En todo proceso de cambio social siempre van a existir ganadores y perdedores. Hasta la fecha, ningún grupo social que detenta el poder ha abandonado este por voluntad propia o solidaridad con los grupos marginados. La presión que ejercen estos grupos subordinados, desde muchas diferentes perspectivas, es la que finalmente lleva al cambio, ya sea mediante una revolución, o un proceso gradual de cambios.
En el caso cubano, el grupo o grupos que detentan el poder político, se han mostrado capaces de garantizar hasta el momento la “supervivencia” del sistema, mediante diferentes mecanismos de legitimación, tales como el enemigo externo y los derechos a la salud y a la educación. Unido a esto ha utilizado la coerción y la coacción contra todos los grupos que se han opuesto a ese modelo y también contra aquellos que, aunque no se consideran opositores, se han mostrado críticos, fuera de los parámetros aceptables de la crítica (bien estrechos, por cierto). Por otra parte, han sido incapaces de articular su propio programa de gobierno colocando al país en una lamentable situación económica, con una gran deuda de infraestructura y de potencialidades de desarrollo endógeno.
En este escenario también cobran fuerzas los que, principalmente desde el exterior, quieren barrer con todo lo que huela a “Revolución”, “socialismo”, o “comunismo” aupados por las políticas de agresiones y cambio de régimen de la administración Trump.
Por contradictorio que parezca, estos grupos de “oposición” que buscan un cambio de régimen en Cuba son los principales aliados de los grupos que en el sistema político cubano se oponen a cualquier cambio o reforma, ya que se les hace muy fácil presentarlos como mercenarios que quieren destruir la nación y subordinarla a Estados Unidos.
En el plano ideal Cuba necesitaría una oposición que busque construir un país donde todos los grupos políticos puedan desarrollarse, donde se garanticen los Derechos Humanos y los que piensen diferentes no sean enemigos, para de esa forma construir un nuevo consenso nacional que permita el desarrollo de la nación.
Ese proceso puede durar mucho tiempo, puede ser frustrado y frustrante, y va a requerir de enormes sacrificios, mucho más de los que ya hacen muchas personas dignas y patriotas que desde Cuba no se ocultan para decir lo que piensan y por eso son víctimas de un sistema enfermo que ha convertido el disenso en traición y la lealtad en guataconería y mediocridad.
La revolución de 1959 significó para la mayoría de los cubanos la posibilidad de construir una nueva Cuba, donde los sueños de libertad, igualdad y justicia se iban a materializar finalmente. Es el momento de una nueva revolución “con todos y para el bien de todos”.
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