El dinero de la emigración es tan indispensable para la supervivencia del régimen de La Habana como lo es el bloqueo de la participación política de la comunidad emigrada
Responde a Cuba Próxima Eloy Viera, abogado y profesor
¿En qué consiste la titularidad de la ciudadanía? ¿Por qué es importante?
La ciudadanía consiste en un vínculo político entre una persona y un Estado. La ciudadanía como concepto, en sus orígenes, estuvo vinculado a la nación y la idea de un Estado capaz de organizar políticamente a grupos étnicos similares o de características culturales comunes. Pero en la actualidad, la ciudadanía ha trascendido a meros vínculos nacionales. Los Estados tienen hoy la capacidad de vincularse políticamente con personas de diferentes orígenes y características culturales. Muchos de los Estados más desarrollados, sobre todo debido a la emigración, se han convertido en Estados transnacionales.
La ciudadanía es complemento y requisito indispensable para el ejercicio de algunos derechos humanos: civiles y políticos. Este grupo de derechos ―que incluyen la posibilidad y capacidad que tienen las personas de participar e influir en las decisiones políticas de sus Estados y gobiernos― dependen no solo de la condición de persona, sino también de la de ciudadano. A pesar de los esfuerzos por construir bloques regionales y organismos internacionales que acerquen a la humanidad a una ciudadanía global, el mundo sigue lejos de poder contar con una. Los derechos políticos tienen su mejor y más clara expresión al interior de los Estados. Por regla general, las personas votan, revocan o se postulan para cargos vinculados con Estados con los que establecen un vínculo de ciudadanía. Otras categorías, como la residencia, no garantizan de manera necesaria el ejercicio de derechos políticos.
En un mundo transnacional y globalizado, la ciudadanía adquiere una importancia medular a los efectos de la representación. La ciudadanía ofrece la posibilidad a las personas de ser representadas por el Estado. Un Estado pondrá en función de esa persona sus recursos y servicios, indispensables para insertarse en una comunidad internacional políticamente estructurada. La falta de esta representación ha generado un problema que no es menor: la apatridia.
La apatridia se produce cuando una persona no es reconocida por Estado alguno como ciudadano. En términos simples, una persona apátrida no tiene la ciudadanía de ningún país y, por ejemplo, no cuenta con un pasaporte que le permita viajar internacionalmente. La apatridia puede ocurrir por varias razones y sus efectos se extienden más allá de la simple imposibilidad de viajar. En algunos lugares del mundo, la apatridia es también el resultado de la discriminación y los vacíos en las leyes de nacionalidad. Cualquiera que sea la causa, la apatridia tiene graves consecuencias que pueden expresarse también en la imposibilidad de acceder a servicios básicos como educación o salud, la obtención de un empleo legal o asuntos tan simples y comunes como abrir una cuenta bancaria, comprar una casa o, incluso, casarse.
En la historia reciente y producto de las políticas discriminatorias del régimen cubano y de los países de acogida, los cubanos y nuestros hijos también han sido víctimas de apatridia.
¿Los cubanos emigrados deben tener derecho al voto en Cuba y representación parlamentaria?
Sí. La transnacionalización es un fenómeno mundial del que Cuba no escapa. El hecho de que la emigración no sea exclusiva de Cuba no quiere decir que, en el caso cubano, no revierta características especiales. La emigración es un tema de medular importancia para un país pequeño como Cuba, que, además, está marcado por la tendencia al envejecimiento. Pero es también medular, porque, al asumir números estimados, cada vez crece más el porciento de población que vive fuera del país.
En consecuencia, las políticas económicas del Gobierno colocan a esa creciente emigración ―aunque la oficialidad no lo reconozca― como elemento clave e indispensable para la supervivencia del modelo. Las tiendas de productos básicos en las que solo se puede comprar utilizando el USD que se recibe de la comunidad de cubanos en el exterior luego de ser bancarizado (MLC) es una muestra del papel que juega la emigración en el diseño económico de la Isla.
El régimen cubano solo considera a la emigración con un sentido utilitario. Los esfuerzos por crear mecanismos que le permitan al régimen sobrevivir a costa del aporte económico de la comunidad emigrada no han tenido iguales reflejos en la participación de la emigración en la vida política del país. El dinero de la emigración es tan indispensable para la supervivencia del régimen de La Habana como lo es el bloqueo de la participación política de la comunidad emigrada.
La comunidad cubana emigrada está insertada, en su mayoría, en sociedades democráticas en las que han cultivado las libertades y formas de participación que en Cuba le estuvieron vedadas. Es una emigración que, sin sondeos cuantificables, parece estar en su mayoría opuesta al modelo de desarrollo del país. Por esa razón, la expoliación de la emigración cubana no se ha reflejado paralelamente en la concesión de derechos. Por el contrario, el régimen ha mantenido, a fuerza y contrario a la voluntad de muchos cubanos, el vínculo político con su emigración, pero no para concederle derechos, sino para exigirle obligaciones. El ejemplo más claro es que no ha establecido un procedimiento para renunciar a la ciudadanía cubana, lo que obliga a que todos los cubanos que quieran entrar al país tengan que hacerlo con pasaporte nacional ―el cual se obtiene a altos costes y en cuya decisión median criterios políticamente discriminatorios―, a pesar de que se cuente con otra ciudadanía.
Luego que los derechos políticos de miles de cubanos en el exterior fueran violados durante el referendo constitucional de 2019, el régimen modificó la Ley Electoral y eliminó toda posibilidad de que los ciudadanos de la diáspora pudieran disfrutar de derechos políticos en Cuba. Redujo, incluso, la posibilidad de que la residencia legal ―la que se mantiene al entrar regularmente al país cada veinticuatro meses― fuera la condición utilizada para evaluar quiénes tienen derecho a participar en la vida política. Contrario a la tendencia mundial, estableció que no es la ciudadanía ni la residencia legal, sino la efectiva ―la que se expresa por vivir en Cuba o demostrar que se tiene la intención de hacerlo― la que determina qué cubanos tienen derechos políticos en Cuba.
No puede continuar considerándose que la emigración cubana puede ser extorsionada mediante el uso de la ciudadanía, al tiempo que se le niegan derechos fundamentales como la participación política. No obstante, el voto y la capacidad de ser representados es solo el primer paso de una transformación que, para que sea eficiente, no puede concentrarse solo en el reconocimiento nominal del voto y la representación a la emigración. No valen de nada la implementación de mecanismos democráticos en un sistema totalitario. Las transformaciones que permitan a la emigración y a los cubanos todos participar de la vida política del país requieren algo más que unos escaños para la emigración en una Asamblea Nacional del Poder Popular ―secuestrada por el Partido Comunista― o la posibilidad de que un cubano en Madrid pueda votar en unas elecciones no competitivas en las que Díaz-Canel correría contra sí mismo.
¿Los cubanos con doble o múltiple ciudadanía deben tener restringido el derecho a ocupar cargos de autoridad política en Cuba?
Cuba se ha convertido en una nación transfronteriza. Millones de cubanos se han asimilado a las realidades de sus países de acogida sin dejar de pensar y de hacer por Cuba. Los cubanos han asumido la doble ciudadanía como un acto de supervivencia. Muchos apuestan por nacionalizarse rápidamente en otro país para disfrutar de los derechos y libertades que les ofrecen los Estados de acogida, pero les son negados, a la vez, por el régimen cubano. Esa situación permite afirmar que no existen razones para prohibir el acceso a la vida política del país a quienes hayan apostado primero por la emigración, y por la ciudadanía de otro Estado después.
¿Cuán afectada está la cultura cívica en Cuba? ¿Cuáles son sus potencialidades y cómo desarrollarlas?
La afectación es clara. No se demuestra en la tan señalada polarización del debate público cubano. Esa polarización es el resultado previsible de decenas de años de totalitarismo vinculado a una ideología de la que muchos quieren liberarse por completo, sobre todo cuando emigran. Las carencias cívicas se demuestran más en la imposibilidad de coordinar ideas, de respetar y debatir sin excluir las diferentes iniciativas y en la incapacidad de los principales actores de discutir criterios fundadamente.
Asimismo, el estado actual de la cultura cívica cubana es una potencialidad. En un terreno en el que las ideas irreconciliables están claras, es mucho más fácil determinar mínimos para un debate que no se vea entorpecido. Es también un fermento propicio para desarrollar espacios de debates plurales y bajo las reglas de la democracia que conocen y han visto, sobre todo, los cubanos que viven en la diáspora. El problema fundamental está en encontrar los recursos humanos y materiales para impulsar iniciativas que logren, primero, sortear la sospecha que bloquea e influye en la capacidad de desarrollo a corto plazo de un debate cívico y constructivo.
¿Cómo sería una Cuba plural? ¿En qué se parecería a otras democracias? ¿Qué rasgos distintivos podría tener?
No tengo certeza. La sueño, pero aún no la veo. Me gusta pensar en esa Cuba como una hoguera en medio de un bosque en invierno. Pongo ese ejemplo tan poco cubano porque es parte de una revelación que tuve hace poco desde la realidad invernal en la que me ha tocado vivir en los dos últimos años. Me imagino esa Cuba plural como una única hoguera al lado de la cual todos necesitan venir a sentarse, porque el frío de la distancia, de la soledad y de la nostalgia los ataca. Cuba es esa hoguera y el invierno es el totalitarismo. Cuando hay invierno y una sola hoguera, el primer paso es que todos vengamos a sentarnos para protegernos del frío, aunque no nos hablemos. La noche avanzará e iremos intercambiando miradas y algunas palabras, soeces y prejuiciadas al principio, pero palabras al fin. Esas palabras y miradas se convertirán en foros, en organizaciones diversas pero interrelacionadas, en espacios de crecimiento. Cuando la noche y el invierno acaben, la hoguera seguirá allí, y la cofradía que se generó a su alrededor también perdurará. Con características y rasgos que dependerán en exclusivo de lo que los cubanos allí reunidos pudieron construir.
No creo que haya que buscar rasgos distintivos o modelos a seguir. El futuro de Cuba tiene que ser construido desde ese concilio en torno a la hoguera. Podemos pensar escenarios, diagnosticar futuros previsibles, establecer estrategias, pero al final solo el intercambio sobre una realidad concreta podrá determinar qué tipo de Cuba podremos tener cuando acabe el totalitarismo.
SOBRE LOS AUTORES
( 336 Artículos publicados )
Reciba nuestra newsletter