La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí

La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos. José Martí


Necesitamos pasar al campo de la política para encontrar una solución democrática, pacífica y respetuosa de los Derechos Humanos (Dossier)

14 Feb 2023
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Foto © Cuba Ahora

Cuba Próxima comparte este dossier sobre temas relacionados con la posibilidad de soluciones pacíficas a la crisis cubana. Participan Michel Fernández, Teresa Díaz Canals, Lennier López, Ernesto Gutiérrez, David Corcho, Julio Antonio Fernández, Mario Valdés Navia, Miguel Alejandro Hayes, Enrique Guzmán, Alexei Padilla, Elena Larrinaga y Manuel Cuesta Morúa. 

I

El politólogo noruego Vegard Bye, en su texto “¿Hay soluciones pacíficas a la crisis cubana?”, publicado en Azulypunto, presenta desafíos inmediatos para nuestra sociedad, capaces de desencadenar una dinámica constructiva.

Se refiere a establecer un corredor humanitario de envergadura, no como responsabilidad exclusiva del Gobierno cubano, sino gestionado por los actuales corredores autónomos de España-Cuba y Miami-Cuba, de conjunto con redes de familiares de presos y emigrantes. Paralelamente, negociar la liberación de los presos políticos, comenzando por aquellos que no hayan estado involucrados en actos de violencia, e ir ampliando la ayuda humanitaria en la medida que se logra la liberación de estos. Ayuda técnica a productores no estatales, desde mecanismos establecidos por la sociedad civil cubana autónoma y transnacional, y la apertura interna para comercializar alimentos a través de redes no estatales. Legitimación de una ciudadanía -política- como actora de negociación con el gobierno cubano, una vez liberados los presos políticos, que incluya el desarrollo de un sindicalismo capaz de representar a los trabajadores.

1- ¿Tendrá el Gobierno cubano “necesidad” de asumir una senda de este tipo? ¿Cuál sería el costo para Cuba, incluso para el Gobierno, si ello no ocurriera?

Michel Fernández: El Gobierno cubano, entendido gobierno en su concepto más amplio, no solo como la rama ejecutiva administrativa, lo que busca es mantenerse en el poder, limitando todo lo posible los riesgos que puedan poner en crisis su dominación sobre la sociedad cubana. En la naturaleza de este tipo de sistemas se observa una elevada ineficiencia para lograr objetivos de desarrollo humano, tales como crecimiento económico, disminución de la pobreza, mejora de los derechos sociales, etc., pero a la vez son muy eficientes en mantener el control sobre el poder, ya sea mediante la represión, la utilización de los medios de comunicación bajo control del Partido y la idea del enemigo externo como principal responsable de los males del país.

El sistema totalitario existente en Cuba, muy parecido a los del mal llamado “socialismo real” no admite cambios estructurales sin que estos conduzcan a un cambio del propio sistema. Esa es la principal razón por la que nunca la cúpula gobernante ha implementado las reformas económicas pro mercados previstas en sus propios instrumentos rectores. Al parecer, la profundidad de la crisis actual ha hecho moverse en un sentido más arriesgado, con el reconocimiento de las PYMES, hacia una reforma en el que el estado pierda algo de su hegemonía en la economía. A esto se suma la reciente declaración del viceministro de Relaciones Exteriores, Carlos Fernández de Cossío, de permitir la ayuda y la inversión de los Estados Unidos, aunque esta busque como último objetivo un cambio de sistema.

Las reformas económicas pro mercado no garantizan por sí mismas una transición hacia un sistema democrático, entendido este, mínimamente, como aquel que reconozca como legítima la oposición política y respete los Derechos Humanos de acuerdo a los estándares internacionales. Un claro ejemplo en este sentido son Vietnam y la República Popular China. Si no se logra articular a los actores de la sociedad civil y política cubana que se oponen al Gobierno y estos logran tener un peso relativo en la política interna cubana, a pesar de la represión y la cárcel, va a resultar muy difícil avanzar hacia una vía democrática.

El costo de la “continuidad” en el modelo cubano se evidencia en el aumento significativo de la pobreza en Cuba, en la ausencia de crecimiento económico que se traduzca en mejores condiciones de vida. Ante este escenario, una salida para muchos cubanos es la emigración, la que ha llegado a los Estados Unidos en el último año en cifras récord. A los que no pueden emigrar solo les queda luchar por la supervivencia diaria y la pérdida de la esperanza.  La situación de Cuba hoy es tan crítica que, incluso logrando un cambio democrático en corto tiempo, la recuperación va a tardar muchos años.

El peor escenario que pudiera preverse es el de una “haitianización” de Cuba con la pérdida de control por parte del estado, el auge de mafias, el incremento de la violencia, la incapacidad de brindar servicios sociales y una posible ola migratoria por mar. Todos estos aspectos podrían ser las causas para una intervención extranjera en Cuba, si se ve amenazada la seguridad nacional de los Estados Unidos, lo que pondría a los cubanos en una situación parecida a la intervención de 1898-1902. Si esto llegara a ocurrir el principal responsable será el Gobierno cubano por no hacer las reformas políticas y económicas para asegurar el bienestar de los cubanos. 

Teresa Díaz Canals: En esta pregunta están relacionados algunos aspectos acuciantes de la sociedad cubana actual que necesitan ser atendidos con urgencia y esta última palabra es primordial. Hace un tiempo escuché un análisis en la televisión cubana sobre los sucesos ocurridos en Brasil acerca del asalto a los espacios de poder y la violación de la democracia en este país. Asombra la forma en que se debaten en ese medio de comunicación esos acontecimientos y al mismo tiempo evaden hacer alusión a los múltiples sucesos que tienen lugar en nuestro propio territorio. Cuando mencionan algo – porque no queda más remedio – lo hacen mediante simples argumentaciones, sentimos que pareciera que se dirigen a personas con cierto retardo cognitivo. Un ejemplo lo constituye el análisis que brindaron acerca del fallecimiento de la muerte de ocho o nueve bebés en el Hospital de 10 de Octubre, conocido como Hijas de Galicia, en este mes de enero. Los recién nacidos tenían al venir al mundo bajo peso como consecuencia de la mala alimentación que recibieron sus madres durante el embarazo, además de las pésimas condiciones de la mencionada instalación hospitalaria. Las causas del trágico suceso que brindaron de manera oficial es que eran niños que habían nacido enfermos y con muy pocas probabilidades de sobrevivencia, nada más.

Otro ejemplo es el tema de la emigración masiva. La falta de futuro hace de Cuba un país en fuga. Cuando se refieren a las razones de esta grave situación, la culpa la tiene un factor externo y ya.

No creo que exista tanta incapacidad para pedir un corredor humanitario que alivie el dolor de la sociedad. Si estoy convencida de que existe prepotencia, soberbia, descaro, inmoralidad, crueldad, por parte de la cúpula gobernante. Dudo que establezcan un diálogo, un encuentro para una posible solución a todos nuestros males. Ojalá me equivoque. En todo caso pienso que la reacción final será huida, escape de la crisis estructural imposible de eliminar sin un cambio de sistema. El costo es lo que ya tenemos y mucho más, aumento de pobreza extrema, de la violencia, la ignominia, los derrumbes, la muerte en vida. Repito los versos de Fernando Pessoa: ¿Pero entonces, esto no acaba?/ ¿Es destino?

Lennier López: El Gobierno cubano tiene muchas necesidades, pero todas o casi todas están delicadamente relacionadas con objetivos políticos. Esto es algo que a veces resulta difícil de comprender. Generalmente entendemos las decisiones del gobierno cubano como mecanismos para maximizar la rentabilidad económica de la elite. Si bien hay mucho de esto, también hay objetivos políticos que tienen tanto peso como los económicos. Si hacer reformas económicas sustantivas implica un riesgo real en la perpetuación del poder del PCC y las Fuerzas Armadas, estos elegirán la cautela y las reformas graduales e intermitentes en lugar de cambios profundos y progresivos.

Además, cambios económicos tienen siempre el riesgo latente de convertirse en cambios políticos, y estos a su vez podrían ser perjudiciales para la élite militar. Es decir, reformas profundas —aun cuando solo se den en el ámbito económico— pueden terminar afectando la caja de la élite. Esto lo explica muy bien el politólogo, Kurt Weyland, apoyándose en investigaciones en el campo de la psicología cognitiva, en su texto “Toward a New Theory of Institutional Change”. Ante la posibilidad de perder —renta, poder, etc. —, los políticos pueden asumir muchos riesgos, incluso si estos pueden terminar trayendo mayores pérdidas que aquellas que se querían evitar en primer lugar. En otras palabras, el miedo a perder puede llevar a los políticos a hacer apuestas muy arriesgadas. No es de extrañar entonces que hayamos visto ya varias veces al Gobierno cubano acercarse de forma temeraria al abismo.

De modo que para que el Gobierno cubano esté dispuesto a embarcarse en reformas profundas -del tipo que sean- la voluntad seguramente tendrá que venir de sectores del gobierno que se benefician muy poco del actual régimen y tengan por tanto muy poco que perder. Creo bastante improbable que Raúl Castro y sus acólitos tengan a estas alturas la voluntad de embarcarse en reformas importantes aun si estas solo abarcasen la esfera económica.

Sin embargo, como ya ha sucedido antes, el gobierno cubano estaría disponible para hacer cambios menores y coyunturales —que luego podrían ser revertidos sin mayores consecuencias— con tal de ganar tiempo, atraer inversiones, y ganar mayor acceso —aunque fuere limitado— al mercado estadounidense.

En esta línea, podríamos ver al Gobierno liberando presos—, probablemente a cambio del destierro de los “liberados” — y abriendo algunos sectores de la economía de forma muy limitada. Todo esto, sin embargo, no parece bastar para que Cuba se embarque en reformas sostenibles que nos encaminen a solucionar el problema nacional.

Ernesto Gutiérrez: La necesidad existe —desde hace décadas— pero a los gobernantes no les interesa. En tanto no sea imprescindible para sostenerse en el poder, no harán concesiones, y estas, solo temporales.

El costo para Cuba es el que estamos viviendo. Un país que se deshace cual azúcar en agua. El costo para la clase gubernamental sería perder el país que gobiernan, pero se verían compensados: la élite en el poder no concibe ya a Cuba como un país, sino como una mina a la que se debe extraer cuanto recurso sea posible hasta que se agote y cierre por peligro de derrumbe. Ergo: en caso de perder el control de la Isla (de ocurrir una nueva ola de protestas, por ejemplo) la casta dirigente podría irse a vivir tranquila y ostentosamente a cualquier país sin tratado de extradición con EUA.

David Corcho: Desde un punto de vista ético, por supuesto que el Gobierno cubano debería emprender acciones de este tipo, con tal de lograr una superación de la crisis económica, política y espiritual que vive el pueblo cubano. Claro está, la política no se trata de ética —al menos no exclusivamente—, por lo que haríamos mejor en preguntarnos si “quiere” hacerlo. Ciertamente, el Gobierno cubano parece no estar interesado en atender estos problemas urgentes. No creo que entre sus planes a corto plazo —quién sabe qué pueda ocurrir más allá— estén el liberar a los presos políticos o establecer un corredor humanitario, para aliviar de algún modo la carga que pesa sobre la sociedad cubana: carencia de medicinas, alimentos, etc. El camino que ha elegido es el de la represión. Esta elección tiene consecuencias. Una de ellas es aumentar el desprecio que muchos ciudadanos sienten hacia ese gobierno, ya bastante debilitado y descreditado. Otra, es mancharse aún más ante la comunidad internacional. Cierto, tampoco tienen muchas opciones: han perdido la capacidad de proveer bienes públicos y cada vez son menos eficientes los mecanismos de dominación que garantizaban hasta hace años la aquiescencia del pueblo. En una situación tal, la represión es siempre la herramienta más rápida, pero también la más costosa.

Julio Antonio Fernández: Parecería que el Gobierno cubano tiene muchas necesidades ahora. Que en los primeros días del 2023 estamos en una situación desesperada para la población de Cuba, sobre todo la más pobre y menos privilegiada o beneficiada por las últimas reformas económicas y que la desesperación toca al Gobierno, que se siente incapaz de resolver problemas tan diversos y agudos.

Pero tal vez todo esto no sea más que nuestro deseo de que el Gobierno cubano necesite algo y se sienta compelido a negociar, discutir, dialogar, hacer concesiones y no ser tan tozudo. El Gobierno cubano ha demostrado que tiene unas posibilidades de resistencia más grandes de lo común, y una de las razones de esta capacidad es que su legitimidad y legalidad no están en entredicho por la opinión pública, porque las críticas directas al gobierno pueden llegar a ser delitos o en el mejor de los casos, contravenciones. De la misma manera el Gobierno cubano no se siente evaluado por una prensa punzante y agresiva porque la que juega este papel está criminalizada como mercenaria y financiada por el gobierno de los Estados Unidos.  

Tampoco es un gobierno que esté en ascuas por temas de transparencia, control popular, administrativo o político, de sus gastos, ni por veedores internacionales en procesos electorales, o en ámbitos de posibles violaciones de Derechos Humanos, como puede ser el sistema penitenciario.

Por lo tanto, creo que las posibilidades de maniobra del Gobierno cubano están dadas por su derivación de un estado totalitario y un sistema político monopartidista, donde la política y las relaciones internacionales, así como los valores de la democracia y los Derechos Humanos, tienen un significado propio, distinto al que el mundo occidental maneja comúnmente.

Aun así, creo que el Gobierno cubano ha dado señales, no desesperadas, pero señales al fin, de conciencia de la necesidad de aceptación de algunos canales de diálogo, eso sí, hasta ahora son canales de diálogo controlados con bastante éxito por el oficialismo.

El Gobierno cubano tiene más “oxígeno” de reserva que el pueblo cubano, puede resistir más, porque no vive las mismas penurias que el pueblo llano, el que vive con 2000 o 3000 pesos cubanos al mes bajo una economía donde la carne de cerdo cuesta 300 pesos la libra y una col cuesta 150 pesos.

El pueblo cubano, en cambio, sí está desesperado. Su único incentivo es la emigración o poner una MYPIME, pero el ritmo de un cuarto de millón de emigrantes al año o más, es insostenible, sobre todo para un país con una población donde el único grupo social, demográficamente hablando, que crece, es el de las personas con más de sesenta años.

En este sentido, parecería que el costo del inmovilismo del Gobierno cubano, ahora, sería alto, pero habría que ver cuáles son los objetivos reales de los grupos de poder que mueven los hilos de la política y la economía cubanas. En dependencia de esos objetivos, se podrá medir el real estado de necesidad del Gobierno cubano.

Mario Valdés Navia: El gobierno cubano actual es un representante directo de un grupo hegemónico que ha secuestrado los poderes del Gobierno/Partido/Estado en función de los intereses particulares de un puñado de familias oligárquicas ligadas a las actividades del holding GAESA, creado y dirigido por la familia reinante. Este es el verdadero dueño de las ramas más rentables de la economía de la isla y usufructuario de los pocos fondos de inversión de que aún dispone el país para continuar desplegando su política de expansión infinita de la capacidad hotelera con el triple propósito de: lavar sus ingresos mal habidos en otras actividades; mantener su relación clientelar con poderosos clientes extranjeros y crear condiciones para un posible arribo masivo de turistas provenientes de EEUU. 

Mientras esa sólida gobernabilidad no sea puesta en peligro por poderosos antagonistas internos y externos no creo que sea una necesidad imperiosa de los dirigentes máximos modificarla hasta el punto de hacer concesiones a organizaciones de exiliados o de la sociedad civil independiente de la isla, cuyas acciones apenas han arañado la superficie del poder constituido. Las fuertes presiones que originan la crisis económica estructural del país, la depauperación social y el flujo caudaloso de emigrantes no me parecen aún razones suficientes para que los históricos y sus continuadores entreguen cuotas importantes de su poder a otros interlocutores políticos que ni siquiera tienen rostros concretos, divididos entre una amalgama de identidades políticas sin amplio respaldo en la ciudadanía.  Sin que esta última se exprese con fuerza y masividad en los espacios públicos del país: calles y plazas, campos y ciudades, empresas y universidades, paréceme que se encuentra más cerca una salida mediante una reforma cosmética desde arriba, en torno a la idea de un capitalismo de Estado profundamente oligárquico y explotador de las mayorías, que a una rápida eclosión del modelo y su consiguiente reconversión en la república democrática y próspera a la que muchos aspiramos.

Si las presiones internacionales ligadas a los problemas de la deuda externa, emigración descontrolada o deterioro de las infraestructuras del país obligan al Gobierno/Partido/Estado a negociar seriamente para resolver tales crisis, lo haría con interlocutores externos (EUA, UE, Rusia, China, Club de París, trasnacionales), no con actores internos que no están en disposición inmediata de ser alternativas reales a su monopolio del Poder.  

Miguel Alejandro Hayes: La palabra necesidad tiene una connotación analítica, que remite a términos como condición e implicación. En cuanto a su contenido, la(s) necesidad(es) de un ente hablan de la producción y reproducción de este. Sin embargo, se trata de una referencia a algo que no existe más que como idealidad de la reflexión humana, ya que lo que entiende la abstracción como necesidad no siempre se satisface en el mundo material existente. Asimismo, la necesidad no es condición suficiente para que una actividad que debe ocurrir, ocurra; a ello debe agregarse que puede haber tantas comprensiones y modelos teóricos de la necesidad como marcos referenciales se tengan en cuenta.

Por otro lado, cuando se trata de entes que son un todo social ‒una nación, por ejemplo‒ mínimamente podría(n) dividirse la(s) necesidad(es) del todo social en:

1) Las asociadas a algo similar a una estructura óptima, que sirve muchas veces como meta utópica o como el deber ser más realista de todos los deber ser posibles; es decir, el estado de cosas ideal de una sociedad donde las cuotas de bienestar tienen un alto grado de socialización. En el caso de Cuba, esto se traduce en resolver la pobreza, la desigualdad y la represión/ausencia de varios derechos.

2) Las asociadas a tal y como son refractadas las necesidades estructurales por los sujetos que conforman y dan vida al todo social propiamente dicho. Es decir, una cosa son las necesidades de una sociedad y estratos sociales de esta, como expresiones acabadas y visibles del sistema imperante en un país, y otra es cómo son interpretadas, racionalizadas y sentidas esas necesidades por dichos estratos, las que, incluso, pueden transformarse en otras necesidades. En el caso de Cuba, luego de 1959, se ha hecho carecer de derechos políticos elementales al ciudadano, y no ha habido una respuesta social masiva ante ello.

Esta distinción permite comprender que las necesidades estructurales del todo social pueden expresarse como: completamente diferentes entre las necesidades estructurales y reales de los distintos estratos sociales; diferentes a lo interno de estos estratos; o comunes entre grupos, con independencia del estrato social al que se pertenezca. Por ejemplo, muchos de los que no son afectados por la pobreza y la represión no consideran la resolución de esta como parte de sus necesidades como sujetos (aun cuando en teoría es una necesidad estructural de esos grupos), sino, quizá, como una idealidad utópica. Otros, que sí sufren dichos males, ni siquiera sienten la necesidad de que esto cambie. De igual modo, ni en situaciones donde la resolución de problemáticas sociales beneficiaría a todos los estratos y clases, esa realidad es refractada de modo que todos aquellos implicados confluyan en causa común. Se trata del efecto de esa oscura metafísica que es la ideología. Algo sí queda claro: la necesidad de los poderosos es reproducirse, conservarse como tal. La necesidad ‒alimento, techo‒ de clases inferiores es la que resulta compleja de modelar.

Durante el Gobierno de Fidel Castro, comenzó la gestación de un mecanismo económico convencional, casi paralelo a la economía estatal, que sirvió para reproducir las nuevas oligarquías del país (la más alta élite revolucionaria). Consistió en un grupo de empresas (Cimex, Banco Financiero Internacional, Cubalse, entre otras) y cuentas subordinadas directamente al máximo líder cubano, que en su administración contaban con hombres de entera confianza (la misma nueva oligarquía). De manera complementaria, surgió un sistema de reproducción de los privilegios de los altos funcionarios gubernamentales ‒dígase la reproducción de dicha clase y la satisfacción de sus necesidades‒, que dependía directamente de la extracción de recursos que eran propiedad del Estado y creados por el sistema empresarial estatal a través de la ocupación de un cargo ‒teóricamente‒ público. En otras palabras, el cargo público era un aparato «económico» de privilegios que se expresaba a través del saqueo moderado.

La entrada a la presidencia de Raúl Castro, con la centralización y restructuración del aparato económico heredado de Fidel Castro, representó una sofisticación, institucionalización y modernización de la reproducción de los privilegios de las oligarquías revolucionarias. Las empresas de este último pasaron a formar parte del grupo empresarial de las FAR (Gaesa). Este holding militar, que opera al margen de la economía estatal, terminó por absorber buena parte de la economía cubana, hasta llegar, en la actualidad, a concentrar el poder económico. A la par ocurría, poco a poco, la salida natural del Gobierno de los históricos. Así, la oligarquía revolucionaria raulista se concentró en los espacios económicos (empresas) que crearon y adquirieron. Como seguían teniendo el poder, paulatinamente pusieron a ocupar cargos gubernamentales a tecnócratas y cuadros políticos «leales».

Visto a la luz de hoy, el Gobierno, estrictamente hablando, quedó como un instrumento de administración, reproducción y conservación de las relaciones de poder, que responde a las necesidades de una clase dominante ‒dígase la oligarquía rentista y hotelera, dueña absoluta del comercio exterior: una metrópolis colonial‒. Esto significa que al Gobierno le correspondería la creación de un entorno económico, político, social, cultural, etc., donde la oligarquía pueda reproducir sus necesidades a través del funcionamiento de sus negocios (remesas, turismo, comercialización de servicios), e incluso mantener el poder político real en manos de la oligarquía. En otras palabras: el Gobierno cubano pasó a ser un alto funcionariado al servicio de Raúl Castro y círculos cercanos, conformadores de anillos de poder. Si bien donde hay democracias fuertes el Gobierno moderno dirige a nombre de, por ejemplo, los electores, en el caso de Cuba lo hace a nombre de este grupo élite. El Gobierno cubano es, por tanto, una mera formalidad del poder real, que es quien verdaderamente gobierna.

La función del Gobierno no excluye que este tenga otras funciones convencionales, como garantizar lo que podría llamarse mínimos indispensables: impartición de justicia, generación de oferta de alimentos, servicios básicos, entre otros, porque la dominación nunca es en blanco y negro, y el dominado necesita, ante todo, existir.

Las necesidades del Gobierno cubano actual, al igual que todo grupo humano, están representadas por las de cada individuo que lo conforma. Es decir, los intereses de los individuos que son parte del Gobierno no solo son similares; también necesitan establecer vínculos con otros individuos semejantes. Esas necesidades estructurales de los funcionarios gubernamentales son percibidas por esta interacción de su estatus actual con la refracción resultante, según la forma en que sus hábitos, costumbres, tradiciones, valores le permitan. Ese prisma desde el que se ve la realidad está marcado esencialmente por cómo se participa en ella, y, sobre todo, por los privilegios que esta puede brindar.

Ese alto funcionariado cubano no accede al cargo mediante un proceso democrático, sino por una designación realizada por otros, que tampoco se sometieron a un proceso democrático (la oligarquía). Debieron demostrar a sus superiores su capacidad de imposición, de anulación de criterios diferentes, de ninguna capacidad de competitividad real a través de resultados en el ámbito de producción de bienes y resolución de conflictos sin aplastar al diferente. En consecuencia, la refracción de la realidad por parte del Gobierno se caracteriza por una cultura ‒la que le es propia a la autodenominada continuidad‒, autoproclamada revolucionaria, de desprecio a mecanismos democráticos, como la fiscalización de la opinión pública, la transparencia, el cuestionamiento del trabajo, así como la ausencia de una práctica sistemática de negociación y aceptación de la legitimidad de partes diferentes y contrarias.

La conservación de los privilegios de los integrantes del Gobierno formal implica la permanencia y conservación del orden de cosas que les permite ocupar cargos; es decir, la existencia de un orden de cosas donde se premie lo que les permitió alcanzar tal estatus. Por tanto, su necesidad esencial es preservar el sistema actual; incluso, los intentos semiautónomos de reformas que impulsan los altos funcionarios deben ajustarse a esa necesidad: nunca una reforma debe cambiar la lógica de poder que los hace tener sus estatus.

Ser útil a la élite que dirige el país ‒y no a votante alguno‒, preservar su poder en las instituciones gubernamentales y permanecer en sus cargos es la necesidad del Gobierno cubano hoy, en tanto es la vía para la reproducción de privilegios y de condiciones para realizar sus proyectos de vida. Ello lleva implícito el rechazo, como práctica institucional, de un estadio social de ambiente democrático en el que formar parte del Gobierno supone tener otro tipo de competitividad (asociada a generar bienestar en la ciudadanía y una mejor resolución de conflictos). Por eso, es contrario a las necesidades del Gobierno transitar hacia cualquier democratización o empoderamiento de sectores que implique la pérdida de hegemonía por parte de la oligarquía cubana o ante otros actores que se conviertan en allegados a esta oligarquía. Se trata, en síntesis, de cuidar el poder y el favor de quienes lo ejercen. Sobre esto último, por ejemplo, no resulta conveniente la existencia de voces que expresen un discurso diferente o que ofrezca mejores «consejos» a la oligarquía. En consecuencia, las necesidades del Gobierno cubano actual son contrarias a la posibilidad de empoderar a otros actores civiles y económicos, algo que resulta además reforzado por los elementos de su cultura política antes expuestos.

Además, si no hay antecedentes de que el Gobierno pueda transitar hacia la democratización del proceso de toma decisiones, no hay razón para suponer que los mismos sujetos, escogidos con la misma lógica, actúen de manera diferente. El diálogo real ‒aquel donde se hable de elecciones, de escoger diputados sin mediaciones de la Seguridad del Estado, de organizaciones paraestatales o de comisiones designadas desde arriba‒, la eliminación del monopolio de comercio exterior y de la criminalización del disenso no solo resultan ajenos al Gobierno, también le son antagónicos. Por ello, un diálogo real, o cualquier proceso que el Gobierno sospeche que apunta a afectar el sistema en sus bases, será repelido.

Por su parte, la oligarquía que dirige comparte los mismos valores y cultura revolucionaria que sus funcionarios gubernamentales. Así, la necesidad de los primeros de reproducirse en el poder la refractan con el mismo prisma que los segundos. Eso hace que el tipo de poder que ejerce dicha oligarquía prefiera siempre la adulación y el aplauso antes que la crítica; el consejo y la reflexión por parte de sus funcionarios, aun cuando estos lo hagan para servirles. Es un rasgo que refuerza la lógica del Gobierno antes expuesta y cierra todo espacio para que, desde el Gobierno, se puedan cambiar los encargos que hace la oligarquía a aquel. No parece entonces que el diálogo, la transición o la solución pacífica a la crisis del modelo cubano estén entre las necesidades del Gobierno y de la oligarquía.

El mismo peligro de la pérdida de sus condiciones de privilegios para las élites puede ser un modo de despertar. Eso remite a los mínimos indispensables para la gobernabilidad. En otras palabras: evitar que el sistema se destruya puede mover a la oligarquía hacia una senda transicional. Sin embargo, esto depende de lo que haga la ciudadanía cubana, la cual, ante la crisis, podría rebelarse, migrar o adaptarse.

La historia reciente, que es siempre la que más cuenta, demuestra que las prioridades son en orden inverso: 10 millones de cubanos deciden quedarse; más de 300 mil emigran a Estados Unidos; algunos miles, de los que se quedan y quieren cambios ‒presumiblemente hay quien no los quiere‒, salen a las calles el 11 de julio. 

Aun con los nuevos frenos a la migración como alternativa, la experiencia reciente apunta a la adaptación como camino próximo. No hay señales para suponer un nuevo estallido social de gran alcance, aunque esto no quita que pueda ocurrir. De no suceder tal estallido, la sociedad cubana continuaría la ruta en picada que ha tomado; es decir, una crisis peor: más desigualdad, más pobreza, más represión ‒en el caso de que el Gobierno lo requiera‒, y un país incapaz de dibujar un horizonte de vida digno.

Vale recordar algunos aspectos sobre las opciones mencionadas: las condenas del 11 de julio, con un saldo de más de mil presos políticos, y el desarme de la marcha del 15 de noviembre dejaron una desesperanza que quizá implique el cierre del ciclo iniciado el 27 de noviembre de 2020. Asimismo, es útil recordar que, en cuanto la Seguridad del Estado intervino y comenzó la propaganda en medios oficiales, el grupo 27N quedó prácticamente anulado. Luego de la orden de combate dada por el presidente del país el 11 de julio, aún sin desplegar todo su potencial represivo, la protesta masiva fue detenida. Por demás, las recientes protestas a lo largo de todo el país motivadas por los apagones se dieron generalmente cuando estos excedieron el tiempo de interrupción del servicio que se había anunciado. En materia de las condiciones estructurales globales que hacen «necesaria» una protesta social que presione al Gobierno, a pesar de que el momento actual puede constituir la peor crisis luego de 1959, la forma en que los cubanos refractan su realidad parece decir que lo vivido no es suficiente para arriesgarse a apostar por un cambio. Por demás, los inconformes sintomáticos nunca han sido suficientes.

En situaciones similares, otros pueblos han tomado las calles, pero, para el caso cubano, el accionar resultante, con independencia de todos los esfuerzos de activistas e intelectuales parece ser, simplemente, adaptarse. Un cambio necesario en Cuba, gestado por cubanos dentro del país, solo es posible si la ciudadanía ejerce los derechos que justamente no tiene permitidos ejercer. He ahí la paradoja de un cambio social endógeno para el país.

Por último, las colas en los registros civiles y trámites para pasaportes, por solo situar un ejemplo, muestran una nación que no se piensa a sí misma, ni siquiera quiere vivir en el archipiélago. El cubano tiene la necesidad de reproducir su cultura, que es todo aquello que conforma sus aspiraciones y deseos, pero esa cubanidad se sueña cada vez más sin el anclaje al espacio geográfico. Unos buscan irse; otros esperan que sus familiares se vayan y les envíen ayuda. Esto refuerza la idea de la adaptación como opción, además de dejar ‒teniendo en cuenta que las energías que se pueden emplear para el cambio se gastan en migrar‒ una problemática nueva a la vista: ¿es el futuro de la nación cubana en Cuba?

 A las condiciones estructurales, y como elemento disuasorio y fuerza contraria a la presión social, se añaden las presiones de la policía política para neutralizar todo aquello que sospeche puede ser algo organizado en favor de un cambio; incluso si es una simple fiesta de amigos. Por otro lado, queda el papel del inmenso aparato mediático del Gobierno. Este realiza una estrategia de manipulación de los contenidos, discursos y líneas de mensajes, en medios partidistas de gran alcance o de interés, que son revisados cada día por funcionarios del Partido Comunista. Esa estrategia de comunicación parece centrarse siempre en desviar la atención. Por ejemplo, al aplicarse el Ordenamiento y notarse sus primeros efectos negativos, la línea de mensajes consistió en que los resultados positivos no serían inmediatos, y que, por tanto, se hacía necesario esperar. Igual ocurrió con la ley de pymes, las 63 medidas de la agricultura, entre otras. Es decir, parece haber una estrategia de marketing político ‒que incluye medidas y discursos‒ cuya función esencial busca ganar tiempo e inyectar sorbos de esperanzas en la ciudadanía.

Todo podría estar sugiriendo algo: la oligarquía que dirige el país tiene los mecanismos creados para evitar que el pueblo tome las calles. Por otro lado, parece ser que solo necesita más tiempo para hacer algo que debe terminar, o que, quizás, ya hizo.

 Las características del poder antes expuestas indican que la oligarquía cubana es tan sólida como débil ante la ausencia de liderazgo. La subordinación y fidelidad a esa élite por parte del Gobierno y de centros de poder como la Seguridad del Estado, el núcleo duro del Partido Comunista, la clase empresarial de militares, incluso la unidad de estos hacia lo interno y de la élite misma como clase, necesitan de un líder.

Es por eso que en el escenario donde ya no esté Raúl Castro mucho puede cambiar. De hecho, hoy día, en un momento en que Raúl Castro no hace mucha presencia ante las cámaras, en que además falleció su hombre de confianza (Luis Alberto Rodríguez López Callejas), al que colocó frente a su emporio económico (Gaesa), el sistema cubano comienza a padecer de la falta de un próximo punto central alrededor del cual orbiten todas sus partes. Aunque las políticas del Gobierno se caractericen por ser incoherentes con el discurso contra la pobreza y la desigualdad, en el interior de los espacios de poder suelen marchar en sincronía sus partes: unidad le llaman ellos. Esa unidad de los diferentes pilares del poder es una de las fortalezas que sostiene al sistema.

Pero ¿quién manda hoy en Cuba? ¿Quién mandará cuando Raúl Castro no esté? La persona que lo hace ahora, si no es Raúl Castro, la que lo hará después, ¿cuenta con la legitimidad y el respaldo de todos los grupos de poder? Es sabido que la autoridad y el liderazgo real no es un cargo entregado ni una tarea asignada por ser buen cuadro político.

Ante la ausencia del líder, los grupos de poder subalternos, en vez de cooperar entre sí, pueden competir por preservar/ascender su estatus en el sistema, por asegurarse un puesto, si sienten/quieren que el sistema colapse, o por un compromiso real con el cambio, pero que fue relegado a un segundo plano para preservar privilegios. De ahí que pueden brotar sectores influyentes que sí apuesten por un diálogo real y transformador. Esa asincronía en las filas del poder, que tal vez da sus primeras señales en la contrarreforma económica asociada a las pymes ‒el freno a un sector reformista que está dentro de los propios funcionarios del Gobierno‒, será notada por la ciudadanía. Al mismo tiempo, ese debilitamiento de la «unidad» de arriba no está ajeno a ser la gota que abajo haga que los cubanos en Cuba no tengan que esperar a migrar para expresar su sentir y ejercer, a fin de cuentas, su ciudadanía.

Enrique Guzmán: No hay nada más terco que la realidad. Aun tratándose de un poder y una práctica política signada por la terquedad, la realidad se impone. 

Son incontables los poderes que, con muchas más justificaciones de todo tipo, con más reservas y capacidad de maniobra que el cubano, no han tenido otra salida que el reconocimiento del declive y su eventual transformación en otro modelo. Es lo que ha ocurrido con los sistemas semejantes al cubano. Y tiene que ver con algo tan natural como el instinto de conservación. Aunque los sistemas políticos, gracias a sus muchas salvaguardas, están casi siempre concebidos para su permanencia en el tiempo, los que no posean ciertas cuotas de adaptación a las nuevas circunstancias van a caer, por imperiales y fuertes que estos sean, por paradigmáticos y formativos, por poderosos militarmente. Y nada de eso sería el caso de Cuba, ni por asomo. Ni el sistema o proceso cubano será la excepción.

A todo sistema de gobierno cerrado, que se niegue a renovarse y a refrendar su legitimidad, por poderoso e incuestionable que parezca, le llega su momento de declive e incluso decrepitud, como le está sucediendo al poder cubano desde hace años. 

La crisis sistémica que enfrenta ese modelo se ve con mucha más claridad, incluso con crudeza, en los últimos cuatro o cinco años, coincidentes con la frustración que trajo la discontinuidad de aquella primavera de la mano de Obama, las resistencias al cambio del poder prevaleciente en Cuba y lo que sucedió después, con un Díaz-Canel al frente del gobierno y el Partido que ha visto deteriorarse significativamente el poder simbólico heredado y la inmensa mayoría de las variables económicas y sociales del país. 

Ese poder ya sabe que la pérdida en la capacidad de convocatoria del régimen está dada por los límites que impone el propio sistema, y que tiene como resultados eventos como el 11J, las múltiples protestas ciudadanas en la isla en los últimos dos años, la emigración incontrolable, el deterioro económico, así como la incapacidad para detener la precariedad en diversos frentes. 

Ese poder está agotado y son pocas las salidas que tiene que no pasen por la apertura y el reconocimiento de derechos, aún a regañadientes o con limitaciones (Constitución del 2019 y Código de la Familia, serían tempranos amagos, adelantos, en este sentido), pero que signifiquen delegar y otorgar poderes altamente concentrados a la ciudadanía en los ámbitos económicos, sociales, pero también civiles y políticos.

Por primera vez en muchas décadas la sociedad civil cubana está frente a un inmenso desafío, pero también ante una oportunidad. Y esta pasa por leer de manera más juiciosa y estratégica esa debilidad que hoy se percibe en el poder en Cuba. Ahí hay espacios para la acción que deberían ser mejor aprovechados, no solo por el gobierno, sino por nosotros como sociedad civil.

Sin embargo, en caso que no se emprenda un camino que apueste a la distensión, al diálogo, a la reconciliación gradual con diversos sectores y grupos sociales, y se sigan promoviendo batallas que muchas veces ellos mismos han alimentado como necesidad consustancial al modelo de «plaza sitiada», entonces Cuba, como proyecto de nación unitaria y de progreso, caería en un abismo de difícil pronóstico, nada agradable ni para ellos pues pondrán cada día más en peligro la tan llevada y traída soberanía, en este caso del PCC.

Cuando un modelo cae en un nivel de deterioro e incapacidad para cumplir con sus responsabilidades mínimas, como le sucede al cubano -más allá de sostenerse institucionalmente a la fuerza, o sobre su estructura de poder-, difícilmente pueda sobrevivir sin cambios al sistema que impide esa renovación. 

O cambia a las buenas o cambia a las malas o la haitianización del país será una realidad cada vez más evidente e inevitable. 

De hecho, ya están llegando un poco tarde a la hora del cambio.  

Alexei Padilla: Estoy convencido de que existen soluciones pacíficas para superar la crisis cubana que no es coyuntural, sino sistémica y estructural. Sin embargo, muchas de las soluciones pacíficas presentadas en las últimas dos décadas, desde organizaciones de la sociedad civil, han sido ignoradas y demonizadas por el Partido Comunista. Una de las claves para entender el rechazo y demonización de cualquier iniciativa o propuesta que no salga del Partido es el hecho de que los gobernantes cubanos no nos ven como ciudadanos activos, sino como subordinados o meros ejecutores de sus objetivos políticos.

La apertura de un corredor humanitario con todas las de ley es una necesidad imperiosa. Esa iniciativa debería integrar a los emigrados que no vivimos en países que albergan comunidades cubanas considerables. Y claro, no debe ser responsabilidad exclusiva del Gobierno cubano, pues su capacidad y competencia para resolver problemas como el abastecimiento de medicamentos, insumos médicos y alimentos ha mermado. Creo también que debemos evitar al máximo la politización innecesaria de la ayuda y rechazar la actitud de quienes insisten en que personas que han manifestado su apoyo al régimen político vigente sean excluidas de esa ayuda que, repito, es humanitaria.

Con todo, aunque bastante estrechos (pues dependen de la buena voluntad y los modestos recursos de ciudadanos que viven en el exterior) ya existen esa suerte de corredores humanitarios que desde antes de la pandemia de COVID 19 atendían las necesidades de salud y alimentación de personas y familias, en especial, aquellas que no tienen parientes ni amigos en el extranjero. En ese sentido, quiero reconocer el trabajo voluntario de amigos como Massiel Rubio, Mabel Cuesta y Enrique Guzmán Karell, quienes se han articulado para enviar ayuda humanitaria a Cuba sin convertir ese gesto en un arma política. También hay que reconocer la labor de las personas y organizaciones que desde dentro de Cuba, riesgos mediante, han hecho llegar medicamentos, insumos y alimentos a decenas de familias en todas las regiones del país.

Acerca de la senda que la pregunta propone, hay aspectos de interés para las zonas de la sociedad civil cubana que aspiran a la democracia, pero no creo que el Gobierno cubano esté de acuerdo con todos. Cuando digo Gobierno no me solo refiero al conjunto de instituciones y personas encargadas de la administración del Estado. El actual ejecutivo es hoy también una casta, una clase en sí y para sí (como ha explicado la profesora Alina López Hernández), preocupada y ocupada por garantizar su seguridad, su integridad y su continuidad en el poder.

Considerando la precarización de la vida que para el pueblo cubano han traído las políticas económica y social de la administración Díaz-Canel (que es heredera directa de la de Raúl Castro), la continuidad el bloqueo/embargo y los efectos de la pandemia, cabe preguntarse si el bienestar material e espiritual de la sociedad cubana – más allá de lo mínimo indispensable para evitar estallidos sociales – está en el centro de las preocupaciones y ocupaciones de los máximos dirigentes isleños. ¿El actual modelo, tal cual está, resolverá las necesidades pendientes y crecientes de nuestra sociedad? ¿A quién ese modelo es funcional, al pueblo a la casta que lo gobierna?

Cuando constato que el Gobierno ha preferido encarcelar, reprimir, desterrar y forzar la emigración de más de 300 mil cubanos (solo en 2020 y con el impacto demográfico negativo que eso implica) me convenzo de que lo que la casta gobernante defiende no es un proyecto de país, sino su perpetuación en el poder. El poder de una elite burocrática-militar que al parecer pretende emular a la oligarquía rusa, nacida tras el colapso de la URSS.

Si la finalidad fuese sacar al pueblo de la crisis económica y establecer un régimen democrático, en el que derechos económicos y sociales anden de la mano con los derechos políticos y civiles, habría necesidad de aceptar y asumir la senda de la democratización por vía pacífica. El costo de no democratizar el régimen político cubano lo está pagando la sociedad cubana desde hace más de seis décadas. Sin embargo, la transición a una autocracia con economía de mercado, como en varios países del espacio postsoviético, parece ser una necesidad, no del pueblo cubano, sino de la casta gobernante. Por cierto, democratización no es un término exclusivo de socialdemócratas y liberales, sino una de las promesas incumplidas y burladas de socialistas y comunistas. La historia lo demuestra.

Por otra parte, nada debe detener la lucha por la liberación de todos los presos políticos cubanos y fortalecernos como sociedad civil desde abajo, de forma autónoma y conscientes de tenemos derecho a tener derechos, por tanto, no necesitamos de permisos para actuar en los espacios en que sea posible, incluyendo la ayuda técnica a productores no estatales, especialmente a los pequeños productores y prestadores de servicios en las localidades. Esa ayuda debe no puede dejar fuera a aquellos actores históricamente excluidos al no tener acceso al capital que llega desde el exterior. Este último punto es importante, pues tradicionalmente la oposición cubana se ha limitado al activismo político y no a la implementación de iniciativas concretas que además de resolver problemas materiales urgentes, ayudan a fortalecer la autonomía de sujetos y colectivos en relación al Estado. La autonomía es imprescindible para el ejercicio de la ciudadanía activa. No debemos olvidar que uno de los mecanismos de control social más eficaces empleados en los últimos 60 años ha sido la dependencia económica de los ciudadanos en relación al Partido-Estado-Gobierno.

Elena Larrinaga: El 11 de julio de 2021 Cuba presenció una de sus protestas más significativas. Miles de personas se manifestaron en toda la Isla, evidenciando que ya no apoyan a la dictadura y que desean la libertad. El Gobierno es consciente de que esta desafección es irreversible y conoce también que se necesitan nuevas “herramientas” para revertir la situación. Si no lo acometieran, caerían ellos y sus familias, víctimas de su propio arrojo. 

Ya no son capaces de mantener una cohesión política. Han intentado minimizar el riesgo de su supervivencia utilizando estratégicamente mecanismos de represión, pero estos no han dado el resultado esperado. Muchos son los factores que determinan la estabilidad y cambio en los regímenes políticos; sin embargo, aquellas autocracias que son capaces de, por un lado, asegurar el apoyo de su coalición gobernante, es decir de la élite política y económica que influye en el funcionamiento del régimen, y, por otro lado, evitar una movilización significativa de la oposición y los gobernados, tienen mayores posibilidades de permanecer en el tiempo. El Gobierno cubano no lo ha conseguido. 

Manuel Cuesta Morúa: Necesidad habría que entenderla, o más bien distinguirla, en dos definiciones. Como fatalidad, en el sentido de que no tiene otra opción para continuar su débil ejercicio de gobierno, o como responsabilidad, en el otro sentido de implementar trasformaciones en consonancia tanto con sus metas declaradas como con los problemas y déficits estructurales acumulados que están amenazando no solo ya la supervivencia de su modelo, sino la continuidad de la nación. Esto último es lo único relevante en nuestro actual dilema. En la primera de las definiciones, el Gobierno cubano no tiene todavía necesidad de caminar en esa dirección porque le faltan los únicos dos incentivos poderosos para iniciar la ruta: la suficiente presión interna, articulada y sostenida, y la presión de la comunidad internacional. En la segunda definición, asumir la senda es sin embargo urgente. Lo que va profundizando el abismo entre lo que necesita el país y lo que “necesita” el Gobierno para ponerse a tono con aquellas urgencias. Esta profundización fortalece una paradoja, contraintuitiva: contrario a lo que podría pensarse, la estabilidad del Gobierno depende de manipular la crisis (las necesidades del país) sin resolverla. La última movida, la de encaminar reformas de la mano del capitalismo ruso, y por actores de derecha, básicamente oligárquico, cleptocrático, opaco, listo para echar mano del instrumental mafioso, y por lo tanto cerrado a reglas de igualdad compartidas, es una buena señal de la manipulación de la crisis, sin resolución posible, con el fin de mantener una estabilidad asistida. La ruta «Putin» tiene, por supuesto, una glosa geopolítica, que merece un análisis aparte. Explica, sin embargo, lo que podría entenderse como una estrategia de estabilidad del Estado, contraria, en ámbitos fundamentales, a las necesidades de la nación.

Si la fórmula rusa es señal de la superación del debate socialismo-capitalismo a favor de este último, muestra también la desesperación de mantener el poder a costa del país para beneficio de la peor versión del capitalismo. Si al Gobierno le interesara la nación, hay una gama de modelos de capitalismo más adaptables a nuestras condiciones, circunstancias culturales y exigencias sociales: desde el modelo renano, con su énfasis en la sintonía capital-trabajo; el escandinavo, tecnológico y con sindicatos fuertes; o el holandés: mezcla de tecnología, predominio de la pequeña y mediana empresas y estímulo a la startup. Nos une a todos esos modelos la importancia de la redistribución social, la importancia de la iniciativa individual y, muy importante, las dimensiones poblacionales y de mercado. Hay también una triple dimensión moral en la elección del modelo de capitalismo ruso: surge de la expropiación a los trabajadores, está teñido de la sangre del genocidio: Siria, Mali, Sudán, República Centroafricana y Ucrania y es racista. Esta elección nada tiene que ver con los intereses presentes y futuros de Cuba.

De regreso a los costos para Cuba, así en plural, ya lo estamos viendo: el colapso del país (capital, mobiliario e infraestructura física, lo que se puede observar en toda la planta industrial); implosión de la nación, este último año más acelerada, ahondando el proceso de desnacionalización del Estado que se verifica en el creciente despoblamiento de Cuba, y vaciamiento del consenso institucional a favor de las instituciones punitivas del Estado. El claro irrespeto al orden constitucional, a pesar del frenesí legislativo, y la represión colectiva como un raro ejercicio de gobernanza están costando demasiado a Cuba, sin detenerme aquí en otros dos fenómenos conectados: la deshumanización de las reglas y bases de convivencia, corriendo junto al agotamiento simbólico de las imágenes y del relato que otorgan los sentidos de pertenencia nacional. Por eso pienso que la responsabilidad del Gobierno al no emprender la senda de los cambios estructurales es más histórica que propiamente política.

Quiero separar en el análisis lo que esto podría constituir de costo para el Gobierno. Entiendo que los costos, también en plural, ya el Gobierno los asumió: de imagen, de aislamiento internacional, ―político, diplomático y económico― y de inserción en una comunidad internacional cuyas reglas están siendo atacadas y que atestigua la emergencia, digamos que la globalización, de bloques autoritarios. Otra paradoja aquí es que la pérdida de visión y misión históricas, consustanciales al Estado cubano en la época de Fidel Castro, para quien la imagen era parte del poder, ha producido una deriva del Gobierno hacia una autocracia sin complejos, a la que poco le importa lo que piensen de ella (el dilema de los herederos), que combina el Estado ideológico, el uso político cada vez más abierto de los servicios de inteligencia, con su consiguiente degradación, la judicialización creciente de los derechos y el monopolio de la violencia, redirigida esta última hacia la violencia política contra la sociedad civil. Cuba fortalece por aquí sus vínculos con el club del que forman parte además Venezuela, Irán, Nicaragua y Rusia, donde preocupa menos los apoyos de las mayorías, en todo el arco de la legitimidad, y más la captura completa del Estado. 

2- Para emprender algo de tal índole la nación necesita de actores con capacidad política. ¿Tiene actualmente el Gobierno cubano estos actores?  ¿Los tiene la actual sociedad civil autónoma y transnacional?

Michel Fernández: Podríamos dudar de la capacidad de un gobierno como el cubano que nunca cumple sus metas, que sus dirigentes no son los más capaces, ya que responden a una política de cuadros que premia la obediencia y la sumisión antes que la capacidad y la inteligencia, pero a pesar de esto han logrado mantenerse en el poder, por lo que no se puede subvalorar los mecanismos con que cuentan para no ceder cuotas de poder. Sin embargo, ante el agravamiento de la crisis puede que se vean obligados a realizar concesiones, pero estas no necesariamente tienen que desembocar en una transición democrática. Para eso es imprescindible el rol de los cubanos que desde el exterior o en Cuba se oponen a ese sistema. El mayor peligro que veo es el de los extremismos de ambas partes, que buscan soluciones maximalistas y son incapaces de reconocerse entre ellos como sujetos legítimos. Aquí de nuevo la responsabilidad absoluta es del gobierno que no permite el ejercicio del pluralismo político y la respuesta de los grupos más frontales es negar cualquier acercamiento o negociación con el gobierno cubano y solo buscan una salida mágica, que nunca en la historia ha ocurrido. Todos los procesos de transición han ido precedidos o han ocurrido simultáneamente con complejos procesos de negociación.

Teresa Díaz Canals: En la primera intervención expresé las razones por las cuales el gobierno actual no está capacitado para resolver la grave situación cubana en la actualidad. A un Estado rígido, dogmático, totalitario, no le interesa ese tipo de salida. O ellos o nosotros. Corresponde a la sociedad civil autónoma y transnacional rescatar la nación. Ahora bien, aunque hay mucha gente pensante que valora diferentes modos de restituir la libertad, ello dependerá en gran medida no de imponer intereses estrechos y de sustituir un poder por otro, al modo que se hizo anteriormente, sino de lograr un consenso y un objetivo único de salvación de la nación que no sea crear la realidad de algo diferente, sin hacer algo de eso.  Los que apuestan hoy por el sufragio y la razón no pueden gobernar después contra la razón y contra el sufragio.

José Martí aspiraba a que la honradez y la serenidad prevalecieran ante las tormentas que pudieran levantar los que entendían mejor su propio provecho que el provecho patrio. Así deber ser también en la actualidad.

Lennier López: No se ven actualmente actores políticos dentro del régimen que estén dispuestos y, sobre todo, puedan emprender un camino de reformas políticas y económicas profundas. En la sociedad civil, hay una gran variedad de actores que apuestan por un camino democrático que traiga a Cuba un sistema político plural y una economía de mercado. Dicho esto, tampoco hay actores en la sociedad civil con fuerza propia para avanzar una agenda de cambios. Es por ello que resulta imprescindible unir fuerzas o estaremos irremediablemente sujetos a la voluntad de quienes gobiernan actualmente.

Ernesto Gutiérrez: Gente lo que se dice gente sobra en el bando oficialista. Voluntad no. Del lado de la(s) oposición(es) ocurre exactamente lo contrario: no hay liderazgo ni estructura.

David Corcho: En ese grupo humano que coloquialmente llamamos “la cúpula dirigente” por supuesto que hay personas indispuestas con la situación de nuestro país y las decisiones de los “mandos superiores”, pero parece que ninguno tiene voz y voto. Todavía no despunta nuestro Gorbachov ni nuestro Yeltsin. ¿Cuándo aparecerá? Nadie lo sabe con certeza. Soy de la opinión que la muerte de Raúl Castro dará a estos personajes ocultos la oportunidad de cambiar las cosas, pero esto es apenas una conjetura razonable. ¿Estos líderes imaginarios, especie de “capitanes del cambio”, se encuentran por el contrario en la sociedad civil cubana, a la espera de un resquicio por donde acceder al poder? Comencemos por el principio: “sociedad civil” es un término que le queda grande al conjunto de individuos dispersos y desorganizados que hoy se hacen llamar a sí mismos “oposición”. Muchos más popular fuera que dentro de Cuba, la oposición carece del influjo necesario como para agrietar la mole autoritaria. Al mismo tiempo, el sistema político le impide participar en el proceso de toma de decisiones. Sin participación política es imposible cambiar nada desde abajo. Por eso, antes de que la oposición pueda tener protagonismo en Cuba, debe ocurrir un cambio de régimen. Y ese cambio vendrá de “arriba”, como se dice en el habla popular. Pero el sujeto de ese cambio todavía no descuella entre los miembros de la élite gobernante. Así pues, nos encontramos a la expectativa, como el público antes de comenzar la función.

Julio Antonio Fernández: El Gobierno cubano es un actor por sí mismo si quisiera actuar. Es dueño del teatro, decide quién es actor dramático o comediante. Decide qué obra se va a representar en cada momento o mejor, está seguro que hará lo que el Partido le indique, y así todo el mundo quedará cubierto.

En Cuba, el Partido entrega el libreto de la obra y decide que partes de la adaptación se censurarán y cuales no. Si hay actores que no le dan seguridad lo único que tiene que hacer es sembrar la duda en el Gobierno, y este, por precaución, tomará medidas profilácticas.

Y todavía, si la situación empeorara, la Seguridad del Estado les puede decir a ambos, Partido y Gobierno, que, por seguridad nacional, es hora de cambiar de métodos, y todos trabajarán unidos.

Creo que el Gobierno cubano sí tiene actores con capacidad política para hacer cualquier cosa, lo que no sé es si quieren actuar como nosotros esperamos. ¿Por qué cambiar el libreto, y el método de actuación, si hasta ahora les ha traído buenos dividendos? No hay desarrollo económico, ni bienestar ciudadano, pero la oposición al gobierno ha sido dispersada, desterrada y encerrada y las personas no están en otra huelga que la de la emigración, el exilio como forma de poder negativo del pueblo, la verdadera bomba de tiempo que podría hacer estallar la gobernabilidad en Cuba, porque no hay estado sin pueblo, ni totalitarismo sin, al menos, consenso pasivo.

En la sociedad civil cubana también hay actores, dentro y fuera de Cuba. No tienen las espuelas afiladas que el gobierno luce con orgullo, porque no han tenido más experiencia que la de luchar contra un dragón de muchas cabezas por muchos años.

Pero creo que, tanto en la sociedad civil aceptada por el Gobierno cubano, como en la no reconocida por este, existen organizaciones, activistas, líderes de opinión, con la capacidad para discutir en escenarios de diálogo y reconciliación nacional.

Enrique Guzmán: Definitivamente sí. 

Tampoco creo que los «actores» sean más relevantes que las necesidades y las circunstancias que atraviesan o enfrentan esos actores. Los actores son fruto o hijos de su tiempo, y no al revés. Por eso se van 250 mil y no protestan o intentan cambiar su realidad. 

Y no sería por restarle mérito al papel de esos posibles actores, sino porque cada vez las personas, o los ciudadanos, somos más intrascendentes a los cambios comparado con los movimientos horizontales y las ideas de renovación y cambio. 

El papel de los liderazgos ha cambiado algo en los últimos tiempos. Y Cuba tampoco será la excepción. 

No es tiempo de caudillos. Ni de poderes que descansen únicamente en el carisma y la capacidad oratoria. Vivimos una aceleración de la historia y los procesos políticos que han traído numerosos cambios a las autoridades modernas frente al espacio público. Esto no es un absoluto, pero tampoco algo como para ignorar. No son los tiempos del nacimiento de la república. No son tiempos de héroes ni de heroicidades emancipatorias. Tampoco de grandes batallas ni ideas revolucionarias. Son tiempos de otra cosa. Mucho más dinámicos, transversales, de relevos cortos, menos solemnes, incluso de trivialidades en las direcciones y los liderazgos políticos. 

Pero a la pregunta, o a la intención de la pregunta, mi respuesta es sí: hay personas preparadas, diría muy preparadas, en la institucionalidad y la sociedad cubana que representarían a ese modelo en un espacio de intercambio y negociación, como también hay muchos ciudadanos que harían lo propio, con plena capacidad, entre los que se consideran sociedad civil.

Pero insisto, más relevante que los actores son los tiempos, las circunstancias y los objetivos que definan los grupos más representativos y de mayor capacidad para navegar con éxito los complejos tiempos que corren. A las mujeres y hombres que definirán esa nueva Cuba los parirá este tiempo, no necesariamente ni siempre para bien, pues no hay realización humana perfecta ni incuestionable para una realidad que dista muchísimo de ser siquiera regular. Pedir peras al olmo no parece entonces sensato. Hay lo que hay.

Uno de los «logros» del sistema imperante en Cuba, bastante negativo, ha sido la despolitización de buena parte de la sociedad cubana. Está claro que quien se educó y vivió bajo distintas crisis que se superponen, en un espacio totalitario y de nulos espacios cívicos, su preocupación es individual, familiar, rara vez social. Esto se ve con bastante claridad entre las comunidades cubanas radicadas en el exterior en países de modelos democráticos y republicanos. Que tengan opinión política y se manifiesten políticamente esos ciudadanos, no necesariamente indica que tengan valores y respeto hacia lo político, que sigue siendo la búsqueda de consensos encaminados a un fin. Y en eso los cubanos estamos en problemas, arrastramos muchas deudas.

Pero aún así, las transiciones de modelos cerrados y totalitarios a sistemas más abiertos y democráticos, en un número considerable, ha demostrado que se producen desde determinadas élites que no pueden soportar más el orden heredado. No necesariamente a partir de la presión popular, por muy importante que esta sea y sin dudas lo es, ni por la cantidad de personas que participen del cambio. Las grandes revoluciones de la historia tampoco fueron escenarios de mayorías sino de grupos muy determinados que fueron ganando espacio.

O sea, sí hay. Claro que hay. Para promover transformaciones y cambios en ese país creo hay personas no solo preparadas sino hartas del poder que hoy representan (hablo de personas en los ámbitos y espacios institucionales). Como también los hay fuera de Cuba, dispuestos a emprender nuevos caminos y a romper con toda una tradición declarativa y poco o nada práctica y al final bastante inútil.

Alexei Padilla: Los espacios de toma de decisión del Partido-Estado-Gobierno constituyen una zona gris y opaca de la que poco sabemos. No obstante, creo que en su seno sí hay actores competentes y convencidos de la necesidad de un cambio, pero no puedo siquiera imaginar cuál es la correlación de fuerzas entre conservadores y reformistas. No sabemos quiénes son esos actores y qué puestos clave ocupan dentro de la nomenclatura.

Recientes escaramuzas en redes sociales sobre el apoyo estatal a la propiedad privada sugieren la existencia de discrepancias dentro del Partido entre figuras periféricas, no de cuadros de alto nivel. En las bases del Partido hay actores que defienden la continuidad de un modelo de corte soviético con ajustes mínimos y otros que parecen preferir un modelo que combine la economía de mercado con un régimen político no democrático que les asegura su permanencia en el poder. También hay voces que en lo político y lo económico se acercan a la socialdemocracia y al liberalismo, pero son los menos visibles, a juzgar por lo que se puede levantar a partir de estos intercambios públicos. Pensando la sociedad como un sistema de vasos comunicantes, puede que esos debates sean reflejo de tendencias al interior del Partido. Lo cierto es que no existe la tan cacareada unidad monolítica en torno al proyecto de poder del Partido.

En el caso de la sociedad civil como un todo (los militantes del PCC y defensores del régimen también integran la sociedad civil), no tengo duda alguna de la existencia de una multitud de actores capaces de participar y contribuir notablemente a la democratización del régimen político y de la sociedad cubana. Eso lo vemos no solo en propuestas de textos normativos para resolver vacíos legales y garantizar la protección y ejercicio de derechos constitucionales. Lo vemos también en el éxito de los emprendedores dentro y fuera de Cuba. Si de algo no carece la sociedad cubana es de personas capacitadas en prácticamente todos los campos del saber. El problema radica en que la mayoría de esas personas ha sido excluida de la posibilidad de participar y/o de estar efectivamente bien representadas en los espacios de toma de decisiones.

Elena Larrinaga: Para emprender algo de esta índole, se necesitan diferentes tipos de actores: políticos, técnicos, civiles y militares.  Cada uno deberá desempeñar la función que le corresponde. Pero todos tendrán que compartir: voluntad política, y habilidad para la negociación y concertación. Ambas filas están nutridas de personas con estas capacidades. 

Manuel Cuesta Morúa: Probablemente en el Gobierno haya actores con capacidad política. Es difícil visualizarlos, pero entiendo que resultaría un problema visibilizarlos. Y serían, en mi perspectiva, muy necesarios. También resultaría difícil encontrarlos si juzgamos por la tradición. En el Gobierno cubano es raro ubicar este tipo de actores porque la política no formaba parte del ejercicio práctico y teórico de la clase en el poder: más bien son funcionarios devenidos en políticos que han enfrentado el mayor desafío histórico de Cuba con mentalidad administrativa y burocrática, al punto que se han dedicado a hacer leyes para regular realidades inexistentes o para intentar el control de una sociedad sobre la que no tienen legitimidad. Esto es un problema. Diría mejor, este es el problema. Por definición, no es propio de un funcionario tener visión sino ejecutar, poner a funcionar, decisiones políticas o administrativas ya decididas. Tampoco le es propio ejecutar decisiones basadas en el apoyo o consenso ciudadano, que es muy importante para contar con capacidad política. En ausencia de proyecto y fundamentación ideológicos, y por tanto de la legitimidad más sólida del Partido Comunista, los actores con capacidad política en Cuba, solo en términos de control de facto del poder, están en los que controlan el monopolio de la violencia. De su posicionamiento depende todo.

En la sociedad civil interna y transnacional, no abunda la capacidad política, pero desde luego hay actores con capacidad potencial tanto en términos de representación como de sentido de lo político. Y con proyectos de país y de nación. Quiero hacer constar.

3- ¿Cómo podría contribuir D FRENTE a todo lo anterior?

Michel Fernández: D Frente como plataforma de concertación, sin una orientación política determinada, pero con principios y objetivos muy claros establecidos en sus estatutos tiene la potencialidad de ser un actor de cambio importante en el escenario cubano, pero todavía como organización joven, fue fundada el 7 de septiembre de 2022, necesita consolidar su trabajo y crecer en membresía y en capacidad de acción.

En lo que lleva de vida en D Frente hemos logrado una estructura de trabajo, personas comprometidas con la organización, a pesar de que ninguno nos dedicamos profesionalmente a D Frente, y hacer declaraciones y mensajes sobre temas de importancia cardinal para Cuba. Además, siempre hemos mantenido un estilo de trabajo democrático y colegiado, aspecto esencial si se tiene en cuenta la diversidad de posiciones que hay en esta concertación.

En mi opinión en los estatutos de D frente están delineados los pasos para una transición democrática en Cuba, que lleve el menor costo humano para todos los cubanos. Estos son: la libertad de los presos políticos, restitución de los derechos a todos los cubanos, eliminación del carácter único del Partido Comunista, garantías efectivas para el ejercicio de los Derechos Humanos, aprobación de una ley electoral provisional y como punto final, la convocatoria a una asamblea constituyente para redactar una nueva constitución.

Teresa Díaz Canals: D FRENTE recién ha propuesto, en un Mensaje del 5 de enero de 2023, dirigido al Gobierno cubano cuestiones racionales, inteligentes, justas, democráticas, a favor de una población desesperada y triste. Si el grupo de poder fuera sensible tomara siquiera algunas de estas iniciativas como gesto de buena voluntad para contribuir a la solución del gran problema cubano, que no es la confrontación Cuba-EEUU. Pero un gobernante soberbio no escucha el clamor de la sociedad civil. Este gesto lo comparo como una voz que grita en el desierto, pero simboliza un gesto de paz. José Lezama Lima escribió: Lo posible es posible porque es imposible

Es bueno que se puntualice un programa de protección nacional, se analice una guía en tanto saber de experiencia que no es solo academia, también logos de lo diario y cotidiano, de la conversación callejera, de la vida vulgar y sin zapatos. Esa es la mayor contribución de D FRENTE. 

Muchos se interrogan sobre la capacidad del actual equipo de gobierno para emprender cambios que inicien una solución nacional. A la vez algunos consideran que el poder real podría utilizar las “elecciones” de abril de 2023 para efectuar un relevo por actores capaces y dispuestos. Mas sabemos que eso a lo cual llaman elecciones en Cuba, sólo resulta un instrumento del poder para asegurar la designación de personas incondicionales en todos los cargos de autoridad del Estado. No obstante, como aseveran algunos, tales designados pudieran ser actores con talante para abrir las puertas a un proceso de salvación nacional.   

Lennier López: D Frente es un intento útil de unir fuerzas. Es difícil que consiga unir a amplios sectores de la sociedad civil cubana dentro y fuera de Cuba, pero no intentarlo sería aún más lamentable que no conseguir este objetivo. Por el momento, D Frente tiene ante sí un reto igualmente difícil: ocupar un espacio de moderación política que suele vaciarse en contextos de polarización política como lo son casi invariablemente los contextos donde el adversario es una dictadura. Por un lado, D Frente necesita convencer de que su adversario es ante todo el régimen actual. Por otro, D Frente necesita también explicar por qué la moderación política —que no es más que un vehículo, una manera de hacer política y no una ideología en si misma— es necesaria para llegar a un proceso de transición democrática. D Frente no necesita entablar disputas con sectores de la sociedad civil menos moderados, ni siquiera con sectores que son claramente extremistas si estos se oponen al actual régimen.

Si bien D Frente puede fomentar valores cívicos y democráticos entre cubanos, esto no debe ser su prioridad. Hay un paso anterior a este: conseguir que vivamos todos en un régimen político que nos trate a todos como iguales. D Frente, en tanto organización política, no puede poner la carreta delante de los bueyes. Hasta ahora creo que D Frente ha mostrado tener claro este punto.

Ernesto Gutiérrez: No lo sé.

Julio Antonio Fernández: Creo que D Frente es un ensayo en pequeña escala de las posibilidades de la conciliación y el respeto entre personas y organizaciones diversas.

Cuba necesita, o al menos algunos necesitamos, que exista una agenda común de cambios, de pasos, de aspiraciones, para sentirnos acompañados en el intento, y para poder aspirar a tener una posición más legítima y sólida en una posible mesa de negociación o al menos en un escenario de escucha mutua.

D Frente es un esfuerzo de buena voluntad, de respeto por la paz, por la justicia, por el estado de derecho y por la realización de los Derechos Humanos. No queremos ningún escenario dominado por el odio, en Cuba. No queremos tampoco, ningún escenario de pérdida de soberanía, por el pueblo cubano, que es el único que puede ser soberano, en una república democrática.

D Frente es una muestra de que se pueden reunir personas y grupos de diferente origen y diferente ideología, por un interés común y superior, que sería trascender el estado totalitario y la situación de crisis sostenida de la sociedad, la economía y la política en Cuba.

Mario Valdés Navia: D Frente podría contribuir si presentara un programa unificado de cambio de régimen que incluyera demandas comunes de los diferentes actores de la sociedad civil independiente de la isla y las organizaciones del exilio, sin dejarse monopolizar por una u otra tendencia del amplio espectro que representan. Paréceme tarea difícil, aunque no imposible.

Enrique Guzmán: D Frente es un espacio de concertación que tiene como uno de sus objetivos constituirse en una plataforma que incluya, sume, genere consensos, lógicamente, entre ciudadanos con visiones diferenciadas, pero coincidentes en la necesidad de hacer justo lo contrario a las condicionantes de los valores totalitarios en los que hemos sido educados varias generaciones de cubanos.

Ese espacio puede contribuir desde la generación de ideas, la sensibilidad ante diversos temas y problemáticas nacionales, la oportunidad y rapidez que logre imprimirle a sus propuestas y acciones, la seriedad de su apuesta, y la necesidad de que pensemos más en términos de sociedad y el momento que atraviesa la nación que en cuotas individuales, ya sea por ansias de poder, protagonismos individuales, revanchismo o de otros intereses personales.

D Frente continúa siendo un ejercicio, absolutamente soberano, de la sociedad civil, que no deja de constituir una expresión de todo un proceso que se inició mucho antes a través de otras iniciativas y movimientos.

Si algo bueno puede aportar D Frente es madurez y compromiso con el momento que nos ha tocado vivir. Y este exige pasar por encima de esa propensión diversionista y atomizadora que mencionaba antes, además de enfocarnos mucho más en el presente y el futuro que lo que ha sido o dejado de ser pues de lo anterior solo se pueden extraer enseñanzas, pero no habría nada que modificar. Ya sabemos lo que significa vivir en el pasado o pendientes al pasado.

D Frente es una posibilidad que apuesta a una nueva Cuba, y esa nueva Cuba no puede ser otra que la de nuevos y renovados ciudadanos, conscientes de lo que eso representa.

Tampoco creo que sea el único espacio que amerite toda la atención pues la tarea que tenemos los cubanos de hoy es tan compleja y abrumadora que necesariamente requerirá de los aportes de muchas otras iniciativas y proyectos de la sociedad civil cubana.

Alexei Padilla: D Frente es una iniciativa tan loable como reciente que intenta comenzar a desandar la senda de la democratización. Una de sus contribuciones sería convertirse en un referente sólido de la posibilidad de reunir sujetos y colectivos diversos y plurales, comprometidos, en primer lugar, con la democratización, el respeto de los todos los Derechos Humanos y la lucha por la justicia social en Cuba.

Veo que D FRENTE intenta superar las ‘fincas” político-ideológicas que acaban minando la unidad (no monolítica ni ideológica) de los demócratas cubanos. No hablo de una unidad que apaga las diferencias y las contradicciones entre visiones de mundo y de país, sino de una unidad estratégica necesaria para construir un proyecto de país que tenga como norte la democracia política, el Estado de Derecho y la justicia social.

Elena Larrinaga: D FRENTE cuenta con un equipo de personas muy variado y valioso. Abarca amplios sectores de la sociedad, que son expertos y eficaces en sus materias y, además, gozan de credibilidad tanto en la sociedad cubana, como en la comunidad internacional.

Manuel Cuesta Morúa: De varias maneras. Primero, llevando el sentido de lo político, sin la cual no habrá capacidad política, al centro de la conversación nacional. Pocas veces esto ha ocurrido en la historia de la sociedad civil cubana. Somos una comunidad que no ha sabido elevarse permanentemente sobre el campo de la resistencia, a la que nos ha obligado el régimen, para pasar al campo de la política en el que gana la propuesta por encima de la protesta. D Frente puede darle dinámica, densidad y relevancia a esta dimensión, bastante pobre en Cuba, contra y a pesar de la represión. Segundo, articulando una maquinaria institucionalizada dentro de la que interactuemos que permita una relación equilibrada entre liderazgo y proyectos, y en la que el o los proyectos tengan la preeminencia. Tercero, aportando el lenguaje de la política. Aunque el vínculo no es necesariamente natural o lógico, puede entenderse el matrimonio entre el campo de la resistencia, que es el del dolor, y el lenguaje de la rabia, de la mera denuncia. Después de acostumbrarse a él, ahí siempre nos ha querido el régimen. Sabe que la rabia se agota, se disipa y nos nubla: el recetario perfecto de la antipolítica.  Cuarto, introduciendo la idea de proceso: un movimiento entre cambios institucionalizados y cambios civiles. Las reformas, no los reformistas, son las políticas más apropiadas para introducir cambios que cumplan estas tres condiciones: profundidad, estructura e inclusión. Sin ellas no parece posible la democratización en ninguna sociedad; menos en aquellas tan plurales y complejas como la cubana. Quinto, pero no último, conexión ciudadana. Sin duda alguna la sociedad civil cubana tiene más legitimidad que el Gobierno mismo, pero no tiene legitimación suficiente. El Gobierno ya no puede representar, pero la sociedad civil no representa todavía. El enfoque ciudadano es capital, aunque solo sea por estas cuatro razones: construcción fuerte de la democracia desde abajo, legitimación necesaria de las alternativas, construcción de las bases de poder político y modernización de la legitimidad política. Esto último imprescindible para la nueva política y el nuevo país. La tradición y la tendencia cultural en Cuba es la del arreglo entre élites y del otorgamiento, casi pre moderno, del monopolio de la legitimación política a lo que nos cuente la narrativa intelectual. Con una deriva peligrosa para la democracia: apropiarse de los movimientos sociales. Si el papel de los intelectuales es importante en cualquier sociedad, la construcción de una sana política democrática exige verlos mejor como unos ciudadanos más, con cierta capacidad, eso sí, para articular su opinión; a veces, los argumentos.

Todo lo que he venido diciendo en este particular nada tiene que ver con cierto discurso, escrito por personas que conocen en verdad muy poco sobre la historia y realidad de la oposición cubana, que le niega credibilidad a la oposición y a la sociedad civil como un modo aséptico de deslegitimar su existencia. Como si la credibilidad, un concepto de dudosa aplicabilidad en Cuba, fuera sinónimo de derecho. Me refiero a la necesidad de proyectar las alternativas, realmente existentes, sobre y desde la ciudadanía.

II

Muchos se interrogan sobre la capacidad del actual equipo de gobierno para emprender cambios que inicien una solución nacional. A la vez algunos consideran que el poder real podría utilizar las “elecciones” de abril de 2023 para efectuar un relevo por actores capaces y dispuestos. Mas sabemos que eso a lo cual llaman elecciones en Cuba, sólo resulta un instrumento del poder para asegurar la designación de personas incondicionales en todos los cargos de autoridad del Estado. No obstante, como aseveran algunos, tales designados pudieran ser actores con talante para abrir las puertas a un proceso de salvación nacional.    

En 1994, el profesor Jorge Ignacio Domínguez presentó en La Habana una breve ponencia sobre la democracia en Cuba, en un taller auspiciado por el Centro de Estudios sobre América, en plena crisis económica, titulada “La democracia en Cuba: ¿Cuál es el modelo deseable?”. La primera mitad de su texto identifica cambios políticos que el Gobierno podría realizar dentro del marco de la Constitución, entonces recién modificada en 1992. La segunda parte aboga por cambios más fundamentales. En aquel momento, la primera parte fue bien recibida por un alto funcionario; la segunda parte, no.

4- Veintinueve años después, ¿qué ha cambiado y qué no ha cambiado, inclusive dentro de lo más fácilmente posible? Su propuesta de modificación de la ley electoral para permitir la libre postulación de múltiples candidatos a Diputado, ¿sería un paso útil y posible o un desvío tonto?

Michel Fernández: La aprobación de una ley electoral que elimine el rol de las comisiones de candidaturas y de esta forma el control absoluto del PCC sobre el proceso electoral sería un paso de avance significativo si a la vez garantiza la presentación de candidatos independientes del PCC, para eso se debe modificar también la Ley de Asociaciones para que se puedan crear agrupaciones de tipo político y estas puedan ser parte del proceso electoral.  

Teresa Díaz Canals: Hasta ahora el escenario no ha variado, los Diputados continúan levantando la mano siempre por unanimidad, no creo que de pronto, como por arte de magia, nazcan debates y resultados diferentes. En el caso cubano, como pasó en otros países con el mismo sistema, el poder excluye cualquier declaración no conformista en el ámbito de sus estructuras oficiales. Lo explica muy bien el conocido disidente checo Václav Havel – quien después llegara a convertirse en presidente de Checoslovaquia en 1989 – en su libro El poder de los sin poder. Durante más de sesenta años hemos vivido en un mundo de apariencia de justicia y de libertad, donde toda manifestación de libre expresión significa una amenaza política.

Este cambio de la ley electoral para permitir la libre postulación de candidatos a la Asamblea Nacional con diversos enfoques políticos, constituye un intento de reforma política, la cual no sería la causa del despertar de la sociedad, sino su resultado último; constituiría un ensayo de vida en la verdad que sería una amenaza para el sistema. Ellos lo saben muy bien.

Lennier López: Cualquier reforma política que abra el juego —aunque lo haga de forma muy limitada— es bienvenida. Sin embargo, ello no quiere decir que sea suficiente. Ni siquiera muestra necesariamente que el Gobierno —de emprenderlas— tiene voluntad real de un cambio profundo y progresivo hacia la democracia. En tal sentido debemos estar alertas. El Gobierno no parece tener incentivos para abrir la cancha, de modo que cualquier reforma puede ser también tan solo una finta.

Respecto a una modificación electoral que posibilite que en la práctica siempre hayan más candidatos que puestos a elegir es un paso importante, pero como toda regla, puede terminar siendo papel mojado. Si las autoridades no se comprometen —y generan mecanismos efectivos que controlen la salvaguarda de ese compromiso— a permitir campañas electorales, a proteger la integridad de los candidatos —en lugar de atacar la de aquellos que no son afines a las ideas del PCC— y a garantizar espacios igualitarios en la prensa oficial, serviría de muy poco o nada tal modificación electoral.

Ernesto Gutiérrez: Degradación. Es la palabra que utilizaría para adjetivar la historia de Cuba desde 1959 hasta hoy. Cuando un ciudadano es capaz de escrachar (como dirían en Argentina) a otro por no apoyar a tal o cual líder, hay un proceso de degradación moral, en este caso, y de lo material ni hablar. De hecho, si en esta temporada de actos de repudio no se han lanzado huevos es porque se han convertido en un artículo de lujo prácticamente. De los 90’s para acá eso se ha traducido en que el cinismo ha desplazado a la ideología. Ya nadie cree en el socialismo, empezando por sus propios dirigentes. Si mantienen el vocablo es por pura conveniencia política.

Sobre cambios reales en materia electoral promovidos desde las alturas no me voy a pronunciar. Me parece de una ingenuidad conmovedora esperar algo así a estas alturas.

David Corcho: ¿Qué ha cambiado..? De 1994 a 2023 el régimen dejó de ser totalitario para convertirse en uno pos-totalitario. ¿Qué quiere decir esto? Permitió algunas zonas de libertad, por ejemplo, a los artistas, quienes hasta las protestas de 2021 y la ola represiva podían disentir con limitaciones; por ejemplo, a los empresarios que gozan del beneplácito del poder, quienes hoy pueden hacer negocios en Cuba. Lo que se ha mantenido incólume es la decisión de evitar a toda costa compartir el poder político o, dicho de manera elegante, impedir que la pluralidad social se transforme en pluralidad política. En política, ha ocurrido también un cambio notable y la vez paradójico: en la medida en que el régimen deja de ser totalitario se hace más represivo.

La opinión general asocia “totalitarismo” con represión desenfrenada, pero en realidad un régimen totalitario puede ser relativamente pacífico. La URSS lo fue desde la época de Jruschov hasta la de Gorbachov. El secreto para la paz bajo el totalitarismo reside en el poder de las instituciones para lidiar con el descontento popular y, por supuesto, en que ese descontento se mantenga dentro de límites controlables. Ambas condiciones se han perdido en Cuba. Las instituciones se han debilitado y la crisis económica ha encolerizado a la población. Cierto, no son las únicas razones, pero se cuentan entre las más importantes que explican la crisis actual. Cuando no hay modo de controlar a través de instituciones y el descontento se desborda en protesta popular, la única solución es la violencia. En efecto, la descomposición del sistema ha convertido a la violencia política en una presencia recurrente.

Otro cambio notable fueron las protestas antigubernamentales. Hasta hace poco, el cubano contemplaba como opciones, cuando miraba de frente el rostro de ese régimen iliberal y antidemocrático, la adaptación a través de la hipocresía o la emigración. Hoy ha encontrado una nueva manera de responder al régimen: la manifestación popular. La rebelión callejera es parte del panorama político cubano y los gobernantes del país tendrán que enfrentarse a ella periódicamente. Ya resulta difícil imaginar a la Cuba de 2030 como la del año 2000: ese pueblo adocenado y que resistía con resignación estoica las decisiones caprichosas de su gobierno. La protesta popular se ha convertido en un arma nueva en el repertorio de posibilidades del cubano común.

Por último, y no menos importante, se aprecia un cambio en el discurso de la élite gobernante. Se ha vuelto más descarada en los últimos años, al mostrar sin rubor el desprecio que siente por el pueblo al que dice representar. El Gobierno ha calificado de “delincuentes”, “vagos” y “ladrones” a quienes protestan. Si no fuera porque se trata de Cuba y son miembros del Partido Comunista, parecería que nos gobiernan aristócratas británicos del siglo XIX. Pero soy injusto: la gentry inglesa se cuidaba de decir esas cosas o si las decía, trataba de adornarlas, para evitar en lo posible la ira de los obreros de Manchester y Liverpool. Pero a nuestros gobernantes le sobran ofensas y les falta inteligencia. Fidel Castro siempre evitó herir la sensibilidad popular y conocía el poder seductor de las palabras. Sin embargo, los gobernantes actuales y sus asesores de comunicación han perdido hasta la noción del tacto. Al menos nos han hecho un gran favor: nos mostraron cómo piensan y la enorme distancia que los separa del cubano común. 

Julio Antonio Fernández: Ha cambiado poco del escenario que el profesor Domínguez describió y analizó en 1994. En todo caso el autoritarismo se ha hecho más evidente y se ha manifestado con más obstinación, más allá del liderazgo de Fidel Castro y Raúl Castro.

La Constitución de 2019 es un marco legal más cercano a lo aceptable internacionalmente, pero es un texto que rectificó en su propio cuerpo cualquier exceso de libertad política o individual que alguien pudiera haber vislumbrado en él. Así, esta Constitución incorpora un catálogo de Derechos Humanos más parecido al que se establece en la Declaración Universal de Derechos Humanos, de 1948, pero limita claramente los relacionados con participación política, libertad de palabra, prensa, asociación, reunión y manifestación.

En esta nueva Carta Magna se esboza un procedimiento de Amparo judicial a los Derechos Humanos, pero la ley de desarrollo de este enunciado constitucional no permite discutir mediante este Amparo sentencias judiciales violatorias de Derechos Humanos, ni permite que se puedan defender en juicio derechos sino cuando todas las instancias administrativas y de otro tipo se hayan agotado antes.

La Constitución de 2019 no incluye la no discriminación por tener distinta ideología política como una razón de igualdad y reitera el carácter único del Partido Comunista de Cuba, ahora además declarado como democrático y fidelista.

La nueva Ley de Leyes cubana declara que el estado es socialista de derecho, pero esta declaración no tiene consecuencias legales en normas complementarias y no hay ninguna nueva institución política en el sistema político que haga pensar que estamos ante un nuevo escenario menos autoritario o más democrático.

La Constitución de 2019 menciona a la transparencia y hasta incluye una especie de institución jurídica de habeas data, pero todavía no hay ley de desarrollo de este derecho.

Recibimos con mucho optimismo la inclusión del habeas corpus dentro de las normas del debido proceso en la Constitución, pero la actuación de los Tribunales Populares, sobre todo al juzgar a los acusados por las manifestaciones de los días 11 y 12 de julio de 2021, en diferentes ciudades y poblados de Cuba, ha demostrado que el debido proceso era parte de una apariencia de democratización y de respeto a los Derechos Humanos, que se quería poner en escena en 2019.

La Constitución de 2019 tampoco mejoró el sistema electoral, una ley electoral anterior a la a aprobación de la Carta Magna demostraba que no había nada que esperar de nuevo en este nuevo período constitucional en la isla. Así se mantienen las Comisiones de Candidatura, y no hay elecciones competitivas para constituir a la Asamblea Nacional del Poder Popular.

De la misma forma no son elegibles por votación popular, ni el Presidente de la República, ni el Primer Ministro, ni los Gobernadores de provincias ni los Intendentes municipales.

El Presidente de la República fue electo en el mismo año 2019, mediante una candidatura en la que él fue el único propuesto, y esto se hizo delante del mundo entero, y delante del pueblo cubano, como demostración de autoritarismo sin mucha vergüenza ni mucho remordimiento.

La Constitución, sin embargo, en su afán de parecer moderna, ha incluido entre sus nuevas instituciones políticas, un Consejo Electoral Nacional, que debe organizar y dirigir los procesos electorales en Cuba. Este Consejo debe, según la nueva Ley de Organización y Funcionamiento de la Asamblea Nacional del Poder Popular, emitir una certificación de electores, requisito individual que la ley establece para ejercer los derechos políticos de iniciativa legislativa popular y de iniciativa constituyente. Dentro de pocos meses la Constitución tendrá cuatro años de vigencia y todavía nadie ha logrado que el Consejo Electoral le entregue una certificación de elector.

A estas alturas del debate político en Cuba, el Presidente de la República ha dejado claro que no permitirán que ningún candidato independiente u opositor pase los filtros políticos del Partido, ni a nivel de elecciones municipales, lo que significa que no está en planes cambiar el sistema electoral para permitir elecciones competitivas para constituir la Asamblea Nacional.

La Constitución de 2019 y las leyes de desarrollo que han sido aprobadas después, no hacen otra cosa que asegurar la perdurabilidad del régimen político actual y no dan ningún paso hacia la democratización política y menos hacia la participación de minorías opositoras o con propuestas políticas diferentes a la oficial.

Mario Valdés Navia: Las propuestas del profesor Domínguez conservan plena vigencia porque nada ha cambiado en lo esencial en estos 29 años. Su propuesta de permitir la presencia de otros actores políticos sigue estando vetada, incluso en los marcos de la Constitución 2019; por tanto, es preciso arrancar esas concesiones al poder antes de asumir cualquier proceso de cambio en el país. No creo que pueda hacerse por la fuerza, sí mediante formas de lucha no violenta y resistencia pacífica, pero ni siquiera creo que sean escuchadas por los continuadores que hoy ostentan las altas magistraturas del país.

Enrique Guzmán: La muerte de Fidel Castro y la salida del Partido y el gobierno de Raúl Castro, al menos nominalmente, vienen a demostrar que no eran tan relevantes esas personas –en términos absolutos y como se vieron por muchas décadas–, como las estructuras de poder que ellos concibieron e instauraron. Tal es así, que en Cuba hoy, con muchísimos más problemas que entonces y con un liderazgo de poco arraigo popular y que muchas veces es el hazmerreir, todavía esa institucionalidad y ese Estado tienen control sobre las variables nacionales centrales y sostienen una gobernabilidad (en función de mantener control y poder, claro está) que ya quisieran muchos Estados poder exhibir.

O sea, Cuba ha cambiado mucho y muy poco. Y es algo que parece contradictorio pero no lo es pues depende desde dónde se vea esa realidad, que no es unidireccional. Si la observamos desde la estructura del modelo o desde lo que espera la sociedad y es un derecho de ésta. 

Desde lo primero, ese país o ese modelo, es poco lo que ha cambiado, aun en medio de un profundo deterioro en muchos otros frentes. El mayor cambio quizás se pueda apreciar desde lo que espera y merece la sociedad, pues ahí la pobreza, la marginalización y el atraso son cada vez más evidentes, sumado a factores perceptivos o emotivos a los que en lo personal le confiero mucha importancia, como serían los niveles de apatía, hartazgo, desesperanza y mal humor social. En esto segundo, desde la sociedad, el cambio es relevante. La sociedad cubana no es la misma de los ochenta o los noventa. Ya no da señales de querer aguantar las mismas carencias y las mismas justificaciones ante esas carencias. Los avisos que ha dado, 11J et al, han sido notorios y relevantes. Sin embargo, esa estructura de poder sigue inalterable, en lo esencial, aunque nunca antes se hizo más clara aquella máxima leninista de lo que sería una situación revolucionaria, pues hoy Cuba se acerca o está en un momento en el que «los de arriba no pueden y los de abajo no quieren». 

El sistema está agotado, quizás incluso muerto, en términos de vitalidad y reproducción, aunque sin sustituto a la vista pero con las células del cambio y la transición rondando por los espacios de poder, algo que «oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.» 

Con relación a la posible salida electoral quiero ser bastante directo, casi crudo. No veo ni apoyo ni promuevo, porque me parecen una total pérdida de tiempo, este tipo de iniciativas. Las veo intrascendentes, dilatorias, disuasivas, frente a los cambios realmente necesarios. Simplificando, soy bastante apático ante tales empeños, porque los considero tiros al aire, fuegos de artificio, de esfuerzos no redituables y de frustraciones al final garantizadas. 

Y lo anterior tendría sus razones. Sucede que el problema que hay en Cuba no es jurídico. Tampoco es Constitucional. Y lo digo con total respeto y cariño hacia los juristas o las personas que promueven tales acciones. Como mismo el problema de la isla no es económico, y tengo igual devoción hacia los economistas y su labor. De igual forma no sería de diseño de política exterior, in strictu sensu. Etcétera. El problema que hay en Cuba es esencialmente político, de naturaleza política, de decisiones políticas. Y a eso todo se subordina. Aún cuando los probables cambios lleguen como resultado de un proceso de consultas electorales, de referendos incluso, se habrá llegado allí por elementos y decisores políticos.

¿Quiero decir que no son importantes las leyes y la propia Constitución?

No. Para nada. Quiero decir que lo que antecede cualquier cambio en esas materias, electorales, de diseño y manejo legales, incluso de reconocimiento de derechos, están completamente subordinadas a una estructura totalitaria, de corte estalinista, de Partido único, que solo se modificará desde las altas estructuras del Estado y el gobierno y bajo presión de la sociedad para su transformación. La Asamblea Nacional, los tribunales, incluso un eventual ombudsman, para no mencionar la fantasmagórica figura del delegado, no serían otra cosa que una derivación o una extensión de lo anterior, de las voluntades de ese poder.

Alexei Padilla: En su presentación, el profesor Domínguez afirma que la Ley Electoral de 1992 pude ser concebida por políticos aterrorizados con la idea de que algún disidente llegara a la Asamblea Nacional. Pues bien, la Ley Electoral vigente (2019) mantuvo aspectos esenciales de la anterior, como las comisiones de candidatura, y el carácter no competitivo de las votaciones a la Asamblea Nacional del Poder Popular. En la práctica, los ciudadanos ratifican (o no) una lista de candidatos elaborada por integrantes de las comisiones de candidatura, los que a su vez están allí representando organizaciones de carácter paraestatal. Para un observador ingenuo puede parecer democrático que organizaciones sociales, profesionales, sindicales y de masas nominen a quienes desean los representen el parlamento. Sin embargo, las comisiones de candidatura funcionan como un filtro ideológico que garantiza que los leales al poder constituido ocupen una plaza en una Asamblea Nacional que no actúa como un verdadero parlamento, ni como contrapeso del poder ejecutivo.

La nueva Ley Electoral también trajo retrocesos, como la abolición de las asambleas provinciales y la determinación de que el gobernador provincial sea designado por el presidente de la República y ratificado por los consejos provinciales, quitándoles a los ciudadanos el derecho de elegir al poder ejecutivo de su provincia.

Hoy como ayer, el régimen político cubano no es democrático y tanto la Constitución como la Ley Electoral de 2019 lo demuestran desde lo normativo. Hoy como ayer, el conflicto entre el gobierno cubano y el gobierno de EUA, y entre el gobierno cubano y la elite política cubano-americana, continúa pautando la política interna de Cuba. Hoy como ayer, los máximos dirigentes cubanos siguen apostando en la continuidad de un régimen no democrático como garantía de mantenerse en el poder, aunque aleguen que tratan de salvar a la nación de las apetencias imperiales.

Ahora bien, la modificación la actual Ley Electoral, de modo que actores no alineados con el Partido Comunista pueden ser electos como diputados a la Asamblea Nacional sería un paso clave en dirección a la democratización. Los cambios graduales son menos traumáticos que los intentos de resolver una crisis general de un solo zarpazo. Un parlamento diverso y plural es imprescindible para proponer y realizar algunos de los cambios más urgentes. No obstante, los miembros de ese parlamento deben estar comprometidos con la construcción de un Estado de derecho y justicia social, amén de sus divergencias políticas e ideológicas. Sé que esto último puede parecer ingenuo, pero lo es más creer que bajo un régimen postotalitario será posible la existencia de un Estado de derecho, la democracia política y la justicia social, como expresión del ejercicio efectivo de todos los Derechos Humanos.

Elena Larrinaga: Mucho ha llovido desde 1994 y con el mal uso del tiempo el Gobierno cubano perdió su oportunidad de oro.  La situación actual está muy enrarecida y todo ha llegado al límite. Por ello, este tipo de propuestas que no transforman los errores fundamentales del sistema no lograrían legitimidad, pues el pueblo ya perdió la fe.

Manuel Cuesta Morúa: Veintinueve años después, ¿qué ha cambiado y qué no ha cambiado, inclusive dentro de lo más fácilmente posible? Su propuesta de modificación de la ley electoral para permitir la libre postulación de múltiples candidatos a Diputado, ¿sería un paso útil y posible o un desvío tonto? 

Después de este tiempo ha cambiado todo en la sociedad, en dirección al reencuentro consigo misma, positiva y negativamente, y poco en el Estado y en el Gobierno, en este caso en dirección a su mayor encapsulamiento, un desarrollo negativo. La posibilidad avistada de des-enrocar al Estado, al Partido Comunista y al Gobierno no se produjo. Una indicación estructural de que la élite no tendría, (no tiene) voluntad política para abrirse a un proceso de cambios, con su impacto en la dimensión electoral del proceso. Las propuestas de reforma planteadas en 1992 por Jorge Domínguez, entonces académico de Harvard, en particular las referidas a la disonancia entre soberanía popular y construcción absoluta de la voluntad política del Estado por el Partido Comunista, tienen toda la pertinencia ahora, yo diría que más pertinencia, en razón de la ruptura del consenso totalitario, que otros prefieren llamar revolucionario, todavía presente por aquellas fechas. Hoy la continuidad del régimen corre en paralelo a su deslegitimación. Un cambio ordenado pasaría por reformas históricas en todo el entramado electoral que pongan en primer plano el principal, no el único, mecanismo de legitimación en una sociedad democrática: las elecciones.

Es bajo este argumento que me parece estratégico, y por eso mismo no tonto, insistir en los mecanismos electorales y en la reforma de la Ley Electoral. La propuesta histórica de parte de la oposición cubana para participar en las elecciones municipales, reanimada a partir de 2015, es una acción clave en la ruta de construcción democrática desde abajo que, por su parte, pone a prueba cada vez la voluntad política del Gobierno tanto de respetar sus propias reglas como de abrirse a reformas de mayor profundidad. Podría considerarse como un ejercicio fútil si el punto de mira es el del éxito; vista como ejercicio en una estrategia procesal de democratización es una acción de construcción ciudadana de legitimación de las más importantes. En este sentido, su éxito no debería medirse por cuántos ascienden al “poder”, sino en cuántos actores democráticos logran legitimarse frente a la ciudadanía. La reacción del Gobierno frente a estos proyectos, en 2015 y a partir de esa fecha hasta la actualidad con las alternativas Candidatos por el Cambio, Plataforma Otro18 y el Consejo para la Transición Democrática en Cuba muestra el pánico del gobierno y del partido comunista a la legitimación política de la pluralidad a partir de la legitimidad legal y constitucional otorgada por el Estado.  Y si el otro cae en estado de pavor a partir de mi acción legítima, entramos en un proceso de legitimación negativa asentada en la legitimidad positiva de participación. El problema que confronta esta estrategia es que choca con dos mentalidades: la de resistencia, que bloquea psicológicamente la idea de lo político, y la de ruptura, que lo niega mediante la exclusión total del poder, sea por medios revolucionarios o contrarrevolucionarios.

El desafío, pienso, es asumir una opción como estrategia. Y creo que al interior y desde D Frente deberíamos adoptar el camino de los procesos electorales dentro de una estrategia de acción judicial, legal y constitucional, combinada con acciones en los espacios legítimamente inventados de la sociedad civil.

5- ¿Cuál sería el perfil del presidente de la República que debe encabezar la legislatura 2023-2028, si el poder fuera a comenzar un proceso de salvación nacional?

Michel Fernández: El presidente de la Republica en un proceso de transición debe ser una persona que sirva de guía y sea referente de unidad para los cubanos, pero no unidad bajo un único partido y una única ideología, sino unidad en la cubanía, por lo que significa ser cubano como proceso histórico social concreto que nos permite identificarnos como tal en cualquier lugar del mundo. Lo ideal sería que fuese una persona que no haya sido parte del aparato de gobierno, que no haya sido político profesional y que acepte el reto de iniciar el desmontaje de un sistema totalitario sin ninguna garantía de éxito.

Teresa Díaz Canals: Estimo que a nadie le interesa mucho pensar en un cambio de presidente que implique de nuevo una “continuidad”, excepto, claro está, a los que viven acomodados y ni siquiera conocen lo que es la Cuba profunda. Continuidad que de manera contundente afirmó – muy torpemente – el actual gobernante. El gobernante con un determinado perfil que asuma otras variantes, no necesariamente es sinónimo de eficacia en el cambio, pues ello no implicaría per se el nacimiento de la vida que Cuba requiere con urgencia. Lo que necesita realmente la sociedad nuestra es tener una vida digna para todos, una vida verdaderamente decente y aquí radicaría la imposibilidad de implantar solo un maquillaje diferente en este mundo de apariencia, de mentira, de manipulación.

Un presidente para este próximo período 2023-2028 tendría que ser capaz de comprender con profundidad la situación que vive el pueblo cubano.  La palabra comprender representa examinar las circunstancias del sufrimiento y no someterse a su peso como si todo lo que realmente ha acaecido en este país no pudiera haber sucedido de otra manera. La comprensión sería estar atento a alcanzar otra realidad, necesitamos de una figura que esté consciente y lleve a la práctica el nacimiento de un modelo económico y político que parta hoy de un cambio existencial y moral más profundo y que no produzca una nueva variante del mismo absurdo, sino que sea expresión de una vida que cambia para bien.        

Lennier López: El nuevo presidente —si es que no fuere el mismo— debiese ser, ante todo, presidente y no un títere político de Raúl Castro. Adicionalmente, debiese ser alguien capaz de escuchar y, sobre todo, valiente. Requiere mucho coraje atreverse a convencer e impulsar reformas que serán disruptivas para la elite gobernante.

Ernesto Gutiérrez: “Lo que le pasa al país es que la solución está en manos del problema” El “poder” no puede comenzar un proceso de salvación nacional porque es precisamente de ellos de quien hay que salvar la nación. Conflicto de intereses. Ergo: harán lo de siempre, ver cómo quedan mejor parados. Los cubanos de a pie, pues que aguanten o se vayan del país.

Julio Antonio Fernández: No me gusta hablar de un Presidente de la República separado de los intereses del pueblo cubano. Pienso que debemos avanzar a fundar un sistema político donde ninguna fuerza política sea dominante de antemano, sino que en cualquier caso todas las organizaciones políticas tengan la posibilidad de participar en igualdad de condiciones para crear un estado mejor.

Me gustaría que tuviéramos una Asamblea Constituyente elegida democráticamente, una ley de funcionamiento de esta y un mandato político de aprobar una Constitución democrática y que asegure la perdurabilidad de la nación cubana con soberanía popular y una república con estado de derecho y garantías para la justicia social, la igualdad y la equidad.

Después, según la Constitución, será el proceso electoral que tengamos y será la participación que tengamos como pueblo en la elección de los cargos públicos, incluido el de Presidente o Presidenta de la República.

Si de lo que se trata es de analizar el tipo de persona que debiera ahora asumir ese cargo en una hipotética transición, creo que debería ser una persona que tuviera una indubitable hoja de servicios a favor de los intereses del pueblo de Cuba, altruista, honesto, conocedor de los problemas del país, con capacidad de trabajo individual y colectivo, con la suficiente humildad para saber que se trata de un período doloroso de transformación y de recibir en él o en ella una carga añeja de frustraciones del pueblo y de problemas de la nación.

Si se trata de un cuadro del propio estado actual, o proveniente del PCC, creo que debería ser alguien no involucrado en ningún proceso de represión o censura política, que esté dispuesto a trabajar por el cambio, con respeto de las diferencias, que asuma su responsabilidad sabiendo que no es representante del autoritarismo sino de la reforma política.

Mario Valdés Navia: Político (a) patriota, inteligente y audaz, capaz de enfrentar las ínfulas de los históricos y dominar a los sectores continuistas que han florecido a su sombra; orgulloso de representar al pueblo cubano y confiado en su poder de resiliencia, creatividad y valor para encararse a cualquier poder extranjero sin propiciar empeoramientos de conflictos; abierto a recibir a los emigrados de cualquier lugar del mundo como ciudadanos cubanos con plenos derechos; listo a superar los resquemores del pasado y resolverlos con medidas consensuadas entre todos. Fiel a Cuba, no a un partido, o una ideología. Si me entero quién es no dudaría en informarles.

Enrique Guzmán: Esto se ha respondido de alguna manera en las preguntas anteriores. La figura del actual Presidente y los elementos republicanos que hoy existen en Cuba tienen más de elementos nominales que de transformación real de la realidad a partir de sus cuotas de poder real, lo cual responde a la debilidad o falencia republicana de ese orden. 

Quiero decir, que sea Díaz-Canel o cualquier otro el presidente bajo esa estructura, estará condicionado por un modelo que ofrece poco margen al cambio y la transformación. Un sistema tan rígido no es tan sensible a la persona que detenta el poder, como se ha visto. 

Por supuesto que tiene importancia el cargo, y responsabilidad política, histórica y legal todo lo que suceda bajo su mandado, pues muchas de las acciones o decisiones que desde ahí se deriven difícilmente prescribirán, pero las figuras de los Presidentes que han sido, en las últimas décadas, detentan su poder y sus cuotas de discrecionalidad gracias a esa estructura que allí está implantada. Incluido Fidel, que hizo y diseñó un Estado a su antojo que al final lo sobrevive y demuestra ser mucho más importante y duradero que él mismo.

Soy de los que no le presta tanta atención a Díaz-Canel, Marrero o Alejandro Gil, como al sistema de Partido único que ellos representan. En la medida que esa estructura ceda y se fundamenten los valores republicanos, entonces hablemos con más propiedad de la figura del Presidente, la Asamblea y demás poderes. Cuando lo sean. Pues la idea, los valores y las estructuras republicanas en Cuba siguen siendo una aspiración. No una realidad.

Alexei Padilla: Es una pregunta que, en mi opinión, se aleja de lo que creo sucederá en marzo de 2022. No obstante, en una situación ideal el perfil del presidente de la República debe ser un verdadero demócrata, conciliador, firme, con habilidades para la articulación política y respetado por la mayor parte de la sociedad civil cubana. Con esas bases se podría ir avanzando. Sin embargo, todo indica que pese a sus magros resultados, Díaz-Canel será re-designado como presidente de la República. Sería una sorpresa que los diputados de la Asamblea Nacional, subordinada totalmente al Partido, no voten por Díaz-Canel, quien además de jefe de estado, es el primer secretario del Partido.

Elena Larrinaga: Resulta imprescindible desideologizar la política. Haría falta una persona con experiencia, conocedora de las leyes, capacidad técnica, serenidad y templanza.

Manuel Cuesta Morúa: La o el presidente de la República debería, por este orden, tener el siguiente perfil: visión de nación, de país y de Estado, en esa jerarquía. A seguidas, mucha empatía porque la salvación nacional compromete en Cuba una dimensión humanitaria concreta que afecta a todos los sectores sociales; liderazgo, tanto para tomar decisiones sin romper un mínimo de consenso como para poder contradecir a los propios, evitando la desestabilización del Estado; por otra parte, capacidad para articular y moverse con un relato. Hasta ahora solo se profieren palabras sin narrativa. Está claro que parte de la incapacidad del actual presidente para lograr la legitimación en medio de una crisis nace de su ostentoso divorcio con cualquier forma de relato político, de valores, histórico o nacional. Excluyo el ideológico porque, independientemente de la ideología ―en realidad no creo que el Gobierno actual tenga mucho que ver con esta dimensión del poder―, el próximo rasgo del perfil necesario está ligado a un sentido institucional en el ejercicio del gobierno: tiene que estar dispuesto a respetar la ley, aunque el resultado le resulte adverso. Finalmente, dos rasgos más de perfil: primero, apertura a la realidad de una nación que recupera su condición diversa y plural, por lo tanto, apertura al diálogo, y a la realidad global, sin la cual Cuba no podrá cincelar su propio perfil internacional. Segundo, sentido del humor para evitar verse tentado a echar mano del Código Penal. 

III

Llegado hasta aquí convidamos a revisitar el editorial del Centro de Estudios sobre el Estado de Derecho y Políticas Pública Cuba Próxima, del 4 de julio de 2022, titulado “En Cuba urge una solución”.

También advertir que, según muchos cubanos, no ocurrirá nada de lo enunciado en este dossier porque requeriría, en paralelo, una evolución de los derechos ciudadanos y esto enfrentaría al Gobierno con una de sus fobias: la libertad.

6- ¿Qué opina usted?

Michel Fernández: La refundación de la Republica que buscamos los miembros de Cuba Próxima, tiene que estar indisolublemente unida a la conquista de la libertad. El gobierno cubano ha dado suficientes muestras de que no acepta los principios básicos para avanzar en una senda que reconozca las libertades básicas de los ciudadanos. El gobierno ha reprimido y encarcelado injustamente a miles de cubanos.  Si bien el sistema totalitario cubano puede colapsar rápidamente por contradicciones internas entre los que detentan el poder, lo más probable es que el avance hacia la libertad solo se consiga con el sacrifico y la lucha diaria de los cubanos, los que ojalá cuenten con el respaldo de los gobiernos democráticos del mundo, los que como sabemos se mueven más por intereses que por principios.

Como dijo José Martí, el apóstol de los cubanos: “La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio”.

Teresa Díaz Canals: En la editorial En Cuba urge una solución se constata una sistematización de la grave situación de la crisis y se brinda una solución mediante una negociación, un intento de diálogo. Hace años que escribí acerca de la necesidad de hacernos diálogo, donde unos podamos escuchar a los otros. Seguimos cada vez más ante un muro.  Cuba Próxima abre un espacio, un camino, porta una luz. Como afirmó el jurista Julio Antonio Fernández Estrada dialogar no es perdonar: Es importante subrayar que la respuesta a la violencia impuesta por el Estado cubano, no debe conducir al caos, a la venganza, al odio. Eso sería legitimar la barbarie.  Para los que se niegan a la solución pacífica de los males de nuestra Isla, es necesario recordar que el diálogo no es intercambio continuo, también es distancia del tiempo y espacio, silencio. Es obvio que está teniendo lugar un proceso de degradación mutua; la familia cubana se ha quebrado, dividido, sufre lo indecible. Para ello debemos acudir a cuidar al otro y a uno mismo.

No recuerdo dónde describí ya éste hecho de impacto sentimental tremendo. Contó una monja a un hermano de la Iglesia que una vez le pidieron fuera a cuidar a un enfermo. Cuando llegó la religiosa al lugar, se dio cuenta que la persona que le asignaron había sido uno de los que fusiló a su padre en la década del sesenta del pasado siglo. El señor le preguntó asombrado ¿Y qué hiciste? Con una especial integridad le respondió: lo cuidé. Esa anécdota me hizo recordar a su vez como cuando Teresa de Calcuta regresó a visitar su país de origen, Albania, la acompañaron al cementerio a ponerle flores a su madre, de la cual no pudo despedirse por haberle prohibido la entrada a su país. Por el camino alguien le enseñó la tumba del autor de ese acto abominable. La monja, en vez de colocar las flores a su mamá se las llevó al fallecido dictador. Ante las miradas de asombro de los presentes explicó: a él le hacen más falta que a mi madre.

Solo hay receptividad del otro a partir de la certeza de si, de un lugar donde recibir. Si negamos la ética de la hospitalidad, de la cordialidad, de la deferencia, triunfará definitivamente el sistema dictatorial que hoy impera en nuestro suelo y la muerte de la identidad cubana. Pues sí, en Cuba urge una solución

Lennier López: No cabe dudas que cualquier reforma institucional que no garantice a su vez libertades individuales básicas no nos llevarán lejos. Cuba necesita cada día con más urgencias reformas profundas. Y necesita libertad. Sin embargo, no hay evidencia de que el Gobierno cubano esté interesado —mucho menos dispuesto— a emprender estas reformas.  

Como sociedad civil nos queda seguir empujando y afrontando la frustración lógica de no ver mayores progresos. Es un compromiso cívico con nuestro país, uno que no produce muchas alegrías, pero que igualmente merece la pena porque la virtud del civismo no está atada a los resultados. El compromiso con el bienestar y la libertad de nuestros compatriotas y de nosotros mismos es una virtud en sí misma. A su vez, no renunciar a este compromiso nos traerá, tarde o temprano, resultados positivos.

Ernesto Gutiérrez: A los hechos me remito.

Julio Antonio Fernández: Yo también creo que en Cuba urge una solución. Que esta sea democrática, pacífica, humana, solidaria, respetuosa de los Derechos Humanos de todos los grupos y personas, depende de nosotros y del gobierno cubano. Creo que el Gobierno de la República de Cuba tiene una responsabilidad mayor porque está empoderado, porque conserva un poder indiscutido desde hace décadas, y durante todos estos años no ha tenido que competir por él en elecciones periódicas ni ha tenido que ponerse a disposición de la fiscalización popular ni de la inspección de instituciones neutrales, o al menos lo ha tenido que hacer muy poco.

El Gobierno cubano ha administrado la pobreza de nuestro pueblo, los derechos políticos selectivos de algunos, y el acceso a derechos sociales que una vez fueron un alivio a la falta de libertad política y que hace años son parte del panorama de depauperación de la vida cotidiana de los cubanos y cubanas.

Todo gobierno es responsable de su tiempo de gobierno. La continuidad de la línea política de gobierno dirigida por el Partido, desde 1965 en adelante, lo hace responsable de dar los pasos más audaces hacia la reconciliación nacional y la salvación de la nación y de la nacionalidad cubanas, que, por obra y gracia de la política de los extremos, está en un momento de peligro, amenazada por la pérdida de soberanía del pueblo cubano, a favor de una soberanía de una burocracia sin amor a Cuba ni a los cubanos y amenazada por el poder de los nuevos dueños, que desde diferentes lugares del mundo pueden llegar a aprovecharse de los despojos de Cuba.

Nunca ha sido más real el peligro de que Cuba no pertenezca a los cubanos, porque los cubanos la están abandonando para poder sobrevivir. Todos los poderes que han alimentado el odio, la pobreza, la falta de libertad y la desesperación del pueblo cubano son responsables de este escenario, lo mismo si se encuentra en el Congreso de los Estados Unidos y en la Casa Blanca; en el Comité Central del PCC o en las oficinas del Consejo de Ministros.

Cuba necesita una solución cubana, pero acompañada por países, personas y organizaciones, que de buena voluntad, quieran aportar a la transición de nuestro país a una institucionalidad democrática, a una república de igualdad y equidad, a una sociedad asegurada por la legalidad y el estado de derecho, a una gobernabilidad basada en el respeto de los límites del estado, el respeto de los Derechos Humanos de todas las personas y el bienestar individual y colectivo de las mayorías y las minorías.

Enrique Guzmán: Opino que la «libertad» es consustancial a la naturaleza humana. Que puede demorar más o menos, años o décadas, pero que en el mediano y largo plazos será inevitable alcanzar mayores derechos y libertades ciudadanas. También que todo poder que se empeñe en gobernar sin creciente legitimidad ciudadana, o que no responda a los intereses promedio de ésta, tarde o temprano será cuestionado y eventualmente reemplazado.

Aunque soy de los que entiende más la libertad, o más la idea de la libertad, en su expresión menos política o social, en tanto «conciencia de la necesidad», y eso va más lejos, con su alta cuota individual y de las circunstancias que atraviesa, alcanza y se permite cada quien, acepto igualmente que un marco regulatorio que garantice mayores cuotas de derechos y garantías ciudadanas estará favoreciendo un clima de mayor libertad cívica y social. 

Por más que ese poder existente hoy en Cuba se resista a la necesidad de cambios, seríamos poco o nada dialécticos e incluso ahistóricos si aceptáramos la fatalidad de que nada cambiará per secula seculorum

Que esos cambios estén llenos de dificultades y riesgos, que se puedan demorar mucho más que el tiempo histórico de muchas personas, como ha ocurrido, que se llenen de resistencias y justificaciones, no evitará la verdadera naturaleza de todos los seres vivos y los constructos sociales por ellos creados: todo cambia, todo se transforma y todo lo que nace un día dejará de existir. 

Y acá soy absoluto, el actual sistema cubano caerá, aunque hoy no se vea del todo claro el cuándo ni el cómo, ni aunque ese cambio logre satisfacer las demandas democráticas y republicanas de todos. Por más que duela, los cambios son graduales salvo como resultado de una revolución. 

La nueva Cuba, esa que deberá incluir más y mayores libertades, está en cada uno de nosotros. Pero para ello primero hay que creer en ella, luego actuar en consecuencia y entonces salir a buscarla.

Alexei Padilla: El natural pesimismo que vemos en buena parte de la sociedad civil cubana parece invitar a la resignación y a la paralización. Para los que como yo no creemos en intervenciones de manos divinas en la política institucional, la única forma de llegar al cambio es trabajar para que este se dé. No basta con quejarse. Hay que proponer, hay que actuar, hay que transformar. Y aunque muy modesto y sacrificado, no ha sido poco lo que se ha transformado en los últimos años, gracias, en parte, al empuje de actores inconformes con el statu quo.

Aunque puedan parecer superficiales y hasta sectoriales, tal vez Cuba no tendría hoy una ley que protege la integridad de los animales sin la movilización previa de los colectivos animalistas. La no aplicación del Decreto 349 no hubiese sido posible sin la movilización de decenas de artistas, como el hoy preso político Luis Manuel Otero Alcántara.

Los dirigentes del Partido-Estado-Gobierno cubanos que adversan la democracia no serán convencidos a hacer lo que contraría su naturaleza. La democracia política y social será resultado del empuje de aquellos actores de la sociedad civil dispuestos a sacrificar una parte de su energía vital para dar esa lucha.

Elena Larrinaga: Cuba no es, ni será, el primer país que tome este camino. Esta duda se ha planteado en todos los países que han realizado una transición política pacífica a la democracia.  Cuando los regímenes se agotan, no queda otro remedio. 

En nuestras manos está que entendamos la necesidad y el modo de hacerlo. Es más, tenemos la responsabilidad de superar esta etapa. Yo personalmente estoy segura que podremos lograrlo, antes y mejor de lo que muchos imaginan.

Manuel Cuesta Morúa: Definitivamente por aquí empieza todo. Pero yo diría que hay una curiosa paradoja respecto a este asunto. Poniéndonos rigurosos, podría pensarse que desde el poder hay dos voluntades: la voluntad institucional, de Estado, reflejada y recogida en la Constitución, y la voluntad de facto, del Gobierno, expresada en su comportamiento a través de los órganos mismos del Estado. La primera de las voluntades se abre y reconoce los derechos fundamentales que abren camino a la libertad, la segunda se encarga de negarla, combatirla, reprimirla. A donde quiero llegar es a la necesidad de que la sociedad civil, las y los ciudadanos, DFrente y sus integrantes, se apropien de la voluntad primera, la conviertan en acciones, la actualicen a través de reformas, y la hagan valer frente a la voluntad negativa del Gobierno. Porque me parece que esto es esencial en la conversación que estamos construyendo, la evolución de los derechos ciudadanos solo se produce, y se fortalece, a través de su ejercicio. Y a la libertad se llega debilitando, neutralizando en la práctica las opciones del Gobierno contra la libertad de sus ciudadanos. No parece haber otro camino. 

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Centro de Estudios sobre el Estado de Derecho y Políticas Públicas

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