El camino es arduo y está sembrado de desafíos, pero sería el único capaz de evitar que Cuba quede atrapada definitivamente en la encrucijada de una falsa estabilidad a costa de sus más elementales aspiraciones.
La democracia no es un mero sistema de gobierno, sino la culminación de una maduración social y política profunda. Se cimienta en un sustrato de consensos mínimos, un abrazo colectivo a valores, principios y objetivos compartidos que tejen una aspiración común. Es en la voluntad de coexistir y progresar unidos, incluso reconociendo las tensiones inherentes a la vida en sociedad, donde la democracia encuentra su savia, erigiéndose como garante de libertad, estabilidad, desarrollo y bienestar sin parangón.
Sin embargo, existen peligros que acechan cuando estos pilares se erosionan. Déficits complejos pueden tornar la democracia inviable, incluso convirtiéndola en un factor de desestabilización que socava las oportunidades sociales y la armonía ciudadana. En tales escenarios críticos, la tentación de recurrir a modelos antidemocráticos para conjurar el caos puede surgir con fuerza. No obstante, esta “solución” conlleva un sacrificio inaceptable: la renuncia a los cimientos esenciales de la libertad, el desarrollo y el bienestar que la propia democracia genuina procura.
La verdadera salida, en estos casos, residiría en la capacidad de la propia democracia afectada para utilizar sus mecanismos internos en la reconstrucción o refundación del pacto social. Este proceso de revitalización es la vía para salvar la democracia y, con ella, las posibilidades de libertad, bienestar y justicia.
Es en este punto donde la situación cubana se revela particularmente vulnerable y compleja. En Cuba, la democracia no existe, y aún más preocupante, tampoco se vislumbra un acuerdo mínimo sobre los fundamentos primarios de un orden social. Esta carencia va más allá del anhelo por la libertad, la democracia y el progreso –principios y fines relativos al “qué queremos”– y se adentra en la falta de consenso sobre “el cómo” en aspectos esenciales de la vida en común.
La ausencia de un terreno común, de un diálogo constructivo sobre las reglas del juego y los mecanismos para la convivencia, condena a Cuba a un escenario de profunda incertidumbre. La polarización, exacerbada por décadas de un sistema político que no ha fomentado la participación ni el debate plural, se convierte en un obstáculo espantoso para cualquier transición democrática genuina. La trivialización de la política, donde las diferencias se exacerban y se dificulta la construcción de puentes, agrava aún más esta situación.
En este contexto, el riesgo de que Cuba no transite hacia una Democracia (así, con mayúscula) es palpable. En su lugar, el espectro de una “democracia oligárquica” o de un nuevo “autoritarismo” se cierne sobre la Isla. Estos modelos, lejos de representar una solución real a los problemas del país, podrían perpetuar o incluso exacerbar las desigualdades existentes, beneficiando y asegurando los intereses de élites particulares. La “solución” a la crisis política se traduciría entonces en el establecimiento de un orden precario, cimentado en la pobreza ya incorporada y, paradójicamente, aceptada por ciertas corrientes ideológicas en boga.
La advertencia es clara, si la polarización y la trivialización de la política persisten en Cuba, la esperanza de una democracia robusta y participativa se desvanecerá. En su lugar, se consolidarán estructuras de poder que, bajo una fachada democrática o explícitamente autoritaria, mantendrán un statu quo de exclusión y limitadas oportunidades para la mayoría de la población.
La urgencia de construir ese pacto social fundamental en Cuba es, por lo tanto, innegable. No se trata solo de aspirar a la libertad y la democracia como ideales abstractos, sino de construir colectivamente los mecanismos, las instituciones y los acuerdos que permitan su florecimiento real y sostenible. Esto requiere un diálogo inclusivo y profundo, donde todas las voces puedan ser escuchadas y donde se priorice la búsqueda de consensos sobre los “cómo” esenciales para la construcción de un futuro compartido de libertad, desarrollo y bienestar para todos los cubanos.
El camino es arduo y está sembrado de desafíos, pero sería el único capaz de evitar que Cuba quede atrapada definitivamente en la encrucijada de una falsa estabilidad a costa de sus más elementales aspiraciones.
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