La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí

La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí


La polarización atenta contra un proyecto de nación, que sea cada vez más democrático e inclusivo

Debemos continuar apostando por la democracia, a pesar de todas las limitaciones que vemos en muchos países. La democracia es la mejor opción por la cual podríamos esforzarnos, en función de ofrecer soluciones a nuestros problemas constantes, de manera consensuada, pacífica y legítima.

23 Ene 2025
0 comments
Imagen © scholapalatina

Respuestas de Hans Carrillo Guach al dossier de Cuba Próxima, titulado El rechazo a los defectos del sistema democrático no está generando su mejor funcionamiento sino su destrucción, sobre experiencias actuales en el mundo en torno a una buena gobernanza basada en la transparencia, responsabilidad, rendición de cuentas, participación y capacidad política, técnica y ejecutiva.

Existe una tensión entre diferentes formas de entender la democracia. Por un lado, muchos definen a la democracia como un marco procedimental donde unos mínimos establecen las reglas del juego mediante las cuales una sociedad toma decisiones. Por otro, muchos le agregan a esta idea otros elementos como el bienestar económico, la seguridad, el control de la corrupción, y calidad de servicios públicos en general. Mas allá de cual posición adoptemos en este debate sobre qué es y que no es un régimen democrático, es palpable que la democracia es más débil cuando no cumple las expectativas ciudadanas. Es decir, la democracia necesita satisfacer expectativas para reafirmarse como régimen político.

¿Cree usted que en este sentido le exigimos a la democracia algo que no depende de ella o cree que estas exigencias son necesarias para fortalecer a la democracia misma?

Entiendo que la democracia no puede verse desvinculada de todos esos elementos que mencionas, que imprimen a este fenómeno un carácter multidimensional —no meramente político—, complejo y dinámico. Por un lado, y dialogando con las sugerencias de Robert Dahl, la democracia debe implicar una satisfactoria implementación de oportunidades y garantías institucionales que garanticen, como mínimo, la contestación pública y la participación. Por otra parte, y dialogando con otras fuentes —Crawford B. Macpherson; John Elster; Guillermo O’Donnell; Carole Pateman; Adam Przeworski; Jürgen Habermans— que reconocen las limitaciones de la propuesta anterior, a la democracia también se le deben integrar otras exigencias. Entre estas, se puede mencionar el empoderamiento del pueblo frente a la organización de la sociedad y a las decisiones políticas/públicas, atendiendo diferentes realidades —económicas, estructurales, culturales, políticas, comunicativas, etc.— que las pudieran afectar.

Alguien pudiera decirme, tal vez, que pensar la democracia desde sus vínculos con esas otras dimensiones sociales, es cosa de comunista. O que incluir las dimensiones procedimentales de Dahl, es cosa de liberal. Pero desde mi punto de vista, ambas realidades deben ser entendidas de manera interdependientes y complementares y, por tanto, deben ser implementadas en sus justas medidas de acuerdo con las necesidades y características de cada momento histórico. Varios autores del pensamiento político contemporáneo corroboran esto. No hay forma de hacer incisiones en este sentido, pues todos estos aspectos atraviesan la democracia inevitablemente.

Por ejemplo, tomando como referencia las recientes elecciones en Estados Unidos, vemos como esos todos esos elementos están presentes por detrás de las preferencias de sus principales candidatos. Trump ganó las elecciones a pesar de las denuncias de corrupción en su contra y de sus narrativas no tan simpáticas desde el punto de vista social, en temas como migración, relaciones raciales, etc. Pero, en medio de la realidad estadounidense de hoy —atravesada también por historias del país— este candidato consiguió pasar una cierta confianza relacionada con la mejora de la economía a nivel de lo cotidiano. Algo que Harris no consiguió.

Tal realidad sociopolítica en Estados Unidos requiera de un análisis más complejo del que podríamos hacer aquí. Pero lo que me interesa destacar es la concatenación de todos esos elementos mencionados anteriormente, al interior de lo que podríamos entender como democracia.

Los aspectos procedimentales y electorales de la democracia, son construidos y existen en función de realidades, necesidades, demandas y expectativas diversas, tantos de los gobiernos cuanto de las sociedades en general y sus interacciones. Al mismo tiempo, estas realidades, demandas, necesidades y expectativas acaban repercutiendo no solo en la manera como estos aspectos son utilizados e implementados, sino también en los respectivos impactos y resultados de estos procedimientos. Al final, una de las principales características de una democracia fortalecida estará condicionada, a grandes rasgos, por la concordancia entre la ejecución de dichos aspectos electorales y procedimentales, y los debates y/o la materialización de las realidades, necesidades, demandas y expectativas de la sociedad civil.

Con todo lo anterior, me gustaría finalizar esta pregunta afirmando que, desde mi punto de vista, todas esas dimensiones sociales, económicas, políticas que le cobramos a la democracia, no son una manera de exigirle algo ajena a ella misma. Al contrario, es, especialmente, exigirle a la democracia su propio alineamiento con todo aquello que le es esencial y que, por tanto, la fortalece.

¿También en este mismo sentido, cuáles son los retos más grandes que enfrenta la democracia en la región/país/ciudad donde reside?

En Brasil, la democracia enfrenta variados retos. Pero hay dos que actualmente me preocupan muchísimo, que son la polarización y el populismo.

Brasil cumple con requisitos esenciales para ser considerado un país democrático, dado algunas características de su sistema político. Por ejemplo, el país cuenta con división de poderes, alternancia de poder, libertades para disputar elecciones en todos los niveles y sufragio universal, entre otros. Sin embargo, de acuerdo con FREEDOM HOUSE y el proyecto V-DEM, en los últimos 5 años aproximadamente, Brasil experimentó una pérdida notable de puntuaciones en importantes índices democráticos, algunos de los cuales solamente comenzaron a mejor a partir del año 2023.  

Si bien la caída de Brasil en esos y otros índices democráticos, es preocupante, hoy me preocupan más otros escenarios sociales que justamente tienen que ver con el populismo y la polarización, que son fenómenos que apuntan a una falla democrática más allá de la dimensión política. Es decir, una falla democrática en la manera como se configuran las relaciones sociales, en el modo como se desarrolla y vivencia la propia sociedad en general.

Para mí, esas dos problemáticas no son poca cosa, pues constituyen una grande amenaza para la democracia en el país y el buen uso de un sistema político democrático. La polarización y el populismo en Brasil facilitan ocultar o naturalizar realidades por detrás de la caída de dichos índices, al mismo tiempo en que limitan la construcción de otras formas de configuración de la política y la sociedad, que puedan contrarrestar procesos de autocratización y, así, canalizar una vida en sociedad cada vez más favorable en términos democráticos.

Esa polarización atenta contra cualquier escenario de debates constructivos sobre un proyecto de nación, que sea cada vez más democrático e inclusivo. Y esto es sumamente importante, considerando que Brasil es uno de los países más desiguales y violentos de América Latina, que posee absurdas cifras de feminicidio, de encarcelamiento de personas negras, de violencia policial, de racismo religioso y de violencia contra personas LGBTQIA+ que, incluyen, inclusive, escandalosas cifras de asesinato de personas trans/trasvestis en el mundo. Todo este tipo de violencias, entre otras, se naturalizan, se esconden y/o minimizan, en medio de interacciones sociales entre grupos que, em determinados asuntos, no se escuchan el uno al otro. Y es que entre estos, se detona más la concepción de verse como enemigos en conflictos que como adversarios políticos negociando la presentación/construcción de una mejor versión del país.

Esas complejidades han llegado a tal extremo en el caso brasileño, que hemos vivenciado una defensa decisiva y/o agresiva de comportamientos autoritarios, que van desde el enaltecimiento de la dictadura militar, hasta la defensa del cierre del Congreso Nacional, o desde la construcción de adversarios políticos y minorías sociales como enemigos que deben ser eliminados, hasta la banalización de la ausencia de libertades y democracia en países como Cuba y Venezuela. Y lo complicado de todo esto es que, por detrás, no solo existe una polarización ideológica o política. Existe también una polarización afectiva, con peculiares maneras, intensidades y motivaciones según grupos políticos específicos, que obstaculiza la empatía delante del dolor, el sufrimiento y la violación de los derechos de los “otros”, especialmente, cuando estos otros son construidos como subalternidades.

Dicha polarización afectiva, por ejemplo, atravesada también por polarizaciones políticas e ideológicas, es la que explica por qué, delante de un feminicidio o una violencia contra la población LGBTQIA+, no pocas personas todavía permanecen como anestesiadas o se preguntan, primeramente: ¿que habrá hecho esa mujer o esa persona trans para merecer tal violencia? Es esta misma polarización afectiva, la que dilucida las indiferencias cuando templos de religiones afrodiaspóricas son destruidos por otros grupos religiosos catalogados como referencia positiva (cristianos, evangélicos), o cuando las estadísticas apuntan a que las escuelas constituyen los espacios de mayor ocurrencia de racismo.

Es muy complejo el escenario. Al final, todas estas problemáticas son constitutivas y constituyentes de la escalada de conflictos políticos que ha existido y que todavía está latente a nivel de lo cotidiano. Asimismo, estos conflictos, marcados por la polarización y el populismo, han sustentado uno de los principales problemas que, desde mi punto de vista, imprime un círculo vicioso: afectación a formas de convivencia democrática y disminución de apoyo al sistema político democrático.

El primero de estos aspectos viciosos —afectación a la convivencia democrática—, cuando no es totalmente deformado en las interacciones sociales, se asume como inviable porque se considera el otro una persona merecedora de destrucción y/o indigna para la interacción social y el diálogo respetuoso. Esta última situación, aunque con sus diferencias, la he percibido en grupos políticos que se identifican tanto con la izquierda cuanto con la derecha, siendo yo, inclusive, uno de sus blancos. Y esto merece un esclarecimiento más detallado para evitar posibles tergiversaciones.

Políticamente, yo me defino en un cierto espectro progresista. Me preocupan también las dimensiones sociales de la democracia, más allá de sus elementos procedimentales. Esto me aleja de cualquier identificación política con esa derecha bolsonarista, pero también con esa izquierda que banaliza los autoritarismos como el cubano. Y esto me ha generado disímiles conflictos, especialmente en el ámbito académico, donde Cuba todavía es romantizada, intocable.

Recuerdo algunas personas sentirse ofendidas conmigo hasta el punto de dejar de saludarme, porque critiqué a Bolsonaro. Pero ocurrió lo mismo cuando critiqué la postura condescendiente con el régimen de Cuba, de grandes figuras brasileñas como Frei Betto, por ejemplo, que recientemente ha llegado hasta a decir que la pobreza en Cuba es una pobreza diferente, en una tentativa de minimizar el sufrimiento que esta provoca, sea en Brasil o en Cuba. Claro que, relacionado con el caso de Betto, percibo algo de xenofobia también, en el sentido de que por ser extranjero no se me atribuye legitimidad para criticar Brasil o algunas de sus prominentes figuras, mismo que se trate de defender mi propria realidad. Y esto hasta cierto punto lo puedo entender. Pero lo que no entiendo y no me podré permitir, jamás, es que Brasil espere mi silencio mientras me violenta políticamente, al banalizar la realidad dictatorial de la cual millones de cubanos hemos escapado, buscando más libertades de todo tipo, hasta en lo más básico como es la alimentación. Y la realidad en torno a Betto implicó para mí ese tipo de violencia. Pues no deja de ser violento el hecho de que las personas esperen de mí la aceptación de la banalización que él ha hecho de la situación en Cuba y, al mismo tiempo, me desautoricen a oponerme a esa violencia.

Es cierto que Betto ha sido un ícono de la lucha contra la dictadura militar en Brasil. Y particularmente, yo aplaudo y me identifico con esa historia. Pero no puedo colocarme a su lado, cuando él ya pasa a banalizar, naturalizar y defender el autoritarismo cubano y las incompetencias de esa élite blanca, heterosexual y burocrática que ha sido la principal responsable por la destrucción del país y por mi autoexilio en Brasil, que tantos sacrificios me ha costado, especialmente, en el ámbito familiar y cultural. Si brasileños y brasileñas no pueden entender eso, entiendo que es una de las maneras de manifestarse justamente esa polarización, que atraviesa las afectaciones a una convivencia democrática.

El caso es que, tanto en la izquierda como en la derecha, he vivenciado poca empatía con los dolores políticos con relación a Cuba y sus impactos en mis maneras de vivenciarlos en Brasil. Al mismo tiempo, también he notado poco interés por un diálogo reflexivo sobre estos temas, inclusive en personas que sobre Cuba no conocen ni el olor de su tierra, pero quieren continuar estables en la opinión pública sobre este tema. Y digo más, cuando me he encontrado personas que han visitado Cuba, he visto que, algunas de ellas, después de visitar la isla con sus dólares en los bolsillos—como el propio Betto, por ejemplo— y de tener acceso a un país que mi propia familia, trabajadora incansable, jamás ha tenido, se atribuyen el derecho, todavía legítimo, de defender una Cuba para mí que para ellos mismos no quisieran si de verdad la hubiesen vivido como un simple cubano trabajador. Y cuando me he opuesto a ese tipo de situaciones, enseguida he sido etiquetado como alguien que merece desconfianza y reproche. Al final, he sentido que es como si se impusiera una única manera de ser progresista, en la cabeza de algunas personas que todavía parecen tener “sueños húmedos” con una Cuba que, si algún día fue lo que se ha dicho que ha sido, hace mucho tiempo dejó de serlo.

Por otro lado, y con relación al segundo aspecto vicioso —falta de apoyo al sistema político democrático—, he sentido que el sistema democrático y sus imperfecciones, en vez de generar más fuerza y aglutinamiento para que la sociedad controle y exija un mejor funcionamiento de sus estructuras, instituciones y, especialmente, un comportamiento más digno y democrático de los políticos, acaba produciendo decepciones que, a través del populismo y la polarización, son canalizadas hacia la defensa de la propia destrucción de este sistema. Esto es algo muy característico de algunos sectores de la derecha en el país y sus simpatizantes. De hecho, ejemplifican estas configuraciones sociopolíticas los ataques a la sede de los tres poderes del Estado —Palácio do Planalto (poder ejecutivo), Congresso Nacional (poder legislativo) y el Supremo Tribunal Federal (poder judiciario), el 8 de enero de 2023 —donde todavía se investiga la influencia del expresidente Jair Bolsonaro—, bien como los recientes ataques con bomba al Supremo Tribunal Federal (STF), el 13 de noviembre de 2024.

Por fin, estos dos aspectos viciosos —afectación a formas de convivencia democrática / disminución en apoyo al sistema político democrático—, señalan una polarización a nivel nacional, que también se refleja en espacios microsociales de lo cotidiano, aunque con sus particularidades dependiendo de los espectros políticos que los atraviesen.  Y todo esto, al mismo tiempo, va acompañado de un cierto populismo, en el sentido de la construcción y reproducción de grupos antagónicos, opuestos, que aspiran a representar voluntades o perspectivas unificadas, un deber ser mayoritario que, al asumirse como supuesta referencia común, también impone una cierta ilegitimidad en los otros. Varias veces ya me dijeron que no podía criticar la izquierda en Brasil, cuando esta defiende a Cuba o Venezuela, porque esto implica alimentar a la derecha. También me han dicho que no puedo criticar a la derecha, especialmente en sus aventuras autoritarias, porque eso es cosa de comunistas queriendo convertir Brasil en Venezuela. Entonces, los desafíos en este sentido son gigantes y, estas problemáticas son, desde mi punto de vista, algunos de los grandes embrollos para consolidación sistemática de una democracia en Brasil, tanto en el escenario político cuanto en la propia sociedad.

Muchas veces vemos como estos retos no pueden ser resueltos, lo cual genera frustración en la ciudadanía. ¿Qué efectos cree que puede tener esta incapacidad de los lideres políticos en resolver estos problemas?

La frustración, como bien planteas, además de la ira, son algunos de los principales efectos en la población de las incapacidades de los líderes para resolver los problemas de la sociedad, que muchas veces ellos mismos reconocen y prometen resolver. Pero, junto con estos afectos, se escalan también otros problemas desde el punto de vista democrático. Puedo citar, por ejemplo, la desconfianza en las instituciones y en el sistema político democrático de forma general. Igualmente, por lo menos desde mi experiencia en Brasil, puedo decir que estas realidades favorecen el fortalecimiento de narrativas polarizadas y populistas. Es decir, con estos incumplimientos, líderes populistas se benefician políticamente, a partir del momento en que se aprovechan de estas insatisfacciones populares para culpar y fragmentar grupos sociales y políticos. Y, con estas fragmentaciones, atravesadas muchas veces por odio, falta de empatía y de una cultura política democrática, quienes único salen ganando la mayoría de las veces son el autoritarismo y la violación de derechos fundamentales.

¿Por qué aun cuando nuestros lideres democráticamente electos no ofrecen buena gobernanza debemos seguir apostando por la democracia?

Sin dudas, debemos continuar apostando por la democracia, a pesar de todas las limitaciones que vemos en muchos países. La democracia es la mejor opción por la cual podríamos esforzarnos, en función de ofrecer soluciones a nuestros problemas constantes, de manera consensuada, pacífica y legítima.

Los cubanos tenemos muchos deseos de democratizar el país. Sin embargo, difícilmente la democracia que viene en Cuba podrá estar a la altura de las expectativas de muchos. La desigualdad, la corrupción, la seguridad y los servicios públicos no necesariamente serán los que deseamos aun cuando vamos a poder tener influencia sobre las decisiones que tomen futuros gobiernos democráticos en Cuba. En tal sentido, ¿qué podemos aprender los cubanos de las experiencias democráticas de la región o incluso más allá de nuestra región?

La realidad que vive Cuba, en el ámbito político y en la propia sociedad, constituye un extremo de varias cuestiones que mencioné sobre el caso brasileño. Entonces, los aprendizajes que los/as cubanos/as deberíamos adquirir a partir de experiencias democráticas en y más allá de nuestra región, son diversas y van más allá de lo que hoy pudiera compartirte. No obstante, hay dos elementos esenciales que ahora mismo me parecen esenciales y que complementan entre sí.  

El primero de esos elementos es que, a diferencia de Brasil, Cuba no cuenta con un sistema político democrático. Cuenta con un sistema político maniqueísta que todavía consigue convencer a algunas personas de que el país es una democracia socialista, diferente, mientras en realidad no pasa de ser un régimen postotalitario. El segundo elemento, es una semejanza que se puede identificar entre Cuba y Brasil. Es el hecho de que ambos no cuentan con una sociedad totalmente democratizada, aunque en grados y formas diferentes. Me centraré en este segundo aspecto.

En Cuba, la afectación a la convivencia democrática al interior de la sociedad —que no se puede ver desligada del sistema político—, no solo es distorsionada en lo cotidiano, bajo argumentos de que estar presente y hablar ciertas cosas es democracia o que hablar otras cosas que critican al gobierno es un crimen que favorece a un enemigo externo. Sino que este tipo de convivencia también se ve lacerada por la sistemática construcción de una otredad política, sin humanidad y dignidad, que merece destrucción. Es decir, vemos una profunda polarización política y afectiva, resultado de una histórica política de Estado que, en lo cotidiano, también afecta cualquier posibilidad de mutuas empatías y diálogos constructivos en favor de una mejor nación.

Por otro lado, esas polarizaciones, igualmente coexisten con un intenso populismo, que alimenta constantemente la jerarquización política y moral de grupos antagónicos: revolucionarios y contrarrevolucionarios. El primero, supuestamente representativo de formas de ser-estar, voluntades o perspectivas unificadas y universales. El segundo, asociado a modos de ser-estar, voluntades o perspectivas enemigas, ilegítimas que deben curvarse ante una supuesta mayoría o desaparecer.

Salvando las debidas proporciones, se pueden establecer algunas semejanzas entre Cuba y Brasil, en lo referente a como la sociedad todavía funciona cargando una enfermedad antidemocrática. Sin embargo, hay una gran diferencia que me gustaría destacar y que sería una de las principales cosas que podemos aprender para una futura Cuba democrática.

Mientras que, en Brasil, la polarización y el populismo, en los términos expresados hasta aquí, son movidas a partir de la posibilidad de otras referencias que se disputan entre sí proyectos de sociedad, en Cuba, estas otras referencias han sido saboteadas y, por tanto, son prácticamente nulas actualmente. La sociedad cubana prevalece arraigada a una falta de esperanza con relación a otros proyectos posibles de país, alternativos al actual. El populismo y la polarización, además de otros mecanismos represivos, han conseguido calar profundo en la población, hasta el punto de tener un pueblo resignadamente desesperanzado, que tampoco se asume y valora a sí mismo como sujeto colectivo con capacidades de agenciamiento y portador de derechos. Y esto, con ciertas particularidades, desde mi punto de vista aplica no solo para aquellos sectores de la población que no simpatizan con el actual gobierno y, sin embargo, permanecen desmovilizados. También aplica para los sectores simpatizantes, que se afianzan en que la única opción política viable para el país es la actual. Obviamente, en los grupos opositores esta realidad no tiene sentido.

Para ejemplificar un poco los anteriores argumentos, te voy a contar una vivencia que tuve, al principio de mi llegada a la Universidad de Brasilia (UnB) —universidad pública— Brasil, para hacer mi doctorado. Esto fue en los primeros días de marzo del 2013.

Fui al restaurante universitario de la UnB con una colega de mi clase. Entramos y cogimos el plato —no eran bandejas como en Cuba— para servirnos la comida, que estaba disponible en una mesa buffet. Estando en la fila para servirnos la comida, percibo que mi plato tenía un pequeñito resto de comida en una de sus orillas. Automáticamente, le quité esa suciedad con mis propias manos, que ya me las había higienizado con el agua, el jabón y el alcohol que estaban disponibles a la entrada del restaurante. Mientras continuaba esperando en la fila y conversaba con mi colega, percibí que ella también encontró otra pequeña suciedad en su plato. Pero a diferencia de mí, ella regresó a donde estaba la persona que cuidaba de los platos y le pidió, con una sonrisa en el rostro, que se lo cambiara por otro que estuviese limpio. Yo me sorprendí negativamente con esa actitud. Enseguida pensé: “mira ella, por tan poca cosa exige que le cambien el plato”. Pero más me sorprendí cuando vi la reacción de la persona que recibió el plato. Esta le dijo: ¡ah, claro, disculpa, con mucho placer! y le entregó un plato limpio mientras sonreía.

Yo no entendí tan rápido lo que había acabado de percibir. Mi colega se incorporó a mi lado y yo, curioso, no puede evitar preguntarle: ¿qué pasó con tu plato, estaba muy sucio? Ella me respondió, con total tranquilidad, naturalidad: “no, era pequeña cosa, pero bueno lo cambié para que ellos supieran que estaban saliendo platos sucios. De todas formas, es responsabilidad de ellos ofrecernos un servicio con buena higiene que cuide nuestra salud. Ese plato con restos de comida puede tener bacterias”.

Yo tuve vergüenza de mí mismo. Venía de un país donde me había pasado casi toda mi vida, como estudiante y después profesor universitario, comiendo en bandejas embarradas con restos de comida y la mayoría de las veces engrasadas porque solo las lavaban con agua y, en el mejor de los casos, con agua y cloro. Y jamás, me había reconocido con el derecho legítimo de reclamar por eso, o había visto a alguien reclamar por esos detalles, que ponían riesgo nuestra salud. Pero, este autorreconocimiento, le “sobraba” a mi colega y, simultáneamente, la funcionaria que cambió el plato también era consciente de sus responsabilidades y de los derechos de mi colega.

Entonces, todas estas ideas, revelan que, en el caso de Cuba, ya no se trata solamente de la existencia de una sociedad atravesada por una polarización política y afectiva, con falta de empatía frente a violación de derechos del otro, que segrega y enfrenta grupos sociales entre sí. Igualmente, se trata de una sociedad marcada por la falta de autorreconocimiento en cuanto sujeto político, portador de derechos, y también marcada por cierta falta de confianza y de valor en sí misma. Así que el mayor problema de la realidad cubana hoy, entiendo que va más allá del derrocamiento del actual gobierno postotalitario.

Es decir, considero que, de las experiencias democráticas en nuestra región y otras, lo más importante que debemos aprender para una futura Cuba democrática es a consolidar otras formas de sociabilidad que, pautadas en una reconfiguración cognitiva, estructural, simbólica y afectiva, posibilite otros pactos civilizatorios —en el sentido de Norbert Elias— y una convivencia democrática basada en un autocuidado en cuanto sociedad. Sólo así, se podrá evitar que en esa otra Cuba posible se reproduzcan a nivel social y político, otras o las mismas estructuras y subjetividades opresivas que hoy existen.

SOBRE LOS AUTORES

( 1 Artículos publicados )

Sociólogo, Dr. en Ciencias Sociales con énfasis en Estudios Comparados sobre las Américas. Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y del Programa de Posgraduación en Sociología, de la Universidad Federal de Goiás, Brasil. Sus investigaciones se concentran en: procesos de democratización/autocratización; religiones afrodiaspóricas.

Reciba nuestra newsletter

Haz un comentario