La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí

La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí


El rechazo a los defectos del sistema democrático no está generando su mejor funcionamiento sino su destrucción (Dossier)

Debemos continuar apostando por la democracia, a pesar de todas las limitaciones que vemos en muchos países. La democracia es la mejor opción por la cual podríamos esforzarnos, en función de ofrecer soluciones a nuestros problemas constantes, de manera consensuada, pacífica y legítima.

06 Ene 2025
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Dossier de Cuba Próxima, coordinado por Lennier López, sobre experiencias actuales en el mundo en torno a una buena gobernanza basada en la transparencia, responsabilidad, rendición de cuentas, participación y capacidad política, técnica y ejecutiva. Participan Raudiel Peña Barrios, Roberto Veiga González y Hans Carrillo Guach.

Existe una tensión entre diferentes formas de entender la democracia. Por un lado, muchos definen a la democracia como un marco procedimental donde unos mínimos establecen las reglas del juego mediante las cuales una sociedad toma decisiones. Por otro, muchos le agregan a esta idea otros elementos como el bienestar económico, la seguridad, el control de la corrupción, y calidad de servicios públicos en general. Mas allá de cual posición adoptemos en este debate sobre que es y que no es un régimen democrático, es palpable que la democracia es más débil cuando no cumple las expectativas ciudadanas. Es decir, la democracia necesita satisfacer expectativas para reafirmarse como régimen político.

A modo de reflexión, ¿cree usted que en este sentido le exigimos a la democracia algo que no depende de ella o cree que estas exigencias son necesarias para fortalecer a la democracia misma?

Raudiel Peña: Creo que la democracia tiene un componente esencialmente institucional. La noción mínima sobre la democracia remite a considerarla como un régimen político donde los partidos ganan y pierden elecciones. Y ese núcleo duro une a quienes consideramos que sin garantías mínimas para la formulación y manifestación de las preferencias políticas en un plano de igualdad no es posible caracterizar a un régimen político como democrático, por más que amplios sectores sociales tengan sus necesidades sociales y económicas satisfechas. De la misma forma, es muy difícil sostener que existe una democracia plena y desarrollada si no se cumplen estándares mínimos en materia de inclusión social. Por tanto, creo que esta última se convierte en una exigencia, primero, para la construcción de un Estado de Derecho y, segundo, para la preservación del ideal democrático. Si entendemos que la pobreza, la inseguridad, la corrupción, entre otros fenómenos, ponen en riesgo el régimen democrático, porque son problemas sociales explotables con intenciones autocráticas, entonces es posible concordar que la mitigación de sus efectos se vuelve esencial para preservar la democracia.

Roberto Veiga González: La justicia es un principio y una finalidad, de carácter ético, político y jurídico, únicamente posible allí donde las dinámicas individuales y sociales optan por el desarrollo de todos los Derechos Humanos, de todos los ciudadanos, todo el tiempo. Es decir, hay sociedad justa sólo cuando está asegurado el desarrollo en libertad y ésta se ejerce con responsabilidad.

En tal sentido, existe una relación intrínseca entre justicia y libertad. Con toda seguridad podemos tener libertad y carecer de justicia y bienestar, pero sin libertad es imposible siquiera aspirar al bienestar, a la justicia. La libertad muchas veces no es suficiente, pero sin ella cualquier sociedad se derrumba.

 Es aquí donde encaja la democracia para hacer posible una relación a través de la que cada individuo y el conjunto plural de todos los individuos sean corresponsables del desarrollo de todos los Derechos Humanos, de todos los ciudadanos, todo el tiempo. Ciertamente, esto es muy difícil, porque resulta complejísimo, pero tiene que constituir una aspiración compartida y un horizonte establecido, o no habrá democracia, ni justicia y, si acaso, una soledad con apariencia de libertad.

Para esto es que existe la democracia y, por ello, resulta consustancia a la libertad y al bienestar de los individuos y las sociedades. En este punto es donde la democracia deja de ser sólo procedimental para constituir también un reto sustantivo.

De este modo, puedo asegurar que el Estado de Derecho, las garantías de los Derechos Humanos y la libertad, la democracia, la inclusión plural, la sólida representación política, la buena gobernanza y el bienestar -o van juntos, o no llegan lejos. Quizá sea provechoso formular un término que integre todo esto, al menos en sentido político.

Después hay que atender con agudeza los procesos sociales porque, como ya apunté, dicho propósito es harto difícil, para comprender cuando sus déficits resultan de circunstancias complejas o son producto de un quebrantamiento de la democracia. 

Esta no podría concebirse como una técnica a pesar de las problemáticas sociales, pues dejaría de ser democrática y los pueblos tendrían que optar por otras lógicas políticas que, si bien pueden no satisfacerles del todo, les harían sentir tenidos en cuenta, aunque ello no resulte cierto. 

La eventual deriva de la democracia no sería responsabilidad de quienes se le oponen sino de sus seguidores. 

Hans Carrillo: Entiendo que la democracia no puede verse desvinculada de todos esos elementos que mencionas, que imprimen a este fenómeno un carácter multidimensional —no meramente político—, complejo y dinámico. Por un lado, y dialogando con las sugerencias de Robert Dahl, la democracia debe implicar una satisfactoria implementación de oportunidades y garantías institucionales que garanticen, como mínimo, la contestación pública y la participación. Por otra parte, y dialogando con otras fuentes —Crawford B. Macpherson; John Elster; Guillermo O’Donnell; Carole Pateman; Adam Przeworski; Jürgen Habermans— que reconocen las limitaciones de la propuesta anterior, a la democracia también se le deben integrar otras exigencias. Entre estas, se puede mencionar el empoderamiento del pueblo frente a la organización de la sociedad y a las decisiones políticas/públicas, atendiendo diferentes realidades —económicas, estructurales, culturales, políticas, comunicativas, etc.— que las pudieran afectar.

Alguien pudiera decirme, tal vez, que pensar la democracia desde sus vínculos con esas otras dimensiones sociales, es cosa de comunista. O que incluir las dimensiones procedimentales de Dahl, es cosa de liberal. Pero desde mi punto de vista, ambas realidades deben ser entendidas de manera interdependientes y complementares y, por tanto, deben ser implementadas en sus justas medidas de acuerdo con las necesidades y características de cada momento histórico. Varios autores del pensamiento político contemporáneo corroboran esto. No hay forma de hacer incisiones en este sentido, pues todos estos aspectos atraviesan la democracia inevitablemente.

Por ejemplo, tomando como referencia las recientes elecciones en Estados Unidos, vemos como esos todos esos elementos están presentes por detrás de las preferencias de sus principales candidatos. Trump ganó las elecciones a pesar de las denuncias de corrupción en su contra y de sus narrativas no tan simpáticas desde el punto de vista social, en temas como migración, relaciones raciales, etc. Pero, en medio de la realidad estadounidense de hoy —atravesada también por historias del país— este candidato consiguió pasar una cierta confianza relacionada con la mejora de la economía a nivel de lo cotidiano. Algo que Harris no consiguió.

Tal realidad sociopolítica en Estados Unidos requiera de un análisis más complejo del que podríamos hacer aquí. Pero lo que me interesa destacar es la concatenación de todos esos elementos mencionados anteriormente, al interior de lo que podríamos entender como democracia.

Los aspectos procedimentales y electorales de la democracia, son construidos y existen en función de realidades, necesidades, demandas y expectativas diversas, tantos de los gobiernos cuanto de las sociedades en general y sus interacciones. Al mismo tiempo, estas realidades, demandas, necesidades y expectativas acaban repercutiendo no solo en la manera como estos aspectos son utilizados e implementados, sino también en los respectivos impactos y resultados de estos procedimientos. Al final, una de las principales características de una democracia fortalecida estará condicionada, a grandes rasgos, por la concordancia entre la ejecución de dichos aspectos electorales y procedimentales, y los debates y/o la materialización de las realidades, necesidades, demandas y expectativas de la sociedad civil.

Con todo lo anterior, me gustaría finalizar esta pregunta afirmando que, desde mi punto de vista, todas esas dimensiones sociales, económicas, políticas que le cobramos a la democracia, no son una manera de exigirle algo ajena a ella misma. Al contrario, es, especialmente, exigirle a la democracia su propio alineamiento con todo aquello que le es esencial y que, por tanto, la fortalece.

¿También en este mismo sentido, cuáles son los retos más grandes que enfrenta la democracia en la región/país/ciudad donde reside?

Raudiel Peña: Desde hace tres años resido en Ciudad de México y creo que los retos más grandes tienen que ver con tres grandes fenómenos, aunque pueden existir otros. El primero es el establecimiento en el poder de un gobierno populista que erosionó la institucionalidad democrática. Desde la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador en 2018 hasta la más reciente reforma judicial y el triunfo electoral de Claudia Sheinbaum, el régimen político mexicano se encuentra en franca erosión democrática caracterizada, entre otros fenómenos, por el control de los tres poderes del Estado por el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) y su consolidación como un partido hegemónico. A esto se suman dos problemáticas anteriores a 2018. Una es la inseguridad y su vínculo con la consolidación del crimen organizado y la otra es la corrupción. Además, añadiría el aumento del poder de los militares, los cuales, si bien es cierto tienen mucho poder desde antes de 2018, tienen más influencia política y económica que nunca en México.

Roberto Veiga González: Para esta respuesta consideraré algunas cuestiones de la Europa actual, donde vivo hace unos años, aunque, en tanto generalización, esboza tendencias de este bloque de países, pero seguro no identifica a ninguno de ellos. Además, Europa posee tradición, experiencia y desarrollo, por lo que los déficits que mencionaré no resultan dramáticos, si bien son realmente perniciosos. 

Los Tribunales son altamente profesionales, si bien en muchos casos demandan de una mayor organización y de mayores recursos para responder en los plazos que requiere la justicia y así evitar esas comunes dilaciones que asemejan la defensa de derechos a procesos burocráticos que, de algún modo, humillan derechos de quienes concurren en busca de justicia. Sobre algunas cuestiones, a veces, para gestionar la garantía de derechos se hace necesario poseer cuantías de dinero de las que muchos no pueden disponer con facilidad.

En la zona predomina el modelo de gobierno parlamentario, con reconocida eficacia, que además se asienta en una cultura. Este sistema, por razones fundadas, tiende a la integración de las ramas legislativa, ejecutiva y judicial del Estado, aunque conservan sus autonomías. Si bien al respecto siempre habría que estar precavido, pues la naturaleza humana de los políticos suele arrastrarlos a procurar la concentración del poder y con esto al debilitamiento de la democracia. También algunas de las leyes electorales colocan la nominación y elección de los parlamentarios de modo que puedan resultar mera expresión del líder del partido respectivo. De no gestionarse adecuadamente cuestiones de tal índole pudieran incorporarse elementos riesgosos, propios de alguna especie de «cesarismo».

En no pocos casos, los gobernantes priorizan exclusivamente aquellos asuntos que les mantienen con altos puntajes de encuestas, captan votos y responden a los intereses particulares de quienes los sostienen en el cargo, muchas veces en detrimento o abandono de los asuntos estratégicos y de futuro. Esto, junto a un decurso histórico en el que convergen un cambio de época, inclusive cultural, ha propiciado una crisis de la democracia. Para sectores de diversas sociedades, ésta se ha convertido sobre todo en una técnica de élites y burócratas a su servicio, y eso ha conducido a que perciban una escasa empatía de la política democrática con sus problemáticas. La respuesta a ello está siendo el populismo, de derecha e izquierda, en todos los casos nostálgicos de lo absoluto, la homogeneidad y la unanimidad. Aunque el populismo de izquierda padece un desgaste y el de derecha suele estar considerado por tales sectores con capacidad para resolver sus dificultades.

Asimismo, muchas veces son intensas las relaciones de los gobernantes con los grupos de intereses que responden a propósitos lucrativos y de influencia o presión, y mucho menos intensa con organizaciones como sindicatos, inclusive con asociaciones de empresarios. No sostengo esto para reprochar el trabajo de estos grupos de influencia, que me parecen necesarios, sino para indicar la posible inclinación de los gobernantes a tratar desde la lógica del «toma y daca» y en menor medida con aquellos que lo hacen desde facultades y para la reivindicación. Quizá sea conveniente una mayor institucionalización de los procesos de negociación social. 

A pesar de los esfuerzos, el crimen organizado resulta un problema complejo y multifacético que afecta a todo el continente, con redes que evolucionan, dedicadas al tráfico de drogas, la trata de personas, el blanqueo de capitales, la corrupción y el cibercrimen.

Los sistemas tributarios garantizan servicios de calidad y estables, como la educación y la sanidad, pero soportan falta de armonización, así como la elusión y evasión fiscal. Esto suele desestimular la dinamización del empleo, afecta la inversión y facilita que no pocas veces los gobiernos designen partidas financieras a favor de compromisos particulares, si bien del ámbito público. Haría falta mayor rigor para que siempre se procure el mejor equilibrio posible entre los ingresos de cada país, el salario mínimo, el salario promedio y los tributos, aunque por supuesto considerando con pragmatismo las incertidumbres y las necesarias soluciones transaccionales entre estos.

La emigración proveniente de países pobres o en crisis, debe ser suficiente porque resulta una política de justica, que debe evitar convertirse en sólo demagogia oportunista. Por ejemplo, no es sano poseer una política de «fronteras abiertas» para esta emigración y a la vez evitar una política mínimamente suficiente de «incorporación del emigrante», dejando a estos a merced de la sobrevivencia, con las consecuencias que ello genera.

Hans Carrillo: En Brasil, la democracia enfrenta variados retos. Pero hay dos que actualmente me preocupan muchísimo, que son la polarización y el populismo.

Brasil cumple con requisitos esenciales para ser considerado un país democrático, dado algunas características de su sistema político. Por ejemplo, el país cuenta con división de poderes, alternancia de poder, libertades para disputar elecciones en todos los niveles y sufragio universal, entre otros. Sin embargo, de acuerdo con FREEDOM HOUSE y el proyecto V-DEM, en los últimos 5 años aproximadamente, Brasil experimentó una pérdida notable de puntuaciones en importantes índices democráticos, algunos de los cuales solamente comenzaron a mejor a partir del año 2023. 

Si bien la caída de Brasil en esos y otros índices democráticos, es preocupante, hoy me preocupan más otros escenarios sociales que justamente tienen que ver con el populismo y la polarización, que son fenómenos que apuntan a una falla democrática más allá de la dimensión política. Es decir, una falla democrática en la manera como se configuran las relaciones sociales, en el modo como se desarrolla y vivencia la propia sociedad en general.

Para mí, esas dos problemáticas no son poca cosa, pues constituyen una grande amenaza para la democracia en el país y el buen uso de un sistema político democrático. La polarización y el populismo en Brasil facilitan ocultar o naturalizar realidades por detrás de la caída de dichos índices, al mismo tiempo en que limitan la construcción de otras formas de configuración de la política y la sociedad, que puedan contrarrestar procesos de autocratización y, así, canalizar una vida en sociedad cada vez más favorable en términos democráticos.

Esa polarización atenta contra cualquier escenario de debates constructivos sobre un proyecto de nación, que sea cada vez más democrático e inclusivo. Y esto es sumamente importante, considerando que Brasil es uno de los países más desiguales y violentos de América Latina, que posee absurdas cifras de feminicidio, de encarcelamiento de personas negras, de violencia policial, de racismo religioso y de violencia contra personas LGBTQIA+ que, incluyen, inclusive, escandalosas cifras de asesinato de personas trans/trasvestis en el mundo. Todo este tipo de violencias, entre otras, se naturalizan, se esconden y/o minimizan, en medio de interacciones sociales entre grupos que, em determinados asuntos, no se escuchan el uno al otro. Y es que entre estos, se detona más la concepción de verse como enemigos en conflictos que como adversarios políticos negociando la presentación/construcción de una mejor versión del país.

Esas complejidades han llegado a tal extremo en el caso brasileño, que hemos vivenciado una defensa decisiva y/o agresiva de comportamientos autoritarios, que van desde el enaltecimiento de la dictadura militar, hasta la defensa del cierre del Congreso Nacional, o desde la construcción de adversarios políticos y minorías sociales como enemigos que deben ser eliminados, hasta la banalización de la ausencia de libertades y democracia en países como Cuba y Venezuela. Y lo complicado de todo esto es que, por detrás, no solo existe una polarización ideológica o política. Existe también una polarización afectiva, con peculiares maneras, intensidades y motivaciones según grupos políticos específicos, que obstaculiza la empatía delante del dolor, el sufrimiento y la violación de los derechos de los “otros”, especialmente, cuando estos otros son construidos como subalternidades.

Dicha polarización afectiva, por ejemplo, atravesada también por polarizaciones políticas e ideológicas, es la que explica por qué, delante de un feminicidio o una violencia contra la población LGBTQIA+, no pocas personas todavía permanecen como anestesiadas o se preguntan, primeramente: ¿que habrá hecho esa mujer o esa persona trans para merecer tal violencia? Es esta misma polarización afectiva, la que dilucida las indiferencias cuando templos de religiones afrodiaspóricas son destruidos por otros grupos religiosos catalogados como referencia positiva (cristianos, evangélicos), o cuando las estadísticas apuntan a que las escuelas constituyen los espacios de mayor ocurrencia de racismo.

Es muy complejo el escenario. Al final, todas estas problemáticas son constitutivas y constituyentes de la escalada de conflictos políticos que ha existido y que todavía está latente a nivel de lo cotidiano. Asimismo, estos conflictos, marcados por la polarización y el populismo, han sustentado uno de los principales problemas que, desde mi punto de vista, imprime un círculo vicioso: afectación a formas de convivencia democrática y disminución de apoyo al sistema político democrático.

El primero de estos aspectos viciosos —afectación a la convivencia democrática—, cuando no es totalmente deformado en las interacciones sociales, se asume como inviable porque se considera el otro una persona merecedora de destrucción y/o indigna para la interacción social y el diálogo respetuoso. Esta última situación, aunque con sus diferencias, la he percibido en grupos políticos que se identifican tanto con la izquierda cuanto con la derecha, siendo yo, inclusive, uno de sus blancos. Y esto merece un esclarecimiento más detallado para evitar posibles tergiversaciones.

Políticamente, yo me defino en un cierto espectro progresista. Me preocupan también las dimensiones sociales de la democracia, más allá de sus elementos procedimentales. Esto me aleja de cualquier identificación política con esa derecha bolsonarista, pero también con esa izquierda que banaliza los autoritarismos como el cubano. Y esto me ha generado disímiles conflictos, especialmente en el ámbito académico, donde Cuba todavía es romantizada, intocable.

Recuerdo algunas personas sentirse ofendidas conmigo hasta el punto de dejar de saludarme, porque critiqué a Bolsonaro. Pero ocurrió lo mismo cuando critiqué la postura condescendiente con el régimen de Cuba, de grandes figuras brasileñas como Frei Betto, por ejemplo, que recientemente ha llegado hasta a decir que la pobreza en Cuba es una pobreza diferente, en una tentativa de minimizar el sufrimiento que esta provoca, sea en Brasil o en Cuba. Claro que, relacionado con el caso de Betto, percibo algo de xenofobia también, en el sentido de que por ser extranjero no se me atribuye legitimidad para criticar Brasil o algunas de sus prominentes figuras, mismo que se trate de defender mi propria realidad. Y esto hasta cierto punto lo puedo entender. Pero lo que no entiendo y no me podré permitir, jamás, es que Brasil espere mi silencio mientras me violenta políticamente, al banalizar la realidad dictatorial de la cual millones de cubanos hemos escapado, buscando más libertades de todo tipo, hasta en lo más básico como es la alimentación. Y la realidad en torno a Betto implicó para mí ese tipo de violencia. Pues no deja de ser violento el hecho de que las personas esperen de mí la aceptación de la banalización que él ha hecho de la situación en Cuba y, al mismo tiempo, me desautoricen a oponerme a esa violencia.

Es cierto que Betto ha sido un ícono de la lucha contra la dictadura militar en Brasil. Y particularmente, yo aplaudo y me identifico con esa historia. Pero no puedo colocarme a su lado, cuando él ya pasa a banalizar, naturalizar y defender el autoritarismo cubano y las incompetencias de esa élite blanca, heterosexual y burocrática que ha sido la principal responsable por la destrucción del país y por mi autoexilio en Brasil, que tantos sacrificios me ha costado, especialmente, en el ámbito familiar y cultural. Si brasileños y brasileñas no pueden entender eso, entiendo que es una de las maneras de manifestarse justamente esa polarización, que atraviesa las afectaciones a una convivencia democrática.

El caso es que, tanto en la izquierda como en la derecha, he vivenciado poca empatía con los dolores políticos con relación a Cuba y sus impactos en mis maneras de vivenciarlos en Brasil. Al mismo tiempo, también he notado poco interés por un diálogo reflexivo sobre estos temas, inclusive en personas que sobre Cuba no conocen ni el olor de su tierra, pero quieren continuar estables en la opinión pública sobre este tema. Y digo más, cuando me he encontrado personas que han visitado Cuba, he visto que, algunas de ellas, después de visitar la isla con sus dólares en los bolsillos—como el propio Betto, por ejemplo— y de tener acceso a un país que mi propia familia, trabajadora incansable, jamás ha tenido, se atribuyen el derecho, todavía legítimo, de defender una Cuba para mí que para ellos mismos no quisieran si de verdad la hubiesen vivido como un simple cubano trabajador. Y cuando me he opuesto a ese tipo de situaciones, enseguida he sido etiquetado como alguien que merece desconfianza y reproche. Al final, he sentido que es como si se impusiera una única manera de ser progresista, en la cabeza de algunas personas que todavía parecen tener “sueños húmedos” con una Cuba que, si algún día fue lo que se ha dicho que ha sido, hace mucho tiempo dejó de serlo.

Por otro lado, y con relación al segundo aspecto vicioso —falta de apoyo al sistema político democrático—, he sentido que el sistema democrático y sus imperfecciones, en vez de generar más fuerza y aglutinamiento para que la sociedad controle y exija un mejor funcionamiento de sus estructuras, instituciones y, especialmente, un comportamiento más digno y democrático de los políticos, acaba produciendo decepciones que, a través del populismo y la polarización, son canalizadas hacia la defensa de la propia destrucción de este sistema. Esto es algo muy característico de algunos sectores de la derecha en el país y sus simpatizantes. De hecho, ejemplifican estas configuraciones sociopolíticas los ataques a la sede de los tres poderes del Estado —Palácio do Planalto (poder ejecutivo), Congresso Nacional (poder legislativo) y el Supremo Tribunal Federal (poder judiciario), el 8 de enero de 2023 —donde todavía se investiga la influencia del expresidente Jair Bolsonaro—, bien como los recientes ataques con bomba al Supremo Tribunal Federal (STF), el 13 de noviembre de 2024.

Por fin, estos dos aspectos viciosos —afectación a formas de convivencia democrática / disminución en apoyo al sistema político democrático—, señalan una polarización a nivel nacional, que también se refleja en espacios microsociales de lo cotidiano, aunque con sus particularidades dependiendo de los espectros políticos que los atraviesen.  Y todo esto, al mismo tiempo, va acompañado de un cierto populismo, en el sentido de la construcción y reproducción de grupos antagónicos, opuestos, que aspiran a representar voluntades o perspectivas unificadas, un deber ser mayoritario que, al asumirse como supuesta referencia común, también impone una cierta ilegitimidad en los otros. Varias veces ya me dijeron que no podía criticar la izquierda en Brasil, cuando esta defiende a Cuba o Venezuela, porque esto implica alimentar a la derecha. También me han dicho que no puedo criticar a la derecha, especialmente en sus aventuras autoritarias, porque eso es cosa de comunistas queriendo convertir Brasil en Venezuela. Entonces, los desafíos en este sentido son gigantes y, estas problemáticas son, desde mi punto de vista, algunos de los grandes embrollos para consolidación sistemática de una democracia en Brasil, tanto en el escenario político cuanto en la propia sociedad.

Muchas veces vemos como estos retos no pueden ser resueltos, lo cual genera frustración en la ciudadanía. ¿Qué efectos cree que puede tener esta incapacidad de los lideres políticos en resolver estos problemas?

Raudiel Peña: Creo que el principal efecto es que sigamos eligiendo o legitimando de alguna forma a caudillos que se presenten como los salvadores de nuestros países ante cada crisis que se generan en el contexto democrático y que no se resuelven adecuadamente. La frustración ante democracias de baja calidad, como es el caso de las latinoamericanas, genera predilección por líderes que se presentan como salvadores de amplios sectores sociales excluidos política y económicamente, que luego utilizan mecanismos clientelares para perpetuarse en el poder y destruir la democracia.

Roberto Veiga González: La respuesta a ello está siendo el populismo, de derecha e izquierda, en todos los casos nostálgicos de lo absoluto, la homogeneidad y la unanimidad. En los próximos años se definirá el futuro del Orbe: o se fortalece la democracia, o prevalecerá el autoritarismo, inclusive en su versión despótica.

Para esto, será necesaria una concertación sólida de los demócratas de los más diversos signos políticos del mundo, así como el replanteamiento de estrategias, agendas y estructuras, etcétera; pero sobre todo será necesario apostar por la calidad de los políticos, de la praxis. La carencia mayor seguramente está en los actores, no en las reglas. Las reglas las reducen o ensanchan los propios actores -sobre todo con algún tipo de poder.

Es decir, el mayor desafío quizá está en conseguir sujetos políticos capaces, responsables, audaces y honestos.

Hans Carrillo: La frustración, como bien planteas, además de la ira, son algunos de los principales efectos en la población de las incapacidades de los líderes para resolver los problemas de la sociedad, que muchas veces ellos mismos reconocen y prometen resolver. Pero, junto con estos afectos, se escalan también otros problemas desde el punto de vista democrático. Puedo citar, por ejemplo, la desconfianza en las instituciones y en el sistema político democrático de forma general. Igualmente, por lo menos desde mi experiencia en Brasil, puedo decir que estas realidades favorecen el fortalecimiento de narrativas polarizadas y populistas. Es decir, con estos incumplimientos, líderes populistas se benefician políticamente, a partir del momento en que se aprovechan de estas insatisfacciones populares para culpar y fragmentar grupos sociales y políticos. Y, con estas fragmentaciones, atravesadas muchas veces por odio, falta de empatía y de una cultura política democrática, quienes único salen ganando la mayoría de las veces son el autoritarismo y la violación de derechos fundamentales.

¿Por qué aun cuando nuestros lideres democráticamente electos no ofrecen buena gobernanza debemos seguir apostando por la democracia?

Raudiel Peña: Porque es el único régimen político que permite la manifestación de las preferencias políticas con un mínimo de condiciones de igualdad. Además, la democracia es el régimen que permite la alternancia en el poder y castigar con el voto a los líderes que no ofrecen buena gobernanza. Incluso, es en ella donde se les puede juzgar y sancionar de una forma u otra por su mal gobierno.

Roberto Veiga González: No debemos confundir las reglas con los actores, o sea, no hay que identificar la democracia con los malos actores políticos, si bien de ellos depende en enorme medida la calidad democracia. Por eso debemos concentrarnos en asegurar la cualidad de los políticos, y con ellos, por supuesto, desarrollar continuamente la calidad democrática.

Históricamente algunos interpelan sobre quiénes serían los mejores calificados para gobernar, es decir, si deben hacerlo ciertos tutores, o través de la participación democrática. Pero también la experiencia histórica no deja lugar a la duda.

Esa visión jerarquía es antigua y ha sido regla, sostenida en la idea de que el pueblo no suele tener capacidad para ello. Este tutelaje fue expuesto ya por Platón en su obra La República (del año 370 a.C), y la doctrina leninista de partido de vanguardia fue una praxis totalitaria de esta preferencia.

El tutelaje jamás será una variante de la democracia, sino un régimen diametralmente opuesto. No es democrático un Estado controlado exclusivamente por una pequeña minoría -a veces unipersonal-, sin procesos democráticos establecidos. Tampoco es cierto que el pueblo carece de capacidad para comprender y defender sus propios intereses y los intereses de la sociedad en general.

El bienestar general suele demandar decisiones colectivas por medio de la opinión, el voto, las leyes, un marco jurídico y político, la libertad, etcétera. Si bien, en sociedades grandes y modernas, a pesar de la amplia comunicación, cada cual tiende a conocer sólo una fracción de la realidad, en sus más diversos sentidos, lo cual exige una complejización de la democracia -a modo de evolución, no disminución.  

El bienestar social no es un agregado de bienestares individuales, sino algo más a la mera combinación de estos. Los sistemas de cualquier índole no constan sólo de partes, sino además de las relaciones entre esas partes. De ello derivan dos centralidades de la Política, de la gobernanza, o sea, los individuos y los valores que ligan a tales individuos.

Esto incorpora a la gobernanza una esencia propia que muchos denominan Arte de gobernar; el cual radica en la capacidad para conocer los fines, objetivos y propósitos del bienestar social, y además conocer los medios apropiados para conseguirlo. A veces las interrogantes que desafían están relacionadas sobre todo acerca de los medios y no de los fines. 

Por lo general la conclusión Política de cualquier asunto debe evaluar los riesgos, las incertidumbres y las necesarias soluciones transaccionales entre valores como igualdad y libertad, altos salarios y producción no competitiva, ahorro y consumo, beneficios de corto y de largo plazo. Por cierto, a esto aportan los expertos, pero sólo pueden decidirlo los Políticos, elegidos democráticamente y en el ejercicio de dicho Arte de gobernar.

La Política, a diferencia de la filosofía, no procura la Verdad, sino el Bienestar. Entonces deben ejercer la gobernanza política aquellos capaces de gestionar una tensión -intensa y perenne- entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad.

En fin, una democracia imperfecta sería desgracia, pero cualquier autoritarismo sería una renuncia.

Hans Carrillo: Sin dudas, debemos continuar apostando por la democracia, a pesar de todas las limitaciones que vemos en muchos países. La democracia es la mejor opción por la cual podríamos esforzarnos, en función de ofrecer soluciones a nuestros problemas constantes, de manera consensuada, pacífica y legítima.

Los cubanos tenemos muchos deseos de democratizar el país. Sin embargo, difícilmente la democracia que viene en Cuba podrá estar a la altura de las expectativas de muchos. La desigualdad, la corrupción, la seguridad y los servicios públicos no necesariamente serán los que deseamos aun cuando vamos a poder tener influencia sobre las decisiones que tomen futuros gobiernos democráticos en Cuba. En tal sentido, ¿qué podemos aprender los cubanos de las experiencias democráticas de la región o incluso más allá de nuestra región?

Raudiel Peña: Creo que podemos aprender dos cosas. La primera es que debemos construir una democracia institucionalmente sólida y también capaz de mitigar al máximo posible los efectos de la desigualdad, la corrupción y la inseguridad, así como proveer servicios públicos de calidad. Eso requiere construir instituciones democráticas, formar servidores públicos profesionales y bien remunerados, construir un Estado de Derecho sólido, entre otras muchas acciones. La segunda es que tan importante como la institucionalidad democrática es la cultura democrática. Me gusta ver esta última como el cimiento fundamental de las instituciones. La sociedad cubana necesita aprehender los valores y principios democráticos como algo esencial en su democratización. De lo contrario corre el riesgo no solo de no avanzar hacia la democracia, sino de anquilosarse en algún tipo de autocracia.

Roberto Veiga González: Cuatro cosas quizás sean esenciales comprender:

– No debemos confundir las reglas con los actores, o sea, no hay que identificar la democracia con los malos actores políticos, si bien de ellos depende en enorme medida la calidad democracia.

– Debemos concentrarnos en asegurar la cualidad de los políticos, y con ellos, por supuesto, desarrollar continuamente la calidad democrática.

– La democracia implica las libertades de asociación y prensa, los derechos políticos y el acceso de todos a los cargos de autoridad, pero la edificación de un genuino Estado democrático será una labor progresiva y compleja, siempre por medio de la libertad y el civismo, sostenida por ciudadanos demócratas.

– Una ciudadanía será democrática sobre todo por la manera libre y respetuosa con que promueva su cosmovisión ideo política y se relacione con las otras.

También debemos tener horizontes que enrumben hacia la democracia, y cito los de la Concertación Democrática D Frente:

– Libertad, Derechos Humanos, soberanía nacional y soberanía ciudadana, basadas en un proceso de Reconciliación Nacional, asentado en la necesidad de paz, justicia y transparencia, que nos facilite sanar, reconstruir, mirar adelante.

– Igualdad ante la ley y contra de todo tipo de discriminación. Establecer políticas a favor de la igualdad de oportunidades, independientemente a cualquier pertenencia o consideración relativa a género, raza, religión, grupo social, y que favorezcan un real y ascendente acceso a la educación, al empleo, la atención médica, la seguridad social y las garantías judiciales.

– Modelo de Estado democrático, incluyente y pluralista, descentralizado y con independencia entre las ramas del poder, autonomía de los gobiernos locales y una administración pública racional y eficaz, bajo el imperio de la transparencia y la Ley.

– Modelo económico democrático, asentado en el valor y la virtud del trabajo, el esfuerzo, la creatividad y los beneficios obtenidos al amparo de la ley, y como necesidad vital y legítimo derecho de todos al progreso y a una vida mejor y más plena.

– Proyección social a favor de una política medioambiental basada en diagnósticos y sugerencias de la ciencia, sobre los principios del derecho ambiental, orientada hacia la prevención y solución; del acceso universal e integral a una educación democrática con altos estándares científicos, técnicos, humanistas y éticos; de la atención de salud universal e integral, incluida la prevención; de la lucha contra todo tipo de violencia, en particular contra la violencia de género; de un sistema sostenible de pensiones y de seguridad social; de los grupos sociales vulnerables e históricamente marginados; del desarrollo integral de la infancia y la adolescencia; de la atención a las personas con discapacidad y cuidado de las personas mayores; de la protección a personas y grupos sociales en situación de vulnerabilidad, no aptas para trabajar, que carezcan de familiares en condiciones y voluntad de prestarle ayuda; y del desarrollo de una defensa civil que responda a catástrofes naturales, sanitarias, humanas u otras.

– Institutos militares y fuerzas policiales –con carácter «civil»- de acuerdo con el respeto de las normas constitucionales y legales; comprometidos con la soberanía nacional y ciudadana y con la responsabilidad internacional por la paz los mecanismos para la lucha contra el crimen organizado en el orbe y el hemisferio, de acuerdo con el Derecho Internacional.

– Relaciones internacionales asentadas en el interés nacional y el Derecho internacional, de acuerdo con los principios y necesidades señalados en los acápites anteriores.

Y si me impusieran definir cuatro pilares -no más de cuatro- para asentar ese desarrollo hacia la democracia, señalaría los siguientes:

– Una organización judicial independiente y profesional, y unos institutos policiales, de carácter «civil», que garanticen la centralidad de los Derechos Humanos.

– Un modelo económico democrático, asentado en el valor y la virtud del trabajo, el esfuerzo, la creatividad y los beneficios obtenidos al amparo de la ley, y como necesidad vital y legítimo derecho de todos los cubanos y cubanas al progreso y a una vida mejor y más plena.

– Una educación universal con altos estándares científicos, técnicos, humanistas y éticos.

– El esfuerzo por elegir continuamente a los mejores políticos para cada cargo de autoridad.

Sobre la importancia de la economía y la educación, recordemos a José Martí, quien proclamó: «Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno».

Hans Carrillo: La realidad que vive Cuba, en el ámbito político y en la propia sociedad, constituye un extremo de varias cuestiones que mencioné sobre el caso brasileño. Entonces, los aprendizajes que los/as cubanos/as deberíamos adquirir a partir de experiencias democráticas en y más allá de nuestra región, son diversas y van más allá de lo que hoy pudiera compartirte. No obstante, hay dos elementos esenciales que ahora mismo me parecen esenciales y que complementan entre sí. 

El primero de esos elementos es que, a diferencia de Brasil, Cuba no cuenta con un sistema político democrático. Cuenta con un sistema político maniqueísta que todavía consigue convencer a algunas personas de que el país es una democracia socialista, diferente, mientras en realidad no pasa de ser un régimen postotalitario. El segundo elemento, es una semejanza que se puede identificar entre Cuba y Brasil. Es el hecho de que ambos no cuentan con una sociedad totalmente democratizada, aunque en grados y formas diferentes. Me centraré en este segundo aspecto.

En Cuba, la afectación a la convivencia democrática al interior de la sociedad —que no se puede ver desligada del sistema político—, no solo es distorsionada en lo cotidiano, bajo argumentos de que estar presente y hablar ciertas cosas es democracia o que hablar otras cosas que critican al gobierno es un crimen que favorece a un enemigo externo. Sino que este tipo de convivencia también se ve lacerada por la sistemática construcción de una otredad política, sin humanidad y dignidad, que merece destrucción. Es decir, vemos una profunda polarización política y afectiva, resultado de una histórica política de Estado que, en lo cotidiano, también afecta cualquier posibilidad de mutuas empatías y diálogos constructivos en favor de una mejor nación.

Por otro lado, esas polarizaciones, igualmente coexisten con un intenso populismo, que alimenta constantemente la jerarquización política y moral de grupos antagónicos: revolucionarios y contrarrevolucionarios. El primero, supuestamente representativo de formas de ser-estar, voluntades o perspectivas unificadas y universales. El segundo, asociado a modos de ser-estar, voluntades o perspectivas enemigas, ilegítimas que deben curvarse ante una supuesta mayoría o desaparecer.

Salvando las debidas proporciones, se pueden establecer algunas semejanzas entre Cuba y Brasil, en lo referente a como la sociedad todavía funciona cargando una enfermedad antidemocrática. Sin embargo, hay una gran diferencia que me gustaría destacar y que sería una de las principales cosas que podemos aprender para una futura Cuba democrática.

Mientras que, en Brasil, la polarización y el populismo, en los términos expresados hasta aquí, son movidas a partir de la posibilidad de otras referencias que se disputan entre sí proyectos de sociedad, en Cuba, estas otras referencias han sido saboteadas y, por tanto, son prácticamente nulas actualmente. La sociedad cubana prevalece arraigada a una falta de esperanza con relación a otros proyectos posibles de país, alternativos al actual. El populismo y la polarización, además de otros mecanismos represivos, han conseguido calar profundo en la población, hasta el punto de tener un pueblo resignadamente desesperanzado, que tampoco se asume y valora a sí mismo como sujeto colectivo con capacidades de agenciamiento y portador de derechos. Y esto, con ciertas particularidades, desde mi punto de vista aplica no solo para aquellos sectores de la población que no simpatizan con el actual gobierno y, sin embargo, permanecen desmovilizados. También aplica para los sectores simpatizantes, que se afianzan en que la única opción política viable para el país es la actual. Obviamente, en los grupos opositores esta realidad no tiene sentido.

Para ejemplificar un poco los anteriores argumentos, te voy a contar una vivencia que tuve, al principio de mi llegada a la Universidad de Brasilia (UnB) —universidad pública— Brasil, para hacer mi doctorado. Esto fue en los primeros días de marzo del 2013.

Fui al restaurante universitario de la UnB con una colega de mi clase. Entramos y cogimos el plato —no eran bandejas como en Cuba— para servirnos la comida, que estaba disponible en una mesa buffet. Estando en la fila para servirnos la comida, percibo que mi plato tenía un pequeñito resto de comida en una de sus orillas. Automáticamente, le quité esa suciedad con mis propias manos, que ya me las había higienizado con el agua, el jabón y el alcohol que estaban disponibles a la entrada del restaurante. Mientras continuaba esperando en la fila y conversaba con mi colega, percibí que ella también encontró otra pequeña suciedad en su plato. Pero a diferencia de mí, ella regresó a donde estaba la persona que cuidaba de los platos y le pidió, con una sonrisa en el rostro, que se lo cambiara por otro que estuviese limpio. Yo me sorprendí negativamente con esa actitud. Enseguida pensé: “mira ella, por tan poca cosa exige que le cambien el plato”. Pero más me sorprendí cuando vi la reacción de la persona que recibió el plato. Esta le dijo: ¡ah, claro, disculpa, con mucho placer! y le entregó un plato limpio mientras sonreía.

Yo no entendí tan rápido lo que había acabado de percibir. Mi colega se incorporó a mi lado y yo, curioso, no puede evitar preguntarle: ¿qué pasó con tu plato, estaba muy sucio? Ella me respondió, con total tranquilidad, naturalidad: “no, era pequeña cosa, pero bueno lo cambié para que ellos supieran que estaban saliendo platos sucios. De todas formas, es responsabilidad de ellos ofrecernos un servicio con buena higiene que cuide nuestra salud. Ese plato con restos de comida puede tener bacterias”.

Yo tuve vergüenza de mí mismo. Venía de un país donde me había pasado casi toda mi vida, como estudiante y después profesor universitario, comiendo en bandejas embarradas con restos de comida y la mayoría de las veces engrasadas porque solo las lavaban con agua y, en el mejor de los casos, con agua y cloro. Y jamás, me había reconocido con el derecho legítimo de reclamar por eso, o había visto a alguien reclamar por esos detalles, que ponían riesgo nuestra salud. Pero, este autorreconocimiento, le “sobraba” a mi colega y, simultáneamente, la funcionaria que cambió el plato también era consciente de sus responsabilidades y de los derechos de mi colega.

Entonces, todas estas ideas, revelan que, en el caso de Cuba, ya no se trata solamente de la existencia de una sociedad atravesada por una polarización política y afectiva, con falta de empatía frente a violación de derechos del otro, que segrega y enfrenta grupos sociales entre sí. Igualmente, se trata de una sociedad marcada por la falta de autorreconocimiento en cuanto sujeto político, portador de derechos, y también marcada por cierta falta de confianza y de valor en sí misma. Así que el mayor problema de la realidad cubana hoy, entiendo que va más allá del derrocamiento del actual gobierno postotalitario.

Es decir, considero que, de las experiencias democráticas en nuestra región y otras, lo más importante que debemos aprender para una futura Cuba democrática es a consolidar otras formas de sociabilidad que, pautadas en una reconfiguración cognitiva, estructural, simbólica y afectiva, posibilite otros pactos civilizatorios —en el sentido de Norbert Elias— y una convivencia democrática basada en un autocuidado en cuanto sociedad. Sólo así, se podrá evitar que en esa otra Cuba posible se reproduzcan a nivel social y político, otras o las mismas estructuras y subjetividades opresivas que hoy existen.

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Centro de Estudios sobre el Estado de Derecho y Políticas Públicas

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