Por Daniel I. Pedreira
El liberalismo como filosofía política, en su concepto más básico, enaltece al individuo como el elemento principal de la sociedad. Desde su desarrollo como idea política, económica y social durante la Ilustración, los filósofos liberales elaboraron varios puntos elementales: la libertad individual, la igualdad ante la ley, la limitación de los poderes del Estado, la tolerancia, la iniciativa privada en la economía y el libre mercado. El liberalismo también establece los pilares de un estado laico, caracterizado por la separación entre la iglesia y el estado.
Basado en el concepto de libertad, el liberalismo clásico establece los derechos individuales, incluyendo el derecho a la propiedad, la libertad de asociación, la libertad de culto y la libertad de expresión; el libre mercado o capitalismo; la igualdad ante la ley de todo individuo sin distinción de sexo, orientación sexual, raza, etnia, origen o condición social; y el Estado de Derecho o imperio de la ley al que deben someterse los gobernantes y los ciudadanos.
El liberalismo va más allá de reconocer el papel del individuo como eje de la sociedad. Llega a confiar en el individuo como el mejor arbitro de su vida. Al mismo tiempo, ofrece numerosas opciones, reconociendo la habilidad del individuo de decidir cómo mejor vivir su vida, mientras que no haga daño a los otros individuos en la sociedad.
En gran medida, los Derechos Humanos, como se conocen hoy día, tienen su raíz en el liberalismo clásico. Los ideales ilustrados de Locke fueron codificados por sus sucesores en diferentes documentos, comenzando con Tomas Jefferson en su obra maestra, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Jefferson, con el apoyo de quienes la firmaron, estableció las bases conceptuales y legales de los Derechos Humanos, comenzando con los derechos individuales: «Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres son creados iguales, que están dotados por su Creador con ciertos Derechos inalienables, que entre estos se encuentran la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad».
Sentando estas bases individuales, Jefferson resumió la lógica de la relación entre el individuo y el Estado: «Que para asegurar estos derechos, los gobiernos se instituyen entre los hombres, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados, Que cada vez que cualquier forma de gobierno se vuelve destructiva de estos fines, es el derecho del pueblo alterarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno, sentando sus bases sobre tales principios y organizando sus poderes en tal forma, ya que a ellos les parecerá más probable que afecten su Seguridad y Felicidad».
Las ideas de la Declaración de Independencia continuaron desarrollándose al concluir el siglo XVIII, principalmente con la creación del Estatuto de Virginia sobre la Libertad Religiosa (1786) y la Constitución de los Estados Unidos de América (1789). El siglo XIX se vio bendecido con «un nuevo nacimiento de la libertad», como diría Abraham Lincoln en 1863. La Revolución Francesa (1789) y las guerras de independencia de principios del siglo XIX tomaron su inspiración de aquella Declaración firmada en Filadelfia el 4 de julio de 1776, aunque el liberalismo no se llegara a implementar por completo en muchos casos.
Durante esta época, el liberalismo europeo desarrollado en las obras de John Locke también se introdujo en Cuba, entonces una colonia española. Pronto, las ideas liberales de Locke chocaron con la monarquía autoritaria y absolutista de España. Las luchas entre las fuerzas absolutistas y liberales en España tuvieron repercusión para los cubanos, que se enfrentaban a una dicotomía similar. Sin embargo, las ideas de la Ilustración encontraron su voz en el padre Félix Varela. Como defensor del liberalismo, la influencia de las obras de Locke era evidente en las obras filosóficas de Varela. Elementos importantes de la Carta sobre la tolerancia de Locke (1689) también aparecieron en las Cartas a Elpidio de Varela (1835-1838). Las similitudes entre los dos textos se centraron en el tema de la tolerancia religiosa.
Emergiendo de esta tradición liberal, Varela es considerado el padre del pensamiento político y el nacionalismo cubano, influyendo en los pensadores y líderes independentistas, entre ellos al propio José Martí. Cuando Cuba se convirtió en una república independiente en 1902, estableció una forma republicana de gobierno, basada en las filosofías liberales de escritores como Locke y Varela y expresada a través de los defensores de la independencia y los líderes que pasaron a encabezar la nueva república.
Durante el siglo XX, el liberalismo clásico tuvo algunos proponentes distinguidos, entre ellos el doctor Orestes Ferrara. Natural de Italia, Ferrara era producto de la turbulencia liberal, nacionalista, independentista y revolucionaria del siglo XIX, lo que lo inspiró a viajar a Cuba durante la Guerra de Independencia para ayudar en su lucha contra el dominio español. La visión liberal de Ferrara se resume en su célebre frase: «Libertad aplicada sin límites producirá el orden armonioso».
Sin embargo, los conceptos del liberalismo clásico en Cuba se vieron amenazados por otras vertientes ideológicas, producto de los sucesos políticos de la primera mitad del siglo xx, como la Revolución Bolchevique y la Guerra Civil Española. Pronto, las ideas y políticas del colectivismo, la centralización, el populismo, el socialismo y el comunismo se impusieron en Cuba como antítesis al liberalismo clásico, desenvolviendo en su expresión más extrema: la dictadura totalitaria Castro-comunista.
Tras seis décadas de dictadura, el pueblo cubano tiene a su favor la habilidad de poder crear una nueva República. El liberalismo clásico, a través de una larga lucha a favor de los Derechos Humanos, tiene una potente voz en Cuba, como lo demostraron miles de ciudadanos que clamaron «¡Libertad!» el 11 de julio de 2021. Contrario al comunismo o el fascismo, el liberalismo no se impone. Tiene que calar en la conciencia del ciudadano. El ciudadano tiene que comenzar reconociendo su papel como soberano de su propio destino. Partiendo de ese punto es que puede establecerse una República liberal, «con todos y para el bien de todos».
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