Pero para mayor sombra o coincidencia, todo indica que ciento sesenta y un años después de Gettysburg, aquella gran batalla de tres días y cincuenta mil víctimas que definió la Guerra Civil, esas dos Américas irreconciliables, que no se hablan, que no acuerdan, que sienten desconfianza y animadversión por el otro; esas dos Américas que hoy expresan valores bastante contrapuestos acerca de la vida y los contratos sociales, tendrán mañana, 5 de noviembre de 2024, como escenario definitorio nuevamente a Pensilvania.
«En este país, estadounidense significa blanco.
Todos los demás tienen que usar guiones.»
Toni Morrison
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Durante la primera mitad del siglo XX se produjo la consagración de Estados Unidos como nuevo poder mundial. Eventos como el Tratado de Paris de 1898, que puso fin a la guerra hispano-estadounidense, el fin de la neutralidad de Washington en la Primera Guerra Mundial con el envío de más de un millón de hombres a combatir, la creación de la Liga de las Naciones promovida por el presidente Woodrow Wilson, la tardía pero importante participación en la Segunda Guerra Mundial, el establecimiento de un nuevo orden a través de la Organización de Naciones Unidas (ONU), heredera de la anterior iniciativa multilateral, la creación y consolidación de la Alianza Atlántica (OTAN), sumado al declive de las antiguas metrópolis, la devastación en Europa y el Plan Marshall[1], marcaron la supremacía de los Estados Unidos en las decisiones globales.
No es casual entonces que el período posterior a 1945 haya sido denominado como Pax Americana, por ser Estados Unidos el hegemon, el estado que ejercería el mayor dominio y autoridad sobre otros, el líder de los poderes duros y blandos, a pesar de la división del mundo en dos sistemas sociopolíticos que rivalizaron durante la Guerra Fría y sus consecuencias, la carrera nuclear, armamentista y espacial, los conflictos regionales, el gran debate ideológico sobre la libertad, la propiedad y las clases sociales, o lo que es lo mismo, el enfrentamiento a escala planetaria sobre cuál sería el más eficiente y justo de los ordenamientos sociales.
Internamente, sin embargo, esa primera mitad del XX fue un período de expansión económica, de luchas sindicales, de segregación racial institucionalizada, de lucha por los derechos civiles y por el voto femenino, logrado a través de la Enmienda XIX, ratificada en 1920. También fueron años de crisis y de recuperación económicas, a través de lo que se conoció como New Deal, bajo la conducción de Franklin D. Roosevelt, el único presidente de los Estados Unidos que ganó cuatro elecciones presidenciales y ha gobernado por más tiempo, desde 1933 hasta su muerte en 1945.[2]
La segunda mitad del siglo XX y los primeros años del XXI vieron alternancias de demócratas y republicanos bajo patrones e intereses no iguales pero similares respecto a la agenda ideológica, política y social, en sus trazos centrales, a pesar del traspaso de miembros entre los partidos, como apuntado anteriormente.
Había, y aún hay, coincidencias en los temas centrales que sostienen al sistema, al orden prevaleciente, a pesar de los énfasis e intereses específicos. Entre esas coincidencias destacan la defensa a ultranza del capitalismo y la propiedad, como baluartes centrales del modelo, la búsqueda de ganancias a prácticamente cualquier costo, el predominio de la individualidad sobre los valores colectivos, la asimilación pero también el cuestionamiento de los prejuicios de clase, raza, género e inclinación sexual, y como consecuencia, la reproducción de la cultura de gueto y de una relación compleja, por momentos tirante, entre mezcla y segregación, entre diversidad y homogeneidad, entre asimilación y autarquía.
El triunfo y los dos mandatos de Ronald Reagan en la década del ochenta, la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS y del contendiente socialista, contribuyeron tremendamente a la estandarización de los valores neoconservadores y las ideas y prácticas neoliberales. Reagan fue un presidente determinado, simpático y popular. Al punto que logró sumar a sus visiones del entramado social y del mundo a una parte considerable del espectro político del país y cuarenta años después seguimos bajo un «fin de la historia» que, como sabido, no acaba de terminar pero que inclinó la balanza ideológica hacia una visión más conservadora de la vida, las relaciones políticas y sociales a escalas local y global, en un período de aceleración de la interdependencia y la globalización.
Si algún presidente, o período presidencial, merece ser destacado por su ascendencia doméstica e internacional es el de Ronald Reagan, aunque su contribución al cambio no fue necesariamente incluyente y progresivo. O sea, el actor de Hollywood y exgobernador de California no solo «ganó» la Guerra Fría, en esa suerte de simplificación que tan bien funciona en el juego político y electoral, sino que impactó de manera decisiva en los años siguientes, incluidos los de ahora mismo.
Quizás hoy el propio Reagan se escandalizaría con los alcances de sus impulsos conscientes a la desregulación, la amplia libertad de los mercados, el triunfo del capital por sobre el resto de las variables, la alta concentración de los poderes económicos y su consecuente empobrecimiento relativo de amplios sectores de la clase media estadounidense. También con la animadversión y desconfianza entre los dos partidos centrales del país.
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En los Estados Unidos hay tendencias que son una constante tanto en la política interna como externa. En el plano local se debate con determinación acerca de la mayor o menor participación del Estado en los asuntos económicos y sociales y desde la perspectiva internacional se puja acerca de qué responde mejor a los intereses del país, si aislarse y protegerse o participar e intervenir más activamente en los asuntos mundiales.
Durante buena parte del siglo XX todas las presidencias y los poderes constituidos se manejaron sin grandes cambios en lo que parecía ser la simbología y la estructura de un sistema, su modelo de gobierno, el funcionamiento y los accesos a los poderes centrales. Independientemente a la participación o no en guerras, al enfrentamiento entre sistemas planteado por la URSS, el campo socialista y el Pacto de Varsovia, y a los jaleos internos por más y reconocibles derechos ciudadanos, las luchas sindicales y los nuevos actores de la sociedad civil, en los Estados Unidos de América seguía siendo claro quiénes ostentaban privilegios y quiénes estaban llamados a luchar por los dichos de igualdad contenidos en la Declaración de Independencia de 1776, en aquella hermosa y aspiracional frase de que «todos los hombres son creados iguales».[3]
La Ley de Derechos Civiles de 1964 es resultado directo de lo anterior, de esa declaración por tanto tiempo retórica, inconclusa, parcial. Con la ley firmada por Lyndon B. Johnson, la lucha por la letra, el alma y el espíritu de una nación llegaban a un nuevo estadío, aunque pasarían muchos años hasta que tal reconocimiento alcanzara un lugar para muchos impensable.
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El día de la toma de posesión de Barack Obama como cuarenta y cuatro presidente de los Estados Unidos de América muchos creyeron que sería el fin o, al menos, un importante avance en materia de igualdad; que se había llegado a un escalón a partir del cual existiría una nueva comprensión y relación entre los distintos grupos humanos. Se llegó a pensar, incluso, en una era post-racial. El nuevo inquilino de la Casa Blanca dijo entonces que se debía alcanzar «otra versión de Estados Unidos, lejos de jerarquías, explotación, violencia y diferencias culturales».[4]
En su discurso inaugural, bajo amenaza de atentado terrorista y ante más de un millón y medio de personas, Obama habló de la historia y los valores del pasado: «Honestidad y trabajo duro, coraje y juego limpio, tolerancia y curiosidad, lealtad y patriotismo. Esos valores son viejos. Esos valores son ciertos».[5] También habló de una «nueva era de paz». Poco antes, el 4 de noviembre de 2008, día de su triunfo, citó a Abraham Lincoln y a Martin Luther King, e hizo referencia al «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; esta es su victoria».[6] Y dijo más, habló de los retos del futuro, de la lucha incesante por lograr que «todos sean iguales, todos sean libres y todos tengan derecho a la búsqueda de la felicidad», como si sus preocupaciones y objetivos de gobierno fueran dictados desde aquel famoso discurso de Lincoln en el entierro a los caídos en Gettysburg, hacía ciento cuarenta y cinco años, en medio de la Guerra Civil.
Obama, con su mensaje optimista, proactivo, de cambio, «Hope and Change» y «Yes, We Can», había derrotado ampliamente, por 365 votos electorales contra 173, al candidato republicano John McCain. Hasta ese momento también sería el candidato presidencial más votado de la historia, con cerca de setenta millones. Pero a pesar de su buena voluntad, de proponerse un gobierno de y para todos, muy pronto tuvo que aceptar que sus declaraciones sobre la nueva era y la igualdad eran apenas aspiraciones, como antes fue la aseveración de que «todos los hombres son creados iguales», al tiempo que reconoció su ingenuidad.[7]
Al igual que Lincoln, Obama era un senador por el estado de Illinois en su primer período, sin experiencia ejecutiva, y presentó su candidatura presidencial con pocas probabilidades de éxito. Al igual que Lincoln, Obama era poco conocido fuera de Chicago hasta la Convención Demócrata del 2004 en la que como orador defendió la candidatura de John Kerry.[8] Al igual que Lincoln, Obama es un magnífico orador, que buscó superar la fragmentación y el partidismo y considera la humildad un valor político. Al igual que Lincoln, eligió a su rival en la muy dura y ríspida interna demócrata, Hillary Clinton, como secretaria de Estado. Y como sucedió con Honest Abe, su mandato comenzó con la mayor crisis económica en casi cien años y enfrentó una oposición pocas veces vista, automática y total, de parte del partido opositor.
Obama podía incluso impulsar parte de la agenda republicana, y lo hizo, podía buscar persuadir y estar dispuesto a escuchar a la otra parte, pero durante sus ocho años de presidente cualquier iniciativa chocaba y chocaría contra un muro, contra oponentes que no dispensaban siquiera atención.
Menos de un mes después de aquel discurso inaugural del 20 de enero del 2009 surgieron movimientos que no habrían tenido lugar si hubiera sido Hillary Clinton o cualquier otro demócrata el triunfador. Fueron reacciones instantáneas. Como el fuego que sigue a la chispa o la pelota que rebota en la pared.
Desde el mismo día de la toma de posesión, la tropa republicana comenzó un intenso cabildeo que derivó en la conformación casi inmediata del llamado Tea Party, como movimiento político, y otras derivaciones más sanguíneas y violentas como los Oath Keepers, los Guardianes del Juramento, constituidos en marzo del 2009 como una milicia de extrema derecha que consideraba que el gobierno de entonces violaba la Constitución. Para mayor claridad acerca de quiénes se trata, hay que decir que varios de sus miembros más destacados cumplen largas condenas por el asalto al Capitolio el 6 de enero del 2021, justo por violar severamente la Constitución y los valores democráticos y republicanos.
El Tea Party, por su parte, constituyó una iniciativa y un movimiento fundamental en la oposición al gobierno de Obama. Acentuaron la retórica conservadora, el partidismo, los bloqueos en el legislativo, la guerra cultural, aunque no se le mencionara en esos momentos desde ese lugar. Fueron muy importantes en el triunfo de la llamada ola republicana que tomó control del Congreso en las elecciones de Medio Término del 2010. Los objetivos del Tea Party quedaron muy claros desde el comienzo, aunque también fueron evidentes en su desaparición, pues para 2016, con el triunfo de Donald Trump, el movimiento dejó de tener sentido y simplemente dejó de existir. Su misión ya estaba cumplida.[9]
El problema es que, para muchos, el nuevo presidente no era uno más.
Barack Hussein Obama llegó a la presidencia a los 48 años. Es hijo de padre africano, de Kenia, y madre blanca de Kansas. Nació en Hawái y buena parte de su infancia la pasó en Indonesia. Como afrodescendiente, tenía rasgos físicos y valores identitarios que lo distinguían de los cuarenta y tres presidentes anteriores. Y esa novedosa imagen para el puesto más importante de los Estados Unidos y del mundo no vendría sin costos y resistencias de todo tipo. Así, fue representado en caricaturas y posters, muchas veces de manera burlesca, peyorativa y violenta. Le fue cuestionada, incluso, su ciudadanía estadounidense. Simplemente porque él no podía ser. A pesar de sus títulos en la Universidad de Columbia, en la prestigiosa escuela de Derecho de Harvard y de haber sido profesor de Derecho de la Universidad de Chicago, entre otros muchos valores claramente identificables; a pesar de ser un total convencido de los valores del capitalismo, de lo cual dio temprana muestra con el apoyo a Wall Street y los Bancos más importantes, con el fin de evitar el colapso del sistema, aprobando una inyección récord de recursos para el sector. Total, poco después, algunos de los principales directivos de Wall Street ni siquiera asistieron a una reunión convocada por el presidente en la Casa Blanca y se mostraron resistentes al apoyo que solicitaba el inquilino de 1600 Pensilvania Avenue para la reforma financiera.[10]
Y es que acá hablamos de un candidato que desde la interna demócrata tuvo necesidad de tener protección especial, adicional, alguien que claramente no era uno más.[11]
El presidente cuarenta y cuatro es pragmático, apasionado, carismático, elocuente, empático, excelente orador, persuasivo, hombre sensible y al mismo tiempo determinado, como demostró en numerosos decretos presidenciales y en su entusiasmo al enfrentar al terrorismo, el uso de drones y la promoción de misiones militares especiales, aunque poco antes había condenado con claridad las invasiones a Irak y Afganistán y pedido el cierre de la cárcel en la Base Naval de Guantánamo.
Aunque Obama era y es un convencido de los valores del sistema estadounidense y del capitalismo, de ser un presidente que tuvo éxito en el manejo y la salida de la crisis del 2008, que generó empleos como pocos e hizo crecer significativamente la economía, no pudo evitar el comienzo del no acuerdo, de manera abierta y aguda, el no consenso, la necesidad de gobernar por decreto, la polarización más descarnada y el enfrentamiento más intenso y profundo en mucho tiempo.
Tal comportamiento opositor había tenido un fresco antecedente en Newt Gingrich, como Speaker of the House, como líder de la bancada republicana en el Congreso, quien en la llamada «revolución republicana»[12] de mediados de los noventa en la Cámara de Representantes, y bajo su Programa de gobierno Contrato con América, ejerció un fuerte enfrentamiento al gobierno de Bill Clinton.[13] Pero frente a Obama, tal diferendo escalaba a otro nivel, era más evidente e inmediato. Al menos en los noventa los oponentes políticos todavía se daban el lujo de conversar.
Hubo otros factores que se superpusieron a la llegada de Obama y favorecieron el descontento de amplias masas de ciudadanos blancos, en particular del Rust Belt y el Medio Oeste. A la profundidad de la propia crisis se sumaban la creciente desindustrialización, la fuga de empleos, décadas de bajos o ningún crecimiento, ingresos bajos, poca movilidad social. Buena parte de ese electorado tenía la sensación de que se estaba quedando atrás, aunque este era un proceso muy anterior a Obama.
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Muchas veces se ha dicho, se dice, que la llegada de Donald J. Trump significó un quiebre en la tradición presidencial de los Estados Unidos, cuando en realidad es Obama quien rompe con los estándares que desde la conciencia colectiva y la realidad práctica se han ido moldeando para ese cargo y ese simbolismo desde 1776. Personajes como Trump y discursos como los de Trump se han visto antes en la escena política de alto nivel, pues son consustanciales a este sistema y sus élites de poder. Pat Buchanan es un ejemplo, relativamente reciente, aunque tampoco el único.
Buchanan, asistente de los gobiernos de Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, fue precandidato republicano en 1992 y 1996, y estuvo años hablando insistentemente de «America first», de «ilegal aliens» (la primera ley que incluye el término o categoría «ilegal aliens» es de 1924 y America First fue empleado como eslogan para justificar el aislacionismo y la no intervención en la Segunda Guerra Mundial). Patrick Joseph Buchanan también mencionaba la necesidad de construir un muro y militarizar la frontera sur; cuestionaba a la OTAN, la globalización, el multiculturalismo, el derecho al aborto, el derecho de los gays, etc.. Su discurso sobre lo que denominaba «guerra cultural» es de 1992, donde se refirió a «la guerra religiosa por el alma de los Estados Unidos» y calificaba a los demócratas como el otro lado, distantes de los verdaderos valores norteamericanos, los «puros».[14] De hecho, hay quien dice que Trump no es otra cosa que Pat Buchanan en el momento adecuado, cuando las condiciones fueron más favorables.
Las «mejores condiciones» que no tuvo Buchanan llegaron después del choque brutal que para una parte importante de los poderes tradicionales significó la llegada de Obama a la Casa Blanca; cuando lejos de significar el nacimiento de una «nueva era» y a pesar de las muy evidentes simpatías de buena parte de los líderes mundiales por el presidente afrodescendiente, significó un deterioro de la relación entre las razas si se compara con las que existían en el año 2000, según encuestas.[15]
O sea, la excepción a la norma y a la tradición fue Barack Hussein Obama; alguien que para muchos solo les basta imaginar o pronunciar su nombre, pues con solo eso ya es suficiente. Obama, además de ser la causa inmediata, el percutor de la pronta aparición del Tea Party y la posterior llegada de Trump al poder, la razón del abroquelamiento y el motivo de unidad republicana, viene a significar lo mismo que antes fueron los derechos garantizados en las Enmiendas XIII, XIV y XV posteriores a la Guerra Civil para la aparición de las leyes Jim Crow, o lo mismo que representó la Ley de Derechos Civiles de 1964 para la puesta en marcha de la Estrategia Sureña y la ampliación de las figuras penales que castigaban más severamente a afrodescendientes y latinos.
La llegada al poder de Obama entraña una paradoja en la que dos o más opuestos son ciertos. Tanto el progreso indiscutible que significa el triunfo del primer afrodescendiente al puesto más importante de los Estados Unidos, como las persistentes desigualdades, injusticias sistémicas, prejuicios raciales y la conformación de un frente que reacciona prejuiciosamente a su mandato, son elementos verificables, hechos que conviven en la política y la sociedad estadounidenses.
Estos son temas para nada exactos, en los que inciden numerosas variables con diferentes pesos, pero en ningún caso serían casuales. Obama, incluso a su pesar, fue el principal catalizador del ascenso y asimilación sectorial de Trump. Sería erróneo e injusto decir que lo creó, del mismo modo que poco objetivo creer que Trump es una rara avis en la política norteamericana.
Make America Great Again (MAGA) y Build the Wall han sido claros incentivos al etnonacionalismo, al resentimiento racial hoy expresado en la fobia e incluso el asco a los inmigrantes, los privilegios cuestionados a las minorías, las mujeres y todo aquel que sea diferente a la visión uniformadora y pretendidamente pura que sobrevive en una porción de la conciencia social de un país. Nada de esto es casual ni de nueva aparición.
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Algunas encuestas recientes muestran algunos resultados alarmantes sobre la salud de la federación que tampoco son nuevos. En 2021, por ejemplo, Bright Line Watch y YouGov informaron que el 66% de los republicanos del sur apoyaban la separación de la Unión y el establecimiento de un Estado independiente.[16]
Recientemente, la congresista republicana por Georgia Marjorie Taylor Greene fue más lejos al defender la separación de los estados demócratas y republicanos. «Necesitamos un divorcio nacional. Necesitamos separar los estados rojos y azules y reducir el gobierno federal». La congresista también se refirió a «los enfermizos y repugnantes problemas de la cultura woke (…) hasta las traidoras políticas de los demócratas».[17] Greene no es la primera representante federal que defiende públicamente la secesión, algo que ha aumentado en los últimos años, en particular después de la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, catalizador de infinidad de problemas de autoestima y temores de una amplia masa de ciudadanos que ven en la raza un galardón superior o inferior, según corresponda.
Steven Hahn, premio Pulitzer, profesor de la Universidad de Nueva York y autor del magnífico Illiberal America: A History, considera que «El antiliberalismo estadounidense está profundamente arraigado en nuestro pasado y se alimenta de prácticas, relaciones y sensibilidades que han estado cerca de la superficie, incluso cuando no han saltado a la vista». Hahn cree que «La historia del antiliberalismo es la historia de Estados Unidos».[18] La actualidad del antiliberalismo, como bien explica Hahn, ha tenido infinidad de expresiones en los últimos tiempos con muestras de buena salud, una de las cuales fue el mencionado asalto al Congreso el 6 de enero de 2021.
El rechazo a la diversidad y a los derechos de otros grupos humanos son visiones y comportamientos asentados en la conciencia de una porción considerable de la nación estadounidense, como traumas no superados, que no fueron eliminados con el fin del conflicto armado ni con todo lo que ha sucedido después. Al menos no lo suficiente. No es una cuestión concluida. Por lo que todavía sobrevive un nutrido grupo humano que teme y desprecia al diferente.
Alcanzar sociedades en las que convivan las diferencias y prevalezcan los acuerdos siempre ha sido un proceso largo, difícil, por momentos conflictivo, tormentoso, y no es algo exclusivo a los Estados Unidos.
Salvando todas las distancias que impone el paso del tiempo, en esta América partida en dos, de pasiones y desprecios a la idea liberal, de rechazo y asco a la visión conservadora, Lincoln y Jefferson Davis, Robert E. Lee y Ulysses Grant, Frederick Douglass y Alexander Stevens, fueron el pasado, no tan distante, de las diferencias que hoy vemos en Barack Obama y Steve Bannon, en Donald Trump y Bernie Sanders, en Kamala Harris y Mitch McConnell; con partidos que han mutado, se han adaptado, pero que en esencia representan dos visiones contrapuestas sobre diversos temas, atravesando períodos de mayor o menor animadversión pero que no indican la desaparición de dos corrientes con eventuales problemas de convivencia cívica en una estructura política e institucional en crisis, incapacitada de renovación y muchas veces de sentido común.
No es difícil concluir que a lo largo de todo este tiempo la apelación al miedo, los prejuicios y la estigmatización ha sido una herramienta que ha estado presente en la política de los Estados Unidos. Por momentos, la radicalización, la polarización es tan aguda y pareja que se hace imposible la generación de consensos lo cual impide la solución de los problemas.
Todo lo anterior se ha desarrollado en el marco de un sistema institucional que ha seguido las pautas constitucionales y legales que se han heredado. Las estructuras concebidas en el pasado, esas que buscaban previsibilidad, permanencia y equilibrio, la de los llamados Padres Fundadores, quienes incluso valoraron la idea de una monarquía constitucional para este país, impiden que el presente se adapte, supere y prospere de manera sensata y eficiente.
Lo que un día fue un poderoso instrumento institucional para evitar la corrupción, los excesos, el despotismo y el autoritarismo, para hacer atractiva la entrada a la Unión de los estados más pobres o menos favorecidos, expresados en los famosos Check & Balances, el Colegio Electoral, la misma cantidad de senadores para cada Estado y la opción cuestionablemente democrática de elegir altos cargos federales, como los jueces de la Corte Suprema y la propia presidencia, sumado a la radicalización y al virtual empate de los dos partidos en el Congreso, hoy hacen prácticamente imposible, sino la superación, al menos el debate a fondo de los muchos temas que arrastra el país, sin posibilidades reales de actualización y mejora.
Todos los sistemas políticos se establecen y legislan para su permanencia, y los Estados Unidos de América no constituyen una excepción. Pero lo que una vez fue virtud, mañana no necesariamente lo será. El día que solo importe el sistema por el sistema, y no los intereses «del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», entonces las estructuras del espacio público habrán perdido capacidad de acción, buena parte de su real sentido, adhesiones, confianza y respeto.
Pero para mayor sombra o coincidencia, todo indica que ciento sesenta y un años después de Gettysburg, aquella gran batalla de tres días y cincuenta mil víctimas que definió la Guerra Civil, esas dos Américas irreconciliables, que no se hablan, que no acuerdan, que sienten desconfianza y animadversión por el otro; esas dos Américas que hoy expresan valores bastante contrapuestos acerca de la vida y los contratos sociales, tendrán mañana, 5 de noviembre de 2024, como escenario definitorio nuevamente a Pensilvania.
[1] Programa de trece mil millones de dólares para la recuperación de Europa Occidental, con el objetivo de prevenir las hambrunas y el caos político y social. El Plan Marshall, denominado Programa de Recuperación Europea (European Recovery Program (ERP)) también aseguró la influencia de los Estados Unidos sobre esa región. El programa debe su nombre al secretario de Estado de 1947 a 1949 George Marshall, quien recibió el Premio Nobel de la Paz en 1953.
[2] Roosevelt rompió con la tradición presidencial instaurada por George Washington de cumplir solo dos mandatos en el cargo, bajo el argumento de que el país estaba en guerra. El 21 de marzo de 1947, durante el mandato del vicepresidente y sustituto de Roosevelt, Harry S. Truman, se aprobó la Enmienda XXII a la Constitución de los Estados Unidos, que establece un límite de dos mandatos presidenciales.
[3] National Archives. La Declaración de Independencia. https://www.archives.gov/espanol/la-declaracion-de-independencia.html
[4] Obama, Barack, en David Axelrod. The Axe Files Podcast, Ep. 538, President Barack Obama, June 15, 2023.
[5] President Barack Obama’s Inaugural Address, January 20, 2009, The Obama White House, https://www.youtube.com/watch?v=3PuHGKnboNY
[6] President-Elect Barack Obama Victory Speech, November 5, 2008, Chicago, Illinois. https://youtu.be/jJfGx4G8tjo?si=NRMwEXmZVIMm-qm2
[7] Obama, Barack H.. The Promised Land. Random House. 2020.
[8] El Confidencial. Adios Obama, esta es la América que dejas. https://www.elconfidencial.com/mundo/2016-11-06/obama-america-legado-promesas_1285229/
[9] Lo mismo se puede asegurar de organizaciones contrarias como Black Lives Matter (BLM). Quienes tuvieron su momento de mayor presencia y actividad durante los años de gobierno de Donald Trump. Con todo, BLM sigue activa. La diferencia central entre ambos grupos quizás radica en los propósitos de unos y otros, en quiénes defienden derechos y quiénes privilegios.
[10] Sorkin, Andrew Ross. Putting Obama on Hold, in a Hint of Who’s Boss. The New York Times. https://www.nytimes.com/2009/12/15/business/15sorkin.html
[11] Obama, Barack H.. Ob. Cit.
[12] La revolución republicana de mediados de los años noventa pone fin a cuarenta años de mayoría demócrata en el Congreso.
[13] Chotiner, Isaac. The Passion of Newt Gingrich. https://www.newyorker.com/news/q-and-a/the-passion-of-newt-gingrich
[14] Patrick Joseph Buchanan, Culture War Speech: Address to the Republican National Convention, 17 august 1992, en Voices of Democracy,m https://voicesofdemocracy.umd.edu/buchanan-culture-war-speech-speech-text/
[15] Dimock, Michael. How America Changed During Barack Obama’s Presidency. Pew Reasearch Center. https://www.pewresearch.org/social-trends/2017/01/10/how-america-changed-during-barack-obamas-presidency/
[16] Bright Line Watch. Still miles apart: Americans and the state of U.S. democracy half a year into the Biden presidency, Bright Line Watch June 2021 surveys. https://brightlinewatch.org/still-miles-apart-americans-and-the-state-of-u-s-democracy-half-a-year-into-the-biden-presidency/
[17] Pettypiece, Shannon. Marjorie Taylor Greene calls for a ‘national divorce’ between liberal and conservative states, Feb. 20, 2023, NBC News. https://www.nbcnews.com/politics/congress/marjorie-taylor-greene-calls-national-divorce-liberal-conservative-sta-rcna71464
[18] Hahn, Steven. The Deep, Tangled Roots of American Illiberalism. New York Times, May 4, 2024. https://www.nytimes.com/2024/05/04/opinion/trump-second-term-illiberalism.html?auth=login-google1tap&login=google1tap
Otras referencias:
– Armas, gérmenes y acero, Jared Diamond
– Breve historia de Estados Unidos, Philip Jenkins
– The Story of American Freedom, Eric Foner
– Historia de Estados Unidos, Carmen de la Guardia Herrero
– The Deep, Tangled Roots of American Illiberalism, Steven Hahn
– The Rise and Fall of the Second American Republic: Reconstruction, 1860–1920, Manisha Sunha
– Lincoln: The Making of a President, The Pivotal Year, «I Want To Finish This Job», and Now He Belongs to the Ages, Life Stories, Youtube, ABC
– America’s democracy has become illiberal, Fareed Zakaria
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