En septiembre del pasado año publiqué una serie de entrevistas con una introducción titulada “¿La democracia al centro del debate político cubano?”. En noviembre divulgué un análisis personal denominado “Cuba: arreglamos el país o comenzamos a dejar de tenerlo para siempre. Informe sobre nuestro Rubicón del 2020”. A propósito de sus contenidos recibí cuantiosas comunicaciones que señalaban la necesidad de abogar nuevamente por una reconciliación nacional y proponían incorporar el asunto al trabajo que realizaba.
Intercambié al respecto con varios colegas. Estimé sólidos los argumentos. A la vez encontré una diferencia sustancial entre las actuales proyecciones acerca de la reconciliación y el modo en que la formulamos entre los años 2005-2014 a través de la revista católica Espacio Laical. En aquel entonces invitábamos a una reconciliación capaz de facilitar las reformas sociopolíticas necesarias. Pero ahora los criterios más sólidos sostenían la necesidad de una transformación sociopolítica que facilite la reconciliación indispensable. Comprendí que esto no resulta una variación superficial del orden de los términos, sino una lógica distinta, acorde a las urgencias nacionales.
Con posterioridad convoqué a colegas importantes y organicé tres bloques de entrevistas que comenzaré a publicar con cierta sistematicidad durante las próximas semanas. Sin embargo, entre los participantes algunos consideran que no corresponde con nuestra realidad un proceso de reconciliación al modo como es concebida por la experiencia histórica y la teoría política, sino como una disposición política positiva general que se inicie desde el poder a favor de la inclusión y la civilidad democrática.
Otros estiman que las arduas dificultades para ello indican la necesidad de un “plus” capaz de hacerlo posible y a esto, aún por explicar, le llaman reconciliación. Ambas inclinaciones, a la par, abundan en argumentos.
Anoto que declinaron participar colegas que no desean, o no consideran factible, algún tipo de reconciliación. Igualmente, si bien de manera paradójica, rehusaron incorporarse algunos otros que proclaman la reconciliación con mucho más ahínco que quienes sugirieron incorporar el tema y que los autores de las respuestas a los cuestionarios. Ello, quizá, sea un signo lamentable en torno a la reconciliación deseada.
Deseo agradecer a los excelentes participantes e invitar al análisis de todos. Sin ello será imposible convertir la incertidumbre en certeza, el conflicto en solución, la inopia en bienestar, la severidad en libertad. De lo contrario sólo podremos aspirar al descrédito colectivo y esto es inaceptable.
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