Sólo con un Estado inclusivo y democrático podríamos conseguir la síntesis de país en el cual todos podamos identificarnos, y solo de ese modo podríamos ubicar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos fuera de la política interna de esta nación -con independencia de los conflictos que resultan de las asimetrías de poder-. Pero el Gobierno cubano opta por no comprenderlo.
“En América hay dos pueblos, y no más que dos, de alma muy diversa (…). De un lado está nuestra América (…); de la otra parte está la América que no es nuestra, cuya enemistad no es cuerdo ni viable fomentar, y de la cual con el decoro firme y la sagaz independencia no es imposible, y es útil ser amigo.”
José Martí (Patria,15 de diciembre de 1894).
Compartimos el capítulo 7 de una serie de 10 capítulos, autoría de Roberto Veiga González, publicados en el Cuaderno No. 15 de este Centro de Estudios con título «Cuba, bordeando el precipicio».
El gobierno de Miguel Díaz-Canel anheló aprovechar la administración de Joe Biden para lograr una posición estadounidense favorable. Mas en cualquier caso ello sería difícil. No bastaría la voluntad política de segmentos importantes de ambos países, ni una insospechada apuesta de los gobernantes cubanos por el futuro de la República —aunque ambas condiciones también serían esenciales—. Pesaría demasiado un pasado nacional convertido en presente perpetuo, con implicaciones en la política interna de Estados Unidos.
La oficialidad en Cuba y Estados Unidos, por décadas, consideró conveniente la ruptura de relaciones entre los dos países. En 2014 Raúl Castro y Barack Obama propusieron revertir esa estrategia sostenida, con idéntico tesón, por «ideólogos» de ambos Gobiernos.
Aquel intento de los dos presidentes fracasó, pues la administración Obama concluyó su mandato poco tiempo después y para entonces el poder en Cuba ya había criminalizado estos esfuerzos. Pero ha pasado el tiempo y son espantosas las condiciones económicas de la Isla, apabullante la frustración social y lacerantes las condiciones del poder.
Ni para las autoridades de Estados Unidos ni para el Gobierno de Cuba este sería un asunto de meras relaciones internacionales, sino además de política interna. Se hace imprescindible aceptarlo.
Tres documentos recientes otean esta senda. Community Outreach: Changing U.S. Policy toward Cuba, de WOLA; Cuba y Estados Unidos: la relación bilateral, de Havana Consulting Group; y Relaciones entre Estados Unidos y Cuba en la era Biden, de Cuba Study Group.
WOLA hace referencia a derechos de los estadounidenses acerca de sus potenciales vínculos con Cuba, que no deben estar conculcados por iniciativa de su propio Estado. Entre ellos la posibilidad de hacer turismo en la Isla, las relaciones entre académicos de ambos países y los vínculos religiosos de estas sociedades. O sea, indica la constricción de realidades particulares propias de ese país que no suelen limitarse por razones de política internacional. Lo cual ocurre por el peso de influjos dentro del andamiaje sociopolítico de Estados Unidos.
Cuotas de tales influencias provienen de la importancia electoral del Estado de Florida, donde es significativo el voto de la comunidad de cubanos y de otras franjas electorales afines. Sin dudas, la política cotidiana nacional de ese país posee escaso interés por Cuba y ante ello prevalece el voto del electorado floridano con su expresión en las dinámicas sociales y políticas estadounidense. Por eso, en la mayoría de los casos, el voto de Florida será más importante que las relaciones con Cuba.
Este hecho se torna sensible porque una amplia porción de los cubanos allí votantes dirime en esas elecciones el conflicto con el Gobierno de la Isla, lo cual es expresión de nuestras dificultades sociopolíticas —si bien estas son responsabilidad estrictamente de los cubanos y solo tendrían solución entre cubanos—.
Havana Consulting Group advierte sobre este particular que, ante la ausencia en el archipiélago de una esfera pública para la ciudadanía y la extensa emigración cubana establecida en Estados Unidos, los asuntos políticos entre cubanos resultan política interna de Estados Unidos, sitúan el protagonismo del poderío del norte en esos conflictos y colocan la política dentro de Cuba como condición de las relaciones entre ambos Estados.
Ello contribuye de manera significativa al peligroso ambiente de confrontación entre los dos países. Comprenderlo contribuiría a una política interna madura, incluyente. Único modo de garantizar la estabilidad de un pequeño país sometido a sus propios demonios, los cuales son henchidos por otros geopolíticos, incluso históricos.
Lo anterior exige no confundir la razón de la política nacional acerca de las relaciones entre ambos países. Los elementos fundamentales de tal razón deben ser los derechos y la República, lo cubano y la soberanía, la economía y el bienestar. Lo que conduce a la prevalencia de los principios de independencia política, desarrollo humano e integridad cultural.
Sin este horizonte no habría dispositivo aglutinador ni punto de arranque ni paraje de llegada; si bien resultaría fatal concebirlo a manera de aislamiento nacional. Nadie existe honradamente sin estar junto a los otros, incluso cuando es espinoso.
Al respecto José Martí propuso: «injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser de nuestras repúblicas». Sin embargo, también esto nos desafía. Sería incierto ese tronco si lo nacional no fuera expresión auténtica del ejercicio de todos los derechos por todos los cubanos.
Los documentos citados perciben que el inicio de vínculos bilaterales adecuados reclamaría un clima previo que favorezca el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas, lo cual actualmente demandaría ventilar el asunto de los llamados «ataques sónicos». Algunos añaden la importancia de que ambas partes reconozcan la necesidad de una labor encaminada a la cancelación del embargo, la praxis de guerra fría, la ocupación de la base naval de Guántamo y la compensación por los daños ocasionados.
Para esto último Cuba tendría que indemnizar las expropiaciones a los estadounidenses. Es interesante la propuesta del académico norteamericano Richard Feinberg titulada Conciliación de reclamaciones relativas a propiedades estadounidenses en Cuba. Transformación del trauma en oportunidad. Ella centra su despliegue en un «gran acuerdo» entre ambos Estados como resultado de una negociación que bocete con claridad los propósitos cardinales y que sea capaz de colocar el convenio sobre los otros puntos de tensión alrededor de tales intenciones esenciales —orientado hacia una sólida estrategia de futuro que aporte al desarrollo de la Isla—. Cabe destacar que ambos Gobiernos comenzaron a discutir estos temas en 2015-2016. Reconocían la posibilidad de ceder por ambas partes para lograr una opción posible.
Acerca del despliegue de vínculos, WOLA y Cuba Study Group también consideran la colaboración de interés para ambas naciones, como, por ejemplo, la conocida cooperación de las fuerzas que protegen ambas costas. Igual indican la participación estadounidense en el comercio de la Isla. O sea, las practicadas exportaciones agrícolas a Cuba, los vuelos de la aviación civil y otras noveles como el apoyo al sector económico privado cubano.
También queda esbozada la necesaria modificación de estructuras en el archipiélago para facilitar la inversión y otras cooperaciones. Pues sin un acople práctico y funcional entre los dos países los vínculos no desarrollarían beneficios tangibles.
Existe además consenso acerca de que (así como se requeriría de un clima previo que favoreciera el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas) todo proceso de relaciones bilaterales sería infecundo y altamente reversible si la Isla no consigue convertirse en el «ágora efectiva» de todos los cubanos. Esto lo destaca Havana Consulting Group y Cuba Study Group.
Acerca de lo anterior es abundante el documento de Cuba Study Group. Recomienda la definitiva reforma económica y cuestiones políticas importantes; si bien lo hace a manera de sugerencias para una Cuba mejor y no como precondición a cualquier cambio de la política de Estados Unidos hacia la Isla.
Sobre la economía solicita prescindir de rigideces en el trabajo por cuenta propia; instituir las pequeñas y medianas empresas; liberalizar las leyes de inversión extranjera; permitir que todos los inversionistas — incluidos los cubanos en el extranjero— se asocien legalmente con el sector privado cubano y autorizar a este a exportar e importar de manera directa. Acerca de la política reivindica mayores derechos para ciudadanos y emigrantes; el reconocimiento de la diversidad de opiniones políticas; el derecho de todos a participar en los asuntos económicos, políticos y públicos; la creación de un marco legal con reglas claras para que los medios no estatales operen libremente y el fin de las detenciones y hostilidades arbitrarias hacia periodistas, artistas y activistas pacíficos.
En conclusión, sólo con un Estado inclusivo y democrático podríamos conseguir la síntesis de país en el cual todos podamos identificarnos, y solo de ese modo podríamos ubicar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos fuera de la política interna de esta nación -con independencia de los conflictos que resultan de las asimetrías de poder-. Pero el Gobierno cubano opta por no comprenderlo.
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