El amor y la esperanza son factores importantes en nuestras vidas, y al parecer resultan la mayor carencia de muchos de nosotros. Ambos son el motor que mueve el corazón y las acciones. Sin ellos el ser humano se encuentra perdido.

En este mes de diciembre los cubanos debemos clarificar nuestros sueños y objetivos, para así conseguir esa energía que nos permita afrontar -con entereza y coraje- el año que se aproxima. La subcultura de la «violencia revolucionaria» aflora hoy brutalmente por doquier, al agravarse la crisis nacional -y existencial- que vapulea a los cubanos, hasta la desesperación. Los feminicidios y suicidios han ido en aumento. La tristeza, la miseria, la represión y la desesperanza flagelan la nación.

La Revolución Cubana triunfó porque traía bajo el brazo los principios democráticos que finalmente acabó arrinconando. Fue un soplo de vitalidad y esperanza que hoy se vive con angustia. Quienes apoyaron la Revolución y confiaron en ella con honradez, han visto como esta se pervertía, para acabar en un totalitarismo mendigante.

Ninguno de nosotros deseaba este desenlace e imagino el dolor y pesar que esto produce a quienes creyeron y confiaron en el proceso. Los cubanos no merecemos esto.

En este tránsito de un año a otro debemos reflexionar sobre nuestras vidas individuales, familiares, sociales y nacional. Nos debemos una reflexión sincera sobre esta triste realidad que nos mantiene a todos -sin distinción- en un callejón sin salida. Y debemos reflexionar, además, convencidos de que en nuestras manos está la posibilidad de esa solución que todos deseamos.

La Navidad se acerca y con ella el momento ideal para disponernos a reparar lo que han destruido el tiempo y la indiferencia. Sólo en la esperanza encontraremos el puente que nos conducirá a la Cuba soñada