La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí

La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí


Una deportación que invita a la pausa

No se trata de negar la justicia a quienes sufrieron las consecuencias del autoritarismo, sino de discernir colectivamente qué sendero resulta más útil y efectivo para construir una Cuba verdaderamente libre, justa y reconciliada consigo misma.

13 May 2025
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Imagen © cubaenmiami

La reciente deportación desde Estados Unidos de una exjueza cubana, aparentemente fundamentada en infracciones migratorias, ha desatado una reacción que, aunque previsible en su origen, invita a una pausa reflexiva. La algarabía que celebra su expulsión, centrada en su pasado como figura asociada a los mecanismos represivos del régimen, nos interpela profundamente. Si bien la legalidad administrativa de la deportación es un hecho concreto, la intensidad emocional con la que se recibe este acontecimiento nos exige una meditación más pausada y estratégica sobre los pilares de la justicia, el siempre latente espejismo de la venganza, la apremiante necesidad de una reparación integral y, en última instancia, la delicada arquitectura del futuro de la nación cubana.

Resulta innegable que el historial de esta exjueza evoca un sentimiento de profundo repudio en aquellos que vivieron bajo el peso del sistema opresor. La memoria de las injusticias sufridas alimenta una reacción visceral que busca, quizás comprensiblemente, un atisbo de retribución. Sin embargo, la euforia desatada por esta expulsión conlleva el riesgo de ensombrecer una discusión fundamental sobre las sendas constructivas para abordar la compleja herencia de décadas de autoritarismo. ¿Estamos priorizando la gratificación inmediata que ofrece un castigo puntual, o la ardua y prolongada tarea de restañar las profundas heridas y reconstruir un tejido social que ha sido dolorosamente fracturado?

Un aspecto particularmente singular de esta reacción reside en la aparente ausencia de un clamor masivo y explícito proveniente de las víctimas directas de las decisiones judiciales emanadas de esta persona en particular. Si bien esta observación no invalida la existencia de agraviados y el sufrimiento padecido, sí suscita una interrogante crucial: ¿se fundamenta primordialmente esta celebración en una búsqueda específica de justicia individual por los daños causados, o refleja más bien un rechazo generalizado y abstracto hacia cualquier figura que haya estado vinculada al régimen, independientemente de testimonios concretos de abusos directos?

En este punto crítico emerge la urgencia de un debate pragmático que trascienda la mera emoción. ¿Qué necesita realmente Cuba para emerger de las ruinas del pasado y las incertidumbres del presente? ¿Una política de escarmiento generalizado y sistemático contra todo aquel que, en mayor o menor medida, colaboró con el sistema imperante, o una estrategia más sofisticada y matizada que logre armonizar la justicia debida a las víctimas con la imperiosa necesidad de fomentar una reconciliación nacional duradera y significativa?

Esa tendencia humana, quizás exacerbada en el contexto cubano por la intensidad de las experiencias vividas, de aplaudir los castigos y participar en linchamientos simbólicos, debería interpelarnos sobre su verdadera naturaleza. ¿Es esta una propensión visceral, arraigada en la frustración y el dolor acumulado, o representa la guía más adecuada para edificar una nación resiliente y fundamentada en principios de justicia a largo plazo? Incluso aquellos que invocan principios morales y religiosos en sus expresiones públicas, deberían sopesar la aparente tensión entre el fervor punitivo que manifiestan y los preceptos fundamentales de amor al prójimo, compasión y perdón. Pero, insisto, el debate fundamental trasciende la esfera puramente moral para adentrarse en consideraciones eminentemente pragmáticas: ¿qué consecuencias prácticas concretas acarreará esta cultura de la revancha y el resentimiento en el devenir futuro de Cuba?

Adicionalmente, cabría cuestionarse con honestidad y autocrítica la legitimidad moral de muchos de los que hoy levantan la voz acusadora, cuando tal vez una parte significativa de la sociedad tuvo algún tipo de implicación con el régimen anterior, ya sea a través de acciones concretas o, en muchos más casos, a través de omisiones significativas, silencios cómplices o la mera adaptación a las circunstancias para la supervivencia. Esta introspección colectiva es crucial para evitar caer en la hipocresía y construir una base ética sólida para el futuro.

Las implicaciones de esta dinámica para una eventual transición democrática revisten una importancia crítica y merecen una consideración profunda. Una atmósfera generalizada de castigo y represalia podría generar efectos contraproducentes devastadores para el futuro de la nación. En primer lugar, paralizaría inevitablemente la sociedad al privarla de una parte significativa de sus profesionales y técnicos con experiencia, muchos de los cuales, por la naturaleza del sistema anterior, habrán desempeñado roles dentro de sus estructuras. ¿Cómo se puede aspirar a reconstruir un país complejo sin la participación activa y la experiencia de una porción considerable de su propia población?

En segundo lugar, una política de represalias indiscriminadas podría fortalecer la resistencia al cambio dentro del propio régimen actual. Aquellos que hoy detentan el poder se aferrarán a él con aún mayor tenacidad si perciben que la única alternativa a su permanencia es un futuro inmediato de persecución y ostracismo. Esto dificultaría sobremanera cualquier perspectiva de una transición pacífica, negociada y que minimice la violencia y la confrontación.

Finalmente, y quizás lo más trascendente, una cultura de revancha perpetuaría la desconfianza y la profunda división dentro de la sociedad cubana, obstaculizando la construcción de un futuro cohesionado, colaborativo y basado en la confianza mutua. La historia nos enseña que las transiciones exitosas hacia sociedades más justas y democráticas a menudo demandan un delicado y complejo equilibrio entre la necesaria administración de justicia y la promoción activa de la reconciliación como un imperativo social.

Es esencial, por consiguiente, cultivar un “pensamiento estratégico” que trascienda la gratificación inmediata, que a menudo puede ser superficial, e incluso pueril o grotesca. La comunidad cubana, tanto dentro como fuera de la Isla, necesita emprender una reflexión profunda y serena sobre las formas más efectivas de abordar el legado del régimen actual de una manera que garantice justicia y reparación para las víctimas, pero que simultáneamente facilite la imprescindible reconstrucción nacional sobre bases sólidas.

Explorar modelos de justicia transicional que han sido implementados en otros contextos históricos y geográficos puede constituir un camino fructífero para iluminar este debate. Establecer criterios claros y objetivos para definir los diferentes niveles de responsabilidad individual, diseñar mecanismos de reparación integral para las víctimas que vayan más allá de lo meramente punitivo, y fomentar la creación de espacios seguros y plurales para el diálogo inclusivo representan pasos cruciales en esta dirección.

La compleja cuestión de qué hacer con aquellos que fueron cómplices del régimen no admite una respuesta simplista ni unívoca. Sin embargo, la reacción suscitada por la deportación de esta exjueza nos brinda una oportunidad ineludible para iniciar un debate informado, estratégico y desapasionado sobre estos temas fundamentales. No se trata de negar la justicia a quienes sufrieron las consecuencias del autoritarismo, sino de discernir colectivamente qué sendero resulta más útil y efectivo para construir una Cuba verdaderamente libre, justa y reconciliada consigo misma. Ignorar esta profunda reflexión y ceder únicamente a la pulsión del castigo podría erigirse como un error histórico con consecuencias negativas y perdurables para el futuro de la nación cubana.

SOBRE LOS AUTORES

( 110 Artículos publicados )

Director de Cuba Próxima. Jurista y politólogo. Miembro del Diálogo Interamericano. Editor de la revista católica Espacio Laical (2005-2014) y director del Laboratorio de Ideas Cuba Posible (2014-2019).

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Comentarios

  1. Excelente!!!! Completamente de acuerdo . Demasiado populismo y poca reflexión en esas noticias. Simón es cacerías. Seguimos sin ir a la raíz . Gracias Veiga por organizar nuestros pensamientos

  2. De acuerdo con Veiga, una actitud de revancha, motivada por reacciones viscerales, enturbia el clima socio psicológico lo que dificulta aún más o quizás impide, la posibilidad del dialogo que es realmente la vía para lograr una superación de la
    situación actual de forma pacífica, que es la única forma que garantiza un futuro verdaderamente democrático y justo.
    No es desde el odio sino desde la reconciliación que Cuba podrá tener un futuro mejor

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