La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí

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El tiempo de encontrarnos: Cuba ante la urgencia de una concertación nacional

Solo la concertación nacional, nacida del respeto, la razón y la responsabilidad compartida, puede reconciliar a Cuba consigo misma.

20 Oct 2025
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Imagen © Getty Images

I. Una crisis que lo abarca todo

Cuba atraviesa una de las etapas más dramáticas de su historia contemporánea. La crisis actual no es solo económica, sino también institucional, social, cultural y espiritual. Es una crisis total, en la que el Estado parece haberse quedado sin imaginación, sin reflejos y sin capacidad de proponer o reaccionar ante el agotamiento de su propio modelo.

Las respuestas oficiales resultan cada vez más formales, más vacías, más ajenas a la vida concreta de la ciudadanía. Mientras tanto, los problemas —la pobreza, la migración masiva, la desesperanza y la fractura social— se profundizan.

El país se encuentra ante una paradoja inquietante: mientras el Estado se aferra a un orden que ya no sostiene la vida nacional, la sociedad busca nuevas formas de existir. Pero esa búsqueda, dispersa y fragmentaria, aún carece de la fuerza articulada que convierta el malestar en proyecto y la necesidad en transformación.

II. Un Estado renuente e incapaz

El poder político cubano ha mostrado una doble condición: renuencia e incapacidad. Renuencia para admitir la magnitud de la crisis, e incapacidad para ofrecer soluciones a su altura.

Los intentos de reforma han sido mínimos, tardíos o puramente administrativos. Los espacios de diálogo, cuando existen, son ceremoniales. Las transformaciones reales —económicas, jurídicas, institucionales— siguen ausentes o se ensayan con el miedo de quien teme perder control.

Pero incluso un poder autoritario necesita, para sostenerse, algún grado de legitimidad. Y la legitimidad en Cuba se ha ido erosionando, a la par que crece la sensación de vacío, de falta de rumbo, de agotamiento moral. Esa pérdida es ya el síntoma mayor de la crisis del Estado.

El desafío, por tanto, no consiste solo en cambiar un modelo económico o en sustituir un liderazgo, sino en reconstruir la confianza y la esperanza colectiva. Y eso no puede hacerlo un Estado solo.

III. Una oposición sin peso político real

Frente a un Estado agotado, la oposición política y el activismo sociopolítico cubanos tampoco logran presentarse como alternativa efectiva. La mayoría de sus expresiones —dentro y fuera del país— adolecen de un mismo problema: falta de peso político real.

Faltan estructuras desarrolladas, redes sólidas, estrategias sostenidas, recursos materiales e influencia simbólica. Muchos grupos operan en la precariedad: sin membresía estable, sin espacios de pensamiento, sin medios con alcance sostenido.

Peor aún, algunos repiten los vicios que critican: la aspiración a la unanimidad, la descalificación del otro, la pureza ideológica como criterio. Así, en lugar de construir pluralidad, reproducen los patrones de homogeneidad que han corroído la vida política nacional.

En este contexto, los intentos de unidad suelen convertirse en campos de batalla. El país, sin embargo, necesita otra cosa: necesita madurez política y sentido de propósito común.

IV. El “hábitat” político de la concertación

Toda concertación necesita un entorno donde pueda nacer. Ese entorno no es una mesa ni un documento, sino una atmósfera de voluntad compartida.

Cuando el entorno se agota o no llega a formarse, las alianzas se disuelven como espuma. En Cuba, ese “hábitat” político aún no existe del todo: la sociedad está desconectada de sus posibles representantes; el Estado, cerrado sobre sí mismo; la oposición, sin un lenguaje que convoque.

Pero el germen podría nacer si se asume una verdad esencial: ninguna fuerza, por sí sola, podrá sacar a Cuba de su crisis.

Solo un proceso de concertación nacional genuina, responsable y plural, puede ofrecer un horizonte de solución duradera. No se trata de un pacto impuesto, sino de un camino de reconstrucción política en el que cada actor asuma su cuota de responsabilidad, en lugar de insistir en una cuota de poder.

V. Concertar no es uniformar

Una concertación auténtica no busca uniformidad, sino convivencia. No implica rendición, sino reconocimiento mutuo. Solo cuando fuerzas distintas se reconocen como pares y acuerdan una agenda común puede nacer un pacto real.

Cuba necesita acuerdos de contenido, no de obediencia. Pactos que surjan del respeto, no de nuevas subordinaciones.

La pluralidad cubana —la que vive en la Isla y la que vive fuera de ella— debe aprender a reconocerse. Exilio, institucionalidad, resistencia interna, comunidades locales, iglesias, universidades, trabajadores, jóvenes: todos son parte del mismo país, y todos poseen fragmentos de la solución.

VI. El peso político potencial de la sociedad cubana

Aunque la sociedad cubana no posea hoy suficiente fuerza para imponer un cambio, sí dispone de un peso político potencial que puede volverse decisivo si se canaliza con realismo.

Por un lado, ninguna transformación será viable sin la participación ciudadana. Por otro, la comunidad internacional reconoce que el diálogo con el Estado cubano solo tendrá sentido si este se abre a su propia sociedad.

En esa doble necesidad —la interna y la externa— reside una oportunidad histórica. Si la pluralidad cubana logra articular una agenda nacional compartida, podría convertirse en interlocutor legítimo ante el mundo y fuerza regeneradora de sí misma.

VII. Realismo, tiempo y esfuerzo

Transformar ese potencial en poder político efectivo requiere tres ingredientes: realismo, tiempo y esfuerzo sostenido.

Cuba necesita un acuerdo sobre aspiraciones fundamentales que sean aceptables para todos:

* Garantía plena de los Derechos Humanos —civiles, políticos, económicos, sociales y culturales—.

* Un Estado de derecho democrático y social, con separación de poderes y autonomía local.

* Igualdad de oportunidades e inclusión social.

* Instituciones públicas eficientes.

* Economía libre con responsabilidad social.

* Centralidad del trabajo y dignidad laboral.

* Educación y salud universales.

* Relaciones internacionales basadas en cooperación, soberanía y paz.

No hay en esta lista nada irrazonable. Son los mínimos civilizatorios sobre los que podría construirse un consenso nacional.

VIII. Presión y negociación: un equilibrio inevitable

Toda transformación combina dos fuerzas complementarias: presión y negociación.

La presión no significa violencia, sino persistencia cívica, organización y presencia pública. Sin presión social, ningún poder se abre voluntariamente al cambio.

Pero la negociación es igualmente indispensable. Negociar no es claudicar: es convertir la fuerza moral en resultados concretos, en espacios de apertura.

El equilibrio está en ejercer suficiente presión para que el diálogo sea inevitable, y suficiente voluntad de diálogo para que la presión no se convierta en ruptura estéril.

IX. El punto de llegada: la soberanía ciudadana

El propósito último de la concertación nacional debe ser devolver la soberanía a la ciudadanía.

Devolver la soberanía significa permitir que los cubanos —todos— vuelvan a decidir su destino: votar, asociarse, expresarse y participar sin miedo ni tutela.

Para ello, es necesario abrir un proceso de transición ordenada y responsable que conduzca a un nuevo pacto social, con leyes que garanticen libertades básicas, liberen a los presos políticos, instauren un marco económico funcional y preparen la convocatoria de una Asamblea Constituyente.

Nada de esto implica destruir, sino reconstruir la República desde su base ciudadana.

X. Un Comité promotor legítimo

Todo proceso necesita un punto de partida. Un Comité promotor de la concertación nacional, integrado por personas y grupos diversos y respetados, podría desempeñar ese papel inicial.

Su tarea no sería sustituir, sino articular, convocar, escuchar, tender puentes. Su legitimidad dependería de su transparencia y de su compromiso público con los principios compartidos.

No se trata de inventar nuevas élites, sino de tejer la red mínima que permita al país reconocerse a sí mismo.

XI. La hora de la responsabilidad

Cuba no necesita héroes solitarios ni profetas del desastre. Necesita adultos políticos capaces de mirar la realidad con serenidad y sentido histórico.

Esta generación no puede elegir sus circunstancias, pero sí puede elegir su respuesta. Y esa respuesta debe estar a la altura del sufrimiento y la esperanza del país.

El tiempo de los dogmas terminó. También el tiempo de las consignas. Comienza el tiempo de la reconstrucción, de la palabra compartida, del pacto cívico.

XII. Cierre: el tiempo de encontrarnos

Quizás el mayor desafío cubano no sea económico ni institucional, sino moral: volver a reconocernos como nación.

Durante demasiado tiempo hemos vivido divididos por etiquetas, por miedos, por exilios interiores y exteriores. Pero un país no puede sobrevivir fragmentado entre quienes mandan y la sociedad, y a la vez entre quienes resisten y entre quienes emigran.

Solo la concertación nacional, nacida del respeto, la razón y la responsabilidad compartida, puede reconciliar a Cuba consigo misma.

No se trata de pedir permiso para existir, sino de asumir el deber de reconstruir. Cada cubano tiene algo que aportar. Cada gesto de diálogo suma a la construcción de una nueva legitimidad.

No habrá futuro si seguimos esperando que otros lo definan, ni si cada cual insiste en tener la última palabra.

El tiempo de Cuba es ahora: el tiempo de encontrarnos, de concertar, de recomenzar.

SOBRE LOS AUTORES

( 145 Artículos publicados )

Director de Cuba Próxima. Jurista y politólogo. Miembro del Diálogo Interamericano. Editor de la revista católica Espacio Laical (2005-2014) y director del Laboratorio de Ideas Cuba Posible (2014-2019).

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