Aproximarse al tema de la reconciliación en Cuba es un asunto complejo y rico en matices. Para entender este proceso en una visión holística se debe partir del proceso autoritario que ha vivido la Nación en las últimas setenta décadas, que trajo consigo la destrucción del tejido social y un daño antropológico en la ciudadanía tanto en la Isla, como en el exilio. En su discurso político el Gobierno de La Habana emplea el término “somos continuidad” como slogan ideológico para mantener el legado de Fidel Castro, mientras en el núcleo de posturas más extremas en la oposición, en particular en la diáspora asociado al fenómeno de los influencers, se maneja la tesis del “borrón y cuenta nueva”.
Ante este contexto sociopolítico, que se presenta como un caldo de cultivo para la crispación y la sustitución de las formas autoritarias en el poder por un ejercicio populista de la política, se necesitan crear propuestas de nación sumamente serias, así como fortalecer los ejercicios y agrupaciones ciudadanas ya existentes, teniendo como común denominador el disenso político y la búsqueda de soluciones cívicas.
Un primer elemento que se debe tener en cuenta es el proceso de reconciliación que se vive entre la generación millennials, originado por diversos factores que parten desde el abandono del canon ideológico del castrismo, el consumo de las redes sociales, el fortalecimiento del mundo de los afectos personales, que fueron fracturados por el totalitarismo entre las décadas de los sesenta y ochenta del pasado siglo. Esta fractura social se ha ido reconstruyendo por las nuevas generaciones nacidas entre los finales de los ochenta hasta los años dos mil.
Este fenómeno ha sido observado por el poder autoritario, de ahí la necesidad de lanzar consignas encaminadas a fortalecer “el trabajo político –ideológico”. Reforzado aún con programas que poseen un cierto velo de actualidad como puede ser el espacio “Con Filo”, pero que desde el momento de su presentación tiene dos finalidades, llegar a un público joven y mantener el viejo discurso de odio y difamación, que no da lugar a la réplica. En medio de un panorama complejo la propuesta de la reconciliación nacional se abre como un escenario para la resolución de conflictos, pero este proceso necesita construirse sobre una base de mínimos acordados entre el Gobierno Cubano y la sociedad civil independiente.
La despersonalización del poder
Le he escuchado a muchos ancianos, que vivieron el proceso revolucionario y su posterior derriba autoritaria, decir: “hay mucha división, antes no era así”. Esta frase debe ser entendida como un termómetro social, que visualiza como la ciudadanía vive un nuevo contexto de pluralismo. Así la sociedad civil debe tener en cuenta que su principal reto es la articulación de las agrupaciones con un discurso democrático, de cualquier signo ideológico, para entender la necesidad del servicio a la ciudadanía.
Es pensar el ejercicio de la política como forma de servicio, lo que puede facilitar el tránsito por uno de los principales escollos del macro proceso de reconciliación nacional: la deconstrucción del discurso personalizado del poder. En Cuba a lo largo de su historia y todavía hoy se puede detectar una peligrosa idea en torno al mesianismo político, este sentimiento antidemocrático fue manejado por Fidel Castro, como fórmula para crear un discurso de fidelidad del poder estatal hacia su persona, lo cual combino con sus dotes carismáticas y populistas, forzando la salida del país o al ostracismo a todo elemento de disidencia.
Mínimos para la reconciliación
La filosofa española Adela Cortina presenta la tesis de la necesidad de una ética de mínimos, situación que debe ser entendida como suelo fértil para el desarrollo de un proceso de encuentro entre los diferentes actores y segmentos de la ciudadanía. Esbozaré los elementos que considero necesario para tal proceso.
El primer elemento indispensable es el cese de toda expresión de violencia policial contra quien disiente en Cuba, desde los actos de repudios, los asesinatos de reputación hasta formas de violencia camuflaje por parte del poder político como son los procesos judiciales irregulares, de modo masivo después del estallido social del 11 de julio. Un fraile amigo decía un domingo en su homilía: Para reconciliarnos y dialogar, no puede estar el bate en las manos, esta idea resume lo que pasa en la Cuba actual, donde las autoridades convocan diálogos de “petit comité” con personas o agrupaciones incondicionales, desconociendo la totalidad de la nación.
El reconocimiento y descriminalización de las opciones políticas de oposición, resulta un paso fundamental para poder aceptar la diversidad de los hijos de la nación, este paso a su vez ayuda a la construcción real de consensos y a la alternancia política. Otro aspecto fundamental e inmediato lo constituye la liberación de los cientos de presos políticos que permanecen en las cárceles cubanas, cuyos procesos son irregulares, debido a que las instituciones jurídicas responden a los intereses del Partido Comunista de Cuba, como bien ha apuntado en su último comunicado la Conferencia de Religiosos de Cuba (CONCUR) del pasado 11 de octubre del 2021.
Cuba en su letra constitucional sigue siendo una república, una tripartición de poder mínima que democratice las instituciones, revirtiendo el monopolio hegemónico del Partido-Gobierno-Estado, lo que implicaría un Estado de Derecho mínimo que favorezca el alcance transparente de la justicia al conjunto de la ciudadanía. El otro aspecto importante se basa en la desmilitarización de la economía y la vida cotidiana, que contemple un mayor fortalecimiento de la iniciativa económica autónoma, cooperativa o privada, para reconstruir el tejido económico y social.
Si bien los aspectos anteriores resultan complejos frente al autoritarismo defendido por el Estado cubano, el establecimiento de una mesa de dialogo con la sociedad civil, constituye el paso fundamental para un proceso de apertura democrática que propicie la reconciliación. A su vez uno de los aspectos resultantes de esta mesa debe ser el establecimiento de una comisión de la verdad, que se enfoque en la escucha y esclarecimiento de los episodios de violencia vivido en las últimas décadas entre todas las partes implicadas, así como la dignificación de las víctimas.
Tratar de llegar a un consenso sobre la reconciliación nacional, es un tema complejo, pues este proceso debe brotar de las entrañas de la sociedad civil en toda su diversidad de formas y propuestas, pero teniendo como base el civismo, la decencia, la cultura del encuentro y el respeto a la dignidad del otro.
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