La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí

La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí


Para la integración de América Latina y el Caribe debería importar más el futuro que el pasado

Algunos especialistas en relaciones internacionales sostienen que estamos inmersos en un orden no hegemónico, sobrecargado de desencuentros, fricciones, luchas y peligros y cuya duración puede ser prolongada. Otros autores hablan de un interregno entre un orden mundial post guerra fría que no acaba de morir y algo nuevo aún difuso y que no acaba de nacer. Lo cierto es que vivimos en un mundo peligroso y su futuro es una incógnita, pero tenemos que intentar hacerlo lo mejor posible.

03 Feb 2025
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Imagen © gub.uy

Roberto Veiga González agradece a Ariel Bergamino por acceder a esta entrevista, en la que contribuye al análisis sobre los desafíos actuales -y futuros- de la región latinoamericana y caribeña, quizá como comunidad, desde su conocimiento vasto, experiencia intensa como protagonista, compromiso humanista y político radical, y sapiencia probada.    

Ariel Bergamino, cursó estudios de medicina e historia y fue un luchador contra la dictadura en Uruguay, por lo que estuvo preso y luego exiliado entre 1979 y 1984. Una vez restablecida la democracia ocupó cargos políticos y de gobierno, entre los que se destacan, asesor político en campañas electorales, en la Intendencia Municipal de Montevideo, en la Presidencia del Frente Amplio y en la Presidencia de la República, así como de embajador en Cuba y después como subsecretario del Ministerio de Relaciones Internacionales. También ha sido director del área de Descentralización y Desarrollo Local del Instituto de Investigaciones y Desarrollo (IDES) y coordinador del Grupo de Análisis Prospectivo en el marco del Programa de la Fundación Ebert en Uruguay (FESUR).

En América Latina y el Caribe prolifera la idea de que sus países marchen juntos. ¿Cuáles han sido los aciertos y desaciertos de estos empeños durante los últimos treinta años, y en qué punto está actualmente la región al respecto?

Como proliferación viene de muy lejos y su recorrido denota  un marcado contraste entre  la vocación, los  impulsos, la variedad de organizaciones, una  retórica cargada de referencias a la integración como inexcusable mandato histórico y/o llave maestra para un futuro inexorablemente venturoso. También sobre los logros concretos de la misma en términos de infraestructura, transportes y conectividad, desarrollo productivo, comercio e inversiones, cohesión social, seguridad alimentaria, educación, salud, migraciones, energía, cambio climático, gestión de riesgos de desastres naturales, defensa o   combate al crimen organizado

Cierto que en tanto proyecto estratégico y construcción histórica los procesos de integración no son sencillos, ni lineales, ni instantáneos; pero tampoco debieran ser un objetivo nunca ausente en las agendas, pero siempre inalcanzable en la práctica, ni un mausoleo de buenos propósitos. Tampoco debiera estar a merced de la voluntad de los gobernantes de turno o de la sintonía ideológica entre ellos, ni conformarse con ser una próspera industria de informes de diagnóstico, seminarios y reuniones de alto nivel.

Son muchas las razones de tal desfasaje, así como los problemas y la frustración que el mismo genera y de su variado carácter y alcance. Van desde las dificultades para construir un  proyecto estratégico común  a la carencia de  un liderazgo individual o colectivo fuerte y propositivo a tal fin, pasando por el bajo nivel de interdependencia cuando no la desconfianza recíproca entre sus  integrantes, la inestabilidad política y los déficits democráticos en varios países, la inadecuada institucionalidad de la integración regional, la no resuelta tensión entre ideología y pragmatismo o entre integración y soberanía,  así como  una multiplicidad de circunstancias extra regionales. Este amplio arco de factores confluye y se expresa en lo que hoy somos: una región fragmentada en sí misma e irrelevante en el escenario global (por demás complejo e incierto, dicho sea de paso).

El panorama no es alentador, pero ¿debemos resignarnos al mismo?, ¿debemos renunciar a la posibilidad de integrarnos como región y tener mayor protagonismo en el escenario global? Por cierto, que no, pero con lamentarnos no se resuelven los problemas, tampoco con repetir las omisiones, los errores y las frustraciones que condujeron a este presente en el que, como en todo presente, también anida el futuro.

Ello, lejos de agobiarnos, debiera estimularnos. Al fin y al cabo, en materia de integración lo que realmente importa es el futuro (mucho más que el pasado). Por cierto, que no todo futuro es mejor ni perfecto, pero en nosotros está construir el mejor futuro posible en términos de integración. En tal sentido la integración está siempre en nuestra agenda, pero ¿cuál es la agenda de la integración?

¿Cuáles beneficios podría alcanzar la región mancomunadamente a favor de todos sus países y de cada país? ¿Cuáles podrían ser las estrategias realistas, complejas y multifacéticas, que aprovechen las sinergias entre las sociedades de la región, para ganancia de todas y de cada una de ellas?

El primero: ser una región y actuar como tal en sí misma y en el escenario global, en el que actualmente es un actor de reparto.

Hay muchos otros beneficios de corto, mediano y largo plazo y todos o casi todos están enunciados o se identifican como objetivos en las actas constitutivas, declaraciones, informes y memorias del universo de organismos referidos a la integración. Esta masa documental está disponible y es accesible vía web, por lo que no me detendré en este punto.

O, mejor dicho, prefiero abordarlo desde otra perspectiva.

Si fuésemos una región integrada no habríamos sido tan vulnerables ante la pandemia Covid 19. Latinoamérica representa el 8% de la población mundial, pero tuvo el 30% de los muertos por Covid en todo el mundo. En lo que refiere a la epidemia en sí, la desintegración nos impidió coordinar medidas y comprar vacunas como región. Ni que hablar de las consecuencias de la pandemia en términos socio económicos, pues cada país hizo lo que pudo y salió como pudo, pero ninguno salió bien.

Si fuésemos una región integrada los uruguayos no tendríamos que hacer una o dos escalas para volar desde Montevideo a Brasilia, La Paz, Quito, San José de Costa Rica o Ciudad México. Y no somos los únicos con esta situación.

Si fuésemos una región integrada no sería tan difícil para los profesionales uruguayos revalidar sus títulos para trabajar en países vecinos. Tampoco son los únicos con esta dificultad, por cierto.

Si fuésemos una región integrada, o por lo menos un auténtico mercado común o una auténtica unión aduanera, las exportaciones de productos lácteos uruguayos tendrían menos trabas burocráticas para ingresar a Brasil (país que no produce toda la leche que consume).

Si fuésemos una región integrada y con una institucionalidad acorde, Uruguay y Argentina o Bolivia y Chile no tendrían que haber recurrido a la Corte Internacional de Justicia con sede en La Haya para dirimir sus respectivas controversias.

Si fuésemos una región integrada cuya institucionalidad abarcara una cláusula democrática, fraudes electorales como el sucedido en la elección presidencial venezolana celebrada el pasado 28 de julio de 2024 no quedarían impunes. Asimismo, conflictos políticos internos como las que hoy sacuden a Perú, Ecuador y Bolivia o crisis diplomáticas como la planteadas entre México y Ecuador podrían encontrar en el ámbito regional instancias y acciones de acompañamiento para su superación.

Si fuese una región más integrada y, consecuentemente, con mayores niveles de cooperación transnacional, Latinoamérica y el Caribe no tendrían los altos índices de inseguridad y violencia que hoy tienen. De los 10 países con más altas tasas de homicidios a nivel mundial, ocho se ubican en esta región e incluso en los países considerados como los más seguros de la misma (Costa Rica, Chile y Uruguay) esa tasa ha aumentado significativamente. La mitad de los homicidios de la región están vinculados al crimen organizado. Un caso sintomático es Ecuador, un país en el pasado relativamente seguro que se ha convertido en lugar de tránsito de las drogas y terreno fértil para las organizaciones criminales. Las cifras de este país son escalofriantes: en solo 5 años la tasa de homicidios aumentó en alrededor de 800%, llegando a 46 por cada 100 mil habitantes.

El crimen organizado y la violencia dificultan el desarrollo de nuestra región, afectando a las individuos, empresas y gobiernos. Según un reciente estudio del Bando Interamericano de Desarrollo (BID), el costo directo del crimen en la región durante el año 2022 representó el 3,2% de su PIB. Este costo incluye pérdida de capital humano por homicidios, gasto público en prevención del delito y gastos en seguridad por parte de empresas. El porcentaje sería mayor si se suman los costos indirectos (como los efectos sobre el crecimiento económico, la inversión, la productividad, la salud y el medioambiente).

En fin, no es que la integración tenga efectos milagrosos ni que garantice la prosperidad que nuestros pueblos anhelan y merecen, pero en la historia de la humanidad no hay atajos y en el mundo actual ningún país, por rico y poderoso que sea, se salva solo.

En lo económico, asunto esencialísimo, ¿cuál podría ser para América Latina y el Caribe lo que fue para la Unión Europea la comunidad del carbón y del acero como elemento de aproximación y desarrollo compartido?

La región alberga el 51% de las reservas mundiales de litio, el 38% del cobre, el 22% del grafito natural, el 39% de la plata, el 17% del níquel, del zinc y de las tierras raras

La región latinoamericana y caribeña dispone de elementos fundamentales para el futuro de la humanidad: abundantes recursos energéticos renovables y no renovables, grandes reservas minerales, significativos manantiales de agua, enorme potencial de producción de alimentos y una riquísima biodiversidad.  Gestionar adecuadamente esos elementos y potenciarlos es, sin dudas, un factor de desarrollo, pero también de necesaria integración regional para una mejor inserción en el escenario global.

Tomemos un caso puntual: Sudamérica, alberga el 51% de las reservas mundiales de litio. Ahora bien, para que tal bendición no derive en una nueva maldición (como antes sucedió con el oro, la plata, la madera…) resulta necesario crear un ecosistema de explotación de salares en los países que conforman el llamado triángulo del litio (Argentina, Bolivia y Chile) al tiempo de avanzar en una  estrategia que desarrolle la cadena de valor de baterías ion litio en los países de la región y en la expansión de un mercado regional de electro movilidad para el transporte articulando, por el lado de la oferta, la capacidad industrial automotriz y, por el lado de la demanda, la creciente renovación de la flota por buses eléctricos en las principales ciudades de América del Sur.

Ello requiere, valga la redundancia, formas de coordinación y cooperación a distintos niveles (Estados, inversores, operadores, comunidad científica, etc.) que transcienden al referido triángulo y abarcan a la región, o por lo menos a la subregión sudamericana, en su conjunto.  

Hay potencial para ello pues tiene, además de las ventajas ya señaladas, con un valor intangible pero fundamental: a diferencia de otras regiones, la nuestra es un espacio de paz entre sus integrantes y la única que ha proscripto el uso de armas nucleares en su territorio.

Tenemos desventajas, por cierto: no somos una zona de guerra entre Estados, pero hay violencia e inseguridad al interior de estos, no somos la región más pobre del planeta, pero somos la más desigual.

¿Cómo lograr que aporten a los intereses estratégicos que resulten de una eventual política regional mínimamente consensuada la Unión Europa y los Estados Unidos y también, por ejemplo, Canadá, China, Rusia, India, Reino Unido y Japón?

Algunos especialistas en relaciones internacionales sostienen que estamos inmersos en un orden no hegemónico, sobrecargado de desencuentros, fricciones, luchas y peligros y cuya duración puede ser prolongada. Otros autores hablan de un interregno entre un orden mundial post guerra fría que no acaba de morir y algo nuevo aún difuso y que no acaba de nacer. Lo cierto es que vivimos en un mundo peligroso y su futuro es una incógnita, pero tenemos que intentar hacerlo lo mejor posible.

Imposible negar o disimular el déficit de Latinoamérica y el Caribe en materia de integración regional e incidencia global, pero ¿cómo andan Estados Unidos, China, la Unión Europea, Rusia, Japón, la India, La Liga Árabe, la Unión Africana, el sistema ONU o la OMC, por citar apenas una decena de actores globales? ¿Somos los únicos que “podemos y debemos ser mejores y rendir más”?

Tomemos un caso puntual: el Acuerdo de Asociación Mercosur/Unión Europea. Las negociaciones comenzaron en 1999, estuvieron suspendidas entre 2006 y 2012, se retomaron en 2013 y en 2019 las partes llegaron a un principio de acuerdo que incluye un capítulo comercial y otros dos de diálogo político y cooperación, respectivamente, Este segundo tipo de competencias requiere la ratificación del Parlamento Europeo y de los Estados miembros. En cambio, el comercio es competencia exclusiva de la UE y, en principio, el acuerdo comercial podría entrar en fase de aplicación provisional una vez lo ratifique el Parlamento Europeo. Asimismo, el pilar comercial del Acuerdo prevé la posibilidad de una aplicación bilateral, por lo que el Acuerdo podría entrar en vigor en cuanto lo aprueben el Parlamento Europeo y el Congreso o Parlamento de al menos uno de los países del Mercosur.

Sin embargo, a casi cinco años de suscrito aquel acuerdo inicial, la ratificación de este es aún incierta debido no a la pereza mercosureña sino a la reticencia de algunos países europeos cuyos intereses agroalimentarios se verían afectados por el mismo tal como está planteado. ¿Tendrán que pasar otros 25 años para alcanzar un nuevo acuerdo?

Otro caso puntual: el Foro China/Celac lanzado en 2014 y que pese a altibajos propios y algunas presiones ajenas se ha mantenido. Tiene el mérito de existir, tener una institucionalidad sencilla y flexible e intentar aportar una perspectiva de relaciones internacionales alineada con los principios de respeto a la soberanía, cooperación y beneficio mutuo entre las partes.

¿Y Estados Unidos? El regreso de Trump a la Casa Blanca no es un detalle menor. A diferencia de 2016, cuando no esperaba ganar y ganó por estrecho margen, ahora triunfó con holgura, cuenta con mayoría en ambas cámaras del Congreso, así como entre los gobernadores estaduales y los miembros de la Suprema Corte de Justicia, y dispone de cuadros para cubrir todas las áreas del gobierno. A juzgar por el discurso y los anuncios del Presidente electo, tal vez lo mejor que le podría pasar a nuestra región durante el próximo cuatrienio sería pasar desapercibida, pero nadie tiene las llaves del futuro.

¿Qué países de América Latina y el Caribe tendrían que liderar esa ruta posible hacia un comunidad latinoamericana y caribeña? ¿Por qué estos países y cómo lograrían implicar a la región?

En materia de integración regional ningún país sobra, ninguno debiera ser excluido, todos importan y todos deben participar en igualdad de condiciones.

Sin perjuicio de lo anterior, basta mirar el mapa o considerar variables tales como ubicación y extensión territorial, población, tamaño y desempeño de sus economías, dimensión del Estado, poderío militar, capacidad diplomática, diversidad cultural, etc., para concluir que México y Brasil son referentes regionales y bien pueden ejercer tal condición para recrear y consolidar un espacio de integración regional.

En distintas circunstancias, por distintos motivos y cada uno a su manera lo han intentado, pero los resultados han estado por debajo de las expectativas y las necesidades. Entre otras razones porque la relación entre gigantes, aunque sean hermanos, no está libre de competencias y desconfianzas, porque México está demasiado cerca de Estados Unidos y porque a Brasil, tal vez por su pasado imperial y su afán por ser un jugador global, le cuesta liderar (especialmente ante situaciones complejas frecuentes en la región)

Ser grande, poderoso y sentirse portador de una suerte de “destino manifiesto” no es suficiente para liderar procesos de esta naturaleza. Liderar también requiere mirada larga, diálogo, paciencia, generosidad, objetivos precisos y resultados tangibles que beneficien al conjunto y a cada uno. Reconozco que nunca es fácil, pero siempre es posible por lo menos intentarlo.

¿Cuánta posibilidad posee la aspiración de una comunidad latinoamericana y caribeña en sociedades con sectores significativos dedicados a la sobrevivencia y una cantidad amplia de políticos que procuran sobre todo defender intereses particulares y/o espurios y optan simplemente por agendas de cortísima mira porque les aseguran el apoyo necesario para permanecer en una posición pública ventajosa a sus intenciones personales?

Efectivamente; América Latina y el Caribe es la región más desigual del mundo. El 10% más rico de la población tiene en promedio ingresos 12 veces mayores que el 10% más pobre. El promedio para países desarrollados en la OCDE es de 4 veces. Además, uno de cada cinco habitantes de América Latina y el Caribe es clasificado como pobre.

La región alberga países con una desigualdad de ingresos extremadamente alta, como Brasil, Colombia, Guatemala, Panamá y Honduras, pero también incluye a Bolivia, República Dominicana, El Salvador y Uruguay, donde las brechas de ingresos son similares a las de Estados Unidos, donde el 1% de la población controla casi el 40% de la riqueza.

Recientes estudios  indican que en nuestra región la desigualdad de riqueza parece ser más profunda que la desigualdad de ingresos, que muchos hogares de bajos ingresos tienen en realidad un patrimonio neto negativo, porque sus pasivos son superiores  al valor de su vivienda, vehículos y otros activos, que la desigualdad se transmite de una generación a la otra y que nacer en un barrio de bajos ingresos, pertenecer a una minoría étnica y tener padres con escolaridad limitada u ocupaciones mal pagadas contribuyen a la desigualdad “heredada”.

También, y en contraste con el título de una magnífica novela de Carlos Fuentes, la nuestra es una región poco transparente. Tal vez no la menos transparente del planeta, pero bastante opaca según los más recientes informes anuales de Transparencia Internacional. Si bien hay países que se ubican entre los que presentan bajos niveles de corrupción (Chile y Uruguay), otros son percibidos como muy corruptos (Venezuela, Haití y Nicaragua) y en el ranking mundial la región en su conjunto se ubica en el entorno de 43 puntos sobre 100 (donde 100 es considerado lo más limpio y cero, lo más corrupto).

Lejos de ser casual o circunstancial, esta percepción está vinculada a procesos también de concentración de poder y creciente autoritarismo en detrimento de la institucionalidad democrática, pérdida de independencia del Poder Judicial y vulneración a derechos fundamentales, como el derecho al acceso a la información, la libertad de prensa, de asociación y de expresión.

Esta realidad torna imperiosos ciertos compromisos siempre necesarios en todos los ámbitos y fundamentales en espacios de integración: el compromiso con la democracia como sistema político y estado de la sociedad, el compromiso con la ciudadanía (porque no hay democracia sin ciudadanos), el compromiso con los derechos humanos (que además de mecanismo para la convivencia son la ética de la democracia), el compromiso con la transparencia (que implica también información y rendición de cuentas). Según se asuman y gestionen estos compromisos será la posibilidad, calidad y sostenibilidad del espacio de integración nacional, así como la inserción de la región en el complejo y exigente escenario global.

¡Tremendo desafío! Pero no partimos de cero: el pasado nunca descansa en paz y aunque en el recorrido histórico de la integración regional predominan los sueños rotos, los impulsos frenados y las tareas pendientes, también hay avances y logros que no debieran ser ignorados o subvalorados. De todos ellos se aprende y todos ellos debieran coadyuvar a nuevos impulsos que, reconociendo la complejidad e incertidumbre del mundo, nos potencien no solamente como espacio de paz y apertura comercial sino también, y acaso fundamentalmente, de democracia, ciudadanía y desarrollo en sus múltiples dimensiones.

 Al fin y al cabo, cuando la causa es buena vale la pena volver a intentar. Claro que volver a intentar no significa repetir lo mismo. En tal sentido, hay que responder la pregunta que nos formulamos al principio: ¿cuál es la agenda de la integración?

SOBRE LOS AUTORES

( 104 Artículos publicados )

Director de Cuba Próxima. Jurista y politólogo. Miembro del Diálogo Interamericano. Editor de la revista católica Espacio Laical (2005-2014) y director del Laboratorio de Ideas Cuba Posible (2014-2019).

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