Quisiera despertar algún día de esa pesadilla que estamos viviendo. Entre tantas dificultades que padecemos, también nos topamos hoy con una nueva pandemia y no me refiero precisamente a la COVID-19, sino al linchamiento político y moral. Estamos dañando demasiado eso que deberíamos ostentar, es decir, la dignidad y el respeto. ¿Qué culpa estamos pagando?
Muchos hablamos de Patria, de Cubanía… Pero a veces parece que ni siquiera nos referimos al significado real de estos conceptos transcendentales que, en nuestras tonterías, mancillamos. En esta culpa se deleitan tanto los de un extremo como los del otro. Ellos establecen una oscuridad que incluso daña las razones legitimas que poseen y defienden. ¿Qué culpa estamos pagando?
Y lo peor, el despilfarro de estas conductas a través de la esfera pública ya globalizada, incluso por medio de la prensa oficial, pretende asfixiar la civilidad cubana que existe y el país necesita. Para hacerlo empuñan calumnias, desvergüenzas, reprensiones, lamentos, significados tramposos acerca de los DDHH, valoraciones ilegitimas sobre quiénes pueden ser cubanos o no, etcétera. En esa enajenación desean también imponer el silencio, el desprecio, el engaño y la artimaña, o sea, la vileza. ¿Qué culpa estamos pagando?
En esta etapa de la historia ya debíamos haber logrado la unidad en la diversidad que realmente poseemos. Las distintas posiciones sociopolíticas ya debieron haber sanado sus dolores y ser correspondientemente aceptadas. La confrontación ya debió convertirse en tensión democrática y constructiva. Pero nada de esto ha ocurrido, sino lo contrario. ¿Qué culpa estamos pagando?
Ante esta realidad opto a favor de esa “Casa Cuba” que nos entregó monseñor Carlos Manuel de Céspedes a modo de camino hacia la propuesta martiana de “con todos y para el bien de todos”. Me refiero a ese José Martí al que apelamos todos, pero al cual hacemos poco honor, pues solemos utilizarlo, o manipularlo, sobre todo en función de nuestras miserias. Pongámoslo de manera real en el centro de la Nación, de la República, de la Política.
Alcanzarlo exige lograr el coraje para aceptar nuestros descomunales errores y abandonar esa ridícula arrogancia de suponer, cada cual, que actúa en nombre de la Patria, aun cuando daña la dignidad de otros cubanos. La Patria no está en ninguna otra parte, sino en el decoro de cada cubano, incluso de los adversarios, incluso de los que ejecutan oprobios. ¿Sería indispensable aceptarlo porque, seguramente, en este defecto encontramos esa culpa que nos arrastra?
Cada patriota debe hacer suyo el siguiente veredicto del Apóstol. “La Patria no es de nadie, y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”. Pero, por ahora, esto sólo parece un ideal, ya que hoy la Patria nos llora. ¡La estamos defraudando!
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