Diálogos entre la historia y la cultura
El presente artículo salió publicado en el periódico Patria, el 14 de enero de 1893. En sólo dos cuartillas, se aprecia un Martí convencido de la guerra de independencia contra España como recurso necesario y, por tanto, legítimo. También se muestra vigilante ante la política metropolitana de concesión de mejoras a modo de migajas.
De ese modo sanciona el autonomismo como camino estéril, pero sin distanciarse en lo más mínimo del aliento patriótico de los buenos cubanos que apuestan por una eficacia en la gestión de esa corriente política. Y ello, debido primero a su vocación de político incluyente y, segundo, al convencimiento de que la historia revelaría, de inicio, la ineptitud de las políticas coloniales y, después, por ser un defensor de la radicalidad como pragmatismo virtuoso de las naciones de América, las cuales ya habían optado por el desarrollo soberano emancipado desde los preceptos del constitucionalismo alcanzado con la Modernidad.
Entonces ya Martí veía la posibilidad real de una Cuba republicana, aún cuando el tejido social mostrara alguna que otra tonalidad difusa.
Política insuficiente
Por José Martí
Cuando se tiene la mano sobre el corazón del país, y se le siente moverse acelerado, y como pronto a saltar ya de su cuenca; cuando se sabe que los cubanos que hoy se asen desesperadamente a la merced habilidosa de un dueño que no se quita el arreo de pelear, darán mañana la vida junto a aquellos quienes censuran en alta voz, aunque por ley del corazón y por respeto merecido, los aplaudan en silencio acaso; cuando se entiende que un vuelco, ya ridículo, del gastado ciclorama no puede engañar de nuevo a un pueblo colérico y hambriento que asiste, pintado de alegría, a la arena donde los harateros de empleos públicos se enjugan de vez en cuando el sudor de la comedia con el pañuelo tinto en nuestra sangre -parece innecesario afear con la prueba harto fácil la flaqueza, o equivocación de los que de seguro no llevarán la política sumisa, y la desconfianza de las virtudes más viriles, hasta corromper en la inmoralidad creciente de una espera inútil la patria en que nacieron, o entregar sus ruinas a un extranjero ávido y desdeñoso.
Cubanos son los que, con fe rara en quienes no parecen tenerla en su suelo nativo, piden desde hace catorce años a España, bajo el nombre de partido autonomista, una libertad cuyas migajas urbanas, triste alimento de canario preso, son polvo y nonada ante los aprestos militares, hoy más que nunca activos, bajo cuyo peso mortal zozobra la isla; polvo y nonada, y lúgubre entretenimiento, ante un dueño que desdeña con razón al pueblo que le haga puntual todos los años, para su propio vasallaje, la suma que, de una vez sola, le bastaría para ser libre. Y, en verdad, más causa pena que enojo el obsequioso acuerdo con que la Junta Central del partido autonomista acoge una ley nimia y ofensiva de elecciones, fuera de toda relación con la capacidad patente, la gran miseria y la amargura sorda del país. Más pena causaría si fuera cierto -¡y no lo es por fortuna!- que el país real acata con prisa y cortesía una ley limosnera, indispensable hoy a la política promisoria del gobierno español, que, con ayuda de quienes no podrán ya por mucho tiempo ayudarle, distrae con el advenimiento de un gabinete de esperanzas, disipado siempre a la hora de la realidad, la cólera que levanta primero, y volverá a levantar después, un gabinete de ira. Pena causa, en verdad, ver cómo hombres inútiles, y sinceros giran dóciles al compás de esta política a la vez cínica y pueril.
Los cubanos volátiles que creyesen que una ley retracera de elecciones, y el nombramiento en su virtud de algunos diputados más, a lo sumo comparables a sus distintos antecesores, puede mudar de raíz el carácter rudimentario y venal de la política española, y la ignorancia y hábitos despóticos de la nación, verán tal vez sustancia y eficacia en una ley teatral que, aparte del desdén de aportar a males presentes y urgentísimos un simple remedio en el modo de pedir, más es, a todas luces, descarada reincidencia en la política diferencial que base de argumento honrado para fundar sobre ella los derechos de un pueblo -de un pueblo donde las venas de los hombres hierven al pensar que su miseria y honra dependen de una peineta del Rastro o de una copa de Jerez. ¡Hay sangre, sangre! ¡Esa no es nuestra sangre!
La esperanza de que el cambio de la petición, otorgado de modo que, de antemano y en sí propio la niega, baste a satisfacer al país abrumado, a las ciudades vergonzosas, al campo miserable, al destierro unido y tenaz, al pueblo libre y en sazón, harto ya de prestidigitadores y de dueñas, sería, en verdad, ilusión del miedo, o del deseo. Los remedios son impotentes cuando no se calculan en relación con la fuerza y urgencia de las enfermedades. La política es una ocupación culpable cuando se encubren con ella, so capa de satisfacciones indebidas, la miseria y desdicha patentes, la gran miseria y gran desdicha, del pueblo que los soberbios y los despaciosos suelen confundir con su propia timidez y complacencia. Y si por ventura, como pudiese suceder, no se tiene fe en el mínimo recurso abierto para la cura urgente y radical; si por ventura se estuviese convencido de que el alivio aceptado no llega, ni por componentes puede llegar nunca, adonde llega el mal terrible, algo habría tan grave como el mal, la responsabilidad de los que a sabiendas recomendaron el falso remedio.
El país ya adonde debe; y afuera de él, dejando a un lado pueriles satisfacciones, se calla lo que no es preciso decir. Mucho daño hace en este mundo la cobardía; mucho la indecisión, mucho la lírica gubernamental, y la política importada. Llorar con el país es necesario, retorcerse con él por la tierra y oír, con el alma a las sepulturas, lo que la tierra dice. Los pueblos continúan: no retroceden. Toda esta autonomía, que rechazan hoy por insuficiente las mismas colonias inglesas que con ella se paralizan y desangran, es un retroceso. No se siguió, sino que se volvió atrás, como si se pudiera prescindir de lo hecho, de lo más hermoso, y de lo único real, que hemos hecho. Todo eso es compás de espera y fantasmagoría. Era necesario que un pueblo cansado descansase. Ya está. Ya no más. Estas formas menores, esa pelea lenta, y sin cesar burlada, de formas ineficaces, no resuelven nuestros problemas, nos entretienen culpablemente, no nos salvan del hambre que crece, y de la dignidad que se empieza a ir. Es que somos pueblo, y hay que saberlo. Se trata de constituir con el mayor orden posible una república de elementos confusos, que puede ya vivir por sí. Lo demás es bordar en la nieve. Aplíquese esa ley inútil y ofensiva, acatada con prisa obsequiosa. Aplíquense más leyes, y mientras más pronto mejor; que todas ellas servirán para demostrar la incompatibilidad irremediable entre una metrópoli que jamás se decidirá a levantar de verdad la mano armada sobre la colonia de que vive el espectro de su historia y la granjería de su política, y de una colonia que tiene intereses distintos y alma diversa y superior a la de su metrópoli; entre España que revive difícilmente con la vida anticuada y rudimentaria de sus provincias, y Cuba, clavada, con gran riqueza natural y con ansia de trabajo, en la vida moderna y en la libre América. Y a los equivocados, ¡hasta mañana!
*Texto tomado, íntegramente, de “Páginas Revisitadas”. En: Cuba Posible, publicación 46, Pp. 24-26. La Habana, julio de 2017.
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