Diálogos entre la historia y la cultura
En esta relampagueante columna periodística, Martí entrega acaso un decálogo para el revolucionario ya imbuido de la lucha armada. Cualquier preámbulo enrumbado desde la hermenéutica antes de la lectura de los dos párrafos en los cuales aparece definida la justeza de cada combate, más la legitimidad del combatiente, pudiera quedar reducido a puerilidad dilatoria. Baste únicamente apuntar que el texto salió publicado en el periódico Patria, en 1892. Tal particularismo le confiere doble vigencia: la primera, para quienes sentían un compromiso con la misión del Partido Revolucionario Cubano; la segunda, para quienes en la actualidad aprecian la posibilidad de una nación cubana tan libre como próspera, encaminada desde la educación, la cultura, la cívica, la moral, el ejercicio de la institucionalidad y el desarrollo económico.
El arte de pelear
Por José Martí
Se pelea cuando se dice la verdad. Se pelea cuando se fuerza al enemigo, por el miedo del poder que ve venirse encima, a los extremos y desembolsos que han de precipitar la acción que deseamos. Se pelea cuando se organizan las fuerzas para la victoria. Se pelea cuando se demora el pelear hasta que los ejércitos están en condición de aspirar a vencer. Se pelea cuando se atraen los ánimos hostiles por la demostración de la unidad donde sospechan el desorden, de la cordura donde sospechan la impaciencia, de la cordialidad donde sospechan la enemistad, de la virtud donde se propalaba que no había más vicio y crimen. Se pelea, sobre todo, cuando los que han estado limpiando las armas y aprendiendo el paso en los ejercicios parciales e invisibles, en organizaciones aisladas y calladas, se ponen a la vez en pie, con un solo ánimo y un solo fin, cada uno con su estandarte y con su emblema, y todos, a la luz, en marcha que se sienta y que se vea, detrás de la bandera de la patria.
Se pierde una batalla con cada día que se pasa en la inacción. Se pierde una batalla cuando se guía inmediatamente el ataque de la fe que cuesta tanto levantar. Se pierde una batalla cuando los ejércitos, a la hora de concentrarse, se entretienen en el camino, y llegan tarde, y con las fuerzas desmayadas, al punto de concentración. Se pierde una batalla cuando en el momento que exige mano rápida y grandiosa en los jefes, y mucho brazo y mucho corazón para la arremetida, tarda en vérseles a los jefes la mano rápida y se da tiempo a que se desordenen los corazones. Se pierde una batalla cuando a la hora del genio y de la centella, se monta a caballo en el taburete de cuero, y se abre la ocasión al enemigo.
*Tomado de Páginas revisitadas. En: Cuba Posible. Un laboratorio de ideas (Cuaderno 46, Pp. 74). La Habana, julio de 2017.
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