Diálogos entre la historia y la cultura
No abundan los artículos y ensayos agudos, eficaces y con vocación humanista especializados en economía, mediante los cuales se pueda apreciar un estado de la cuestión en uno u otro período de nuestra historia patria. Pocos meses antes de la investidura de Don Tomás Estrada Palma como primer presidente de la República, Rafael Gutiérrez Fernández realizó el siguiente paneo meticuloso del contexto económico imperante al término de la primera intervención estadounidense en la isla de Cuba. Ello, sin dejar de tomar en cuenta el sistema de relación mercantil que sostenía la metrópoli española con la Colonia de Ultramar. La extinta relación todavía condicionaba la gestión económica para el país que se disponía a entrar en el tejido constitucional que ya existía en América. El gobierno de Leonard Wood dejaba un desafío político y cultural: la necesidad de elaborar y echar a andar políticas capaces de estimular un pensamiento económico autóctono, mediante el cual los cubanos se erigieran en impulsores de un desarrollo endógeno.
El nivel de análisis de Rafael Gutiérrez da cuenta, además, de la fuerza y el empuje editorial cubano de entonces, pues se trata de un artículo publicado en el diario La Tribuna, de Guantánamo. Cuarenta y un años después, Raúl Soto Paz lo incluyó en la compilación Grandes periodistas cubanos, editada en La Habana.
El problema
Por Rafael Gutiérrez
Es necesario para los futuros poderes que han de organizar el país en una República, con un gobierno libre y soberano, que afronten, de acuerdo con las Cámaras elegidas por una minoría de la patria la manera de resolver el problema económico de Cuba, trayendo a las clases productoras días alegres de bienestar y prosperidad.
No es buscando horizontes extraños, la manera única de resolver nuestros problemas complejos, que no acertarán a despejar la incógnita las mediocridades que van a representar los intereses del país, al seno del Parlamento y el Senado.
Acaso se pierda el tiempo, con lujo de elocuencia en kilométricos discursos hueros, pronunciados por los más ilustrados representantes; acaso resuene la palabra, para legislar en sentido a favorecer la permanencia de los empleados nacionalistas, expulsando a los que compusieron parte de las formidables huestes masoístas, que hubieran obtenido mayoría en los comicios, si no hubiera dominado, en el espíritu gubernamental, la coacción y la farsa.
Pero, en una u otra forma; si los representantes tienen buena voluntad y quieren borrar la acción interventora que ha sido funesta en sentido económico para la sociedad cubana, el momento oportuno se les presenta, captándose, con acertadas resoluciones los aplausos entusiastas de la opinión.
Con este proceder enunciado, borrarían del ánimo público la aversión que produjera en todos los corazones patriotas, el acto de ver asistir a los colegios electorales del 31 de diciembre, a las huestes nacionalistas, que a título de más y mejores cubanos, asumieron, burlando todo principio de moral política, la representación pública en los más altos organismos de la patria.
Basada la producción azucarera en Cuba, en un sistema esclavista, el régimen administrativo de las fincas, toca a los hacendados cubanos sacudirlo o subvertirlo por otro más productivo y de labor constante.
El hacendado no se ocupa más, que durante los meses destinados a la molienda, de su finca, y en el período llamado muerto la abandona, dejando lo más necesario para atender la limpieza del fruto y al cultivo de nuevos campos.
Las maquinarias permanecen paralizadas, las potentes calderas de vapor, no están en ebullición constante para darles movimiento, aplicándolas a otras industrias o manufacturas, o nuevas producciones agrícolas. Fuera del azúcar, mieles y ron, todo el dinero allí invertido, el que se invierte y el que se ha de invertir está destinado a producir en cuatro meses de llamada zafra el capital y el interés.
¿Qué importa que el artesano, el obrero o el empleado sucumba de miseria, en ese tiempo determinado muerto, que es un azote para el país? Durante la esclavitud de los negros, con los antiguos aparatos de producción, el hacendado verificaba su zafra y marchaba a recrearse a Europa o a los EE.UU., y aquellos brazos esclavos, continuaban sus trabajos de siembra y resiembra de los campos y era necesario alimentarlos.
Hoy el hacendado no alimenta a nadie; paga los jornales más necesarios para el aumento de la producción y el sostenimiento de sus grandes campos, pero el noventa por ciento de los trabajadores tienen necesidad de abandonar la finca porque no encuentran en ella ocupación.
La máquina de rotación que se paraliza es un capital invertido que nada produce, es dinero abandonado a la impericia de los hombres.
Mientras tanto las máquinas potentes de extranjeras tierras se mueven; los grandes árboles se transforman en riquísimos y vistosos muebles, que arriban como producto extraño, matando de hambre al obrero del país, que ve embarcar sus grandes cedros y caobas y otras maderas de construcción, dando trabajo y vida a otras sociedades y a otros hombres.
Desde la semilla de arroz, que producen abundantes y buenos campos, entre espigas frondosas y doradas que brillan con los rayos de sol; hasta el calzado, cuyas pieles, curtidas en nuestras tenerías, compiten con algunas extranjeras, todo, todo absolutamente viene del extranjero.
Somos, desgraciadamente, por incuria, un pueblo consumidor y no productor.
Se impone, pues, la subversión del sistema.
En tejidos de algodón les hemos comprado, en el último año $1.418,804.00 y en calzado $1.226,691.00.
¿Hemos de continuar enviando nuestro dinero a otras playas y matando por inanición y miseria al obrero que vive y trabaja en el país?
¿Y cuánto azúcar, miel y productos alcohólicos nos ha consumido España, a cambio de los productos que le tomamos? ¡Pues la exigua cantidad de $4,954.00! Aquel mercado tiene para nosotros cerradas sus puertas.
Pero si el hacendado invierte cantidades en aparatos nuevos, que tienen poco costo, para moverlos con sus máquinas potentes durante el período llamado muerto, y aun en el de zafra, abriendo las puertas al nuevo mercado productor; y el papel, el calzado, la manteca, el arroz, la papa, la cebolla, el mueble, el almidón, el jabón, etc., etc., y las mil misceláneas de productos para el consumo y la exportación salieran de nuestro suelo, el problema económico quedaría resuelto, y el país habría dado un paso de avance que le asegurara días grandes de paz y bienestar.
Hay que aprovechar el interés que el Gobernador General de la Isla se ha tomado por levantar nuestra producción azucarera, según sus propias declaraciones a un ilustrado corresponsal del New York Herald. He aquí sus declaraciones que conviene reconocer. Dice: «Una reducción de 33.13 por ciento en los derechos del azúcar salvaría la situación, pues impediría que la miseria se enseñorease en la Isla, permitiría al hacendado realizar una pequeña ganancia sobre su zafra, de igual manera que al veguero sobre su cosecha de tabaco y sería un fuerte aliciente para todos los demás productores del país.
El promedio de la pérdida de los productores de azúcar fluctúa entre $1.00 y $1.20 por saco de 12 arrobas; el promedio del costo de producción es de $5.80 a $6.00 y el derecho en los EE.UU., $5.04 por saco, el precio de venta (cuando el azúcar estaba a tres reales) era de $4.80 por saco, al lado del buque. Una reducción de 33.13 por ciento equivale a $1.68, los cuales, agregados al precio del azúcar, sumarían $6.48, resultando una ganancia mínima de $0.48 por saco.
Los ingenios que están bien situados, particularmente los que están cerca de la costa, donde son mayores y más baratos los medios de transporte, podrían realizar con la reducción de 33.13 por ciento por saco una ganancia de 68 centavos por saco, por cuya razón puede calcularse en 60 centavos por saco, el promedio de ganancia para la Isla entera que proporcionaría la referida reducción».
Participan de la opinión emitida por el General Wood muchos hacendados y vegueros de la Isla; pero algunos de los principales opinan que si bien una reducción de 33.13 por ciento en los derechos salvaría a Cuba de la ruina no sería suficiente para hacer que renaciera la prosperidad. El Secretario de Agricultura e Industria y el Gobernador Civil declaran que el General Wood está en lo cierto.
Ahora bien, si nuestro futuro gobierno, para conjurar la situación, de acuerdo con las cámaras cubanas paga primas, no al azúcar ni al tabaco sino a los productores de arroz, de manteca y otras grasas, café, cacao y otros granos; a las industrias nuevas que se levanten y a las manufacturas que se establezcan, pronto se levantaría el país de la situación crítica que atraviesa.
Así nuestros productos todos, industriales y agrícolas podrían competir con los extranjeros, cerrándoles en parte nuestro mercado, que languidece por el favoritismo que se dispensa a los mercados extraños.
Es la única manera, a nuestro ver, que tenemos de resolver el problema.
*Este artículo fue publicado en La Tribuna, de Guantánamo, el 28 de febrero de 1902. Esta tomado, íntegramente, de Páginas Revisitadas. Cuaderno 46 de Cuba Posible. Un Laboratorio de ideas. La Habana, julio de 2017, Pp. 79-81.
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