El Estado cubano ha optado por los mismos métodos: tan pronto emergen activistas en favor de los derechos políticos fundamentales, acuden contra ellos actores vinculados al Estado, la intelectualidad oficialista o la emigración ideológicamente afín al sistema de partido único
Por Guennady Rodríguez
Los regímenes autoritarios y totalitarios tienen una desvergüenza particular para dibujar a sus opositores como los villanos de una mala película. El asesinato de reputación y la estigmatización de activistas y opositores es un capítulo que parece ser introductorio en el manual de los órganos de represión “sovietistas”. Si a esto le sumas el monopolio de los medios nacionales de comunicación por parte del Estado, así como la criminalización de la asociación con fines políticos y el acoso a quienes brindan empleo o apoyo a los opositores, se hace aterrador comprender el grado de aislamiento al que pretenden someter a estos ciudadanos políticamente activos.
Ser un opositor democrático en un régimen que se sostiene del desprecio a estos métodos, es una posición claramente difícil. El Estado cubano ha optado por los mismos métodos: tan pronto emergen activistas en favor de los derechos políticos fundamentales, acuden contra ellos actores vinculados al Estado, la intelectualidad oficialista o la emigración ideológicamente afín al sistema de partido único.
Los actores de la sociedad civil, por su parte, considerando a estos en sentido amplio como todas las demás formas asociativas independientes del Estado; históricamente han debido determinar si la interacción con los opositores cubanos puede poner o no en peligro a la actividad que realizan. Si instituciones civiles con abundante visibilidad internacional, tales como la Iglesia Católica, son víctimas de las presiones del sistema cubano, como lo demostró el cierre de la revista Espacio Laical en el año 2014, por consideraciones políticas, difícilmente cualquier otra organización de la sociedad civil con menos extensión y visibilidad que la Iglesia Católica esté libre de presiones definitivas.
O al menos, este es el diseño.
Afortunadamente, la correlación de fuerzas va cambiando y nos abocamos a la época de las comunidades en red, donde los opositores democráticos pueden también convertirse en superestrellas de las redes, tomando en cuenta la alta dosis de infotainment (información mezclada con entretenimiento) que se consume y el interés que la política hacia Cuba genera. Esto le permite a los activistas y opositores democráticos, cuando menos, acudir a un grupo de seguidores de manera independiente al Estado cubano y encontrar apoyo y prestigio en comunidades que décadas antes estaban dispersas. Hasta ahora, los grupos de propaganda y estigmatización desplegados por quienes responden al sistema cubano no parecen tener éxito en un espacio competitivo. Sería ingenuo de los opositores democráticos no utilizar esta oportunidad al máximo.
No sólo eso, en las mencionadas circunstancias, los diferentes actores de la sociedad civil cubana deben igualmente perseguir una imagen positiva en los espacios virtuales, hacia lo interno y lo externo. En este espacio pueden coincidir de una forma más orgánica todas las formas organizativas civiles y la oposición democrática. Esta mayor interacción permitiría formar incluso lo que muchas comunidades nacionales, en oposición a regímenes totalitarios, han identificado como “instituciones paralelas”: organizaciones sustituyendo al Estado en determinados servicios a la sociedad, simplemente porque éste último es incapaz de garantizarlos. Los grupos independientes de envío de medicinas a la Isla durante la pandemia pueden ser un ejemplo en gestación. Esto, por supuesto, no sólo beneficia a los receptores directos de los servicios, sino que además va creando una estructura de prestigio y comunicación en las comunidades, que realmente compite con la hegemonía del poder totalitario.
En cualquier caso, opositores democráticos y organizaciones de la sociedad civil que respeten y promuevan valores democráticos, son responsables ante la propia comunidad de hacer honor y funcionar a partir de estos valores pluralistas. La comunicación entre ambos es imprescindible, si se persigue una consolidación de nuevas reglas políticas que extirpen del sistema la coerción a las expresiones independientes. Los opositores democráticos son, en definitiva, quienes están dispuestos a ser parte activa en un nuevo ejercicio del poder político legítimo, el mismo que regulará a las organizaciones de la sociedad civil.
Los nuevos medios sociales permiten que esta comunicación suceda ante la opinión pública y que los abusos de funcionarios contra libertades reconocidas internacionalmente, sean expuestos ante la opinión pública mundial. Las nuevas tecnologías de la comunicación permiten igualmente una interacción más directa entre ciudadanía, opositores democráticos y organizaciones de la sociedad civil, haciendo posible la formación de auténticas comunidades en línea que ofrecen relevancia a sus figuras políticas y les sirven de cobertura y apoyo a los activistas, principalmente aquellos que se encuentran dentro de Cuba. Al menos, mientras las pugnas de protagonismo y los incentivos monetarios por el tráfico de visualizaciones no dañen este equilibrio.
Mientras tanto y por primera vez en décadas, la oposición democrática está en condiciones de robarle el show que ha mantenido La Habana, y yo me pregunto ¿Cuánta gente no está dispuesta a participar por primera vez en cambiar un guion que se ha mantenido a la fuerza y prácticamente inamovible por 62 años? Sin dudas, los opositores democráticos pueden, como se dice en las calles de Cuba, “robarse el show”, pero esta vez para instrumentalizarlo con lo más significativo y serio que necesita la sociedad cubana: aprender a convivir.
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