Diálogos entre la historia y la cultura
A la raíz para ir al fondo de las cosas y rescatar las esencias. En lo primero va la condición de revolucionario de Martí. Se trata de una distinción, acaso de un don, de una gracia que lo acompañó siempre tanto en el pensamiento como en la acción. Martí no consideraba sensato y mucho menos prudente el exceso de acomodamiento, lo cual podía entender como sinónimo de pereza en el mejor de los casos, o de cobardía en el más agudo y cuestionable de los males.
Luego, el ir a la raíz pudiera constituir la decisión de rescatar las esencias casi al modo aristotélico. En Martí las esencias están relacionadas con la cubanidad. En este sentido, algo muy tangible de este razonamiento puede advertirse en Martí por ser, en el pensamiento cubano, el gran intérprete de Félix Varela, y de José de la Luz y Caballero. Martí cumplía con absoluta probidad con la sentencia lucista que enaltecía no únicamente el deber ser cubano, sino la voluntad del deber ser cubano. Esa es la voluntad de ir a la raíz.
A la raíz
Por José Martí
Los pueblos, como los hombres, no se curan del mal que les roe el hueso con menjurjes de última hora, ni con parches que les muden el color de la piel. A la sangre hay que ir, para que se cure la llaga. No hay que estar al remedio de un instante, que pasa con él, y deja viva y más sedienta la enfermedad. O se mete a mano en lo verdadero, y se le quema el hueso al mal, o es la cura impotente, que apenas remienda el dolor de un día, y luego deja suelta la desesperación. No ha de irse mirando como vengan a las consecuencias del problema, y fiar la vida, como un eunuco, al vaivén del azar: hombre es el que le sale al frente al problema, y no deja que otros le ganen el suelo en que ha de vivir y la libertad que ha de aprovechar. Hombre es quien estudia las raíces de las cosas. Lo otro es rebaño, que se pasa la vida pastando ricamente y balándoles a las novias, y a la hora del viento sale perdido por la polvareda, con el sombrero de alas pulidas al cogote y los puños galanes a los tobillos, y mueren revueltos en la tempestad. Lo otro es como el hospicio de la vida, que van perennemente por el mundo con chichonera y andadores. Se busca el origen del mal: y se va derecho a él, con la fuerza del hombre capaz de morir por el hombre. Los egoístas no saben de esa luz, ni reconocen en los demás el fuego que falta en ellos, ni la virtud ajena sienten más que ira, porque descubre su timidez y avergüenza su comodidad. Los egoístas, frente a su vaso de vino y panal, se burlan, como de gente loca o de poco más o menos, como de atrevidos que les vienen a revolver el vaso, de los que, en aquel instante tal vez, se juran a la redención de su alma ruin, al pie de un héroe que muere, a pocos pasos del panal y el vino, de las heridas que recibió por defender la patria. Esto es así: unos mueren, mueren en suprema agonía, por dar vergüenza al olvidadizo y caso propia a esos mendigos más o menos dorados, y otros mirándose el oro, se ríen de los que mueren por ellos. ¡Es cosa, si no fuera por la piedad, de ensartarlos en un asador, y llevarlos, abanicándose el rostro indiferente, a morir de rodillas, al héroe de oro puro e imperecedero, que expira, resplandeciente de honra, por dar casa segura y mejilla limpia a los que se mofan de él, a los que compadecen y parten el licor y la mesa con sus matadores, a los que se esconden la mano en el bolsillo, cuando pasa el hambre de su patria, y riegan de ella, entre zaetas y jotas, el oro del placer! Hay que ir adelante, para bien de los egoístas a la luz del muerto. Hay que conquistar suelo propio y seguro.
De nuestras esperanzas, de nuestros métodos, de nuestros compromisos, de nuestros propósitos, de eso, como del plan de las batallas, se habla después de haberlas dado. De la penuria de las casas, del trastorno en que pone a mucho hogar nuestro la crisis del Norte, de eso se habla, en decoro fraternal, de mano a mano. De lo que ha de hablarse es de la necesidad de reemplazar con la vida propia en la patria libre esta existencia que dentro y fuera de Cuba llevamos los cubanos, y que, afuera a lo menos, sólo a pujo de virtud extrema y poco fácil puede irse salvando de la dureza y avaricia que de una generación a otra, en la soledad del país extraño, mudan un pueblo de mártires sublimes en una perdigonada de ganapanes indiferentes. De lo que se ha de hablar es de la ineficacia e inestabilidad del esfuerzo por la vida en la tierra extranjera, y de la urgencia de tener país nuestro antes de que el hábito de la existencia meramente material en pueblos ajenos, prive el carácter criollo de las dotes del desinterés y hermandad con el hombre que hacen firme y amable la vida.
Si a la isla se mira, el dejarla ir, bajo el gobierno que la acaba, entre quiebras y suicidios, entre robos y cohechos, entre gabelas y solicitudes, cómodo espectáculo, a quien no sienta afligido su corazón por cuanto afee o envilezca a los que nacieron en el suelo donde abrió los ojos a los deberes y luz de la humanidad. Cuanto reduce al hombre, reduce a quien sea hombre. Y llega a los calcañales la amargura, y es náusea el universo, cuando vemos podrido en vida a un compatriota nuestro, cuando vemos, hombre por hombre, en peligro de podredumbre a nuestra patria. Aunque no ha de haber temor, que las entrañas de nuestra tierra saben de esto más de lo que se puede decir, y no es privilegio de los cubanos expatriados, sino poder de los cubanos todos, e ímpetu más vehemente que el de sus enemigos, este rubor de la sangre sana del país por todos los que en él se olvidan y humillan! Es la tierra en quiebra a la que se levanta; la tierra en que las ciudades se van cayendo una tras otra, como las hileras de las barajas. Es la ofensa reprimida, y el bochornoso ambiente, de que ya la tierra se ahoga. Faltaba el cauce al decoro impaciente del país; faltaba el empuje; faltaba la bandera; faltaba la fe necesaria en la previsión y fin conocido de la revolución: eso faltaba y nosotros lo dimos. Ahora vamos paso a paso de gloria a la república. ¡Y a lo que estorbe, se le ase del cuello, como a un gato culpable y se le pone a un lado!
Y si vemos afuera, y en lo de afuera a este Norte a donde por fantasmagoría e imprudencia venimos a vivir, y por el engaño de tomar a los pueblos por sus palabras, y a las realidades de una nación por lo que cuentan de ella sus sermones de domingo y sus libros de lectura; si vemos nuestra vida en este país erizado y ansioso, que al choque primero de sus intereses, como que no tiene más liga que ellos, enseña sin vergüenza sus grietas profundas -triste país donde no se calman u olvidan en el tesoro de los dolores comunes y en el abrazo de las largas raíces, las luchas descarnadas de los apetitos satisfechos con los que se quieren satisfacer, o de los intereses que ponen el privilegio de su localidad por sobre el equilibrio de la nación a cuya sombra nacieron, y el bien de una suma mayor de hombres; si nos vemos, después de un cuarto de siglo de fatiga, estéril o inadecuada al fruto escaso de ella, no veremos de una parte más que los hogares donde la virtud doméstica lucha penosa, entre los hijos sin patria, contra la sordidez y animalidad ambientes, contra el mayor de todos los peligros para el hombre, que es el empleo total de la vida en el culto ciego y exclusivo de sí mismo; y de otra parte se ve cuán insegura, como nación fundada sobre lo que el ser humano tiene de más débil, es la tierra, para los miopes sólo deslumbrante, donde tras de tres siglos de democracia se puede, de un vaivén de la ley, caer en pedir que el gobierno tome ya a hombros la vida de las muchedumbres pobres; donde la suma de egoísmos alocados por el gozo del triunfo o el pavor de la miseria, crea, en vez de pueblo de trenza firme, un amasijo de entes sin sostén, que dividen, y huyen, en cuanto no los aprieta la comunidad del beneficio; donde se han trasladado, sin la entrañable comunión del suelo que los suaviza todos los problemas del odio del viejo continente humano. ¿Y a esta agitada jauría, de ricos contra pobres, de cristianos contra judíos, de blancos contra negros, de campesinos contra comerciantes, de occidentales y sudistas contra los del Este, de hombres voraces y destituidos contra todo lo que niegue a su hambre, y a su sed, a este horno de iras, a estas fauces afiladas, a este cráter que ya humea, vendremos ya a traer, virgen y llena de frutos, la tierra de nuestro corazón? Ni nuestro carácter ni nuestra vida están seguros en la tierra extranjera. El hogar se afea o se deshace: y la tierra debajo de los pies se vuelve fuego o humo. ¡Allá, en el bullicio y tropiezos del acomodo, nacerá por fin un pueblo de mucha tierra nueva, donde la cultura previa y vigilante no permita el imperio de la injusticia; allí generoso, en los instantes mismos en que más padece de la ambición y plétora de la ciudad; donde nos aguarda, en vez de la tibieza que afuera nos paralice y desfigure, la santa ansiedad y útil empleo del hombre interesado en el bien humano!
Cada cubano que cae, cae sobre nuestro corazón. La tierra propia es lo que nos hace falta. Con ella, ¿qué hambre y qué sed? Con el gusto de hacerla buena y mejor, ¿qué pena que no se atiende y cure? Porque no la tenemos, padecemos. Lo que nos espanta es que no la tenemos. Si la tuviésemos, ¿nos espantaríamos así? ¿Quién en la tierra propia, con que despertamos aquí? A la raíz del hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo. Ni hombre, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres.
*Artículo publicado en Patria, en 1893. Tomado íntegramente de Páginas Revisitadas. Publicación 46 de Cuba Posible. Un laboratorio de ideas. Pp. 69-71. La Habana, julio de 2017.
SOBRE LOS AUTORES
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Es alentador leer a José Marti. Creo qie sus reflexiones no tienen fecha de caducidad. Me atrevo a decir que ese es el genio de los verdaderos pensadores que forjaron nuestra Patria. Sus reflexiones no fueron solo para su presente sino que, por su profundidad ,pueden ser aplicables siempre.