Con el posterior ahondamiento de la crisis cubana -que tal vez comenzó a tocar fondo en 2019 y a fines de 2022 resulta imposible calcular hasta dónde podrá descender en el lodo- algunos han pedido a la Iglesia Católica que asuma como facilitadora de soluciones. Pero ello no acontece, sino lo contrario, muchos perciben abandono y silencio de los prelados y una amplia parte del clero.
“La peor prisión es un corazón cerrado.”
Juan Pablo II (1991).
Compartimos el capítulo 4 de una serie de 10 capítulos, autoría de Roberto Veiga González, publicados en el Cuaderno No. 15 de este Centro de Estudios con título «Cuba, bordeando el precipicio».
La Iglesia Católica también estuvo implicada en la pretendida reforma de Raúl Castro. Resulta una institución universal, con cierto peso político mundial y un fuerte mensaje religioso y antropológico, que permanece en Cuba durante toda la historia y a lo largo de todo el país, con un entramado de redes por toda la Isla e influencia en la configuración de la cultura nacional. Además, con una independencia política del actual poder -que sostiene de manera compleja-.
Después del triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959, en la medida que el Gobierno se inclinaba hacia un modelo comunista y se tensaban las relaciones con la Iglesia, ella fue despojada de muchas de sus posibilidades sociales y esto debilitó su relación con la sociedad.
Sin embargo, décadas de repliegue eclesial tuvo un momento importantísimo de inflexión en el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), celebrado en 1986, donde toda la Iglesia perfiló sus fundamentos y sintetizó su quehacer en el contexto cubano. De aquel momento trascendió una Iglesia que deseaba ser muy evangélica y a la vez muy cubana, o sea, presente en Cuba, por Cuba y para Cuba, al servicio de todos, sin distinción.
Las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado cubano tuvieron algún progreso. Partieron del conflicto, pasaron a la ignorancia y al desprecio y después entraron en una etapa de tolerancia, para con posterioridad establecer un estatus de mejoría formal y de este modo enrumbarse por un camino incierto e interminable de normalización. Además, en medio de este proceso difícil y de forma casi imperceptible, la institución empezó a incorporarse en la realidad social y cultural cubanas, con las implicaciones políticas que esto conlleva. Por esa razón en algunos momentos se generaron tensiones, pero como siempre ocurre cuando los actos poseen la transparencia necesaria, en medio de dichas crispaciones se fue tejiendo un tenue entramado de reconocimiento, legitimidad y respeto.
Podemos encontrar algunos actos significativos por parte del Estado encaminados a revertir la conflictividad de la relación Iglesia-Estado-Sociedad en la publicación del libro Fidel y la religión, del año 1985; con el tratamiento que se dio a la cuestión religiosa en el IV Congreso del PCC, en 1991; con la sustitución del Estado confesional ateo por uno laico, al ser modificada la Constitución de la República en 1992; y con la respetuosa acogida de las autoridades a los tres papas que han visitado la Isla.
Acaso por todo esto, amplísimos sectores nacionales abogaron (quizá entre los años 2000 y 2104) por una Iglesia Católica capaz de facilitar un camino de reconciliación entre todos los cubanos. El cardenal Jaime Ortega Alamino, entonces arzobispo de La Habana y de acuerdo con una amplia y arraigada postura eclesial, ofreció una charla en el Aula Fray Bartolomé de las Casas, de los padres dominicos, el año 2001, y en ella replanteó la propuesta de reconciliación entre cubanos y exhortó a que la Iglesia se impusiera este propósito.
En tal contexto histórico-político fue posible iniciar en 2010 un proceso de diálogo entre el Gobierno y la Iglesia Católica, con motivo de lamentables sucesos con el grupo opositor denominado Damas de Blanco. Resulta evidente que Raúl Castro consideró la conveniencia de reconocer un interlocutor interno y la Iglesia Católica era la única institución realmente fuera del sistema, en tanto, era la más idónea. Le anunció que el dialogo podría desarrollarse sobre todos los temas, no sólo acerca de los presos políticos en boga por entonces, sino también en torno a la economía, la sociedad y las relaciones internacionales. Por parte de la Iglesia, en los inicios esto fue aceptado.
Pero eso de cierta cooperación entre la Iglesia y el Estado no fue muy acogido por todos en la institución eclesial y la normalización de las relaciones con el Gobierno no fue vista como algo positivo, a partir del criterio de que le daría legitimidad a éste y finalmente no se obtendría ninguna reciprocidad real, sino sobre todo manipulación. No había confianza ni disposición de reconocer públicamente alguna legitimidad al poder ni de perder la “cualidad” de víctima del Gobierno.
Muy pronto ello desató una diversidad de criterios, posiciones y emociones dentro de la Iglesia, ya sea en el laicado, el clero y el propio episcopado. Los obispos llegaron a polarizarse entre ellos, hasta el punto de que -más allá de las apariencias, muchas veces no bien guardadas- todos los obispos quedaron de un lado, recelando de ese diálogo, y del otro lado, sólo el Arzobispo de La Habana, defendiéndolo. En el Gobierno también hubo recelo del diálogo y no faltaron quienes advirtieron al entonces Presidente de que tuviera cuidado, que podía ser un error.
Paso a paso, aquello se fue convirtiendo en una relación cordial entre el general Raúl Castro y el cardenal Jaime Ortega. Para ello, el Arzobispo casi pasó por encima de todos los obispos de manera impetuosa, lo cual pudo ser un error. A la vez, el Gobierno mantuvo, de algún modo, un clima que propiciara considerar una normalización o al menos un nuevo mejoramiento de las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
No obstante, sí sucedió alguna especie de proceso del cual ocurrieron hechos y actos positivos. En varios números de la revista católica Espacio Laical se fueron publicando todo ello, ordenado de manera sucesiva, bajo el título de Cronología de la mediación.
Sobre los años 2016 y 2017 ya una mayoría incorporaba que la Iglesia Católica no asumiría tamaña responsabilidad. En tanto, le pedía que aumentara la atención a las necesidades de grupos vulnerables de la población; el servicio de asilos, ante los retos de una población que envejece dramáticamente y una juventud que emigra también conmovedoramente; el apoyo que ofrecen los comedores de las iglesias, destinados al auxilio de ancianos y otros necesitados; la cualidad organizativa y gerencial de ayuda a los pobres y distribución de medicamentos a los necesitados y canalización de las donaciones internacionales; los programas de atención a las familias, para socorrer a las madres solteras e implementar cursos de educación familiar; el desarrollo del sentido moral, del respeto al individuo, de las relaciones interpersonales, de la actitud sobre el trabajo y de los buenos modales; y la devoción a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de todos los cubanos, dentro y fuera de Cuba, y con ello contribuir al acercamiento entre todos los nacionales. Sin embargo, el desempeño de estas demandas quizá posea actualmente pautas inferiores a 2016 y años anteriores.
Con el posterior ahondamiento de la crisis cubana -que tal vez comenzó a tocar fondo en 2019 y a fines de 2022 resulta imposible calcular hasta dónde podrá descender en el lodo- algunos han pedido a la Iglesia Católica que asuma como facilitadora de soluciones. Pero ello no acontece, sino lo contrario, muchos perciben abandono y silencio de los prelados y una amplia parte del clero.
Algunos pensaron encontrar una respuesta eclesial diferente, pues la generalidad de los prelados y una amplia porción del clero siempre comentó que la Iglesia Católica no se instituía como senda de solución porque eso demanda energía contra el poder y el cardenal Ortega había impuesto con rigidez una postura de entendimiento. Mas el cardenal Ortega dejó de gobernar la Iglesia desde abril de 2016 y falleció en julio de 2019 y los obispos cubanos, en 2023, aún no se posicionan a favor de la energía contra el poder o del entendimiento, ni siquiera en torno a cierta ambigüedad política, sino -reitero- al parecer sólo a modo de abandono.
Mientras tanto -y resulta un deber declararlo- no faltan sacerdotes, religiosas y religiosos, y laicos, que ofrecen justo testimonio de compromiso con Cuba.
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