patriotismo, cultura y consecución de una nación.

Es bueno aclarar que el patriotismo (el compromiso con el presente y con el futuro, basado en el amor al suelo y a los antepasados),  sólo se alcanza por medio de motivaciones personales profundas, tanto espirituales como materiales. Cuando las cuotas de estímulos espirituales aún son escasas asumen mucha importancia las motivaciones materiales, capaces de vincular a las personas al lugar donde viven, así como al compromiso con su estabilidad y progreso. Es importante comprender esto, pues resulta imprescindible potenciar las condiciones necesarias para estimular el patriotismo, porque la patria es la entidad mediadora entre los intereses privados y públicos, pasados y futuros[1], es quien determina la perspectiva de toda colectividad humana y hace de los ciudadanos hermanos.

Jorge Mañach adjudica una enorme responsabilidad a los intelectuales cubanos en dicha gestión, y Raya lo recuerda. La doctora Graciela Pogolotti, vicepresidenta de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, en una conferencia magistral sobre la cultura cubana impartida en el Taller-homenaje a Félix Varela: Los que pensaron a Cuba, celebrado del 9 al 12 de diciembre de 2004, ofreció un concepto del término intelectual que define el quehacer de los más destacados pensadores cubanos. Para la doctora Pogolotti, el intelectual es aquel que apropiándose de la cultura y del entorno universal y local, brinda una imagen de la nación y le propone un sentido al patriotismo.

Intríngulis del problema 

Alcanzar la necesaria aspiración comunitaria ha sido, en mi opinión, la razón implícita y fundamental de la existencia en Cuba, desde sus orígenes como nación, de un empeño, casi siempre diverso, simbolizado con el término Revolución. Este vocablo ha expresado siempre, de una manera u otra, la ambición de precisar y arraigar una aspiración ideal comunitaria (conciencia colectiva), capaz  de constituirse en paradigma de cada cubano, así como en eje y marco, espirituales y flexibles, de toda la vida nacional.

Dicho esfuerzo ha tomado diferentes formas. Por ejemplo: la faena cultural y política del padre Félix Varela y sus discípulos, el movimiento libertador durante las guerras de independencia, la prédica de José Martí, la aspiración de una renovación nacional en la década de 1920, la Revolución del 30 y la insurrección que triunfó en 1959. Estos fueron momentos intensos de dicha tarea. Pero el empeño ha estado presente siempre, aunque de diferentes formas.

La última acepción, en la historia de Cuba, del empeño simbolizado con el término revolución se asienta en el liderazgo que alcanzó el Movimiento 26 de Julio al triunfar en 1959. En ese momento, la nación cubana, todavía joven, débil y desorientada, que sufre una crisis en su conciencia colectiva, tendió a gravitar hacia la fuerza que mayor seguridad le ofreció, en busca de una referencia que le prefigurara un buen futuro y la guiara hacia éste.

Es posible considerar la hipertrofia que en dicha persistencia -dadas las circunstancias históricas-, ha tenido, en perjuicio del movimiento cultural, el quehacer político. El proyecto de edificar la nación comenzó, desde muy temprano, a escindirse en diferentes propuestas político-ideológicas que, aún cuando algunas pudieran coincidir de cierta manera con la independencia, se inclinaban a ser excluyentes y desintegradoras.

José Antonio Saco, uno de los fundadores de la nación cubana, alertaba con ahínco sobre el peligro de proponerse un estado-nación-independiente, sin haber logrado antes un desarrollo sólido de la cultura autóctona, así como la debida identidad nacional y la suficiente conciencia colectiva. Por su parte, el sacerdote católico Félix Varela, maestro de Saco y el primer cubano que ostentó la condición de Padre de la Patria, dedicó toda su vida a defender dicha tesis, y a consolidar la cubanía y el patriotismo, como condiciones imprescindibles para después gestionar la independencia. Si bien, es necesario señalar, que durante un breve período intermedio de su vida, al huir de España, sostuvo la necesidad de una revolución pacífica para instituir un estado independiente capaz de facilitar la consolidación de la identidad nacional y la conciencia colectiva. Igualmente opinó José Martí, el Apóstol de nuestra independencia. Él sostuvo la necesidad imperiosa de lograr un estado independiente, aunque fuera a través de la lucha armada, lo cual le provocaba una enorme tristeza, pero con la ilusión de que este fuera el instrumento para consolidar la nación por medio de la síntesis entre todos los proyectos. 

Sin embargo, el proceso gestor de la nación no marchó por los derroteros que aconsejaron Saco y el padre Varela, ni la independencia favoreció la síntesis pretendida por Martí. La radicalidad y la violencia armada, “exigidas” por la realidad histórica, condujeron a una precocidad que trajo como consecuencia, según una investigación del Licenciado en Historia Manuel Cuesta Morúa, la instalación de tres proyectos de nación que desde antes discutían la hegemonía sin proponerse una integración.

Dichos proyectos son: el emancipador, el económico y el cívico. El primero, afirma, se inclina a lo absoluto y a la intransigencia, en su defensa de la soberanía. El segundo, sostiene, tiende a ser pragmático y flexible en busca de un crecimiento económico a toda costa, pero se ha producido y reproducido en los circuitos de la economía mundial sin animar un proyecto vigoroso de nación, auxiliándose en poderes extranjeros para dirimir sus conatos por el poder y encerrándose en una estética que no ha querido compartir con el resto de la sociedad. En cuanto al tercero, asegura que nace del catolicismo y es eminentemente cultural, gradualista y pedagógico, y propone no perder el camino por intereses parciales, estrechos e inmediatos, pero suele resultar en desánimo y abandono de los espacios públicos para reducirse a los quehaceres del saber.

Desafío

Sin embargo, opino, se han originado condiciones favorables para lograr una inflexión, capaz de enrumbarnos por caminos integrativos de una sólida conciencia colectiva. La cubanía existe y los cubanos suelen ser abiertos y emprendedores, la cultura cubana es bastante fuerte y el país cuenta con una historia suficientemente respetable, su conciencia colectiva no es sólida pero posee elementos firmes, la nación goza de un envidiable pensamiento fundacional y la mayoría de los nacidos en la Isla no renuncian a la esperanza de una Cuba independiente y feliz. Por otro lado, la añeja lucha por la hegemonía entre los mencionados proyectos parciales de nación ha desacreditado sus posturas más radicales.   

Muchas veces me parece advertir que un conjunto cada vez más amplio de cubanos, residentes en la Isla y en el extranjero, en unos casos comprende y en otros al menos intuye la necesidad de lograr esa síntesis entre lo mejor de cada uno de estos proyectos. En tal sentido, asegura Marifeli Pérez-Stable, intelectual cubana establecida en Estados Unidos, que entre un 56 y un 79 por ciento de cubanos radicados fuera del país anhelan una síntesis capaz de legitimar todas las posturas honestas, y que en la Isla una mayoría opina de la misma manera, en tanto desea preservar el imaginario político nutrido por la Revolución en los años 60.

Procurar dicha síntesis sería, por ejemplo, integrar el celo por consolidar la soberanía nacional en todos los ámbitos de la vida (principios del proyecto denominado por Cuesta Morúa como emancipador), con la flexibilidad y el pragmatismo necesarios para potenciar la iniciativa empresarial, así como su integración a los mercados mundiales, con el propósito de hacer crecer la economía cubana (pilares de la propuesta nombrada económica), pero siempre en función de un proyecto vigoroso de nación soberana, que aspire a la felicidad general y para ello exija a la economía su compromiso social, promueva una cultura humanista, eduque a la ciudadanía y le demande su responsabilidad colectiva, desde una mística que la capacite para procurar siempre lo correcto, en el momento correcto y de la manera correcta (anhelos del ideal cívico).    

Para que esto forme parte esencial de la conciencia colectiva deberían integrarse esos aspectos, y ser asumidos por el espíritu y el pensamiento de la nación, de modo que se constituya en substrato del universo de propuestas nacionales, ya sean sociales o culturales, políticas o económicas, entre otras.   

También me parece ver la comprensión o intuición de la necesidad de esta síntesis en las altas expresiones culturales: el cine, el teatro, la pintura, la literatura, la filosofía, etcétera. Además, se aprecia una importante labor intelectual encaminada a desentrañar la memoria histórica, lo cual puede facilitar un universo de información acerca de todo el legado nacional, desde sus orígenes hasta el momento presente, así como propiciar una reflexión con vistas a suministrar una experiencia colectiva.

Grande ha de ser la faena de los intelectuales cubanos, entendiendo al intelectual según la definición mencionada de la doctora Pogoloti, para hacer avanzar la categoría de nación-proyecto a la condición de nación-patria. Para ello, a la labor integrativa que propone Raya se le debe incorporar los quehaceres especulativos, ejecutivos y adquisitivos que enumeró Jorge Mañach. Pues, sólo será posible la realización del ideal de estado-nación-independiente-fraterno, si continuamente se sueña la nación y se engrandece su espíritu, desde un compromiso generoso y responsable, como lo hicieron el padre Félix Varela y José Martí.      

Promover el fortalecimiento de la conciencia colectiva cubana es una tarea compleja, que exige de un acercamiento entre los exponentes más sensatos de cada uno de los tres proyectos presentados. Ello facilitaría un ensanchamiento cultural que, a su vez, redundaría en beneficio de la necesaria síntesis entre esos ideales. Esto, como es lógico, demanda que las autoridades favorezcan dicho camino con entusiasmo y sabiduría. Pienso que gozan de ciertas capacidades y condiciones para hacerlo. Hace muy poco, Felipe Pérez Roque, uno de los principales dirigentes del Estado y del Gobierno, alertaba sobre el peligro que corre la nación si no se replantea a tiempo todo lo que sea necesario modificar. No importa en qué sentido haya empleado el término nación. Ya sea como nación-patria, o nación-proyecto ideológico, como revolución. Lo cierto es que cualquier ajuste para fortalecer la integración y la madurez del pueblo cubano exigirá dicha síntesis, que además constituía la esencia del concepto de revolución presentado en el siglo XIX por los fundadores de la nación y de los ideales de muchos revolucionarios cubanos durante el pasado siglo XX.

Exigir y ceder en busca de la mencionada síntesis no implicaría, para ninguno de los proyectos, una derrota. Todo lo contrario, podría constituir un triunfo general. El devenir histórico ha conducido al país hacia un nuevo estado sociológico que demanda gestionar dicha inflexión. Y aunque ello sea una labor monumental, debemos asumirla, conscientes de que al menos contribuiremos con un modesto grano de arena, pues una nación se construye con el esfuerzo continuado de varias generaciones. Pero conscientes también de que sin la contribución sencilla y temporal de cada ciudadano, jamás una nación será grande -en el sentido humano del término. Lo dijo Juan Pablo II en su visita a Cuba: es la hora de emprender los nuevos caminos, de lograr la síntesis donde todos puedan identificarse


Bibliografía consultada.

Amor y persona. Jena Lacroix. Colección Esprit. España, 1997.

-Jorge Mañach, Ensayos. Editorial Letras Cubanas, 1999. 

Memoria, Verdad y Justicia. Grupo de trabajo Memoria, Verdad y justicia.LACC.Estados Unidos, 2003.

Dónde apoyar la utopía cuando fallan los proyectos utópicos globales. Dr. Aurelio Alonso Tejeda. San Juan de Letrán. La Habana, 2004.

Cuba: los futuros de la Isla. Lic. Manuel Cuesta Morúa. La Habana, 2005.

*Espacio Laical, “Los nietos “mestizos”. ¿Hacia una cultura integrativa?”, Espacio Laical (No. 4 de 2006.)

                                       

SOBRE LOS AUTORES

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Centro de Estudios sobre el Estado de Derecho y Políticas Públicas

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